viernes, 18 de octubre de 2019

La dificultad de ser perro.- Roger Grenier (1919-2017)

Resultado de imagen de roger grenier 

Palmarés

«Los hombres se comportan igual con los animales en los libros que en la vida. Con más o menos sinceridad, inteligencia, amor, desprecio, indiferencia. Hacer un pequeño repaso literario termina fatalmente en el palmarés, en distribuir punto buenos y malos. Yo atribuiría de buena gana un cero eliminatorio a Borges, que no hacía diferencia alguna entre ningún perro, y confundía todas las razas. Muchos escritores son demasiado narcisistas para haberse complicado alguna vez con un animal. Al no querer a perros ni a gatos sólo los conocen de segunda mano, por así decirlo.
 Jacques Brenner que, como San Roque, está siempre y en todas partes acompañado por un perro, redactó un Alegato en favor de los perros totalmente radical en una colección llamada Idée Fixe. Brenner, que en varias obras demostró ser un buen historiador de la literatura, revisa aquí sus juicios a la luz de un único criterio: la actitud hacia el reino animal. El enemigo uno es Descartes, por supuesto, debido a su teoría de los animales-máquinas. Y como Descartes creía que nuestra alma es inmortal, Brenner piensa que vuelve a vivir en la actualidad bajo la apariencia de un perro sabio, en  un circo. Lo que de golpe lo vuelve simpático.
 Elogia al autor de Las bodas de Fígaro, que había hecho grabar en el collar de su perra: "Me llamo señorita Follette, el señor de Beaumarchais me pertenece". Y a Lamartine, no porque cantó a Elvira sino porque su mujer suspiraba: "Sólo ama a los perros".
 En el cuadro de honor, Gide: cuando "quiso justificar sus costumbres, recordó más a los perros y a los patos que a Platón, Shakespeare y Miguel Ángel". Y también Giono, que escribió que la responsabilidad moral del asesino es del mismo orden tanto si mata a un hombre como a un animal. Bernard Shaw, vegetariano, es un príncipe del espíritu. Marguerite Yourcenar es digna de elogios. Yo diría lo contrario. En la dedicatoria de mi ejemplar de Denier du rêve se excusa: "Ayer sólo pensé en su hermoso perro".
 El poeta Francis Jammes inspiró a Brenner sentimientos mitigados. Cantó de manera conmovedora a los asnos y terneros. Pero apreciaba demasiado la caza. Mauriac, no hablemos. Dos meses antes de morir escribió que, si volviera a empezar su vida, imaginaría una casa en la que estarían prohibidos el perro y el gato. Pero vería de buena gana a los patos chapoteando en una charca. ¡Qué hipocresía!, se indigna Brenner, porque Mauriac comía pato.
 No he citado esta obra para ironizar sobre Jacques Brenner. No estoy lejos de darle la razón. Después de todo, tenemos derecho a saber si los escritores que uno admira eran o no simpáticos, y la actitud hacia los animales no es un mal criterio.
 Todos se traicionan cuando hablan de perros y revelan su propia naturaleza. Por ejemplo, Octave Mirbeau publicó un libro bastante voluminoso, Dingo, consagrado a los hechos y gestos de un animal que lleva ese nombre, un extraño animal, no totalmente perro, un "dingo" de Australia. Un perro entre perro y lobo. En realidad las desventuras debidas a ese compañero sólo son un pretexto para pintar con mordacidad la maldad y bajeza humanas, tanto en la ciudad como en el campo. Dingo es un animal perfectamente subversivo. Degüella a los otros animales, es antimilitarista, y se lanza contra todo lo que lleva uniforme, sólo se muestra afectuoso con los miserables, los vagabundos, una pobre comedianta tuberculosa y hasta un pedófilo asesino. Los crímenes y las malas compañías de Dingo regocijan secretamente a su amo, que piensa que todos ocultamos en nosotros una parte criminal. Permiten a Mirbeau esculpir su maldad y su desprecio a la cara de sus conciudadanos. Uno de los personajes más grotescos de su libro es un veterinario que piensa que la rabia no existe:
 -¿Y el instituto Pasteur?
 -Una buena broma... señor... curan la rabia porque la inventaron y no quieren fracasar. El instituto Pasteur ha decidido que los perros tendrán rabia, como los gobernantes han decidido que el pueblo necesitaba una religión..."
 Octave Mirbeau es tan pesimista que su mala opinión de los hombres estropea por contaminación los sentimientos que tiene hacia los perros:
 "El crimen, el imperdonable crimen de las amistades humanas es, por el hábito doloroso que tenemos de ellas, que también nos hacen dudar del desinterés de los perros".
 Dingo, en el fondo, no es malo. Mata bastante ingenuamente, empujado por un instinto ancestral. La verdadera sádica es su pequeña compañera, Miche, la joven gata que juega a torturar largamente a los pájaros que caza, en lugar de matarlos del primer zarpazo.
 -¿Qué escribe en este momento? -me preguntan muy a menudo-. ¿Una novela? ¿Relatos?
 Hablo de este libro, donde se trata, entre otras cosas, de perros en la literatura. Hasta podría titularlo: Perra literatura. ¡Imprudencia fatal! Después, cada uno me insta a no olvidarlo:
 -Recuerde, hay un perro en la página ciento setenta y nueve de la novela que publiqué hace doce años. Espero que hablará de él.
 Está por verse. A medida que escribo, empiezo a considerar mi libro sobre los perros como una reunión de la gente que quiero. No tengo deseos de invitar a otros. Es inútil que Wagner trate de enternecernos con la pérdida de su danés, o Céline al contar la muerte de su perra Bessy.
 La editorial que me publica desde siempre es acogedora con los perros, tanto de los autores como los de la gente que trabaja allí. Recuerdo que el cocker de Claude Gallimard, llamado Harry, no abandonaba nunca su despacho. Harry era muy amable con nosotros y con los autores. Con una excepción: apenas veía a Aragon, quería comérselo. Pueden imaginarse hasta qué punto esta actitud, que ha quedado sin explicación, ponía a su amo en un apuro.»

 [El texto pertenece a la edición en español de Alba Editorial, 2001, en traducción de Juana Bignozzi. ISBN: 84-8428-117-5.]

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Realiza tu comentario: