viernes, 31 de enero de 2020

La razón salvaje. La lógica del dominio: tecnociencia, racismo y racionalidad.- Juanma Sánchez Arteaga (1974)

Resultado de imagen de juanma sanchez arteaga 
Segunda parte
3.-Hacia una teoría superracional del conocimiento tecnocientífico
La “significación amplia” de los conceptos tecnocientíficos

«La comprensión del sentido de un texto tecnocientífico trasciende la mera dimensión enunciativo-descriptiva, que es la única que se mantiene explícita en el tipo de habla particular de la comunidad científica moderna: un vocabulario técnico especializado, acompañado de misteriosos gráficos y repleto de crípticos enunciados cuantitativos. Más allá de su evidente función utilitaria orientada a fines instrumentales de manipulación y dominio del objeto de estudio, tal reduccionismo manifiesto de toda comunicación científica a los aspectos puramente enunciativo-descriptivos de la acción comunicativa tiene, en la práctica, una función retórica principal, la cual ha sido perfeccionada a lo largo de los siglos: la potenciación máxima del “efecto verdad” de los mensajes científicos.
  El perfeccionamiento en la eficacia simbólica del lenguaje científico, frente a otras formas de jerga especializada a las que otorgamos un grado de fe muy inferior en nuestras sociedades, se consigue resaltando al máximo la dimensión enunciativo-descriptiva del lenguaje tecnológico o científico-natural que se aplica al discurso sobre la naturaleza. En este sentido, para potenciar el efecto verdad de las propias ideas existen clásicas estratagemas retóricas conocidas incluso por el más torpe de los científicos contemporáneos como, por ejemplo:
  -La cuantificación de las cualidades a toda costa –aún en el caso de que esta cuantificación no presente utilidad alguna-.
  -El empleo de una terminología hermética de aparente rigor, aunque ésta esté desprovista, en ocasiones, de todo significado real en un sentido fáctico. Esta estrategia es también una característica propia de las sociedades secretas en otras culturas y fue también usada por la Iglesia cristiana  durante siglos, cuando para aumentar la eficacia simbólica de su autoridad daba la misas en latín, una lengua que nadie, entre el pueblo llano, entendía.
  -El tradicional argumentum ad verecundiam o argumento de autoridad. Dígase el mayor disparate de la historia, pero póngase a su lado la firma de un científico cualquiera, con una referencia bibliográfica exacta, y muy pocos acudirán a la fuente para comprobar los fundamentos del disparate. Este se aceptará como algo evidente y “demostrado”. La estrategia a seguir en este caso ya quedó perfectamente explicada por Schopenhauer en su delicioso El arte de tener Razón: “Para el vulgus hay numerosísimas autoridades que gozan de respeto: por tanto, si uno no dispone de una enteramente adecuada, tómese una que lo es en apariencia, cítese lo que alguien ha dicho en otro sentido o en otras circunstancias. Las autoridades que el otro no entiende en absoluto suelen ser las más eficaces. Los incultos tienen un peculiar respeto por las fórmulas griegas y latinas. En caso de necesidad, también se puede no sólo tergiversar las autoridades, sino falsificarlas sin más, o citar algunas que sean de nuestra entera invención: la mayoría de las veces ni tiene el libro a mano ni tampoco sabe manejarlo”.
  -Una estratagema más: el empleo de explicaciones tautológicas, que nada explican en realidad, pero que cuelan, por así decir, disimulando su carácter de perogrulladas tras una jerga técnica de aparente rigor. Este fue el truco utilizado, en su momento, por los inventores de la idea de “selección natural”, entendida como “la supervivencia de los más aptos”, lo cual, en último término, no significa otra cosa que la supervivencia de los que sobreviven. Esta es también una estratagema clásica, conocida por los retóricos y dialécticos como la fallacia non causae ut causae –la falacia de hacer pasar por causa lo que no lo es-, que, de acuerdo con Schopenhauer, “si el adversario es tímido o estúpido y uno mismo posee mucho descaro y una buena voz, puede resultar bien”.
  -Otro recurso muy socorrido, en fin, para potenciar al máximo el efecto verdad del lenguaje-ritual de las ciencias naturales modernas aplicadas al ser humano consiste en eliminar de todas las proposiciones científicas al sujeto gramatical (que es también el sujeto histórico) que las enuncia. El paso último en esta dirección retórica asumida por el moderno lenguaje tecnocientífico consiste en la supresión misma de las proposiciones y en su sustitución por esquemas, diagramas, gráficos o inscripciones, que eliminan del objeto de estudio toda la dimensión histórica, social y humana en la que fue producido (Goody, 1985; Horton, 1993; Bloor, 2003). En cualquier caso, cuando aún existen –entre los gráficos, los algoritmos y las tablas-, las acciones científico-tecnológicas son descritas sin aludir al sujeto que las realiza: “se demuestra…, se deduce…, se vierten tantas gotas de …, se sacrifican tantos ratones…”. Nadie interviene en estas simples verificaciones autoevidentes: los elementos implicados en el procedimiento analítico del laboratorio no presentan historia, no tienen dueños, ni precio ni patrones. La tecnociencia moderna, como el mito, “priva totalmente de historia al objeto del que habla” (Barthes, 2003, 247).
  Resumiendo, sólo gracias a una convención retórica colectiva que en sí misma no posee nada de lógico (en términos formales), el lenguaje científico sobre la naturaleza, la salud y la racionalidad del Homo sapiens consigue disimular, hasta ocultarlas, el resto de las dimensiones socioemocionales de su “significación amplia”. Sin embargo, detrás de la mera denotación aséptica de las hipótesis, deducciones, falsaciones o corroboraciones científicas, se encuentra el ser humano histórico que las expresa simbólicamente como creencias o convicciones acerca de una serie de conceptos mitológicos sobre la naturaleza, muchos de los cuales recorren la historia de todas las culturas. Detrás de las estadísticas, los gráficos, los instrumentos tecnológicos de observación… se encuentra siempre un sujeto histórico oculto, quien produce las citadas construcciones simbólicas con un interés particular y que se dirige a un auditorio seleccionado en función de ciertas preferencias indeterminables en un sentido lógico pero que, sin embargo, pueden estudiarse recurriendo, por ejemplo, al análisis de la Sociología emocional o de la economía política de la ciencia moderna…»

   [El texto pertenece a la edición en español de Ediciones Lengua de Trapo, 2007. ISBN: 978-84-8381-000-2.]
  

jueves, 30 de enero de 2020

Vida y fugas de Fanto Fantini.- Álvaro Cunqueiro (1911-1981)

Resultado de imagen de alvaro cunqueiro 

Primera parte: nacimiento, infancia y mocedad de Fanto
II

«Cuando Fanto contaba cinco años de edad, llegó la peste negra a Borgo San Sepolcro y se creyó que la había llevado a la ciudad un genovisco que trataba en simiente de pino manso, y tenía fama la semilla de Génova porque se aseguraba que era de los pinos del camposanto. Al genovisco siempre lo acompañaba alguna linda muchacha, muy vestida a la moda, que el mercader alquilaba por semanas, cobradas por adelantado, a la juventud aristocrática, y alguna fue muy bien vendida a un rico heredero que se prendó de ella, como una tal Leila, berberisca, en la que Pier Aliprando degli Aliprandi hubo dos hijas, y fue bautizada con el nombre de las mártires del día en la que la sacaron de pila, que fue el de las santas Verísima, Pomposa, Capitolina, Romana, Rolindes. Muerto Aliprando jugando cañas en un campo, casó la Verísima con el banquero Marco da Porta, a quien la mora, entre las caricias muchas le pasaba lecciones de Mahoma y el banquero se pasó secretamente al Islam y solamente se le conocía la nueva doctrina en que habiendo sido muy afecto al jamón, ahora no lo tocaba, y aún se le llenaban los ojos de lágrimas al verlo, pero se apartaba con la boca cerrada por amor de Leila. Llegó la peste negra, digo, y se llevó a los padres de Fanto, Ser Pietro y donna Becca, a su padrino, el médico Andrea della Garda, y a la nodriza Camillina, y aun al paje de la grappa, que nunca pudo dejar de soñar con los pechos de donna Becca, y quedó huérfano y sin parientes ni criados nuestro Fanto, bajo la tutoría del cavaliere Capovilla, que lo era de San Juan de Rodas, y primo carnal de su señor padre, amén de hermanos de leche, que durante siete meses la tomaron de la misma burra, capa blanca isabelina, conventual de San Francisco. El cual caballero Capovilla, desde el primer día de su potestad, comenzó a instruir al huérfano en el arte militar con batallas por mapa, en las armas, en altanería, y en arengas en lengua griega, por si acudía a librar a Constantinopla del turco. Crecía Fanto robusto y alegre, amigo de escuchar historias, gracioso el fino rostro enmarcado por la rubia cabellera, hija del rayo de su natalicio. Con el cavaliere Capovilla hacía Fanto grandes cabalgadas en las noches de primavera y de verano, y a hora de alba caían en la vecindad de algún castillo, umbro, lombardo o toscano, y entonces el tutor explicaba al atento pupilo lo fácil que sería, con sólo dos docenas de hombres bien armados, enseñorearse por sorpresa de aquella fortaleza, en la cima de una colina en la que los cipreses presidían la asamblea de las viñas en flor. Dejaban los caballos y se aproximaban, escondiéndose de ciprés en ciprés, y se separaban para rodear el castillo, haciéndose señas con el canto del cuchillo para darse mutuamente el puesto, y se acercaban luego al puente levadizo, esperando que fuese levantado el rastrillo, que sería la ocasión de entrar al asalto, disfrazados de lechera, o de pescador de caña que traía un regalo de truchas para el señor marqués. Se retiraban después de levantar mapa, por si algún día hacían realidad el asalto. A veces, robaban algún cordero, en recuerdo de uno que había comido Alejandro en Persia, y si encontraban una moza en una fuente, fingían que la forzaban, y a sus gritos huían, dejándola desnuda.
 -Todo esto, querido Fanto -decía il cavaliere Capovilla-, forma parte del oficio y cuando estés en edad te estrenarás, y lo único que siento es no poder hacer ante ti una demostración de reglamento de los sanjuanistas, de piernas aparte y salto, porque el reuma me ata las rodillas, y además va para cinco años que se fueron para no volver mis alboradas venéreas. Que tomada como lección prima de fornicio, no sería deshonesto que me vieses en el trabajo. Y digo prima lectio, porque luego secunda et tertia, esas cada uno las busca, y son cosa de cama blanda y reposada, que no de la violación castrense, que ha de ser rápida y brutal, con desgarro de ropa, mostrando más ansiedad que regocijo, aunque en el trance, como suele algunas veces, siendo la mujer hermosa, se abra amor en tu corazón, y quieras eternizar la caricia.
 Fanto escuchaba en silencio las graves lecciones de su tutor y se le ponían congojas de sudor y melancolía mientras no llegaba la edad de estrenarse.
 Tenía ya Fanto trece años, y dominaba a Donatus y Euclides, sabía encaperuzar el azor, todo de armas y caballo, ordo lunatus y marcha flanqueado en lo que toca a campaña, y voces venecianas y griegas. Iba para alto, la cabellera sin perder de su oro, los ojos celestes con el mérito de unas largas pestañas oscuras y siempre la sonrisa en la boca. […] La palabra gentileza valía para decir la estampa del aprendiz del capitán, que el signor Capovilla no dudaba de que lo sería y famoso. Fanto tenía la voz alegre y la mirada amiga, y un buen corazón.
 Como la fortuna de los Fantini della Gherardesca no era mucha, el cavaliere Capovilla, dueño sólo de una pequeña quinta en el arrabal, de la que había hecho heredero a Fanto, andaba, cuando éste entró en los quince de su edad, dándole vueltas en el magín a una boda del mocito con una dama rica y de ilustre familia. En Borgo San Sepolcro mismo había dos hermanas gemelas, que enviudaran el mismo día, una de un abanderado de Gattamelata y otra de un segundón de los Orsini, quien ya estaba preconizado obispo de Cittá del Monte, esperando los dieciocho años y las órdenes menores y mayores, pero lo dejó, porque estaba empeñado en imponer en las cortes diversas de Italia el baile agarrao. El abanderado murió en el vado de un río de una flecha perdida, y el que había ido para obispo, cayó de un tejado abajo, yendo a la captura de un gatito bizantino que se le había escapado a su dulce esposa. Las gemelas eran el vivo retrato la una de la otra, y messer Capovilla, que se había hecho ávido de oro por amor de Fanto, y por ponerlo en el mundo tan rico como gentil era, llegó a soñar que puesto que nadie las distinguía, que Fanto casara con las dos, a las que canónicamente serviría, con lo cual no había que partir la herencia de las gemelas Bandini dell'Arca. Il cavaliere Capovilla estudiaba, medio adormilado en las siestas del carnero que hacía, el caso de Fanto y las dos bellas, y no encontraba dificultad alguna, ni en fiestas -que saldrían las hermanas por turno-, ni en preñeces y si las dos estuviesen para parir, y una se adelantase un mes o dos, sería caso de Escuela de Salerno, como el de aquella panadera que dio a luz un niño el día de San Juan y otro el día de san Roque, mes y medio después. Fue muy notorio el asunto, tanto en médicos como entre glosadores de Bolonia. Los primeros llegaron a la conclusión de que la panadera tuviera dos preñeces a un tiempo y de dos viriles diferentes, lo que llevó al marido, viéndose publicado de cornudo, a colgarse de una viga del horno; y los segundos trataban de establecer en derecho cuál de los nacidos era el primogénito, lo cual dio lugar a sabias consultas y eruditas disertaciones, y canonista hubo que inventó una lex romana sobre el asunto, y descubierto tuvo que huir a caballo, y como tenía buena letra, terminó en los almacenes de Venecia, especializado en poner "bianco" en las barricas de Vernaccia. Se llama este glosador Bettobaldi dei Bettobaldi y era un hombre pequeño y triste, picado de viruelas, y siempre con el miedo de que sus antiguos colegas boloñeses le diesen muerte, por el descrédito que sobre ellos había echado inventando una Lex Claudia que decía que los segundos eran los primeros, y como un canonista irritado firmara que donde lo encontrase le haría tragar la famosa ley, Bettobaldi en las horas libres se ensayaba en tragar pelotas de papel, lo que llegó a hacer muy fácil, con gran admiración de sus compañeros de almacén, quienes lo sacaron de número de magia en un carnaval.»

      [El texto pertenece a la edición en español de Ediciones Orbis, 1984. ISBN: 84-7530-539-3.]

miércoles, 29 de enero de 2020

La patria de la electricidad y otros relatos.- Andréi Platónov (1899-1951)

Resultado de imagen de andrei platonov 

El peso de los caídos

«Una madre regresó a su casa. Había estado fuera, refugiada de los alemanes, pero no pudo acostumbrarse a vivir en otro lugar que no fuera su pueblo natal, por lo que regresó a casa.
 Dos veces debió atravesar por tierra de nadie, cerca de las fortificaciones alemanas, porque el frente por allí era desigual y ella había tomado el camino recto, el más rápido. No le temía a nadie, no se cuidaba de nadie, y los enemigos no le hicieron daño. Avanzaba triste por los campos, despeinada y con la cara desencajada, como de ciega. Le daba igual lo que había en ese momento en el mundo y lo que estaba sucediendo en él, y nada en el universo podía ni alegrarla ni entristecerla, porque su desgracia era eterna y su tristeza inabarcable: ella, una madre, había perdido a todos sus hijos. Ahora se sentía tan débil e indiferente que avanzaba como una brizna de paja llevada por el viento y en todo encontraba la misma indiferencia hacia ella. Al sentir que nadie la necesitaba y que, por lo mismo, tampoco ella necesitaba a nadie, sintió aún mayor pesar. A veces esto basta para que una persona muera, pero ella no murió: necesitaba ver la casa en la que había vivido toda su vida y el lugar en el que habían muerto sus hijos en combate o ejecutados.
 En el camino se cruzó varias veces con los alemanes, pero éstos no tocaron a la mujer; les extrañó ver a una vieja tan desgraciada, les horrorizó la mucha humanidad que descubrieron en su cara y la dejaron irse para que se muriera por su cuenta. A veces, en las caras de las personas se refleja una opaca luz de extrañeza que es capaz de asustar a los animales y a las personas malintencionadas. Nadie tiene fuerza suficiente para acabar con estas personas y a nadie le resulta posible acercarse a ellas. El animal y la persona prefieren pelear con sus semejantes y dejar ir a quienes no se les parecen, porque temen ser vencidos por una fuerza desconocida.
 Después de atravesar toda la guerra, la vieja madre alcanzó por fin su casa, pero encontró su pueblo natal vacío. Su casa pequeña y pobre, revocada con barro pintado de amarillo, con su chimenea de ladrillo que parecía la cabeza de una persona meditabunda, hacía mucho que había sido quemada por el fuego alemán, que sólo dejó cenizas tras de sí. Sólo la hierba, como la que crece sobre las tumbas, nacía entre aquellas cenizas. También había desaparecido todo el vecindario, toda la vieja ciudad. Una luz blanca y triste lo iluminaba todo y era posible ver en la lejanía a través de la tierra silenciosa. Pasaría muy poco tiempo y la hierba cubriría del todo este lugar antes habitado, los vientos soplarían libres, los torrentes de lluvia lo igualarían y ya no quedaría huella humana ni nadie para asimilar y heredar como un conocimiento útil todo el sufrimiento de la vida terrestre. Este último pensamiento hizo suspirar a la mujer, y también el dolor que sentía su corazón por tanta vida perdida y sin memoria. Pero su corazón era bondadoso y quería vivir para amar a los muertos, para terminar los planes que la muerte había interrumpido.
 Se sentó en medio de aquellas cenizas frías y apoyó sus manos en el polvo en que se había convertido su casa. Sabía cuál era su destino, sabía que le había llegado su hora, pero se resistía porque si ella moría, ¿qué pasaría con el recuerdo de sus niños?, ¿quién los conservaría en su amor si también su corazón dejaba de respirar?
 La madre no sabía la respuesta a esta pregunta y meditaba sola. Se le acercó su vecina, Yevdokía Petrovna, una mujer joven y de buen ver, antes gorda, pero ahora débil, silenciosa e indiferente. Una bomba había matado a sus dos hijos pequeños cuando regresaba con ellos de la ciudad. Su esposo había desaparecido en unos trabajos de excavación, y ella había vuelto para enterrar a sus hijos y terminar de vivir el tiempo que le quedaba en aquel lugar muerto.
 -Buenas, Maria Vasílievna -dijo Yevdokía Petrovna.
 -¿Eres tú, Dunia? -le preguntó Maria Vasílievna-. Siéntate, hablemos. Inspeccióname la cabeza, porque hace mucho que no me baño. […]
 -¿Los tuyos murieron todos? -preguntó Maria Vasílievna.
 -¡Sí, todos, claro! -le contestó Dunia-. ¿Y los tuyos?
 -Todos, no queda nadie -dijo Maria Vasílievna.
 -Entonces estamos a la par: ni tú ni yo tenemos a nadie -comentó Dunia satisfecha de que su desgracia no fuera única en el mundo, de que a los demás les hubiera tocado la misma desdicha.
 -Mi desgracia es mayor que la tuya: antes también era viuda -dijo Maria Vasílievna-. Y mis dos hijos han caído cerca del pueblo. Se alistaron en el batallón de trabajadores cuando los alemanes salieron de Petropávlovsk a la carretera de Mitrofánievsk… Mi hija me llevó bien lejos de aquí porque me quería mucho, era mi hija. Después se alejó de mí, empezó a amar a todo el mundo, compadeció a un hombre -mi hija era una muchacha bondadosa-, se inclinó sobre él, que estaba débil y herido, y entonces la mataron, desde arriba, desde un avión... ¿Y yo qué? No tengo nada y regresé. ¿Qué tengo ahora? Me da igual. Tengo la sensación de estar muerta...
 -Bueno, ya nada se puede hacer. Sigue viviendo como una muerta; yo también vivo así -dijo Dunia-. Todos los míos descansan y los tuyos también descansan... Sé dónde están los tuyos, sé adónde los arrastraron a todos para enterrarlos, yo estaba aquí y lo vi con mis propios ojos. Primero, contaron a todos los muertos, levantaron un acta, pusieron a un lado a los suyos y a nuestros muertos los llevaron más allá. Luego desnudaron a todos los nuestros y apuntaron en el acta cuánta ropa se podía aprovechar. Se alargaron en este tipo de asuntos y luego empezaron a empujarlos y a lanzarlos a la tumba.
 -¿Y quién la cavó? -se preocupó Maria Vasílievna-. ¿Cavaron profundo? Una tumba profunda sería más caliente porque estaban desnudos, sentirán frío.
 -¡No, nada de profunda! -le informó Dunia-. ¡Una fosa de proyectil fue su tumba! Los amontonaron hasta llenarla, pero no había sitio para todos los muertos, así que pasaron por encima con un tanque de guerra, los muertos se aplastaron, se hizo más espacio y echaron allí a los muertos restantes. No tenían ganas de cavar, ahorraban sus fuerzas; echaron un poco de tierra por encima. Allí descansan los muertos en el frío; sólo los muertos pueden aguantar el sufrimiento de estar eternamente desnudos en el frío...
 -¿Y a los míos también los destrozaron con el tanque o los colocaron arriba, sin aplastarlos? -preguntó Maria Vasílievna.
 -¿A los tuyos? -contestó Dunia-. La verdad es que no lo pude ver... Allí, detrás del pueblo, cerca de la carretera descansan todos; si vas, los verás. Yo hice una cruz con ramas y la puse allí, pero fue por gusto; una cruz se cae aunque sea de hierro y la gente olvidará a los muertos...»
   
   [El texto pertenece a la edición en español de Círculo de Lectores, 1999, en traducción de José Manuel Prieto. ISBN: 84-226-7967-1.]

martes, 28 de enero de 2020

Zimma.- Ismael Diadié Haidara (1957)


Resultado de imagen de ismael diadie haidara 
38.- Palabras del anciano de la montaña sobre tres sabidurías

«Oh, hijo de mi espíritu, no se puede conocer a un hombre hasta que ostente el poder o hasta que viva con grandes riquezas o con un gran saber.
 En la aldea de Arawan vivían tres huérfanos de padre y de madre. Crecieron gracias a la mendicidad y a las limosnas que la gente les daba porque eran amados por todos. Un día decidieron irse a Tombuctú para probar fortuna.
 En el camino del sur, que conduce a la capital de la tierra de los negros, donde el algodón, el oro, la miel y las buenas palabras abundan bajo todos los vestíbulos de sus palacios de arcilla, se encontraron con un viejo camellero que no parecía tener prisa por llegar a la perla del desierto, que estaba a doce días de marcha y era la meta del viaje que habían emprendido en busca de sueños de riqueza y de gloria.
 El viejo camellero les preguntó amablemente cómo se atrevían a viajar por el gran desierto del Sáhara sin agua ni provisiones; sólo alguien muy cansado de la vida o inconsciente podría hacerlo.
 -Queremos llegar a Tombuctú -dijeron los tres a la vez.
 -Yo quiero ser sabio en las cosas divinas -dijo el primero.
 -Yo quiero ser un gran jefe temido -dijo el segundo.
 -Yo quiero encontrar una buena esposa y ser feliz -dijo el tercero.
 Parte del camino lo hicieron juntos. Comieron dátiles de los oasis del Touat y bebieron agua de los pozos del desierto. Cuando llegaron a las cimas de las primeras dunas que rodean la ciudad, el viejo camellero les dio su bendición y les dijo que, antes de la próxima estación de lluvia, cada uno realizaría su deseo. Así fue.
 De vuelta a Tombuctú, el camellero quiso ver a sus tres amigos. Primero fue en busca de Tombuctú-Koi, considerado como un gran alcalde cuya fama se extendía más allá del desierto; sin embargo, éste no pudo recibirlo.
 Otro día fue a ver al que ahora era gran sabio. Alumnos de todos los lugares y de comarcas lejanas como Córdoba, Bagdad, Fez, Damasco, El Cairo o Djenné iban a recibir sus enseñanzas. Su gran renombre y sus ocupaciones múltiples no le permitieron tener una mirada especial para ese viejo cubierto de harapos que ahora le pedía un lugar donde cobijarse durante tres días. El sabio siguió hablando de gramática, de la revolución de los astros, de los diferentes climas. Uno de sus discípulos, el más avanzado, que venía de Yemen, lo condujo hasta la puerta y, excusándose en nombre de su maestro, le dijo que no podía recibirlo.
 Finalmente, el viejo camellero fue a ver al tercero de sus amigos; éste no era jefe ni sabio de las cosas que suceden en el cielo y en la tierra. Trabajaba todos los días en la elaboración de adobe para ganar su pan y se había casado con una mujer más buena que bella. La esposa recibió al anciano, que tenía la barba más empolvada que un minero de Taoudenni. Le dio la única estera que tenían en la cabaña, le llenó una calabaza con agua fresca y fue a pedir a su vecino que le ayudase a sacrificar el único cordero que tenían en el cercado para ofrecérselo a su huésped.
 Aquel día, su marido volvió tarde y sin haber podido encontrar trabajo en la fábrica de adobe ni haber podido descargar piraguas. La mujer fue a su encuentro, preocupada por su reacción cuando le dijera que en la cabaña le esperaba un viejo extranjero al que había atendido y para el cual había sacrificado el único cordero que tenían.
 El hombre se alegró de la hospitalidad de su esposa y se dirigió rápidamente a la cabaña. Se quitó el sombrero de paja y saludó al extranjero. Cenaron juntos y se quedaron charlando animadamente hasta entrada la noche.
 Temprano, a la mañana siguiente, el camellero se despidió de la amable familia. El hombre lo acompañó lejos de su cabaña, hasta el camino de Kabara; fue entonces cuando se quitó el turbante y el hombre pobre y generoso lo reconoció.
 -Eres el único de tus amigos que de verdad merece ser jefe.
 El viejo camellero posó sus manos sobre la cabeza del hombre, y le dedicó unas palabras:
 -No olvides estas palabras si la ciencia te es dada: la grandeza del sabio se mide por su humildad. No olvides estas palabras si un día eres jefe: no tengas apego por nada, no te aferres más que a la justicia, para poderla administrar con equidad cuando gobiernes. Un gran jefe es el que ama a todos y no siente que depende de nada ni de nadie. Ya seas un jefe temido o un sabio admirado por todos, no olvides esto: retírate en ti mismo y vive en paz. Que tu corazón sea tu casa y tu jardín, donde vivirás apartado y escondido del mundo. Lo necesario para el hombre en la vida es la salud y la paz interior, sin ellas no se puede gozar de los palacios, ni del oro, ni de la plata, ni de la ciencia, ni de la buena mesa. Que tu paz te baste y podrás vivir contigo mismo y con el mundo tal cual es, hasta el día en que te encuentres cara a cara con la muerte. No olvides estas palabras, ni en tu juventud, ni en tu madurez, ni en tu vejez.
 Dichas estas palabras, el viejo camellero del desierto se fue. Antes de que el pobre obrero volviera a Tombuctú estalló una revuelta y el jefe fue destituido. Con unanimidad, todos los vecinos eligieron al pobre hombre de la humilde cabaña como jefe. Para gran sorpresa suya, el que apenas sabía leer, como por gracia divina recibió gran sabiduría en todos los campos de las ciencias y de las letras. Tuvo miles y miles de discípulos.»

   [El texto pertenece a la edición en español de Vaso Roto Ediciones, 2014, en traducción de Elisa Remón. ISBN: 978-84-16193-23-3.]

lunes, 27 de enero de 2020

Los Milagros de Nuestra Señora.- Gonzalo de Berceo (1190-1264)


Resultado de imagen de gonzalo de berceo  
9.-El clérigo ignorante

«Era un simple clérigo, probre de clerecía, / dicié cutiano missa de la sancta María;
non sabía decir otra, diciéla cada día, / más la sabía por uso que por sabiduría.
 Fo est misacantano al bispo acusado, / que era idiota, mal clérigo provado;
"Salve Sancta Parens" sólo tenié usado, / non sabié otra missa el torpe embargado.
 Fo durament movido el obispo a sanna, / dicié: "Nunqua de preste oí atal hazanna."
Disso: "Diçit al fijo de la mala putanna / que venga ante mí, no lo pare por manna."
 Vino ante el obispo el prete pecador, / avié con el grand miedo perdida la color,
non podié de vergüenza catar contral señor, / nunca fo el mesquino en tan mala sudor.
 Dissoli el obispo: "Preste, dime la verdat, / si es tal como dizen la tu neciedat."
Díssoli el buen omne, "Sennor, por caridat, / si disiesse que non, dizría falsedat."
 Díssoli el obispo: "Quando non as ciencia / de cantar otra missa nin as sen ni potencia,
viédote que non cantes, métote en sentencia: / vivi como merezes por otra agudencia."
 Fo el preste su vía triste e dessarrado, / avié muy grand vergüenza, el danno muy granado;
tornó en la Gloriosa, ploroso e quesado, / que li diesse consejo ca era aterrado.
 La madre preciosa que nunca falleció / a qui de corazón a piedes li cadió,
el ruego del su clérigo luego gelo udió, / no lo metió por plazo, luego li acorrió.
 La Virgo gloriosa madre sin dición, / apareciól al obispo luego en visión;
díxoli fuertes dichos, un brabiello sermón, / descubrióli en ello todo su corazón.
 Díxoli brabamientre: "Don obispo lozano, / ¿contra mí por qué fuste tan fuert e tan villano?
Yo nunca te tollí valía de un grano, / e tu asme tollido a mí un capellano.
 El que a mí cantava la missa cada día, / tú tovist que facía yerro de eresía;
judguéstilo por bestia e por cosa radía, / tollísteli la orden de la capellanía.
 Si tú no li mandares decir la missa mía / como solié decirla, grand querella avría,
e tú serás finado hasta el trenteno día, / ¡desend verás qué vale la sanna de María!"
 Fo con estas menazas el bispo espantado, / mandó enviar luego por el preste vedado;
rogól quel perdonasse lo que avié errado, / ca fo en el su pleito durament engannado.
 Mandólo que cantasse como solié cantar, / fuesse de la Gloriossa siervo del su altar;
si algo li menguasse en vestir o en calzar, / él gelo mandarié del suyo mismo dar.
Tornó el omne bueno en su capellanía, / sirvió a la Gloriosa, madre sancta María;
finó en su oficio de fin qual yo querría, / fue la alma a la gloria a la dulz cofradría.
 Non podriemos nos tanto escribir nin rezar, / aun porque podiéssemos muchos annos durar,
que los diezmos miraclos podiéssemos contar, / los que por la Gloriosa denna Dios demostrar.
[...]

 11.-El labrador avaro

 Era en una tierra un omne labrador / que usava la reja más que otra lavor;
más amava la tierra que non al Criador, / era de muchas guisas omne revolvedor.
 Fazié una nemiga, suziela por verdat, / cambiava los mojones por ganar eredat,
facié a todas guisas tuerto e falsedat, / avié mal testimonio entre su vecindat.
 Querié, pero que malo, bien a sancta María, / udié sus miráculos, dávalis acogía;
saludávala siempre, diciéla cada día: / "Ave gratia plena que parist a Messía."
 Finó el rastrapaja de tierra bien cargado, / en soga de diablos fue luego cativado,
rastrávanlo por tienllas, de cozes bien sovado, / pechávanli a duplo el pan que dio mudado.
 Doliéronse los ángeles d'esta alma mesquina, / por quanto la levavan diablos en rapiña;
quisieron acorreli, ganarla por vecina, / mas pora fer tal pasta menguavalis farina.
 Si lis dizién los ángeles de bien una razón, / ciento dicién los otros, malas que buenas non;
los malos a los bonos teniénlos en rencón, / la alma por peccados non issié de presón.
 Levantóse un ángel, disso: "Yo so testigo, / verdat es, non mentira esto que yo vos digo:
el cuerpo, el que trasco esta alma consigo, / fue de Sancta María vassallo e amigo.
 Siempre la ementava a yantar e a cena, / diziéli tres palabras: "Ave gracia plena";
la boca por qui essié tan sancta cantilena / non merecié yazer en tan mala cadena."
 Luego que esti nomne de la sancta Reina / udieron los diablos cogieron se de y ayna
derramáronse todos como una neblina, / desampararon todos a la alma mesquina.
 Vidiéronla los ángeles seer desemparada, / de piedes e de manos con sogas bien atada;
sedié como oveja que yaze ensarzada, / fueron e adussiéronla pora la su majada.
 Nomne tan adonado e de vertur atanta, / que a los enemigos seguda e espanta,
non nos deve doler  nin lengua nin garganta / que non digamos todos "Salve Regina Sancta."»

    [El texto pertenece a la edición en español antiguo de Editorial Alce, 1980, en edición de Antonio Narbona. ISBN: 84-85262-34-4.]

domingo, 26 de enero de 2020

Historia de una mujer que caminó por la vida con zapatos de diseñador.- Margo Glantz (1930)

Resultado de imagen de margo glantz 

Palabras para una fábula

«El pecho debe estar siempre erguido, ser pleno, proporcionado, duro, situado en un espacio ancho, providente. Es pequeño, sin embargo, el porcentaje de mujeres que se sienten satisfechas con la forma o el tamaño de sus senos. Por eso se los operan, algunas quieren tenerlos más firmes, más altos, más grandes, ¿los de Marilyn Monroe?, un pecho redondo, turgente, altivo (otra alternativa: los brassieres diseñados científicamente, un moderno y novedoso sistema permite reafirmar, aumentar, disminuir, igualar, hacerlo prominente o remodelar el busto), otras prefieren reducir el tamaño de sus senos, quieren un pecho breve, de adolescente, un pecho unisex, estar a la moda, a la altura de la nueva moda, la moda de la anorexia, la de las mujeres ojerosas y delgadas, tan delgadas como su piel, una piel que apenas alcanza a cubrir los huesos, unos huesos protuberantes sobre la cadera, los omóplatos, huesos delgados, finos, un frágil armazón, incapaz de sostener un par de senos robustos, pesados, altivos. El esternón, aunque parezca lo contrario, es un hueso elástico. ¿Cuál será el tamaño ideal de los senos? ¿Los que caben en la palma de la mano? Uno de mis anuncios de publicidad preferidos es el que muestra a una bella adolescente con los ojos muy maquillados de oscuro y cuyo pelo teñido de rojo hace juego con la piel morena de un esbelto joven (apenas se ve la cara), que abarca con ambas manos los blancos pechos de la joven. En otra fotografía, la misma modelo aparece desnuda, muy tostada por el sol, en el seno derecho la marca de una mano masculina se dibuja en tonos mucho más claros.
  -Bueno, ni modo, ya no salió la placa, tendremos que hacerla otra vez, ¡caramba!, mi vida, ahora descanse y tranquilícese, madre, parece que va a llorar, tómese su tiempo, pero recuerde que me falta sacar dos placas más, si no lo hacemos bien el doctor no podrá leerlas bien. ¿Ya está lista? No ponga la cara sobre el marco porque salen sombras en la mamografía. ¿Ya? ¿Puedo empezar?, no, respire, ¡caramba!, ¡quédese tranquila, le digo!, no respire, aguante el aire, aguáaantese, ni que fuera de vidrio, yaaa, bueno, perfecto. Descanse un poco, ahora me llevo las placas y las lee el doctor, tranquila, no creo que tenga usted nada. Bueno, sea por Dios, no se altere, ya no llore, que no es el fin del mundo.
  Pechitos, manitas, manguita, plaquita, respiracioncita: en los países con tasas de mastectomía más elevadas, los tumores se hallan en estadios más avanzados en el momento del diagnóstico. Lenguaje, vaciado de su contenido, deformado por el diminutivo. La enfermera sigue hablando con voz pausada, como si estuviese hablando con un niño pequeño, repite despacio sus órdenes, modula las frases, alarga los diminutivos, ¿acaso soy una vaca? Me ofende que hable de mis senos como si fuera una vaca. ¿En qué nos parecemos las mujeres a las vacas? ¿En que tenemos los pechos caídos después de amamantar? ¿Habrá aparatos especiales para detectar el cáncer en las ubres de las vacas? ¿Cómo sería un aparato que hiciera ese tipo de mamografías? ¿Se llamarían ubregrafías? ¿Cómo se las ingeniarían para apretarles cada una de sus innumerables tetas, esas tetas ordeñadas hoy con aparatos modernos que extraen hasta la última gota de leche? Al hámster de mi nieta se le cayeron los senos, se le desprendieron del cuerpo como si antes los hubiese tenido 
asegurados solamente con una cinta velcro. A diferencia de los senos, las ubres de las vacas no son eróticas, y sin embargo en el imaginario masculino los senos caídos, enormes, desmesurados, representan el seno bueno, rollizo, providente, alimenticio, los senos nutricios, buenos, de la primera infancia, senos maternos y seductores. Una cosa es definitiva, eso sí, nuestros deseos no tienen ninguna influencia sobre el tamaño, la forma o la belleza de los senos, la cirugía cosmética sí puede alterarlos y reconstruirlos a la medida, adecuarlos al deseo femenino de tener un bello cuerpo en el que destaque la carne tersa y delicada de los senos o al deseo masculino de un seno nutricio, maternal o de un seno frágil, que apenas abulte, como el seno de las vírgenes.
  La deslumbrante blancura de un pecho blanco.
  La deslumbrante negrura de un pecho negro.
  ¿No se dice que las prótesis de silicona son las mejores? En el mercado existen varias opciones, las de suero fisiológico pueden comprarse hechas, casi a la medida, como la moda prêt-à-porter. Y según el gusto de cada quien, me pregunto quién tendrá esos gustos, se pueden comprar empaques vacíos que se introducen en el cuerpo por medio de un aparato de endoscopia, aprovechando la abertura del ombligo, rellenados después con una solución salina. He oído decir que las prótesis de silicona son mejores, más naturales y firmes al tacto y algunas tan sedosas y lisas como los pechos de las adolescentes; otras prótesis están texturizadas y por ello son más suaves, ligeras y sensuales. Hay aditamentos a la moda que solucionan los problemas, por ejemplo, los corpiños en forma de bustier, abrochados a la espalda, tradicionales y a la vez modernos, su línea es larga y se confeccionan en nailon satinado para que los vestidos se ajusten a la perfección, sobre todo los que no tienen  tirantes: los trajes de noche o los de playa. Si está vacía, la copa izquierda puede rellenarse. Mejor sería una prótesis, pero, ¡cuidado!, las prótesis pueden reventarse o encogerse, ¿te imaginas los trastornos? En el primer caso, cuando se revientan (es obvio, el pecho tiene forma de globo) es necesario retirar los restos de silicona, volver a operar, remodelar el seno, soportar las curaciones, no hacer ningún esfuerzo durante mucho tiempo (duele levantar los brazos), en suma, ir trabajando la convalecencia. No hay ninguna seguridad, el material plástico suele contraerse, emigrar por la esfera globulosa y formar una protuberancia infame, muy semejante en su textura a la de un tumor.
  Aprovecho que la enfermera se ha ido, me siento y reanudo la lectura de la novela que estaba leyendo en la sala de espera, la abro al azar, aparecen los senos de la parturienta con sus pececillos saltarines, o hilitos de leche en cada uno de los pezones; en el regazo de la madre el niño se ha puesto a llorar, la leche escurre por la areola (rugosa, ennegrecida), la hermana observa perpleja, sin saber qué hacer: el niño empieza a convulsionarse. Chulita, interrumpe la enfermera con sus moditos suaves y su lenguaje impío, permítame tomarle otras placas. Me incorporo, dejo caer la novela, me acerco al aparato de rayos X (¿oculta un microscopio?), coloco mi pechito izquierdo medio amoratado por el frío y la presión (una piel de gallina literal que quizás disimule nódulos cancerosos) sobre la plancha de cristal transparente, un cuerpo de mujer convertido en un lugar, una pared de cristal, una página vacía, las palabras flotan, desprendidas, se arraciman como chorro de luz: me suelto a llorar con grandes sollozos entrecortados, gimo, tengo hipo, el seno prensado eternamente entre las dos placas, pierdo el aliento, duele y me piden que aguante aún más la respiración, ¿cómo puedo aguantarla si estoy sollozando? ¿cómo la aguantarían las vacas? La enfermera se interrumpe, libera mi pecho izquierdo y con un tono amable que no logra encubrir su exasperación explica: hay que volver a empezar de nuevo otra vez, tome usted este klínex, madrecita, suénese por favor la nariz, sí, así, bien, muy bien, así, así, muy bien, mi vida, descanse, tranquilícese, m’hijita y cuando se sienta mejor, volvemos a empezar. Las mujeres estamos hechas para sufrir, tenemos que aguantarnos; ahora sí, ponga su pecho izquierdo aquí, voy a apretar un poquito, bueno, sí, así, ahora cálmese, ya mismo termino.
  Y trato de calmarme, de ser lógica, de combatir la histeria: la rabia me gana, una rabia de puta madre o de la chingada madre (con la consabida indignación de la computadora que también se indigna siempre cuando pulso una a una las letras de las palabras mamografía, mastografía, mastectomía, y cuando pongo en diminutivo los sustantivos con que me bombardea la enfermera), ¿no ve que sólo soy una mujer aterrorizada, una mujer que tiene que hacerse una mastografía para evitar que le hagan una mastectomía?
  Ya lo sé, la supresión del tumor es apenas el comienzo, luego hay que someterse a un tratamiento de quimioterapia cuyas secuelas son imprevisibles, dan náuseas, se cae el pelo a puñados, las uñas se ponen quebradizas y se oscurecen, la piel se reseca, se arruga, se marchita, las terminales nerviosas de los pies y de las manos se atrofian, se sube de peso, se sienten dolores en los huesos y en los músculos, faltan las fuerzas. Me están faltando las fuerzas, de verdad ya no tengo fuerzas… ¡Válgame Dios, qué exagerada!, digo entre dientes, me calma como por ensalmo decirlo. Me he sentido vaca y mis pechos como ubres. (¡Más valdría, en verdad, que se lo coman todo y acabemos!)
   Hace unos años, las mujeres que presentaban ganglios axilares afectados en el momento del diagnóstico constituían una mayoría, dice el instructivo; en la actualidad el 48% de las pacientes se halla en estados más avanzados en el momento del diagnóstico. En ocasiones se ha logrado duplicar el número de casos de conservación del seno en determinadas neoplasias (a partir de dos o tres centímetros) con la aplicación de tratamiento de quimioterapia para reducir el tamaño del tumor antes de practicar una cirugía. Lo cierto es que los tratamientos han cambiado, se tiende cada vez a practicar operaciones más conservadoras. ¿En todas partes? ¿Por qué no usan los rayos láser, si causan menos dolor?»

     [El texto pertenece a la edición en español de Editorial Anagrama, 2005. ISBN: 84-339-6876-9.]
   

sábado, 25 de enero de 2020

Vidas imaginarias.- Marcel Schwob (1867-1905)

Resultado de imagen de marcel schwob 

Walter Kennedy: pirata iletrado

«El capitán Kennedy era irlandés y no sabía leer ni escribir. Alcanzó el grado de teniente, bajo el gran Roberts, por el talento que tenía para la tortura. Poseía a la perfección el arte de retorcer una mecha alrededor de la frente de un prisionero hasta hacerle saltar los ojos, o de acariciarle el rostro con hojas de palmera encendidas. Su reputación quedó consagrada en el juicio que se celebró a bordo del Corsario, contra Darby Mullin, sospechoso de traición. Los jueces se sentaron apoyados en la bitácora, frente a un gran tazón de ponche, con pipas y tabaco; después el proceso comenzó. Se iba a votar la sentencia cuando uno de los jueces propuso que se fumara una pipa más antes de la deliberación. Entonces Kennedy se levantó, se quitó la pipa de la boca, escupió y habló en estos términos:
 -¡Me cago en Diez! Señores y gentileshombres de fortuna, que el diablo me lleve si no colgamos a Darby Mullin, mi viejo camarada. Darby es un buen muchacho, ¡qué joder! Y me cago en quien diga lo contrario, y por algo somos gentileshombres, ¡qué diablos! ¡Si habremos andado juntos, me cago en Diez! ¡Lo quiero con todo mi corazón, carajo! Señores y gentileshombres de fortuna, lo conozco bien; es un verdadero sabandija; si vive no se arrepentirá nunca. ¡Que el diablo me lleve si se arrepiente! ¿No es cierto, viejo Darby? ¡Colguémoslo, qué joder! Y con el permiso de la honorable compañía, voy a tomar un buen trago a su salud.
 Ese discurso pareció admirable y digno de las más nobles oraciones militares que nos son referidas por los antiguos. Roberts quedó encantado. Ese día Kennedy se volvió ambicioso. A la altura de las Barbados, Roberts se extravió en una chalupa cuando perseguía a un barco portugués y Kennedy obligó a sus compañeros a elegirlo capitán del Corsario. Y se hizo a la mar por su cuenta. Hundieron y saquearon muchos bergantines y galeras cargados de azúcar y de tabaco del Brasil, sin contar el oro en polvo y las bolsas llenas de doblones y de piezas de a ocho. Su bandera era de seda negra, con una calavera, un reloj de arena, dos huesos cruzados y, por debajo de esto, un corazón atravesado por un dardo, de donde caían tres gotas de sangre. Así equipados encontraron una chalupa muy apacible, de Virginia, cuyo capitán era un cuáquero piadoso llamado Knot. Ese hombre de Dios no llevaba a bordo ron, ni pistola, ni sable ni cuchillo; iba vestido con un largo hábito negro y tocado con un sombrero de anchas alas del mismo color.
 -¡Carajo! -dijo el capitán Kennedy-. ¡Sí que vive bien y es alegre! Eso me gusta. No le haremos daño a mi amigo, el señor capitán Knot, que va vestido de manera tan regocijante.
 El señor Knot se inclinó, en una afectada y silenciosa reverencia.
 -Amén -dijo el señor Knot-. Así sea,
 Los piratas hicieron regalos al señor Knot. Le dieron treinta mohúres, diez rollos de tabaco del Brasil y bolsitas de esmeraldas. El señor Knot aceptó de muy buena gana los mohúres, las piedras preciosas y el tabaco.
 -Son presentes que está permitido aceptar, para hacer de ellos un uso piadoso. ¡Ah, pluguiese al cielo que nuestros amigos, que surcan el mar, estuviesen todos animados por sentimientos semejantes! El Señor acepta todas las restituciones. Son por así decir, los miembros del becerro y las partes del ídolo Dagón, lo que le ofrecéis, mis amigos, en sacrificio. Dagón reina aún en esos países profanos y su oro suscita malas tentaciones.
 -¡Me cago en Dagón! -dijo Kennedy-. ¡Cierra la boca, carajo! Toma lo que se te da y bebe un trago.
 Entonces el señor Knot se inclinó sereno, pero rechazó su cuarto de ron.
 -Señores, amigos míos... -dijo.
 -¡Gentileshombres de fortuna, carajo! -gritó Kennedy.
 -Señores, mis amigos gentileshombres -volvió a comenzar el señor Knot-, los licores fuertes son, por decir así, aguijones de tentación que nuestra débil carne no puede soportar. Ustedes, mis amigos...
 -¡Gentileshombres de fortuna, carajo! -gritó Kennedy.
 -Vosotros, amigos míos y afortunados gentileshombres -repitió desde el principio el señor Knot- curtidos como estáis en largas pruebas contra el Tentador, es posible, probable, diría yo, que no sufráis ningún inconveniente; pero vuestros amigos se sentirían incómodos, gravemente incómodos...
 -¡Incómodos al diablo! -dijo Kennedy-. Este hombre habla admirablemente, pero yo bebo mejor. Nos llevará a Carolina a ver a sus excelentes amigos que poseen, sin duda, otros miembros del becerro ese. ¿No es cierto, señor capitán Dagón?
 -Así sea -dijo el cuáquero-, pero mi nombre es Knot.
 Y se inclinó otra vez. Las grandes alas de su sombrero temblaban al viento.
 El Corsario echó el ancla en una de las caletas del hombre de Dios. Éste prometió traer a sus amigos y volvió, en efecto, esa misma noche, con una compañía de soldados enviados por el señor Spotswood, gobernador de Carolina. El hombre de Dios juró a sus amigos, los afortunados gentileshombres, que aquello sólo era para impedir que se introdujera en esos países profanos sus tentadores licores. Y cuando los piratas fueron arrestados:
 -¡Ah, mis amigos! -dijo el señor Knot-. Aceptar todas las mortificaciones, tal como yo he hecho.
 -¡Carajo! Mortificación es la palabra -exclamó Kennedy.
 Lo llevaron engrillado a bordo de un transporte para ser juzgado en Londres. Old Bailey lo recibió. Firmó con cruces todos sus interrogatorios, la misma marca que había puesto en sus recibos de pillaje. Su último discurso lo pronunció en el muelle de la Ejecución, donde la brisa del mar balanceaba los cadáveres de antiguos gentileshombres de fortuna, colgados de sus cadenas.
 -¡Carajo! Sí que es un honor -dijo Kennedy mirando a los colgados-. Van a colgarme al lado del capitán Kid. Ya no tiene ojos, pero ése debe de ser él. No había nadie sino él que pudiera llevar un tan rico traje de paño carmesí. Kid fue siempre un hombre elegante. ¡Y escribía! ¡Conocía las letras, mierda! ¡Una mano tan hermosa! Disculpe, capitán. (Saludó al cuerpo seco de chaqueta carmesí.) Pero uno también ha sido gentilhombre de fortuna.»

      [El texto pertenece a la edición en español de Ediciones Orbis, 1986, en traducción de Julio Pérez Millán. ISBN: 84-85471-61-X.]