jueves, 24 de octubre de 2019

Martín Rivas.- Alberto Blest Gana (1830-1920)

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XVI

«Con el atentado del 19 contra la Sociedad de la Igualdad la política ocupaba la atención de todas las tertulias, en las que se sucedían las más acaloradas discusiones.
 Así acontecía en casa de don Dámaso Encina, en donde se encontraban reunidas las personas que de costumbre frecuentaban la tertulia. Era la noche del 21 de agosto y la conversación rodaba sobre los rumores propalados desde la víspera sobre que Santiago sería declarado en estado de sitio.
 -El Gobierno debía tomar esta medida cuanto antes -dijo don Fidel Elías, el padre de Matilde.
 -Sería una ridiculez -replicó su mujer.
 -Francisca -contestó exaltado don Fidel-, ¿hasta cuándo te repetiré, hija, que las mujeres no entienden de política?
 -Me parece que la de Chile no es tan oscura para que no pueda entenderla -replicó la señora.
 -Vea, comadre -le dijo don Simón, que era padrino de Matilde-, mi compadre tiene razón: usted no puede entender lo que es estado de sitio, porque es necesario para eso haber estudiado la Constitución.
 Este caballero, considerado como un hombre de capacidad en la familia, por lo dogmático de sus frases y la elocuencia de su silencio, decidía en general sobre las discusiones frecuentes que doña Francisca trababa con su marido.
 -Por supuesto -repuso don Fidel-, y la Constitución es la carta fundamental, de modo que sin ella no puede haber razón de fundamento.
 Don Dámaso, mientras tanto, no se atrevía a salir en defensa de su hermana porque sus amigos le habían hecho inclinarse al Gobierno con el temor de una revolución.
 -Tú podías defenderme -le dijo doña Francisca-; ¡ah!, bien dice Jorge Sand que la mujer es una esclava.
 -Pero, hija, si hay temor de revolución, yo creo que sería prudente...
 -Don Jorge Sand puede decir lo que le parezca -repuso don Fidel, consultando la aprobación de su compadre-; pero lo cierto del caso es que, sin estado de sitio, los liberales se nos vienen encima. ¿No es así, compadre?
 -Parece, por lo que ustedes les temen -exclamó doña Francisca-, que esos pobres liberales fueran como los bárbaros del Norte de la Edad Media.
 -Peores son que las siete plagas de Egipto -dijo con tono doctoral don Simón.
 -Yo no sé a la verdad lo que temería más -exclamó don Fidel-, si a los liberales o a los bárbaros araucanos, porque la Francisca se está equivocando cuando dice que son del Norte.
 -He dicho que son los bárbaros de la Edad Media -replicó la señora, enfadada con la petulante ignorancia de su marido.
 -No, no -dijo don Fidel-, yo no hablo de edades, y entre los araucanos habrá viejos y niños como entre los liberales; pero todos son buenos pillos; y si yo fuese Gobierno les plantaría el estado de sitio.
 -El estado de sitio es la base de la tranquilidad doméstica, amigo don Dámaso -dijo don Simón, viendo que el dueño de casa no se decidía francamente.
 -Eso sí, yo estoy por los gobiernos que nos aseguren la tranquilidad -dijo don Dámaso.
 -Pero, señor -exclamó Clemente Valencia, mordiendo su bastón de puño dorado-, nos quieren dar la tranquilidad a palos.
 -A golpes de bastones -dijo Agustín.
 -Así debe ser -replicó Emilio Mendoza que, como dijimos, pertenecía a los autoritarios-: es preciso que el Gobierno se muestre enérgico.
 -Y si no, mañana atropellan la Constitución -dijo don Fidel.
 -Pero yo creo que la Constitución no habla de palos -observó doña Francisca, que no podía resistir a la tentación de replicar a su marido.
 -¡Mujer, mujer! -exclamó don Fidel-: ya te he dicho que...
 -Pero, compadre -dijo don Simón interrumpiéndole-, la Constitución tiene sus leyes suplementarias, y una de ellas es la ordenanza militar, y la ordenanza habla de palos.
 -¿No ves? ¡Qué te decía yo? -repuso don Fidel-; ¿has leído la ordenanza?
 -Pero la ordenanza es para los militares -objetó doña Francisca.
 -Todo conato de oposición a la autoridad -dijo en tono dogmático don Simón- debe ser considerado como delito militar; porque para resistir a la autoridad tienen necesidad de armas, y en este caso los que resisten están constituidos en militares.
 -¿No ves? -dijo don Fidel, pasmado con la lógica de su compadre.
 Doña Francisca se volvió hacia doña Engracia, que acariciaba a Diamela.
 -Disputar con estos políticos es para acalorarse no más -la dijo.
 -Así es, hija, ya están principiando los calores -contestó doña Engracia que, como antes dijimos, padecía de sofocaciones.
 -Digo que estas disputas acaloran -replicó doña Francisca, maldiciendo en su interior contra la estupidez de su cuñada.
 -Y yo, pues, hija -añadió ésta-, que sin disputar paso el día con la cabeza caliente y los pies como nieve.
 Doña Francisca se puso, para calmarse, a hojear el álbum de Leonor.»

   [El texto pertenece a la edición en español de Ediciones Cátedra, 1993. ISBN: 84-376-0315-3.]

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