Parte I: Principios
Capítulo I: Introducción
«La traducción tiene su propia emoción, su propio interés. Y siempre será posible una traducción satisfactoria, aunque un buen traductor no está nunca contento con su versión. Por lo general, siempre se puede mejorar. No existe una traducción perfecta, ideal o "correcta". Un traductor siempre está ampliando sus conocimientos y mejorando su manera de expresarse; está siempre persiguiendo hechos y palabras. Y trabaja en cuatro niveles diferentes: la traducción es, antes que nada, una ciencia que implica el conocimiento y verificación de los hechos y del lenguaje que los describe (aquí se puede identificar lo incorrecto, los errores contra la verdad); es, en segundo lugar, una técnica que requiere un lenguaje apropiado y aceptable; luego, es un arte que distingue entre lo que está bien escrito y lo mediocre (éste sería el nivel creativo, intuitivo, a veces el de la inspiración); y finalmente es cuestión de gustos, donde no tienen nada que hacer los argumentos, donde se expresan las preferencias, donde las diferencias individuales se reflejan en la variedad de traducciones meritorias.
Aunque admito que sólo hay unos cuantos traductores buenos que sean "naturales" -lo mismo se podría decir de los actores-, me atrevo a sugerir que, como la demanda real de traductores es tan grande y el tema está todavía tan encubierto con argumentos inútiles acerca de su viabilidad, un curso basado en una amplia gama de textos y ejemplos sería de gran provecho para estudiantes de traducción y aspirantes a traductores. Este libro, que pretende ser útil -no esencial-, lo que intenta es establecer un marco de referencia para una actividad que sirve de medio de comunicación, de transmisor de cultura, de técnica -si se usa con discreción hay muchas otras- de aprendizaje de idiomas y de fuente de goce personal.
Como medio de comunicación, la traducción se usa en carteles y letreros multilingües, que por fin aparecen de forma más clara en sitios públicos; en instrucciones que emiten las empresas de exportación; en anuncios que con demasiada frecuencia y por una cuestión de orgullo nacional están hechos por nativos en una lengua que no es la suya; se usa, además, en documentos oficiales, tales como tratados y contratos; en informes, trabajos de investigación, artículos, correspondencia, manuales que transmiten información, consejos y recomendaciones para cada rama del saber. El volumen de estas traducciones ha aumentado con el auge de los medios de comunicación, el incremento del número de países independientes y el reconocimiento cada vez mayor de la importancia de las minorías lingüísticas en todos los países del mundo. Su importancia ha sido puesta de relieve por la mala traducción del telegrama japonés que se envió a Washington justo antes de lanzarse la primera bomba atómica en Hiroshima (la traducción que se escribió allí de la palabra mokasutu fue ignore, "hacer caso omiso", cuando lo que quería decir era que la respuesta "se reconsideraría") y por la ambigüedad de la resolución 242 de la ONU, donde the withdrawal from occupied territories da en francés le retrait des territoires occupés ("retirada de los territorios ocupados") y les permite así a los árabes interpretar que no basta con una retirada parcial, sino de todos los territorios ocupados en el 1967 (ni que decir tiene que los judíos por el texto inglés interpretan que basta con una retirada parcial).
Desde que países e idiomas entraron en contacto, la traducción ha sido el instrumento transmisor de la cultura, en ocasiones bajo condiciones desiguales causantes a su vez de traducciones distorsionadas y parciales. Los romanos, por ejemplo, "saquearon" la cultura griega, la Escuela de Traductores de Toledo pasó a Europa el saber árabe y griego, y hasta el siglo XIX la cultura europea se estuvo inspirando en las traducciones latinas y griegas. En el siglo XIX, la cultura alemana asimilaba a Shakespeare. Y en el siglo XX hemos asistido a la aparición de una literatura universal centrífuga, que comprende la obra de un pequeño número de escritores "internacionales" (Greene, Bellow, Solzhenitsin, Böll, Grass, Moravia, Murdoch, Lessing y algo antes, Mann, Brecht, Kafka, Galdós, Mauriac, Valéry, etc.) y que ha sido traducida a la mayoría de las lenguas nacionales y a muchas regionales. Es de lamentar que no exista otro movimiento cultural centrípeto de autores "regionales" o periféricos.
Pero la traducción no es sólo un mero transmisor de cultura, sino también un transmisor de la verdad, una fuerza de progreso. Para comprobarlo basta con ver, por un lado, la resistencia con que ha contado la traducción de la Biblia a lo largo de la historia y, por otro, la conservación del latín como una lengua superior, sólo de unos cuantos elegidos, lo que ha obstaculizado el traducir entre otras lenguas.
Como técnica de aprendizaje de idiomas extranjeros, la traducción es un instrumento de doble vertiente que tiene el objetivo especial de demostrar los conocimientos del idioma extranjero del estudiante, bien como una forma de control, bien para ejercitar su inteligencia a fin de desarrollar su competencia. Este es su punto fuerte en las clases de idiomas, punto que debe claramente distinguirse del que se le suele dar como transmisora de significados y mensajes. La traducción en la enseñanza media, que como disciplina se da desgraciadamente por sabida y de la que apenas se habla, fomenta a menudo versiones absurdas y afectadas, particularmente de pasajes coloquiales, nombres propios y términos institucionales (los diccionarios contribuyen también negativamente con traducciones tan equivocadas como las inglesas de Giacopo por James y Staatsrat por Privy Councillor).»
[El texto pertenece a la edición en español de Ediciones Cátedra, 1992, en traducción de Virgilio Moya. ISBN: 84-376-1062-1.]
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