jueves, 31 de octubre de 2019

Las primeras palabras de la creación.- Alejandro Gándara (1957)

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La materia en fuga

«Si se necesita alguna prueba de que en el principio Dios no creó separación alguna con la pareja cielos-tierra, basta con leer el versículo 2 y su imposible distinción en partes. Todo está dado de golpe a la percepción del lector, que apenas puede percibir con los sentidos. Todo lo que se dice está como engullido dentro de lo demás en una especie de juego cóncavo-convexo y soplado, como en el paso del sílice al vidrio, por el rúah Elohim, el viento de Dios.
 Hobbes, que dedicó buena parte de su vida a hablar de la representación-aparición de los mundos que llegan desde los sentidos, sentenció en su Leviatán que este "pasaje está por encima de nuestro entendimiento". San Agustín y la patrística trataron de ver a su través una creación total previa, una especie de sustancia original que después dio lugar a las partes y a la fisonomía del mundo conocido. La lucha del confeso de Hipona por dar sentido al magma es exhaustiva, encomiable y agotadora. Filón, aun confesando que las ideas comprendidas en la creación del cosmos "trascienden nuestra capacidad de hablar y escuchar, siendo demasiado grandes para adecuarse a la lengua o al oído de cualquier mortal", no duda en afirmar que Dios "formó primero las esencias aire y tierra y las formas esenciales". Así, por ejemplo, la oscuridad no sería más que la esencia-aire abandonada a sí misma y a sus abismos. Los gnósticos vieron aquí, y por aquí, un mundo de origen sin relación con éste que habitamos, mundo de la negación y de lo indecible que actuaba como escondite del mismo Dios y como imagen de su inaccesibilidad. La gnosis especulativa apuró el trago hasta señalar a un Dios malo que recorría todo el Antiguo Testamento, mientras la revelación y la redención mostraban al Dios bueno. Estos gnósticos, indudablemente, no trataban con la revelación del rel
ato, sólo con revelaciones salvíficas. El Génesis apócrifo de los Jubileos eliminó de un plumazo todo abismo anterior a la creación de los días y obtuvo su Dios de la gran semana. A los redactores les sobraba la confusión y sus excesos.
 La tradición judía ha negado la posibilidad de saber algo de Dios por el camino de este caos del versículo 2, toda vez que la Torá y el relato mismo forman parte del mundo de la dualidad por oposición al de la unidad divina: el libro del Génesis es fundamentalmente el libro del Hombre, como han recalcado entre otros Eisenberg y Abecassis. Pero coincide con la cristiana en la sustitución teológica del caos por la nada, es decir, en convertir este pasaje en una nada significativa y en una nada material (o sea, en negar un algo). Los cabalistas han "transmitido finalmente la nada al interior de Dios mismo, a su abismo", según señala Scholem que, al mismo tiempo, define esta sustitución del caos por la nada como un "malentendido productivo". En tierra de nada absoluta, teológicamente hablando, puede crecer de todo. Por contra, un campo embrollado del que no se sabe si es monte o llanura, vega o desierto, no es terreno para grandes siembras. Von Road concluye que "el concepto de un caos creado es contradictorio en sí mismo" e insiste en la creación ex nihilo, un tipo de creación que nos alejaría de los tipos de creador combatiente y engendrador al estilo mesopotámico. Más aún, el versículo 2 es una negación absoluta, ya que su propósito es "mostrar la creación a partir de la negación de ésta". Es decir, estaríamos ante la nada porque estamos ante la negación.
 Nos encontramos sin duda frente a un párrafo clave no sólo del relato de la Creación, sino del todo el Génesis, cuya pregunta fundamental no puede ser otra que de qué estamos hablando. Preguntarse por los orígenes es preguntarse universalmente por todo: por los principios, por el creador, por el papel de las criaturas, por su relato. Es la pregunta: después de ella las otras preguntas son sombras. La gracia, la salvación y el pecado pueden tener un enorme y crucial interés, pero están sometidas, como tales cuestiones, a la forma en que se ha resuelto lo sustantivo. El origen lo es de todo, y la peripecia humana, por más que afecte trágicamente, pasa a depender del principio que se le ha dado. El versículo 2, leído en lo literal, nos habla de los contenidos de una creación anterior y también nos habla de un lugar habitado por el creador. Digamos que así lo escucharía un oído limpio, como le gustaba a Lucrecio: "Hubo un Dios que creó un mundo caótico, hecho de oscuridad, de aguas y de abismos, y ese Dios vivía en él como una especie de viento que iba en todas direcciones". Porque no hay duda de que ese Dios vivía ahí, dentro de su creación, puesto que la alentaba continuamente con una respiración incesante que se escucha encrespando la superficie de las aguas caóticas, con su rúah, el viento de Dios, el espíritu de Dios. ¿Es osado preguntarse qué hacía el personaje en tal ambiente y, de resultas, quién es el personaje que habita tan umbrías latitudes? Es una pregunta ingenua, y desde las alturas a que ha volado históricamente la interpretación del versículo, medio terrícola. Pero, aunque hocique el suelo como la más arrastrada de las cuestiones, no ha sido contestada. Las variantes interpretativas han dado bien en colocar el asunto por encima del entendimiento, bien en hacerlo coincidir con el neoplatonismo de las sustancias, vienen eliminarlo directamente, bien en inventarse la nada como principio teológico. Es decir, han dado en no contestar la pregunta por el sencillo método de no plantearla. La interpretación -sería mejor escribir a partir de ahora La Interpretación- ha tenido siempre tan altos intereses que el pueblo llano de la creación literaria de y de las palabras padece de tortícolis de tanto mirar hacia arriba.»

     [El texto pertenece a la edición en español de Editorial Anagrama, 1998. ISBN: 84-339-0562-7.]

miércoles, 30 de octubre de 2019

En la Patagonia.- Bruce Chatwin (1940-1989)


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«Thomas Bridges fue un hombre menudo, enhiesto, que creía en la providencia divina y no temía el peligro. Como era huérfano, lo adoptó George Packenham Despard, clérigo de Notunhhamsihre y secretario de la Patagonian Mission Society, quien lo llevó consigo a las Falklands. Vivía allí cuando  Jemmy Buton asesinó a los misioneros. Más adelante, continuó la labor de éstos y se radicó en Tierra del Fuego, aunque visitaba esporádicamente Inglaterra. Hacia 1886, al ver que los indios desaparecían gradualmente, comprendió que los días de la misión estaban contados y como tenía que mantener una familia de siete personas y carecía de perspectivas en Inglaterra, le pidió al presidente Roca un título de propiedad sobre las tierras de Harberton. Este paso lo convirtió en un réprobo a juicio de los puritanos.
 El joven Thomas Bridges había tenido el oído y la paciencia necesarios para pasar mucho tiempo en compañía de un indio llamado George Okkoko y dominar la lengua de la que Darwin se había burlado. Para su sorpresa, descubrió una complejidad sintáctica y un vocabulario que nadie había sospechado que pudieran existir en un pueblo "primitivo". A los dieciocho años resolvió compilar un diccionario que lo ayudara a "inculcarles, a mi satisfacción y de manera convincente, el amor de Jesús". Esta tarea gigantesca distaba de estar completa cuando falleció en 1898. Había recogido unas treinta y dos mil palabras sin haber empezado a agotar las reservas de expresión de los indios.
 El Dictionary sobrevivió a los indios y se convirtió en un monumento a su memoria. Yo he hojeado el manuscrito original de Bridges en el Museo Británico y me complace imaginar cómo el clérigo, con los ojos enrojecidos a altas horas de la noche, llenaba con su letra muy fina el volumen de guardas estriadas azules, mientras el viento ululaba sobre la casa. Sabemos que desesperaba de encontrar en aquel laberinto de palabras concretas el vocabulario apropiado para expresar los conceptos abstractos del Evangelio. Sabemos también que no toleraba la superstición de los indígenas y que nunca intentó comprenderla: el asesinato de sus colegas estaba demasiado próximo. Los indios detectaron esta veta de intolerancia y le ocultaron sus convicciones más íntimas.
 El dilema de Briges es muy común. Al comprobar que las lenguas "primitivas" eran pobres en palabras destinadas a expresar conceptos morales, muchas personas supusieron que dichos conceptos no existían. Pero las nociones de "bueno" y "malo", esenciales para el pensamiento occidental, carecen de sentido si no están implantadas en elementos concretos. Los primeros individuos que hablaron una lengua cogieron la materia prima de su entorno y la cohesionaron en metáforas para sugerir ideas abstractas. La lengua yaghana -y por inferencia todas las otras- actúa como un sistema de navegación. Los objetos dotados de nombre son los puntos fijos, alienados o comparados, que permiten que la persona que habla planee su próximo movimiento. Si Bridges hubiera descubierto la gama de metáforas yaghanas, nunca habría completado su obra. Sin embargo, lo que ha perdurado nos permite resucitar la claridad del pensamiento yaghán.
 ¿Qué habremos de pensar de un pueblo que definía la "monotonía" como "la ausencia de amigos varones"? ¿O que, para referirse a la "depresión" empleaba la palabra que describía la fase vulnerable del ciclo estacional del cangrejo, cuando éste se desprende de su viejo caparazón  y espera que se desarrolle otro? ¿O que hizo derivar "holgazán" del nombre del pingüino austral cuyo grito recuerda el rebuzno del asno? ¿O "adúltero" del nombre del alcotán, un halcón que revolotea de un lado a otro, cerniéndose inmóvil sobre su próxima víctima?
 He aquí sólo unos pocos de sus sinónimos:
 Cellisca = Escamas de pescado
 Cardumen de sardinetas = Mucosidad viscosa 
 Maraña de árboles caídos que bloquean el paso = Hipo
 Combustible = Algo quemado = Cáncer
 Mejillones fuera de estación = Piel arrugada = Vejez
 Algunas de sus asociaciones escapan a mi comprensión: Piel de foca = Familiares de un hombre asesinado.
 Otras me parecieron oscuras y después se aclararon:  El deshielo (de nieve) = Una cicatriz = Enseñanza.
 El proceso lógico es el siguiente:
 La nieve cubría el suelo como la costra cubre una herida. Se derrite y deja una superficie suave, lisa (la cicatriz). El deshielo anuncia el clima primaveral. En primavera la gente se pone en movimiento y empiezan las lecciones.
 Otro ejemplo: Una ciénaga = Una herida mortal (o mortalmente herido).
 Las ciénagas de Tierra de Fuego son colchones apelmazados de musgo, que destilan agua. Su color es amarillo opaco con manchas rojizas, como el de una herida abierta que supurara pus y sangre. Las ciénagas cubren el suelo de los valles, tendidas a lo largo como un hombre herido.
 Los verbos ocupan el primer lugar en esta lengua. Los yaghanes tenían un verbo dramático para captar cada contracción de los músculos, cada acción posible de la naturaleza o el hombre. […]
 Los yaghanes eran nómadas por naturaleza, aunque rara vez iban lejos. […] Y su lengua refleja la obsesión propia de los marinos por el tiempo y el espacio. Porque si bien no contaban hasta cinco, definían los puntos cardinales con especificaciones minuciosas y detectaban los cambios estacionales como un cronómetro de alta precisión.»

    [El texto pertenece a la edición en español de Ediciones Península, 2000, en traducción de Eduardo Goligorsky. ISBN: 84-8307-259-9.]

martes, 29 de octubre de 2019

La evolución creadora.- Henri Bergson (1859-1941)

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Capítulo I
De la evolución de la vida. Mecanicismo y finalidad.

«La existencia de que estamos mas seguros y que mejor conocemos es indiscutiblemente la nuestra, porque de todos los demás objetos tenemos nociones que pueden considerarse como exteriores y superficiales, en tanto que nosotros nos percibimos a nosotros mismos interiormente, profundamente. ¿Qué constatamos entonces? ¿Cual es, en este caso privilegiado, el sentido preciso de la palabra "existir"? Recordemos aquí, en dos palabras, las conclusiones de un trabajo anterior.
 Me doy cuenta primero de que paso de un estado a otro. Tenga calor o frío, esté alegre o esté triste, trabaje o no haga nada, miro a lo que me rodea o pienso en otra cosa. Sensaciones, sentimientos, voliciones, representaciones, he aquí las modificaciones entre las que se reparte mi existencia y que la colorean alternativamente. Cambio, pues, sin cesar. Pero con esto no digo bastante. El cambio es más radical de lo que en primer lugar se creería.
 Hablo, en efecto, de cada uno de mis estados como si formase un bloque. Digo ciertamente que cambio, pero el cambio me parece residir en el paso de un estado al siguiente: de cada estado, tomado aparte, deseo creer que permanece lo que es durante el tiempo que se produce. Sin embargo, un ligero esfuerzo de atención me revelaría que no hay afección, representación ni volición que no se modifique en todo momento; si un estado de alma cesase de variar, su duración cesaría de transcurrir. Tomemos el más estable de los estados internos, la percepción visual de un objeto exterior inmóvil. Aunque el objeto permanezca el mismo y yo lo mire del mismo lado, bajo el mismo ángulo, en el mismo día, la visión que tengo de él difiere de la que acabo de tener, pues se dará el caso de haber envejecido un instante. Mi memoria esta ahí, introduciendo algo de este pasado en este presente. Mi estado de alma, al avanzar en la ruta del tiempo, se infla continuamente con la duración que lo engrosa y hace, por decirlo así una bola de nieve consigo mismo. Con más razón ocurre así con los estados más profundamente interiores —sensaciones, afecciones, deseos, etc.—, que no se corresponden, como una simple percepción visual, con un objeto exterior invariable. Pero es fácil no prestar atención a este cambio ininterrumpido, y no notarlo más que cuando engrosa lo bastante para imprimir al cuerpo una nueva actitud, y a la atención una dirección nueva. En este momento preciso nos encontramos con que hemos cambiado de estado. La verdad es que cambiamos sin cesar y que el estado mismo es ya un cambio.
 Es decir que no hay diferencia esencial entre pasar de un estado a otro y persistir en el mismo estado. Si el estado que "permanece lo mismo" es más variado de lo que se cree, inversamente el paso de un estado a otro semeja más de lo que se imagina a un mismo estado que se prolonga; la transición es continua. Pero, precisamente porque cerramos los ojos a la incesante variación de cada estado psicológico, estamos obligados, cuando la variación llega a ser tan considerable que se impone a nuestra atención, a hablar como si un nuevo estado se hubiese yuxtapuesto al precedente. De este suponemos que permanece invariable a su vez, y así consecutiva e indefinidamente. La aparente discontinuidad de la vida psicológica estriba, pues, en que nuestra atención se fija sobre ella por una serie de actos discontinuos: donde no hay mas que una pendiente dulce, creemos percibir, siguiendo la línea rota de nuestros actos de atención, los peldaños de una escalera. Es verdad que nuestra vida psicológica esta llena de imprevistos. Surgen mil incidentes que parecen dar un tajo sobre lo que precede y no referirse ya a lo que les sigue. Pero la discontinuidad de sus apariciones se destaca sobre la continuidad de un fondo en el cual se dibujan y al que dan la sinfonía los golpes de tambor que suenan de cuando en cuando. Nuestra atención se fija en ellos porque le interesan más, pero cada uno de ellos es llevado por la masa fluida de nuestra existencia psicológica entera. Cada uno de ellos no es más que el punto mejor  iluminado de una zona móvil que comprende todo lo que sentimos, pensamos, queremos, todo lo que somos, en fin, en un momento dado. Es esta zona entera la que constituye, en realidad, nuestro estado. Ahora bien, de los estados así definidos puede decirse que no son elementos distintos. Se continúan unos a otros en un transcurso sin fin.
 Pero como nuestra atención los ha distinguido y separado artificialmente, esta obligada a reunirlos en seguida por un lazo artificial. Imagina así un yo amorfo, indiferente, inmutable, sobre el que desfilarían o se enhebrarían los estados psicológicos que ella ha erigido en entidades independientes. Donde hay una fluidez de matices fugaces que montan unos sobre otros, ella percibe colores vivos y, por decirlo así, sólidos, que se yuxtaponen como las perlas variadas de un collar: es forzoso suponer entonces un hilo, no menos sólido, que retendría conjuntamente las perlas. Pero si este sustrato incoloro es coloreado sin cesar por lo que le recubre, resulta para nosotros, en su indeterminación, como si no existiese. Ahora bien, no percibimos precis
amente más que lo coloreado, es decir, estados psicológicos. A decir verdad, este "sustrato" no es una realidad; es, para nuestra conciencia, un simple signo destinado a recordarle sin cesar el carácter artificial de la operación por la que la atención yuxtapone un estado a un estado, allí donde hay una continuidad que se desarrolla. Si nuestra existencia se compusiese de estados separados de los que un "yo" impasible tuviese que realizar la síntesis, no habría para nosotros duración. Porque un yo que no cambia no dura, y un estado psicológico que permanece idéntico a sí mismo, en tanto no es reemplazado por el estado siguiente, no dura ya. Por más que, desde entonces, se alineen estos estados unos al lado de otros sobre el "yo" que los sostiene, jamás estos sólidos enfilados sobre lo sólido producirán esa duración que transcurre. La verdad es que se obtiene así una imitación artificial de la vida interior, un equivalente estático que se prestara mejor a las exigencias de la lógica y del lenguaje, precisamente porque se habrá eliminado de él el tiempo real. Pero en cuanto a la vida psicológica, tal como ella se desarrolla en los símbolos que la recubren, se percibe sin dificultad que es su trama misma.
 No hay por lo demás trama más resistente ni más sustancial. Porque nuestra duración no es un instante que reemplaza a un instante: entonces, no habría nunca otra cosa que el presente, no habría prolongación del pasado en lo actual, ni evolución, ni duración concreta. La duración es el progreso continuo del pasado que corroe el porvenir y que se dilata al avanzar. Desde el momento en que el pasado aumenta sin cesar, se conserva también indefinidamente. La memoria, como hemos tratado de probar no es una facultad de clasificar recuerdos en el cajón de un armario o de inscribirlos en un registro. No hay registro ni cajón; no hay incluso aquí, hablando con propiedad, una facultad, porque una facultad se ejercita intermitentemente, cuando quiere o cuando puede, en tanto que el amontonamiento del pasado sobre el pasado se prosigue sin tregua. En realidad, el pasado se conserva por sí mismo, automáticamente. Todo entero, sin duda, nos sigue a cada instante: lo que hemos sentido, pensado, querido desde nuestra primera infancia, está ahí, pendiendo sobre el presente con el que va a unirse, ejerciendo presión contra la puerta de la conciencia que querría dejarlo fuera. El mecanismo cerebral esta hecho precisamente para hacer refluir su casi totalidad en lo inconsciente y para no introducir en la conciencia mas que lo que por naturaleza está destinado a iluminar la situación presente, a ayudar a la acción que se prepara, a dar, en fin, un trabajo útil. A lo más, recuerdos de lujo alcanzan a pasar de contrabando por la puerta entreabierta. Y ellos, mensajeros de lo inconsciente, nos advierten de lo que arrastramos detrás de nosotros sin saberlo. Pero incluso aunque no tuviésemos la idea distinta, sentiríamos vagamente que nuestro pasado nos permanece como presente. ¿Qué somos, en efecto, que es nuestro carácter, sino la condensación de la historia que hemos vivido a partir de nuestro nacimiento, antes incluso de nacer, ya que traemos con nosotros disposiciones prenatales? Sin duda, no pensamos más que con una pequeña parte de nuestro pasado; pero es con nuestro pasado entero, comprendida en el nuestra curvatura original del alma, con el que deseamos, queremos y actuamos. Nuestro pasado se manifiesta pues íntegramente a nosotros por su impulso y en forma de tendencia, aunque solamente una débil parte se convierta en representación.
 De esta supervivencia del pasado resulta la imposibilidad, para una conciencia, de atravesar dos veces el mismo estado. Aunque las circunstancias sean las mismas, ya no actúan sobre la misma persona, puesto que la toman en un nuevo momento de su historia. Nuestra personalidad, que se construye a cada momento con la experiencia acumulada, cambia sin cesar. Al cambiar, impide que un estado, aun idéntico a sí mismo en superficie, se repita en profundidad. Y por ello nuestra duración resulta irreversible. No podríamos revivir una parcela suya, porque seria preciso comenzar por borrar el recuerdo de todo lo que ha seguido. Podríamos, en rigor, borrar este recuerdo de nuestra inteligencia, pero no de nuestra voluntad. Así, nuestra personalidad se desarrolla, crece, madura incesantemente. Cada uno de sus momentos es algo nuevo que se añade a lo anterior. Vayamos más lejos: no se trata solamente de algo nuevo, sino de algo imprevisible. Sin duda, mi estado actual se explica por lo que había en mí y por lo que actuaba sobre mí hace un poco.»
            
   [El texto pertenece a la edición en español de Editorial Aguilar, 1963, en traducción de José Antonio Míguez.]


lunes, 28 de octubre de 2019

En lugar seguro.- Wallace Stegner (1909-1993)

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Tercera parte
1

«-Morir es un acontecimiento importante -dijo-. No lo puedes ensayar. Lo único que puedes hacer es tratar de prepararte y de preparar a otros. Puedes tratar de hacerlo correctamente. En cierto modo, el cáncer es una bendición porque generalmente te concede un poquito de tiempo. 
 Entonces Sid alzó la mirada. Tenía en los ojos un fuego como si la odiase, y fue poniendo una mano sobre la otra mano como en una parodia de aplauso.
 -¡Oh, maravilloso! -dijo-. El cáncer es una bendición. Te da ese tiempo precioso. Y fíjate, sin él, simplemente no tendríamos todas esas investigaciones tan útiles sobre el cáncer. ¡Por Dios santo, cariño, parece que has estado leyendo una de esas novelas que se despiden de la vida en un moribundo otoño de dulce abandono! Yo también he hablado con los médicos. Son los primeros que te dicen que la actitud del paciente es lo que marca las mayores diferencias. Tienen toda clase de casos de personas que sobrevivieron simplemente porque se negaron a rendirse y morir. Justo lo que tú has defendido toda tu vida. Y ahora, cuando la que está en la línea de salida es tu vida, tú... Tienes una oportunidad. Aunque no sea más que del diez por ciento, incluso del cinco, ¿por qué no probar? ¿Tan cansada estás de vivir? ¿Tan cansada estás de nosotros?
 Se miraron el uno al otro largo rato. Finalmente, Charity movió la cabeza.
 -Tú no querrías ese cinco o diez por ciento que puedan salvar. Ni yo tampoco.
 Sid apartó la mirada bruscamente y sus ojos se cruzaron con los míos en el reflejo de la luna del ventanal con un encontronazo que fue como darse contra una puerta. Los suyos se contrajeron y alejaron una fracción de segundo antes que los míos. Apiadada pero inexorable, Charity continuaba estudiándolo y Sally, con sus firmes zapatos afianzados con firmeza en el travesaño de la silla, no apartaba sus grandes ojos del rostro de Charity. Nadie decía nada. Yo pensaba que aquella era una Charity que no conocía. ¿O sí? Pero no había acabado de hablar.
 -No hay nada de literatura decente sobre cómo morir. Debería de haberla, pero no la hay. Sólo un montón de galimatías religiosos sobre reunirse con Dios y un montón de palabrería biológica sobre el retorno de tus elementos químicos a la tierra. Lo de la biología está bien, pero no dice nada de todo eso de lo que habla la religión, del esencial, de la parte consciente de ti misma, y no te explica nada de cómo hacer la transición del ser al no ser. Dicen que hay un momento, cuando la muerte es segura y está cerca, en que pierdes el miedo. He leído que todas las muertes, al final, son apacibles. Hasta parece ser que un antílope cazado por un león o un guepardo no lucha al final. Imagino que se produce una descarga fuerte de algún sedante químico, igual que la descarga de adrenalina que le impulsa a salir corriendo cuando tiene miedo. Bueno, lo de la descarga sirve para las muertes rápidas. El problema es conseguir que esa misma resignación dure todos los meses o semanas de una muerte lenta, cuando todo resulta igual de cierto pero no se puede resolver con algún tipo de inyección natural. He hablado mucho de esto con el oncólogo. Él trata con la muerte cada día, el setenta y cinco por ciento de sus pacientes se mueren. Pero no sabe decirme cómo he de hacerlo, ni darme referencias de literatura médica que me sirvan de ayuda. La literatura médica es todo estadísticas. Así que tengo que buscármelo por mis propios medios.
 Confusos y atentos, sentados en torno a ella, pensábamos más cosas de las que estábamos dispuestos a decir. Al final, Sally se arriesgó.
 -¡Pero puede ser que estés equivocada, Charity! Y si no estás absolutamente segura...
 -Estoy segura -dijo Charity-. ¡Vaya si estoy segura! Es una de las pocas cosas de las que estoy bien segura. La otra es el dolor. Si hay dolor, puedo dominarlo. La mayor parte del dolor es mental, de todas formas.
 Sid se removió en su silla y apretó los labios. Mirándolo con una expresión que solamente puedo definir como compasión dura, Charity continuó.
 -Lo que hace daño es el miedo al cáncer y hay una biblioteca entera de medicina paliativa para ayudarnos en eso. Sólo tenemos que aprender a
 vencer el pánico. Y entonces podemos alejar el dolor meditando, o sencillamente ignorándolo.
 ¿Qué podría decir eso a nadie?
 -Otra cosa más de la que estoy segura es de lo afortunada que soy -dijo Charity, y sonrió a todo el círculo de los que la escuchábamos atentamente con orgullo y satisfacción propia-. No tengo que hacer todo esto yo sola. Estoy rodeada de gente y de amor y hago cuanto puedo por enseñar lo que yo misma trato de aprender: a no tener miedo, a no resistirse, a no afligirse.
 Se ensanchó su sonrisa, ahora dirigida sólo a Sid; su cara adquirió una expresión admonitoria y pícara a la vez.
 -Es tan natural como nacer -continuó-, e incluso aunque dejemos de ser los individuos que una vez fuimos, existe la inmortalidad de las moléculas orgánicas, que es algo totalmente cierto. ¿No os parece un consuelo maravilloso? A mí sí. Pensar que vamos a formar parte de la hierba y de los árboles y los animales, que seguiremos aquí mismo, en el sitio que tanto amábamos mientras estábamos vivos. La gente nos beberá en su vaso de leche por la mañana, y nos echará encima de sus tortitas del desayuno con el jarabe de arce. Así que opino que hemos de estar agradecidos y ser felices y aprovechar cuanto podamos. He tenido una vida maravillosa, me ha encantado cada uno de sus minutos.
 Se interrumpió. Nos fue mirando a todos; el último, Sid. En sus labios colgaba una sonrisa melancólica, interrogativa, implorante, una sonrisa que vacilaba o se mantenía al compás con que la expresión de su rostro se mantenía o vacilaba. Cualquier hombre se sentiría convulsionado si una mujer lo mirara de ese modo. Sid lo estaba.
 -He tenido al hombre que amé -dijo muy bajito-. Nunca lo perdí, como les pasa a tantas otras mujeres. He tenido hijos inteligentes y guapos. He tenido amigos muy queridos. Y puede que no os lo creáis, pero éste ha sido el verano más feliz de mi vida.
 Otra vez, ninguno de nosotros encontró nada que decir.»

  [El texto pertenece a la edición en español de Libros del Asteroide, 2008, en traducción de Fernando González. ISBN: 978-84-936597-1-4.]

domingo, 27 de octubre de 2019

Hijos de las nubes.- Sophie Caratini (1948)

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La adopción
 Nuevo encuentro con los saharauis

«-¿Cómo te llamas?
 -Safía.
 -¿De dónde vienes, qué vienes a hacer a Zuerat?
 Cuento de nuevo mi itinerario. Mis interlocutores parecen apreciar mi franqueza, pero bajan la cabeza, desconcertados. ¿Están decepcionados por lo limitado de mis capacidades? Es posible. En todo caso, su portavoz (¿es el líder, el mayor, el mejor intérprete?) comienza a exponerme la situación del Sáhara Occidental:
 -Nuestro país ha sido progresivamente cercado por las fuerzas coloniales francesas de Mauritania, Argelia y Marruecos. Cuando los españoles llegaron a las costas del Sáhara, hacia 1900-1905, negociaron al principio, con los nómadas, una especie de contrato de alquiler sobre algunos puntos de la costa. A continuación se instalaron en la costa a cambio de un alquiler que los habitantes consideraron como un tributo. Crearon mercados y favorecieron el comercio, sobre todo el de armas. Cuando las tribus del conjunto de Sáhara se unieron para resistir el avance francés, que amenazaba el sur, y luego el norte, los españoles se comportaron en apariencia como auténticos aliados: hasta 1934 prohibieron a los franceses y a sus tropas franquear la frontera y nuestro territorio se convirtió en un refugio para todos los resistentes. Allí encontraban fusiles, mercancías, comida y era un punto de reagrupamiento. Pero cuando los franceses ocuparon el conjunto del Sáhara argelino, todo Marruecos y toda Mauritania, España empezó, por su lado, a conquistar el interior de las tierras del Sáhara, y los habitantes descubrieron que habían sido engañados. El poder impulsó una política paternalista. Al principio, era casi imperceptible, pero después se dieron cuenta de que estaban colonizando todo el país. Distribuyeron mucho dinero para comprar a los notables y los nómadas terminaron convirtiéndose en asistidos. Entonces acabaron perdiendo poco a poco su territorio y el control de su economía. Habían sido neutralizados, pero no se habían sometido. La prueba es que en 1956, cuando Marruecos alcanzó la independencia, quisieron aliarse con los elementos más determinados del Ejército de Liberación marroquí, que pretendían expulsar a los cristianos de los territorios españoles y de Mauritania. Pero esto no funcionó entre ellos, pues los marroquíes querían dirigirlo todo. A continuación, los otros se pusieron de acuerdo para arrinconarlos: franceses, españoles y hasta el sultán de Marruecos. En febrero de 1958, organizaron una operación militar para aplastar cruentamente la resistencia de los habitantes. La llamaron Operación escobillón. A continuación los países del Magreb y de África Occidental obtuvieron la independencia: Marruecos, Túnez, Mauritania, Senegal, Mali y Argelia, todos. Menos el Sáhara español. Claro que España hizo todo lo posible para no llamar la atención, porque había descubierto fosfatos en Seguia al Hamra. Para conformar a los saharauis, gastó aún más dinero. Halagaron a los notables, les concedieron un simulacro de participación en el gobierno y les pagaron generosamente. Enviaron a sus hijos a la Universidad de Madrid, y otros fueron a estudiar a las universidades árabes de los países del Magreb: en Rabat, Argel y Túnez. Casi todos volvieron con la intención de luchar por la independencia. Pero la negociación no era posible. Los españoles no querían escuchar y además los jóvenes no podían tomar la palabra en las reuniones de los notables. Entonces crearon el Frente Polisario, que declaró la lucha armada el 20 de mayo de 1973. Queremos construir una sociedad justa e igualitaria. Nuestras tradiciones prueban que somos capaces de ello. Los habitantes del desierto siempre practicaron la solidaridad, la ayuda mutua y el sentido del honor. Entre nosotros no hay clases explotadoras ni reyes ni emires. Queremos recuperar el concepto de propiedad compartida de la antigua sociedad nómada. Somos un pueblo libre y orgulloso y en nosotros tenemos con qué construir una sociedad moderna mucho más democrática que la vuestra. El rey Hassán II no quiere apoyarnos: tiene la desvergüenza de proclamar que el Sáhara Occidental y toda Mauritania le pertenecen y que el Marruecos histórico se extiende desde el Mediterráneo hasta las orillas del río Senegal. Todo el mundo sabe que eso no es verdad. Ahora, toda la población saharaui se enfrenta a las autoridades españolas. Al principio sólo se trataba de manifestaciones pacíficas que reivindicaban la justicia social. Pero los soldados dispararon sobre la muchedumbre. Esa es la razón de que el movimiento se haya convertido en lucha armada. Ahora nos preocupa mucho el papel que quieren que desempeñe el Tribunal Internacional de Justicia de La Haya, pues todo el mundo está contra nosotros. Por eso estamos documentándonos sobre la historia de la región. Tenemos que conseguir todos los libros, documentos o simples informaciones que nos permitan estudiar en profundidad la cuestión. En este sentido, tu proyecto de investigación sobre la historia y las tradiciones de los erguibat nos interesa mucho. ¿Sabes?, los erguibat sólo son una parte de la población del Sáhara. No debes limitarte al estudio de esta única tribu, que no es ni más ni menos importante que las otras.
 El joven habló largo rato en medio de un silencio atento. Sus compañeros lo escucharon muy concentrados, subrayando su discurso con miradas y gestos dirigidos hacia mí, como si quisieran hacerme sentir físicamente la intensidad de su aprobación y que yo la compartiera. Pues en realidad fue un discurso. Un discurso casi oficial pese a las circunstancias de la clandestinidad: yo soy a sus ojos un representante del mundo occidental. Las últimas frases fueron pronunciadas con fuerza y no se me escapó la llamada en ellas implícita. Me están dirigiendo un ruego, cuyo alcance y contenido no consigo adivinar. Ante tanto patetismo, mi respuesta resulta completamente anodina:
 -Es necesario que comience por algo. Si no me limito a un grupo, corro el riesgo de dispersarme. Además, me parece que los erguibat, al menos por lo que he aprendido hasta ahora, viven de manera muy semejante a la de los demás. Su estudio puede servir de ejemplo, es una primera aproximación.»

  [El texto pertenece a la edición en español de Ediciones del Oriente y del Mediterráneo, 2008, en traducción de Juan Vivanco Gefaell. ISBN: 978-84-96327-44-3.]

sábado, 26 de octubre de 2019

La decadencia de Nerón Golden.- Salman Rushdie (1947)


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I
11.-Monólogo de V. Arsénieva sobre el amor y la necesidad

«Por favor. No necesito que nadie se compadezca de mis orígenes humildes. Solamente quienes no han sido nunca pobres piensan que la pobreza tiene algo digno de compasión y la única respuesta a ese punto de vista es el desprecio. No pienso detenerme lo bastante como para descubrir las penurias de mi familia, aunque fueron muy variadas. Estaba la cuestión de la comida y la cuestión de la ropa y la cuestión de protegerse del frío pero por alguna razón nadie cuestionó nunca la necesidad de que hubiera bebida suficiente para mi padre o quizá debería decir más que suficiente. Cuando yo era niña nos mudamos a la ciudad de Norilsk, cerca del gulag de Norillag, que por supuesto cerró hace unos sesenta años, pero dejó tras de sí la ciudad que originalmente habían construido los prisioneros. A los doce años me enteré de que la ciudad estaba prohibida para los no rusos y por tanto tampoco era fácil marcharse de ella. De forma que entiendo la opresión comunista y también la opresión no comunista de después, pero no me interesa hablar del tema. Y tampoco del alcoholismo de mi padre. La pobreza es una condición asquerosa y no conseguir salir de ella también es asqueroso. Por suerte se me dan de maravilla las cosas tanto físicas como mentales y así es como he podido venir a América, y doy gracias por ello, pero también sé que mi presencia aquí es fruto de mi propio esfuerzo, de forma que en realidad no tengo que dar gracias a nadie. En este sitio dejo atrás el pasado y soy yo misma, con esta ropa, ahora. El pasado es una maleta de cartón rota y llena de fotografías de cosas que ya no quiero ver. De los abusos sexuales tampoco quiero hablar, aunque también ocurrieron. Hubo un tío mío y después de que mis padres se divorciaran también hubo un novio de mi madre. Cierro la maleta. Si le mando dinero a mi madre desde aquí es para decirle: por favor, mantén cerrada la maleta. Ahora también están las facturas del hospital de mi padre, que tiene cáncer. Les mando dinero pero no tengo relación con ellos. Caso cerrado. Doy gracias a Dios por ser hermosa porque eso me permite dejar la fealdad fuera de mi vida. Vivo concentrada en el futuro, cien por cien. Vivo concentrada en el amor.
 Los cínicos dicen que eso que la gente llama amor no es más que necesidad. Y eso que la gente llama eternidad, dicen los cínicos sin amor, no es más que un alquiler. Yo estoy por encima de esas consideraciones tan bajas. Yo creo en mi buen corazón y en su capacidad para ofrecer un gran amor. La necesidad existe, está claro, pero hay que satisfacerla, es una condición previa sin la cual no puede nacer el amor. Para que pueda crecer la planta hay que regar la tierra. Cuando estás con un gran hombre tienes que adaptarte a su grandeza y él a su vez se mostrará magnífico en su amabilidad y llegaréis a un acuerdo y esto es normal; es, por así decirlo, como regar la tierra. Soy una persona práctica, de manera que sé que primero hay que construir la casa para poder vivir en ella. Primero construye una casa sólida y así podrás tener una vida feliz en ella, para siempre. Es mi forma de hacer las cosas. Sé que sus hijos me tienen miedo. Tal vez tengan miedo por su padre o tal vez por ellos mismos, pero en cualquier caso solamente están pensando en la casa y no en la vida de dentro. No están pensando en el amor. La casa que yo estoy construyendo es la casa del amor. Ellos deberían entender esto, pero aunque no lo entiendan yo voy a seguir con las obras de construcción. Sí, ellos lo llaman la Casa Dorada, pero ¿qué significa eso si no hay amor en todas las habitaciones, en todos los rincones de cada habitación? Es el amor lo que es dorado, no el dinero. Nunca han necesitado nada, esos hijos, ¿qué les ha faltado en la vida? Viven dentro de un conjuro mágico. Se engañan completamente a sí mismos. Dicen que aman a su padre, pero confunden la necesidad con el amor. Lo necesitan, sí. Pero ¿lo aman? Voy a tener que ver más pruebas antes de poder responder. Él debería tener amor en su vida mientras pueda.
 El hijo que estudia con una bruja debería entenderlo: su padre es el brujo de su vida. El hijo que sale con esa chica extraña debería entenderlo: su padre es su identidad. El hijo que tiene la mente rota debería entenderlo: su padre es su ángel.
 Lo que les preocupa es la herencia. Pero tienen que entender tres cosas. En primer lugar: ¿acaso está bien que, después de darle yo mi amor a ese hombre, ellos me pongan de patas en la calle? Claro que no; por tanto, hay que hacer arreglos, está claro. En segundo lugar, yo he firmado el acuerdo sobre nuestra relación que él me dio para firmar, tal como él quería, sin discutir: he ahí mi confianza, he ahí mi fe basada en el amor. De forma que están todos protegidos y no tienen nada que temer de mí. En tercer lugar, lo que ellos temen más es que les llegue otro hermano o hermana. Tienen miedo de mi útero. Tienen miedo del deseo de ser llenado que pueda tener mi útero. Ni siquiera saben si su padre todavía es capaz de engendrar, pero aun así tienen miedo. Ante esto, me encojo de hombros. Tienen que entender que soy una persona provista de una gran autodisciplina. Soy la general de mí misma y mi cuerpo es el soldado raso que obedece las órdenes del general. En este caso, entiendo lo que ha dicho ese hombre al que amo. Ha hablado con claridad. A su edad no está preparado para volver a los inicios de la paternidad, para tener un bebé, con sus chillidos y su mierda, para tener un hijo a quien no conocerá de adulto. Eso ha dicho. Es una de las cláusulas del acuerdo que he firmado. He firmado que no habrá ningún bebé. Son las instrucciones que le he dado a mi cuerpo y a mi útero. No habrá bebé con ese hombre al que amo. Nuestro amor es el bebé y es un bebé que ya ha nacido y al que ya estamos cuidando. Es lo que él desea y por tanto yo también, su deseo es también el mío. Así es el amor. Así es como triunfa el amor sobre la necesidad. Esos hijos tan llenos de necesidades tienen que aprender a amar de su padre, y de mí.»

   [El texto pertenece a la edición en español de Editorial Planeta, 2017, en traducción de Javier Calvo. ISBN: 978-84-322-3305-0.]

viernes, 25 de octubre de 2019

El sí de las niñas.- Leandro Fernández de Moratín (1760-1828)

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Acto primero.
Escena IV
(Doña Irene, Don Diego)

«Doña Irene: Es muy gitana y muy mona, mucho.
  Don Diego: Tiene un donaire natural que arrebata.
 Doña Irene: ¿Qué quiere usted? Criada sin artificio ni embelecos de mundo, contenta de verse otra vez al lado de su madre, y mucho más de considerar tan inmediata su colocación, no es maravilla que cuanto hace y dice sea una gracia, y máxime a los ojos de usted, que tanto se ha empeñado en favorecerla. 
 Don Diego: Quisiera sólo que se explicase libremente acerca de nuestra proyectada unión y...
 Doña Irene: Oiría usted lo mismo que le he dicho ya.
 Don Diego: Sí, no lo dudo; pero el saber que la merezco alguna inclinación, oyéndoselo decir con aquella boquilla tan graciosa que tiene, sería para mí una satisfacción imponderable.
 Doña Irene: No tenga usted sobre ese particular la más leve desconfianza; pero hágase usted cargo de que a una niña no la es lícito decir con ingenuidad lo que siente. Mal parecería, señor don Diego, que una doncella de vergüenza y criada como Dios manda, se atreviese a decirle a un hombre: yo le quiero a usted.
 Don Diego: Bien; si fuese un hombre a quien hallara por casualidad en la calle y le espetara ese favor de buenas a primeras, cierto que la doncella haría muy mal; pero a un hombre con quien ha de casarse dentro de pocos días, ya pudiera decirle alguna cosa que...Además, que hay ciertos modos de explicarse...
 Doña Irene: Conmigo usa de más franqueza. A cada instante hablamos de usted y en todo manifiesta el particular cariño que a usted le tiene... ¡Con qué juicio hablaba ayer noche, después que usted se fue a recoger! No sé lo que hubiera dado porque hubiese podido oírla.
 Don Diego: ¿Y qué? ¿Hablaba de mí?
 Doña Irene: Y qué bien piensa acerca de lo preferible que es para una criatura de sus años un marido de cierta edad, experimentado, maduro y de conducta...
 Don Diego: ¿Eso decía?
 Doña Irene: No; esto se lo decía yo y me escuchaba con una atención como si fuera una mujer de cuarenta años, lo mismo... ¡Buenas cosas la dije! Y ella, que tiene mucha penetración, aunque me esté mal el decirlo... ¿Pues no da lástima, señor, el ver cómo se hacen los matrimonios hoy en el día? Casan a una muchacha de quince años con un arrapiezo de dieciocho, a una de diecisiete con otro de veintidós: ella niña, sin juicio ni experiencia, y él niño también, sin asomo de cordura ni conocimiento de lo que es el mundo. Pues, señor (que es lo que yo digo), ¿quién ha de gobernar la casa? ¿Quién ha de mandar a los criados? ¿Quién ha de enseñar y corregir a los hijos? Porque sucede también que estos atolondrados de chicos suelen plagarse de criaturas en un instante, que da compasión.
 Don Diego: Cierto que es un dolor el ver rodeados de hijos a muchos que carecen del talento, de la experiencia y de la virtud que son necesarias para dirigir su educación.
 Doña Irene: Lo que sé decirle a usted es que aún no había cumplido los diecinueve cuando me casé de primeras nupcias con mi difunto Don Epifanio, que esté en el cielo. Y era un hombre que, mejorando lo presente, no es posible hallarle de más respeto, más caballeroso... Y al mismo tiempo más divertido y decidor. Pues, para servir a usted, ya tenía los cincuenta y seis, muy largos de talle, cuando se casó conmigo.
 Don Diego: Buena edad... No era un niño; pero...
 Doña Irene: Pues a eso voy... Ni a mí podía convenirme en aquel entonces un boquirrubio con los cascos a la jineta... No señor... Y no es decir tampoco que estuviese achacoso ni quebrantado de salud, nada de eso. Sanito estaba, gracias a Dios, como una manzana; ni en su vida conoció otro mal, sino una especie de alferecía que le amagaba de cuando en cuando. Pero luego que nos casamos, dio en darle tan a menudo y tan de recio, que a los siete meses me hallé viuda y encinta de una criatura que nació después, y al cabo y al fin se me murió de alfombrilla.
 Don Diego: ¡Oiga!... Mire usted si dejó sucesión el bueno de Don Epifanio.
 Doña Irene: Sí señor; ¿pues por qué no?
 Don Diego: Lo digo porque luego saltan con... Bien que si uno hubiera de hacer caso... ¿Y fue niño, o niña?
 Doña Irene: Un niño muy hermoso. Como una plata era el angelito.
 Don Diego: Cierto que es consuelo tener, así, una criatura y...
 Doña Irene: ¡Ay, señor! Dan malos ratos, pero ¿qué importa? Es mucho gusto, mucho.
 Don Diego: Ya lo creo.
 Doña Irene: Sí señor.
 Don Diego: Ya se ve que será una delicia y...
 Doña Irene: ¿Pues no ha de ser?
 Don Diego: ...un embeleso el verlos juguetear y reír y acariciarlos y merecer sus fiestecillas inocentes.
 Doña Irene: ¡Hijos de mi vida! Veintidós he tenido en los tres matrimonios que llevo hasta ahora, de los cuales sólo esta niña me ha venido a quedar; pero le aseguro a usted que...»

     [El texto pertenece a la edición en español de Editorial Castalia, 1978, en edición de J. Dowling y R. Andioc. ISBN: 84-7039-057-0.]

jueves, 24 de octubre de 2019

Martín Rivas.- Alberto Blest Gana (1830-1920)

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XVI

«Con el atentado del 19 contra la Sociedad de la Igualdad la política ocupaba la atención de todas las tertulias, en las que se sucedían las más acaloradas discusiones.
 Así acontecía en casa de don Dámaso Encina, en donde se encontraban reunidas las personas que de costumbre frecuentaban la tertulia. Era la noche del 21 de agosto y la conversación rodaba sobre los rumores propalados desde la víspera sobre que Santiago sería declarado en estado de sitio.
 -El Gobierno debía tomar esta medida cuanto antes -dijo don Fidel Elías, el padre de Matilde.
 -Sería una ridiculez -replicó su mujer.
 -Francisca -contestó exaltado don Fidel-, ¿hasta cuándo te repetiré, hija, que las mujeres no entienden de política?
 -Me parece que la de Chile no es tan oscura para que no pueda entenderla -replicó la señora.
 -Vea, comadre -le dijo don Simón, que era padrino de Matilde-, mi compadre tiene razón: usted no puede entender lo que es estado de sitio, porque es necesario para eso haber estudiado la Constitución.
 Este caballero, considerado como un hombre de capacidad en la familia, por lo dogmático de sus frases y la elocuencia de su silencio, decidía en general sobre las discusiones frecuentes que doña Francisca trababa con su marido.
 -Por supuesto -repuso don Fidel-, y la Constitución es la carta fundamental, de modo que sin ella no puede haber razón de fundamento.
 Don Dámaso, mientras tanto, no se atrevía a salir en defensa de su hermana porque sus amigos le habían hecho inclinarse al Gobierno con el temor de una revolución.
 -Tú podías defenderme -le dijo doña Francisca-; ¡ah!, bien dice Jorge Sand que la mujer es una esclava.
 -Pero, hija, si hay temor de revolución, yo creo que sería prudente...
 -Don Jorge Sand puede decir lo que le parezca -repuso don Fidel, consultando la aprobación de su compadre-; pero lo cierto del caso es que, sin estado de sitio, los liberales se nos vienen encima. ¿No es así, compadre?
 -Parece, por lo que ustedes les temen -exclamó doña Francisca-, que esos pobres liberales fueran como los bárbaros del Norte de la Edad Media.
 -Peores son que las siete plagas de Egipto -dijo con tono doctoral don Simón.
 -Yo no sé a la verdad lo que temería más -exclamó don Fidel-, si a los liberales o a los bárbaros araucanos, porque la Francisca se está equivocando cuando dice que son del Norte.
 -He dicho que son los bárbaros de la Edad Media -replicó la señora, enfadada con la petulante ignorancia de su marido.
 -No, no -dijo don Fidel-, yo no hablo de edades, y entre los araucanos habrá viejos y niños como entre los liberales; pero todos son buenos pillos; y si yo fuese Gobierno les plantaría el estado de sitio.
 -El estado de sitio es la base de la tranquilidad doméstica, amigo don Dámaso -dijo don Simón, viendo que el dueño de casa no se decidía francamente.
 -Eso sí, yo estoy por los gobiernos que nos aseguren la tranquilidad -dijo don Dámaso.
 -Pero, señor -exclamó Clemente Valencia, mordiendo su bastón de puño dorado-, nos quieren dar la tranquilidad a palos.
 -A golpes de bastones -dijo Agustín.
 -Así debe ser -replicó Emilio Mendoza que, como dijimos, pertenecía a los autoritarios-: es preciso que el Gobierno se muestre enérgico.
 -Y si no, mañana atropellan la Constitución -dijo don Fidel.
 -Pero yo creo que la Constitución no habla de palos -observó doña Francisca, que no podía resistir a la tentación de replicar a su marido.
 -¡Mujer, mujer! -exclamó don Fidel-: ya te he dicho que...
 -Pero, compadre -dijo don Simón interrumpiéndole-, la Constitución tiene sus leyes suplementarias, y una de ellas es la ordenanza militar, y la ordenanza habla de palos.
 -¿No ves? ¡Qué te decía yo? -repuso don Fidel-; ¿has leído la ordenanza?
 -Pero la ordenanza es para los militares -objetó doña Francisca.
 -Todo conato de oposición a la autoridad -dijo en tono dogmático don Simón- debe ser considerado como delito militar; porque para resistir a la autoridad tienen necesidad de armas, y en este caso los que resisten están constituidos en militares.
 -¿No ves? -dijo don Fidel, pasmado con la lógica de su compadre.
 Doña Francisca se volvió hacia doña Engracia, que acariciaba a Diamela.
 -Disputar con estos políticos es para acalorarse no más -la dijo.
 -Así es, hija, ya están principiando los calores -contestó doña Engracia que, como antes dijimos, padecía de sofocaciones.
 -Digo que estas disputas acaloran -replicó doña Francisca, maldiciendo en su interior contra la estupidez de su cuñada.
 -Y yo, pues, hija -añadió ésta-, que sin disputar paso el día con la cabeza caliente y los pies como nieve.
 Doña Francisca se puso, para calmarse, a hojear el álbum de Leonor.»

   [El texto pertenece a la edición en español de Ediciones Cátedra, 1993. ISBN: 84-376-0315-3.]