La materia en fuga
«Si se necesita alguna prueba de que en el principio Dios no creó separación alguna con la pareja cielos-tierra, basta con leer el versículo 2 y su imposible distinción en partes. Todo está dado de golpe a la percepción del lector, que apenas puede percibir con los sentidos. Todo lo que se dice está como engullido dentro de lo demás en una especie de juego cóncavo-convexo y soplado, como en el paso del sílice al vidrio, por el rúah Elohim, el viento de Dios.
Hobbes, que dedicó buena parte de su vida a hablar de la representación-aparición de los mundos que llegan desde los sentidos, sentenció en su Leviatán que este "pasaje está por encima de nuestro entendimiento". San Agustín y la patrística trataron de ver a su través una creación total previa, una especie de sustancia original que después dio lugar a las partes y a la fisonomía del mundo conocido. La lucha del confeso de Hipona por dar sentido al magma es exhaustiva, encomiable y agotadora. Filón, aun confesando que las ideas comprendidas en la creación del cosmos "trascienden nuestra capacidad de hablar y escuchar, siendo demasiado grandes para adecuarse a la lengua o al oído de cualquier mortal", no duda en afirmar que Dios "formó primero las esencias aire y tierra y las formas esenciales". Así, por ejemplo, la oscuridad no sería más que la esencia-aire abandonada a sí misma y a sus abismos. Los gnósticos vieron aquí, y por aquí, un mundo de origen sin relación con éste que habitamos, mundo de la negación y de lo indecible que actuaba como escondite del mismo Dios y como imagen de su inaccesibilidad. La gnosis especulativa apuró el trago hasta señalar a un Dios malo que recorría todo el Antiguo Testamento, mientras la revelación y la redención mostraban al Dios bueno. Estos gnósticos, indudablemente, no trataban con la revelación del rel
ato, sólo con revelaciones salvíficas. El Génesis apócrifo de los Jubileos eliminó de un plumazo todo abismo anterior a la creación de los días y obtuvo su Dios de la gran semana. A los redactores les sobraba la confusión y sus excesos.
ato, sólo con revelaciones salvíficas. El Génesis apócrifo de los Jubileos eliminó de un plumazo todo abismo anterior a la creación de los días y obtuvo su Dios de la gran semana. A los redactores les sobraba la confusión y sus excesos.
La tradición judía ha negado la posibilidad de saber algo de Dios por el camino de este caos del versículo 2, toda vez que la Torá y el relato mismo forman parte del mundo de la dualidad por oposición al de la unidad divina: el libro del Génesis es fundamentalmente el libro del Hombre, como han recalcado entre otros Eisenberg y Abecassis. Pero coincide con la cristiana en la sustitución teológica del caos por la nada, es decir, en convertir este pasaje en una nada significativa y en una nada material (o sea, en negar un algo). Los cabalistas han "transmitido finalmente la nada al interior de Dios mismo, a su abismo", según señala Scholem que, al mismo tiempo, define esta sustitución del caos por la nada como un "malentendido productivo". En tierra de nada absoluta, teológicamente hablando, puede crecer de todo. Por contra, un campo embrollado del que no se sabe si es monte o llanura, vega o desierto, no es terreno para grandes siembras. Von Road concluye que "el concepto de un caos creado es contradictorio en sí mismo" e insiste en la creación ex nihilo, un tipo de creación que nos alejaría de los tipos de creador combatiente y engendrador al estilo mesopotámico. Más aún, el versículo 2 es una negación absoluta, ya que su propósito es "mostrar la creación a partir de la negación de ésta". Es decir, estaríamos ante la nada porque estamos ante la negación.
Nos encontramos sin duda frente a un párrafo clave no sólo del relato de la Creación, sino del todo el Génesis, cuya pregunta fundamental no puede ser otra que de qué estamos hablando. Preguntarse por los orígenes es preguntarse universalmente por todo: por los principios, por el creador, por el papel de las criaturas, por su relato. Es la pregunta: después de ella las otras preguntas son sombras. La gracia, la salvación y el pecado pueden tener un enorme y crucial interés, pero están sometidas, como tales cuestiones, a la forma en que se ha resuelto lo sustantivo. El origen lo es de todo, y la peripecia humana, por más que afecte trágicamente, pasa a depender del principio que se le ha dado. El versículo 2, leído en lo literal, nos habla de los contenidos de una creación anterior y también nos habla de un lugar habitado por el creador. Digamos que así lo escucharía un oído limpio, como le gustaba a Lucrecio: "Hubo un Dios que creó un mundo caótico, hecho de oscuridad, de aguas y de abismos, y ese Dios vivía en él como una especie de viento que iba en todas direcciones". Porque no hay duda de que ese Dios vivía ahí, dentro de su creación, puesto que la alentaba continuamente con una respiración incesante que se escucha encrespando la superficie de las aguas caóticas, con su rúah, el viento de Dios, el espíritu de Dios. ¿Es osado preguntarse qué hacía el personaje en tal ambiente y, de resultas, quién es el personaje que habita tan umbrías latitudes? Es una pregunta ingenua, y desde las alturas a que ha volado históricamente la interpretación del versículo, medio terrícola. Pero, aunque hocique el suelo como la más arrastrada de las cuestiones, no ha sido contestada. Las variantes interpretativas han dado bien en colocar el asunto por encima del entendimiento, bien en hacerlo coincidir con el neoplatonismo de las sustancias, vienen eliminarlo directamente, bien en inventarse la nada como principio teológico. Es decir, han dado en no contestar la pregunta por el sencillo método de no plantearla. La interpretación -sería mejor escribir a partir de ahora La Interpretación- ha tenido siempre tan altos intereses que el pueblo llano de la creación literaria de y de las palabras padece de tortícolis de tanto mirar hacia arriba.»
[El texto pertenece a la edición en español de Editorial Anagrama, 1998. ISBN: 84-339-0562-7.]
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