jueves, 31 de enero de 2019

Un terrible amor por la guerra.- James Hillman (1926-2011)


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Capítulo uno: La guerra es normal

«Aristóteles zanjó la cuestión, antes incluso de que ésta se iniciara, con su famosa sentencia: anthropos phúsei politikon zóon: "el hombre es, por naturaleza, un animal político". Estamos dotados de un instinto político; la política viene incluida en nuestra naturaleza animal. El Estado está prefigurado en nuestra alma individual como un apetito, como una pasión. Si la guerra es, como dijera Clausewitz, "una continuación de la política por otros medios", entonces ésta es una consecuencia de nuestra naturaleza política. No tenemos que buscar las causas de la guerra en un ello que explota contra un superyó, en las ansias de castración masculinas, en proyecciones paranoides, escindidas, en sentimientos de inferioridad sobrecompensados, ni culpar a la testosterona. Es más probable que los territorios inconscientes de la guerra se asienten en un desinterés por comprender nuestra naturaleza animal en toda su extensión -que nuestra animalidad no es solamente vil y brutal, sino que además está en sintonía armoniosa con la guerra porque cada uno de nosotros es un politikon zóon-.
 Si la guerra engendra al cosmos (Heráclito), si el ser se revela como guerra (Lévinas), si el estado natural es la guerra (Kant), ella debe ser la primera entre las normas, la vara para medir todo lo demás, debe permear a la existencia y, por lo tanto, a nuestra existencia como individuos y como sociedades. La guerra, entonces, es permanente, no repentina; necesaria, no contingente; es la tragedia que hace palidecer a todas las demás, pero, al mismo tiempo, la que hace posible el amor desinteresado. ¿No fue Yeats quien dijo que "uno no comienza a vivir hasta que concibe la vida como una tragedia"? En el mismo sentido, Conrad aconseja: "Sumérgete en el elemento destructivo".
 Kant concibió la guerra como necesaria, pero también iluminó tan sombría verdad al encontrar la utilidad de la guerra para el proceso histórico. Maquiavelo y Clausewitz coinciden en que la necesidad de la guerra cumple la función de hacer avanzar la ambición política del Estado. Marx, por su parte, demostró cómo esta necesidad era el resultado inevitable del capitalismo. Yo prefiero tragarme la verdad completa, sin la envoltura de las justificaciones: la necesidad de la guerra está establecida en el cosmos y afecta a la vida con lo insoportable, lo terrible y lo incontrolable, a lo que toda medida de lo normal y lo anormal debe ajustarse.
 "El ser se revela a sí mismo como guerra", refleja la tradición monoteísta que nutre el pensamiento de Lévinas. La frase representa en lenguaje filosófico la naturaleza del Yahveh de la Biblia, que era un "Dios guerrero", tanto como los primeros cristianos eran "soldados de Cristo". Y los posteriores también: "Adelante soldados de Cristo, marchando hacia la guerra; con la Cruz de Cristo, marchando delante de nosotros"*. "Adelante en nombre de Dios", escribe un soldado alemán desde las trincheras; "como quiera que sea", escribe otro, "no hemos perdido la fe en que es Dios quien nos guía hacia buen puerto; de otro modo, cuanto antes encontremos la muerte, mejor para todos".
 Si el Dios de la Biblia, que dice ser el fundamento de todo lo que es, es un dios guerrero, entonces la guerra presenta la verdad última del cosmos. Las tres principales confesiones monoteístas, que provienen de ese dios, intentarán continuamente negar y escapar de su premisa original enunciando doctrinas de paz y elaborando sistemas y leyes para mantenerla. Su lenguaje pacifista no es mera hipocresía, sino que más bien reconoce que la guerra es el fundamento y el espíritu de sus religiones y que el amor de Patton por la guerra es una afirmación de amor al Dios de la Biblia, que leía todos los días. Para estos monoteísmos la religión es la guerra; su fe en el ser del cosmos coincide exactamente con lo que escribió Lévinas: "el ser se revela a sí mismo como guerra".
 Con todo, la cita de Lévinas no es excluyente; hay una apertura tácita, una salida. Él no dice: el ser se revela únicamente como guerra. En un cosmos politeísta hay muchas revelaciones del ser, muchos estilos de existencia. La guerra es uno de los muchos posibles. Incluso cuando Heráclito declara que el conflicto lo engendra todo, hay también otros padres y madres. Cuando nos acercamos al "ser" desde otro punto, es decir, desde una perspectiva griega, romana o pagana, hay muchos dioses y diosas. Ahí también, la coincidencia de belicosidad individual y el militarismo político que, juntos, dan vida a la guerra, son revelaciones de una sola fuente, el dios de la guerra -Marte, Ares, Indra, Thor-: una divinidad que se enfurece, trae muerte y provoca pánico, llevando a los hombres a la locura y a las sociedades a la ceguera. Esto es lo inhumano adonde, a continuación, dirigiremos nuestra mirada.»
 
*Versos iniciales de un famoso himno del siglo XIX, Onward, Christian Soldiers. La letra fue compuesta por Sabine Baring-Gould en 1865, la música por Arthur Sullivan en 1871. (N. del T.)  
 
        [El texto es propiedad de la edición en español de la editorial Sexto Piso, 2010, en traducción de Juan Luis de la Mora. ISBN: 978-84-96867-62-8.]
  

miércoles, 30 de enero de 2019

Yugoslavia, mi tierra.- Goran Vojnovic (1980)


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27

«El general Borojevic no se había defendido de mis ataques, no había devuelto  mis golpes. Había representado el papel de víctima débil e inocente. Había conseguido que durante toda la noche yo sintiera lástima por él. Estaba convencido de que así me ganaría para su causa, y por eso tampoco reaccionó a mi agresión motivada por el alcohol. Quizás no había comprendido mis motivos y no sabía por qué lo había tratado así. Me miraba con aquellos ojos suyos, tan parecidos a los míos, y me preguntaba sin palabras por qué yo, su hijo, no estaba de su lado, por qué no quería oír su relato.
 Su relato. Su relato maldito, mentiroso, su jodido relato de mierda, su puto relato distorsionado y fastidioso, ese relato manipulador e inexacto. El relato que yo me creí tan fácilmente mientras sólo tuve los fragmentos que me confiaron Emir, Danilo y Brane. Pero ese relato acabó explicándose a sí mismo. Me sentí avergonzado por habérmelo creído. Me devastaba la ingenuidad con la cual había mordido ese anzuelo y había asumido que todo cuadraba, que todas las piezas encajaban. Era como si ese relato se hubiera inventado especialmente para mí.
 Me sentí avergonzado por haberme creído durante todo ese tiempo un relato que debía ser inventado, al menos en parte. Me lo había creído para poder justificar a un criminal de guerra. Me sentí avergonzado porque deseaba sin reconocérmelo que ese relato fuera cierto de la primera a la última letra. Desde el principio, había anhelado encontrar razones que pudiesen hacerme entender y justificar lo que mi padre había hecho.
 Ese era el pecado que esa mañana pesaba sobre mi conciencia. En un momento dado, en un lugar incierto, yo sí había estado de su lado y había estado dispuesto a creer que existía lo que él llamaba destino. Dispuesto a creer en los cadáveres apilados casualmente en piras, en verdades nunca dichas, en un dolor ahogado que puede parar un corazón, en la ira reprimida que puede convertir a un hombre en una bestia. Yo había estado dispuesto a creer en todo eso.
 Me avergonzaba de esa fe mía, y me avergonzaba más aún de mi ingenuidad y de mi inconsciencia, por no haberme dado cuenta de que ese relato me lo explicaba siempre el adepto más fervoroso  de esa misma confesión. Ese feligrés estaba convencido de que él era la mayor víctima de su propio relato. Esperaba de mí que asintiera servicialmente y que aceptara sin condiciones todo lo que él me confiara. Y ahora yo estaba furioso conmigo mismo, decepcionado por haberme dejado seducir tan fácilmente. Sentí rabia por haberme dejado atrapar en una trampa tan evidente.
 Mi malestar iba en aumento y finalmente tuve que incorporarme. Nadja no dijo nada, sólo me acarició la espalda mientras me levantaba. En el baño, sin pensármelo dos veces, metí la cabeza bajo el chorro de agua fría del lavabo. Dejé que el agua me resbalara por el cuello y de allí goteara al suelo. Bebí, o más bien tragué, con la boca abierta, esperando que por unos momentos se me apagara esa sed horrible. No sirvió de nada. Me desnudé y me metí en la bañera. Mi cuerpo exhausto no se tenía derecho, me senté y dejé que el agua cayera sobre mí. Con el pie taponé el desagüe y observé cómo el nivel del agua subía poco a poco.
 La sensación de vergüenza no aflojó. La otra parte de mí se avergonzaba de mi relación con el padre perdido y del hecho de que yo me resistiera tanto a ponerme de su lado, a mirarle a los ojos que tanto se parecían a los míos, y a rehusarlo. Rehusaba al hombre que durante once años había ocupado el centro de mi mundo. La noche anterior, él había intentado justificar a su manera lo que había pasado después de esos primeros once años. Ese hombre, atrapado dentro del cuerpo de un criminal de guerra para siempre, había deseado que yo me creyera el relato que él me había contado. Yo, en cambio, no quise creer nada ni a nadie.
 Sentí ligeros golpes en la puerta.
 -Vladan, ¿va todo bien?
 -Va bien.
 No tenía intención de moverme de mi refugio improvisado. Había demasiados pensamientos por ordenar dentro de mi escindida cabeza. Pensamientos sobre el hombre que se me escapaba y que se había vuelto a perder en un paraje desconocido.
 El día antes había pensado que lo sabía todo sobre el hombre que era mi padre. Ahora sabía que no sabía nada sobre él. La noche anterior las certezas habían estallado en dudas y preguntas. Volví al principio del relato, el día en el cual se acabó mi niñez, y de nuevo vi la mirada vacía de Nedeljko. ¿Después de aquel día ese hombre volvió a vivir? ¿Era él aquel que llevaba su nombre? ¿El hombre con el cual había estado sentado en el restaurante Stomach, compartiendo mesa, era el mismo que un día cálido de junio me llevó al mercado de Pula y me compró mi último regalo?
 Esas preguntas se abrían paso de nuevo. Y, de nuevo, seguían sin respuesta. Sentado en la bañera, encerrado en la baño de la pensión Wild de Viena, metí la cabeza entre las rodillas y miré el agua fría que se estaba acumulando alrededor de mis pies. Temblaba de frío, pero me resultaba más fácil aguantar el frío que el dolor. El dolor se escondía, pero permanecía al acecho, esperando a que saliera para atacarme. Pero allí fuera me esperaba una mañana nueva, el primer día de mi nueva vida.»
 
   [El texto pertenece a la edición en español de Libros del Asteroide, 2017, en traducción de Simona Skrabec. ISBN: 978-84-17007-00-3.]

martes, 29 de enero de 2019

La gran separación.- Jean Cocteau (1889-1963)


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I

«Por desprecio hacia la superioridad primaria que consiste en tomar a contrapié el espíritu de su propia clase, Jacques adoptaba ese espíritu, pero de una manera tan diferente que los suyos no pudieran reconocerle.
 En suma, afectaba la elegancia sospechosa: la elegancia animal. Ese aristócrata, ese hijo del pueblo, que no soporta ni la aristocracia ni la masa, merece diez veces al día la Bastilla y la guillotina.
 No le seduce ni una derecha, ni una izquierda, que encuentra blanda. Además, su naturaleza excesiva no quiere considerar un justo término medio. 
 También, en virtud del axioma los extremos se tocan soñaba en una extrema derecha virgen, tan cerca de la extrema izquierda hasta el punto de confundirse con ella, pero en la que él pudiera actuar a solas. Ese sillón no existe o, si existe, nadie lo ocupa. Jacques se sentaba en él de oficio y, desde allí, contemplaba a todas las cosas de la política, del arte, de la moral.
 No pretendía ninguna recompensa, las gentes suelen reprocharlo.
 Los que pretenden, porque el desinterés atrae una cierta suerte que no sabrían admitir libre de maquinaciones. Los que recompensan, porque no se les solicita.
 Llegar. Jacques se pregunta a qué se llega. ¿Bonaparte llega a la Coronación o a Santa Elena? Un tren del que se habla porque ha descarrilado y causado la muerte de viajeros, ¿llega? ¿Llega más si llega a la estación?
 Profundizando sobre el entorno de Jacques, yo le denuncio como parásito en la tierra.
 En efecto, ¿dónde está el papel que le autoriza a gozar de un ágape, de una bella noche, de una chica, de los hombres? Que nos lo muestre. Toda la sociedad se levanta como un guardia civil y se lo exige. Se turba. Balbucea. No lo encuentra.
 Ese gozador cuyos pies marchan sólidamente sobre el terreno firme, ese crítico de los paisajes y de las obras se sostiene sobre la tierra por un hilo.
 Es pesado como un escafandrista.
 Jacques se esfuerza a fondo. Lo adivina. Ha tomado sus costumbres. No se le hace subir a la superficie. Se le ha olvidado. Subir a la superficie, quitarse el casco y el traje, es el paso de la vida a la muerte. Pero le llega por el tubo un soplo irreal que le hace vivir y le colma de nostalgia.
 
 Jacques vive enfrentado a un largo síncope. No se siente estable. No se estabiliza, salvo en el juego. Apenas se atreve a sentarse. Es como esos marineros que no pueden curarse del mareo.
[...]
 
IX
 
 A pesar de las diferencias de clases, la vida se nos lleva a todos juntos, a toda velocidad, en un mismo tren, hacia la muerte.
 La cordura consistiría en dormir hasta esa estación terminal. Pero, ¡ay!, el trayecto nos encanta y tomamos un interés tan desmesurado en lo que debería servirnos de pasatiempo que resulta muy duro, el último día, hacer las maletas.
 Por poco que el pasillo que une a las clases acerque clandestinamente a dos almas y las mezcle, la certeza del final del viaje, o el riesgo de que una de ella descienda en ruta, aniquilará el idilio, convierte la perspectiva del final en intolerable. Se desearían largas paradas en medio del campo. Se contempla la portezuela que es, a causa del movimiento de los hilos telegráficos, una arpista torpe que trabaja un arpegio para volverlo a empezar siempre.
 Uno trata de leer; pero el final se acerca. Se envidia a los que, en el minuto de la muerte, pensando como Sócrates en el barbero para Fedón y en el gallo para Esculapio, ponen, sin temor, sus asuntos en orden.
 Jacques, demasiado solo, se tiraba del tren en marcha. O bien, tal vez, ese buzo que se ahoga en el cuerpo humano quiere despojarse de su escafandra. Buscaba la señal de alarma.
 Se desnudó, escribió unas líneas en un bloc que dejó bien a la vista y abrió las bolsas de droga.
 Las vació por un ángulo en una vieja caja de cigarros. El contenido brillaba como la mica.
 Tenía sobre un mueble, costumbre que había copiado de Stopwell, una botella de whisky, un sifón y un vaso. Escanció el whisky, mezcló el polvo de la droga y bebió de un solo trago. Luego, fue a tumbarse.
 La invasión se produjo de todos los lados a la vez. Su cara se endurecía. Recordó una sensación análoga en casa del dentista. Tocaba, con una lengua pastosa, unos dientes extraños encastados en madera. Un frío de cloruro de etilo vaporizaba sus ojos y sus mejillas. Oleadas de carne de gallina recorrían sus miembros y se detenían alrededor del corazón que latía hasta dar la sensación de ir a romperse.»
 
     [El texto pertenece a la edición en español de Ediciones de Nuevo Arte Thor, 1986, en traducción de Joaquín Bochaca. ISBN: 84-7327-137-8.]

lunes, 28 de enero de 2019

Del teatro griego al teatro de hoy.- Francisco Rodríguez Adrados (1922)


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I.-El teatro griego y sus orígenes
Características generales de la tragedia y comedia griega

«Naturalmente, el teatro moderno [...]. Tiene algunas veces una buena medida de imitación del griego, corales, o danza, o lo que sea, y ello es absolutamente evidente. De otra parte, el teatro moderno puede tratar temas colectivos, evidentemente, por ejemplo, el destino de una sociedad o los grandes temas humanos; pero con mucha más frecuencia todo está enfocado al hombre individual. En el teatro antiguo lo individual es, en cambio, secundario, los temas colectivos son primarios. Primero, los grandes temas colectivos del enfrentamiento de la guerra, del amor, de la muerte, luego aplicados ya a circunstancias políticas. Cuando se desarrolla el drama del hombre individual, ese desarrollo es algo fundamentalmente secundario. Pues el teatro griego es un teatro de la ciudad, organizado por el Estado para aleccionar a la ciudad sobre momentos decisivos de la vida humana, pero no de la vida individual, sino de la vida de todo un pueblo. Es una lección. Por otra parte, el teatro moderno, naturalmente, no está ligado ni a un lugar ni a un tiempo; se puede representar en cualquier momento, mientras que en Grecia el teatro estaba atado a unas fechas muy concretas y a un lugar muy concreto en Atenas.
 Era parte de la fiesta y hoy día el concepto de la fiesta se ha ampliado, hoy día todo el año es fiesta, todo el año es carnaval, que decía Larra: la fiesta nos envuelve, el teatro, el cine, la novela, la televisión. La fiesta era en Grecia una cosa muy concreta para circunstancias y lugares muy concretos, y el teatro era parte de la fiesta. ¿Era religioso o no era religioso? Bien, esta dicotomía no existía, la fiesta es religiosa y profana al mismo tiempo, y el teatro era religioso y profano al mismo tiempo. Los grandes problemas de la ideología religiosa y del destino humano allí se trataban, pero esto era una diversión en el sentido etimológico, un apartarse de las cosas de todos los días, el momento en que los grandes héroes del pasado, los animales fantásticos, los dioses se aparecían en el acto de la mímesis delante de todo el pueblo. La representación teatral era el momento en que todos esos graves problemas que en la vida diaria tratamos de rehuir se planteaban en la escena  y era el momento en que las normas de conducta de la vida diaria se relajaban: por ejemplo, un hombre no puede llorar, no debe llorar, no es de buena educación, diríamos, que un hombre llore en la sociedad ateniense. Una mujer es diferente. Pues bien: en el teatro el héroe llora y ríe, y los temas tabúes sobre la muerte y sobre los grandes problemas, sobre el sexo, todos esos temas están allí como parte de la fiesta, entre la relajación de las costumbres habituales. Esto no lo comprendemos porque, repito, la fiesta lo ha invadido todo, pero era muy característico, absolutamente característico.
 Así el teatro era una parte de la fiesta y traía delante del público del siglo V el mundo antiguo de los héroes, de los dioses, de los orígenes del mundo, y representaba sus leyendas. Pero esas leyendas tenían un interés actual porque, en definitiva, eran los grandes temas colectivos y humanos los que allí eran representados para enseñanza del pueblo, pero todo con una serie de sistematizaciones muy fuertes, de tipificaciones entre géneros con ayuda de elementos formales y de contenido tradicionales que el poeta tenía que utilizar para dar vida ante el público a las viejas leyendas, en el caso de la tragedia. En el caso de la comedia, se dirá, son argumentos nuevos. Sí y no, son argumentos nuevos en cierto sentido, pero sobre esquemas absolutamente tradicionales y siempre los mismos. Ése es el teatro antiguo.
 Evidentemente, hay una razón de todas esas construcciones de que yo hablaba, y que luego dentro del mismo teatro griego a lo largo de todo el tiempo han ido relajándose; esa relajación ha continuado, luego, en la descendencia del teatro griego a partir de la época del Humanismo hasta el momento de hoy. Todo esto tiene que ver con un hecho muy claro y fundamental que es que, como todo el mundo sabe, el teatro griego procede del rito, ya es espectáculo porque hay unos que actúan y otros que contemplan; y los que actúan están allí para aquéllos que lo contemplan, el rito es participación y es algo que siempre es igual. Ahora, en cambio, hay un autor individual que crea un argumento que es nuevo cada vez, aunque sea sobre una serie de constantes, hay ya un espectáculo, evidentemente. Aunque guarda grandísimos restos de haber procedido del rito, de ritos en los cuales, en la fiesta de primavera, coros que danzan y que cantan son interpretados como representando antiguas leyendas.
[...] El enfrentamiento es el núcleo del teatro; el teatro está basado en un enfrentamiento que se resuelve de una manera o de otra, enfrentamiento que en un principio es entre un coro y un personaje, o entre dos coros, y esto no es más que confirmación y continuación de los agones, de los enfrentamientos rituales que tenían lugar. ¿Con qué significado? Con múltiples significados, con múltiples temas; la búsqueda de un dios, el enfrentamiento de dos bandos con la derrota del uno o del otro, la llegada del dios que se impone y que trae la vida, la fecundidad, el amor, la derrota, acompañada de la muerte. Los matices, los temas son muy diferentes. Por lo demás, los rituales son bastante fijos, pero las interpretaciones míticas son bastante variables, bastante fluctuantes. En el rito ha encontrado el teatro sus elementos, pero, naturalmente, el rito era una cosa mínima al lado de lo que es una pieza de teatro, que engloba una serie de momentos varios complejos.»
 
     [El texto pertenece a la edición en español de Alianza Editorial, 1999. ISBN: 84-206-3675-4.]

domingo, 27 de enero de 2019

Secretos a voces.- Alice Munro (1931)


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Entusiasmo
Accidentes

«La fábrica de pianos, que había empezado a hacer órganos, se extendía por el extremo occidental del pueblo, como una muralla medieval. Había dos edificios alargados como las defensas interior y exterior y un puente entre los dos, donde estaban las oficinas. Y los hornos, el aserradero, el almacén de madera y las naves llegaban hasta el pueblo y las calles en las que vivían los trabajadores. El silbato de la fábrica dictaba la hora de levantarse para muchos: sonaba a las seis de la mañana. Volvía a sonar para avisar del comienzo de la jornada a las siete y a las doce del almuerzo y de nuevo a la una para reanudar el trabajo. Por último, a las cinco y media avisaba a los hombres de que era hora de dejar las herramientas y volver a casa.
 Las normas estaban colocadas junto al reloj de fichar, detrás de un cristal. Las dos primeras eran como sigue:
 UN MINUTO DE RETRASO SON QUINCE MINUTOS DE PAGA. SEAN PUNTUALES.
 NO SE TOMEN LA SEGURIDAD A LA LIGERA. TENGA CUIDADO POR USTED MISMO Y POR SU COMPAÑERO.
 Había habido accidentes en la fábrica y había muerto un hombre al caerle encima una carga de tablones. Eso ocurrió antes de la época de Arthur. Y en una ocasión, durante la guerra, un hombre perdió un brazo, o parte de un brazo. El día que ocurrió, Arthur estaba en Toronto. De modo que nunca había visto un accidente o, al menos, nada serio. Pero muchas veces se le venía a la cabeza que podía ocurrir algo.
 Quizá no se sintiera tan seguro de que no pudiera sobrevenirle una desgracia como se sentía antes de la muerte de su mujer. Murió en 1919, durante el último brote de gripe española, cuando a todos se les había pasado el susto. Ella no tenía miedo. Aquello había ocurrido hacía cinco años y a Arthur aún seguía pareciéndole el final de una época de su vida libre de preocupaciones. Pero a otras personas siempre les había parecido muy serio y responsable; nadie notó que hubiera cambiado demasiado.
 En sus sueños con accidentes había un silencio envolvente; todo estaba mudo. Las máquinas de la fábrica dejaban de hacer el ruido de costumbre y desaparecían las voces de todos los hombres y cuando Arthur miraba por la ventana del despacho comprendía que la suerte estaba echada. Nunca recordaba ver nada especial que se lo indicase. Era sencillamente el espacio, el polvo del patio de la fábrica, lo que se lo dijo en aquel momento.
 
 Los libros estuvieron en el suelo de su coche una semana o así. Su hija Bea le dijo: "¿Qué hacen esos libros ahí?" y entonces se acordó.
 Bea leyó en voz alta los títulos y los autores. Sir John Franklin y la aventura del viaje al noroeste, de G. B. Smith. ¿Qué anda mal en el mundo?, G.K. Chesterton. La conquista de Quebec, Archibald Hendry. El bolchevismo: teoría y praxis, de lord Bertrand Russell.
 -El bol-ché-vis-mo -dijo Bea, y Arthur le dijo cómo se pronunciaba correctamente.
 Preguntó qué era, y él le dijo:
 -Es algo que hay en Rusia y que yo no entiendo muy bien, pero por lo que tengo entendido, un verdadero desastre.
 Bea tenía trece años por entonces. Había oído hablar del Ballet Ruso y también de los derviches. Durante los dos años siguientes estuvo convencida de que el bolchevismo era una especie de baile diabólico, incluso quizás indecente. Al menos eso era lo que contaba cuando se hizo mayor.
 No mencionaba el hecho de que los libros tuvieran algo que ver con el hombre que había sufrido el accidente. Con eso, la historia habría resultado menos divertida. O quizá lo hubiera olvidado de verdad.
 
 La bibliotecaria parecía confusa. Los libros aún tenían las tarjetas, lo que significaba que no los habían registrado, sino que los habían cogido de las estanterías y se los habían llevado.
 -El de lord Russell falta desde hace mucho tiempo.
 Arthur no estaba acostumbrado a tales reproches, pero dijo con suavidad:
 -Yo los devuelvo en nombre de otra persona. El chico que ha muerto. El del accidente en la fábrica.
 La bibliotecaria tenía el libro de Franklin abierto. Estaba mirando el dibujo del barco atrapado en el hielo.
 -Me lo pidió su mujer -dijo Arthur.
 Ella cogió los libros uno a uno y los sacudió como si esperase que fuera a caer algo. Pasó los dedos por entre las hojas. La parte inferior de la cara se le movía de una forma desagradable, como si se estuviera mordiendo las mejillas por dentro.
 -Supongo que se los llevaría a casa sin más -dijo Arthur.
 -¿Cómo? -dijo ella al cabo de unos momentos-. Perdone. No le he oído.
 Es por el accidente, pensó él. La idea de que el hombre que había muerto de aquella manera fuera la última persona que había abierto los libros, pasado sus páginas. Pensar que podría haber dejado un trocito de su vida en ellos, una tira de papel o un limpiador de pipas como señal o incluso unas hebras de tabaco. Eso la ha desquiciado.
 -No importa -dijo Arthur-. He pasado por aquí para devolverlos.
 Se alejó de la mesa pero no salió de la biblioteca inmediatamente. No iba allí desde hacía años. El retrato de su padre colgaba entre las dos ventanas de la sala principal, donde estaría siempre.
 
A V. Doud, fundador de la Fábrica de Órganos Doud y patrocinador de esta biblioteca. Defensor del progreso, la cultura y la educación. Verdadero amigo de la ciudad de Carstairs y de los trabajadores

      [El texto pertenece a la edición en español de Círculo de Lectores, 2014, en traducción de Flora Casas. ISBN: 978-84-672-5916-2.]

sábado, 26 de enero de 2019

Cartas a Miranda.- Quatremère de Quincy (1755-1849)


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Inventario de los robos hechos por los franceses en los países que han invadido sus ejércitos

«En este inventario no he hecho mención del robo de todas las pinturas, estatuas, bustos, manuscritos y monumentos de las artes, que estos canallas han sacado de las provincias conquistadas.
 Como todas las expediciones de la Francia se han emprendido con la mira del botín, han seguido a sus ejércitos constantemente numerosos cuerpos de gentes, con el proyecto de comprar los géneros hurtados que fuesen demasiado pesados para conducirlos con el bagaje. Jamás se ha movido Bonaparte sin una legión de estos avarientos y pudientes traficantes en su comitiva, los que estaban siempre prontos a comprar a un precio bajo cualquiera cosa que él y sus harpías podían agarrar en las casas que despojaban, desde la del habitante de la choza hasta la del príncipe. Este jefe de chamarileros o corredores ha vendido por sí mismo más muebles y efectos de casa, como vajillas, vinos, pinturas, bustos, adornos, etc. que la mitad de los prenderos de Europa. Los varios mueblecillos que pudo robar al paso en las casas particulares donde le alojaron, le habilitaron para dar la suma de veinte y tres mil libras esterlinas de dote a su hermana cuando se casó con el general Le Clerc, uno de los mayores canallas que ha deshonrado la noble profesión militar.
 Mr. Duppa, hombre de integridad, y buen observador, a quien he citado en mi primera carta, dice que fue testigo ocular cuando el Papa salió de Roma, que inmediatamente que abrieron el palacio del Vaticano y Quirinal, se hizo un inventario de todos los artículos; se permitió entonces comprar con ciertas condiciones cuanto escogió la compañía de corredores que seguía al ejército y después llamaron a los judíos de Gatta para que tomasen el resto. Estos corredores abastecían el ejército de Italia y cuando Bonaparte atravesó los Alpes la primera vez, les concedió la condición que ellos habían de elegir los primeros en el botín que hiciesen; pero le habían de pagar un tanto por ciento. Esta condición prueba una disposición previa en Bonaparte a no conquistar por amor a la consolidación y reposo de la Francia, sino por el saqueo. La rapiña pública y los robos particulares han sido característicos de este monstruo y de sus compañeros viles bandidos, sedientos siempre de derramar sangre y recoger el oro. Así el desgraciado pueblo de los países en que la sangrienta y mortal bandera de este agente infernal ha tremolado triunfante, puede exclamar justamente con el lúgubre lenguaje del escritor sagrado: "Aquello que ha dejado el gusano de la palma, ha comido la langosta, y aquello que ha dejado ésta, ha comido el gusano de la gangrena; y aquello que ha dejado este insecto, ha comido la oruga". En el África el fiero tigre salta únicamente sobre una víctima, la devora y despedaza; pero entre los franceses desde el jefe principal al inmediato en mando, desde éste al general, y aun hasta el pífano y el tambor hay arreglada una escala de despojo y de rapiña, que nadie se escapa de sus garras; y para coronarlo todo, una cuadrilla de comisarios, proveedores, etc. completan la obra de la desolación y la miseria, quienes arrebatan los restos que el voraz apetito de los militares no pudo consumir. Todo esto forma una numerosa oligarquía que se extiende sobre millones de gentes. Estas aves de rapiña devoradoras hacen que por los poros de los desgraciados habitantes por donde han invadido estos ejércitos de bandidos, haya habido una corriente de sangre y oro que los ha extenuado y aniquilado, quedando revueltos en sus ruinas y en una desolación lamentable...
 Es imposible pensar sin indignación la frialdad con que miran estos agentes monstruosos los actos más atroces, habiéndose familiarizado con la sangre, el robo y toda especie de inmoralidad. Han asolado y destruido la parte más hermosa de Europa y han triunfado, con impunidad de sus crímenes. Pero no falta una vista oculta que los observa: han estado abandonados a su presunción y así se han arrojado desenfrenadamente a la destrucción; pero nuestra energía frustrará el abominable designio que han tenido de destruir la libertad de Europa, y se debe esperar también que la Providencia con aquella mano oculta que dirige la justicia, que tan a menudo deshace los proyectos de la iniquidad, decretará, y hará que el artífice del mal sea destruido; y aunque este malvado se burla escandalosamente del poder del cielo y de todas las virtudes de la tierra; que comete todas las iniquidades escandalosamente; que cree y se jacta de tener encadenada la fortuna; estas legiones, cuyos excesos han llenado el mundo de terror, y han confundido los más poderosos gobiernos de Europa, pagarán en nuestras costas sus impunidades y crímenes, y en su humillante catástrofe confesarán que obra la justicia retributiva. La mano del Señor está levantada, y la de aquel que sólo obra grandes maravillas: el león británico, una vez despierto, puede hacer que nos dirijamos pronto a las naciones de la tierra, con aquel sublime y despertador lenguaje que Moisés usó una vez con los Israelitas, diciéndoles: No temáis: estad quietos y mirad la salvación del Señor: lo que habéis visto hoy en el enemigo, no lo volveréis a ver jamás.
 Nota
 El autor de esta carta no hace mención de los robos y saqueos que han hecho los ejércitos franceses en los países de Alemania, Austria, Prusia y demás por donde han transitado en las últimas campañas, y menos los que han hecho en los desgraciados pueblos de nuestra península. Pero por un juicio comparativo pueden calcular nuestros lectores lo que han robado en los citados países, y a lo que hemos estado expuestos si la energía española no se hubiese desplegado con valor, para destruir los pérfidos proyectos del corso usurpador.
 Aunque no constan de oficio todas las noticias que hemos dado, la carta que hemos traducido de Alfredo se ha tenido por verídica e imparcial cuando se publicó en Londres, y los datos de este inventario la mayor parte son públicos y conocidos de toda Europa.»
    
    [El texto pertenece a la edición en español de Nausícaä Edición Electrónica, 2007, en traducción de Ilduara Pintor Mazaeda. ISBN: 978-84-96633-36-0.]

viernes, 25 de enero de 2019

Bariloche.- Andrés Neuman Galán (1977)


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XXV

«Mario Miguel Ferrando, alias el Petiso desde esa edad en que un muchacho ha de semejar un hombre, había dejado de leer la prensa poco después de abrir su primer kiosco. Su hermano mayor y su padre habían sido vendedores de periódicos y su abuelo había vendido periódicos; del bisabuelo del Petiso ya nadie se acordaba. Y ahora él, entre las cinco láminas de zinc azul de su puesto de la calle Alsina, pensaba que habría querido enseñarle el oficio a su hijo, si hubiera tenido uno. Se trataba de un oficio simple, pero estricto: había que saber levantarse antes del amanecer, cinco minutos antes de que el despertador sonara, para apagarlo ya vestido y no sufrir la tentación de seguir durmiendo. Había que saber desayunar cuando se pudiera y como se pudiera. Era aprender a acariciar las portadas de los periódicos sin llenarse los dedos de tinta (como a una mujer, pibe, como a una mujer, le habría dicho a su hijo cuando éste ya tuviese la edad de tener un apodo o de recibir para siempre el mismo de su padre) y era también saber adivinar el momento exacto de hacerle una sugerencia a un ojeador indeciso o de permanecer callado, aprender a distinguir a los clientes de confianza de esos a los que nunca se les debía fiar un periódico, sobre todo si se trataba de clientes barbudos: su padre le había enseñado que un hombre que no se afeita no puede ser de ley.
 Había comprendido que todo lector de prensa tiene la íntima convicción de que la prensa habla de él. Mario Miguel Ferrando había dejado de leer los periódicos cuando comprobó que jamás hablarían de sus cosas: ése fue el momento de pasar a ser un auténtico vendedor de kiosco. De allí en adelante, treinta años podían ser muy cortos si se contaba cada día de la semana en las portadas de La Nación, de Clarín o de Crónica, Lunes 23, Martes 24, Miércoles 35, y las pilas de papel bajaban y subían y volvían a bajar.
 El Petiso se llevaba todos los días el mate y un termo rojo al kiosco. Entre cliente y cliente, se cebaba uno o dos mates con pulso firme y sorbía la bombilla de una sola chupada larga y profunda, ahuecando las mejillas recién afeitadas. Entonces expulsaba en el aire gélido el calor que el mate le había dejado en la boca y se quedaba mirando cómo el vaho se hacía menos denso hasta desaparecer. Así, bajo un techo de zinc azul, fumando la mañana, el Petiso había aguardado durante treinta años a que llegase la hora de un buen tinto o de una buena muerte. [...]
 
XLIX
 
 Mi amor:
 Te escribo porque hace más de una semana que no nos vemos ni me llamás tampoco. Ya sé que no conviene que reciba llamadas tuyas por si el Negro está en casa, pero tampoco es para tanto, mi amor, acordate que ya pasó una vez y vos hiciste como si necesitaras hablar con él. Fue muy peligroso y muy excitante. Así que a mí me parece más bien que ya no querés llamarme, que ya no tenés tantas ganas como antes de que hablemos, ¿te acordás cuando me decías que tenía la voz como una flauta dulce? A mí el Negro nunca me va a decir cosas así. Pero ahora no sé si vos me las vas a seguir diciendo.
 Demetrio, sabés perfectamente que si no me voy con vos a la cama no me pasa nada, yo ya me las arreglaría, me buscaría a algún otro, vos qué te creés. Yo tengo mi voluntad y mi cabecita. Pero lo que no aguanto es esto, que me digan que me quieren y una diga que sí, que también, que mucho, pero después pasen dos años, ¡dos años, Demetrio! y de pronto una vea que lo único que consiguió son unos ratos de sentirse querida después del orgasmo. Por más que vos digas es así, Demetrio, es como si te estuviera oyendo. ¿No te das cuenta que lo que no aguanto son las promesas? Prefiero un amante que sea un infeliz, que no me diga nada y me use como una muñeca inflable y yo lo sepa y lo use también a él. Pero vos me dijiste que me querías y una fue creyéndolo de a poco, una lleva dos años mintiendo todos los días y tratando de ser una buena madre y una buena ama de casa y una esposa obediente. A mí no me importa nada mentir. Tengo derecho a eso y a mucho más, porque el verdadero sacrificio no es tener que laburar y traer la guita al principio de cada mes. No es matarse en dos trabajos a la mañana y a la tarde, el sacrificio es precisamente haber tenido que renunciar a trabajar. Yo pude elegir otra cosa. Ya sé, vos dirás: culpa tuya. Y es verdad, tenés razón, Demetrio, es culpa mía, pero ustedes nunca van a entender lo que es guardar una vida dentro, cuidarla sola y aprender a quererla durante casi un año mientras ustedes lo más que hacen es imaginársela y arrimar la oreja a nuestro ombligo. ¡Ustedes qué sabrán! Yo me desprendí de mi hijo y se lo di a él, le dije tomá, acá tenés el pibe que tanto querías, tomá, yo lo sufrí por los dos. Tuve que dejar el laburo cuatro meses más otros dos después del parto y cuando querés volver a trabajar los hijos de puta te dicen que lo sienten mucho pero que la empresa bla bla bla. Me pagaron dos mangos nada más. El juicio hubiera durado demasiado y nos hubiera salido carísimo, ya lo sabés, y yo qué sé qué hubiera pasado. Al fin y al cabo el Negro ahí tenía su pibe, que le iba a enseñar a patear la pelota con las dos piernas desde chiquitito para que se acostumbre, para que no tenga una de palo, mira qué grande está, qué lindo es, decíamos. Nunca vas a poder entender cómo se siente una después de eso y por qué entonces pensé casi sin darme cuenta: ma sí, que lo mantenga él. A él y a mí. Que nos mantenga a los dos y me devuelva el sacrificio. Y al final ahora, encima, ni siquiera siento que alguien me haya protegido, ni a mí ni a mi hijo que ya va a la escuela y que no sabe patear con la izquierda, igual que su padre.
 Así que como verás me importa un pito todo. Pero lo que no soporto es haberte dado a vos algunas cosas que no le di ni siquiera a mi marido, para terminar viendo que pueden pasar diez días y por vos que a mí me pise un tren. Supongo que pensabas llamarme cuando te entrara una calentura, para preguntarme cómo estaba, chupasangre, solterón de mierda empedernido.
 Y te escribo por eso, porque no puedo estar diez días así, Demetrio, yo también tengo que vivir. Necesito escuchar que me querés, seré una cursi, digo yo, qué voy a hacerle. No ves que no te pido tanto, sólo quiero que hablemos y me escuchés, mi amor. Que alguna vez me escuche alguien. Yo te quiero y te deseo y te necesito, sin tu voz me voy a hacer vieja más rápido y ya no voy a tener fuerzas para detestar a mi marido y saber que me merezco algo mejor. Vos me lo hiciste ver. Así que te pido que seás fiel a esas palabras que al principio nadie te pidió.
 Te ama y te espera,
 Verónica.»
 
     [El texto pertenece a la edición en español de RBA, 2000. ISBN: 84-473-1791-9.]

jueves, 24 de enero de 2019

Sin arte.- Péter Esterházy (1950-2016)

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Miki Görög. Epílogo u otra madre.
Pascal

«Mientras vivió, Miki Görög fue la prueba palpable de que la mente civil y la mente futbolística, la inteligencia, la sensibilidad, no son lo mismo, durante el partido casi nos deteníamos y nos lo quedábamos mirando, pero él no nos veía a nosotros, sólo veía el juego, se metía en el juego, hijito mío, y en los entrenamientos se percibía todavía mejor su particular saber, ¿qué te parece, lo lleva atado o no lo lleva atado?, así bromeábamos, porque el balón jamás se alejaba más de dos palmos de su pie, lo cual sólo podía concebirse si llevaba el balón atado al tobillo como la bola de hierro al del conde de Montecristo, él jamás miraba la pelota, hijito mío, daba la impresión de que se habían puesto de acuerdo, de que lo había acordado ya todo con la pelota, ni siquiera miraba a sus compañeros, para saber dónde estaban o dónde estarían, qué les pasaba por la cabeza, él se centraba en observar el juego en sí, lo repito una y otra vez, hijito mío, el juego, ver qué quería el juego, qué permitía el juego, hablo sobre él como sobre los grandes de verdad, aunque sé perfectamente que no lo era, en los juveniles se le vieron ya las limitaciones, siguió siendo el mejor durante un tiempo, pero no creció, se quedó bajito, debilucho, lo podían apartar de un empujón, unos años antes no se podía, hasta Kaszás junior rebotaba en él como si lo hubiera rodeado una campana protectora, un ejército de ángeles, hijito mío, un angelical ejército de buenos karatecas, pero luego los ángeles desaparecieron, allí quedó solo ese pobre hombre con su enorme talento, se juega al fútbol, hijito mío, para mayor gloria de Dios, para el prestigio de la patria y para el propio placer, en este orden, ésos son los requisitos de la calidad, a bote pronto no sería capaz de decir nada a lo cual no fuesen aplicables, incluso aunque Dios no existiera y la patria nos importara un rábano, su estupidez fuera del campo no llamaba la atención porque era un muchacho (un muchachito) sumamente simpático, de manera que los maestros no le creían del todo esa absoluta falta de luces, querían extraer de su oscuridad el tesoro escondido, pero el meneaba la cabeza sonriendo, no me sopléis, que no vale la pena y además tocaba la guitarra con habilidad, gracias a él escuchamos por primera vez a los Beatles, she loves you, yeah, yeah, yeah, incluso fundó una orquesta, tres guitarras y una batería, conmigo sólo quería hablar de Dios, de que no existe.
 No existe.
 Por aquel entonces leí la argumentación de Pascal, para mí sorprendente y hasta cierto punto escandalosa, por no decir clamorosa, basada en cierto cálculo de probabilidades, y traté de encajársela a Miki siguiendo el espíritu de difusión del evangelio, íbamos a entrenarnos, el camino que ahora lleva a la cantina, que une el bulevar grande con el pequeño, no estaba asfaltado todavía en aquella época, a veces pasaba traqueteando un carro de riego que esparcía aceite, supongo que para evitar las polvaredas, íbamos a entrenarnos, el trayecto hasta el campo se antojaba suficiente para aclarar las aparentes (!) incertidumbres en torno a Dios, según Pascal (tal como lo entendía entonces) no era preciso probar la existencia de Dios al estudiante de enseñanza básica Miki Görög, sino proyectar cierta luz sobre la circunstancia de que era mejor negocio creer que no creer, él ni siquiera sabía ni habría comprendido lo que significaba probar, él sólo sabía esto: existe o no existe, o, mejor dicho, en su caso todo giraba alrededor del no existir, el no existir en casa, en la escuela, el no existir en su cabeza, existir sólo existía en el campo, y entonces si existía existir también en su cabeza, también en sus pies, de repente lo sabía todo, realmente todo, hijito mío, y el todo es mucho, sabía incluso que no sólo él debía jugar bien sino el equipo, pues sólo así podía él jugar bien, veía el conjunto mejor que todos, y era elegante y discreto como un lord inglés, no se dirigía a don Vili ante los demás, que si esto era preferible así o asá, él ni siquiera proponía, se limitaba a preguntar, ¿no ha pensado el míster en no poner a Tomi a marcar al hombre?, para eso basta y sobra la Ranita perfectamente, él a lo sumo se tiraría un poquito hacia la banda derecha, don Vili quería a Miki Görög hasta el punto de emocionarse, pero después se dio cuenta de que no acabaría siendo un gran jugador, en parte por su estructura ósea, pero en parte también por la cantidad de noes, por todo ese no existir, su vida consistía en demasiados noes, don Vili era un buen entrenador, enseguida se daba cuenta de qué decía su jugador, intuía eso de tirarse hacia la banda, pero sabía que Miki era muy consciente de cuáles serían las consecuencias, consecuencias de carácter universal, si Tomi no marcaba individualmente.
 Veía la inexistencia de Dios igual que el dos por dos son cuatro; si existiera, yo sabría de él, ¿no? (yo supiera, decía; maniático y escrupuloso, yo me estremecía como si acabara de pisar mierda), pero no sé de él, no puedo hablar con él, y él tampoco habla conmigo, no conozco a nadie que hubiera hablado con él, fue entonces cuando introduje a Pascal, como si terminara de inventarlo, asegurándole que yo simplemente lo tenía más fácil, porque supongamos que Dios no existe, pues entonces me jodí con las misas dominicales, ya que podría haber pasado la mañana durmiendo a pierna suelta hasta el mediodía, pero si existe, entonces, él y Miki Görög desde luego la habrán cagado de lo lindo, nadie perdona que no crean en él, a cualquier persona le cae fatal que pasen de ella, aunque sea Dios, o sea, que había que pensárselo muy mucho, porque a lo sumo se estaba jugando el tiempo dedicado a las misas y quizá también a las clases de religión, pero a cambio, yo no pretendía esbozarle ni siquiera mínimamente todo lo que, ¡la vida eterna!, gritó de forma inopinada Miki Görög, y empezó a correr, a galopar como después de uno de sus goles, ¡la vida eterna, coño, realmente no es poca cosa!, y alzó entonces un brazo al cielo, se detuvo, me esperó, ¿tú cómo lo sabes?, le pregunté, me lo dijo mi madre; su madre semejaba un viejo y pesado armario (¿con olor a naftalina?), los dos no se parecían en absoluto, sólo por su forma de andar e incluso de correr, porque una vez la vi perseguir a su hijo, lo esperaba delante de la escuela, cuando Miki la vio, enseguida salió por la izquierda, más o menos entre la posición del back derecho, hijito mío, y la del centro half clásico, y se enfiló concretamente hacia el Bosquecillo, y la madre lo siguió, los dos corrían con la misma postura que Florián Albert, con el tronco ligeramente rígido, con los codos levantados y doblados hacia dentro, con la soberbia de las aves zancudas, el arrogante ganso Gedeón, mientras las anos parecían volar por separado, y aunque se trataba de una escena de persecución daba la impresión de que no corrían con todas sus fuerzas, al final, eso sí, Miki Görög acudió a una única clase de religión, ¿qué tal?, le pregunté después, se encogió de hombros, olía a jabón, ¿quién?, inquirí aunque sabía que se refería a nuestro capellán, olía a jabón y a polvos de talco, ya no volvió más, y yo tampoco le insistí, el olor a jabón flotaba entre nosotros como una especie de explicación, como algo que, si bien no refutaba la existencia de Dios, parecía contradecirse en cierta medida con ella, o una cosa o la otra, aquí lo único que existe es vuestro olor a jabón.»
    [El texto pertenece a la edición en español de Editorial Acantilado, 2010, en traducción de Adan Kovacsics. ISBN: 978-84-92649-45-7.]

miércoles, 23 de enero de 2019

Origen de la vida sobre la Tierra.- Aleksandr Ivánovich Oparin (1894-1980)


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Conclusión

«Para terminar, quisiera referirme brevemente a una cuestión con frecuencia planteada a propósito del origen de la vida: la posibilidad de que esta última continúe originándose todavía en el momento actual. La literatura científica y, especialmente, la científico-popular, trata este problema en términos un tanto confusos. Ello se debe probablemente a la manera indiscriminada en que de costumbre es planteado, sin tener en cuenta los muy diferentes sentidos en que se le puede entender. Por tal motivo, sería conveniente que lo examinemos en todas sus posibles variantes.
 ¿Continúa la vida surgiendo en la actualidad? Por cierto que sí; de ello no cabe la menor duda. La vida, en cuanto forma particular de movimiento de la materia, surgirá en todo aquel momento en que en un punto cualquiera del Universo se reúnan las condiciones apropiadas para ello. La Astronomía moderna ha demostrada convincentemente que en la actualidad se están formando nuevas estrellas y nuevos sistemas planetarios en diversos lugares de nuestra Galaxia, y no hay razón para dudar que en muchos de estos planetas el proceso de desarrollo de la materia no cursará de manera análoga a cómo lo hizo en la Tierra, lo cual implica un eventual nacimiento de vida.
 Pero los que plantean esta cuestión, generalmente, lo hacen en un sentido más restringido. A saber, si en el momento actual es todavía posible que surja vida sobre nuestro planeta. Aquí ya no se considera el problema en su dimensión universal y, sin embargo, también se puede responder afirmativamente. Estamos presenciando a diario el nacimiento de seres vivos. La sustancia viva continúa originándose todavía en nuestros días, aunque ahora lo haga ya exclusivamente a través de otros seres vivos. Lo esencial aquí es que el nacimiento de estos seres vivos se verifica a un nivel muy elevado del desarrollo de la materia. Con la aparición de la vida y el metabolismo, entró en acción una vía nueva de síntesis de lo vivo de eficiencia extraordinaria. Con anterioridad al surgimiento de la vida, esto evidentemente no podía ocurrir y es por ello que el desarrollo de la materia, desde lo inerte a lo vivo, tuvo que recorrer los tortuosos e interminables senderos a que antes se hizo mención: inicialmente, a lo largo de muchos centenares de millones de años, aparecieron las sustancias orgánicas; éstas, a su vez, dieron lugar más tarde a la formación de polímeros elevados, los cuales originaron eventualmente unos sistemas polimoleculares individualizados. Pues bien, los organismos primarios, o formas más elementales de vida, solamente pudieron nacer como resultado de la evolución orientada de estos últimos sistemas.
 Sin embargo, una vez que este punto había sido alcanzado, la síntesis de lo vivo a partir de lo inerte comenzó a verificarse en una escala gigantesca y con eficiencia extraordinaria, tal como hoy en día se puede observar en todo lugar y momento.
 No obstante, la síntesis de sustancia viviente por intermedio de lo ya vivo es considerado por muchos como un fenómeno trivial y carente de interés, y la cuestión que realmente les preocupa es si en la Tierra contemporánea lo vivo puede surgir de modo primario, es decir, directamente a partir de la materia inerte. Pero esto viene a constituir un tercer aspecto del susodicho problema.
 A él, muchos responden de manera puramente especulativa, asegurando que toda forma de movimiento de la materia, si ha tenido ocasión de surgir una vez, debe igualmente poder surgir ahora. Por supuesto, esto es correcto por lo que se refiere al Universo en general, pero no necesariamente a propósito de un sistema limitado particular, tal como, por ejemplo, nuestro planeta. Un planteamiento semejante de la cuestión podría conducirnos a conclusiones por completo erróneas.
 A fin de aclarar este aspecto, consideremos el siguiente ejemplo elemental. La aparición del hombre representa, sin duda, una de las etapas más importantes en el desarrollo de la materia, siendo perfectamente equiparable al origen de la vida misma. Si el nacimiento dela vida significó la puesta en marcha de una forma nueva (biológica) de movimiento de la materia, el hombre vino a constituir un feliz remate a la línea biológica de desarrollo, representando el tránsito hacia un nivel todavía más elevado del movimiento de la materia: el social. Sabemos con certeza que el hombre surgió sobre la Tierra en un momento determinado del proceso evolutivo de la vida. Sin embargo, difícilmente podría aceptarse que la especie humana se origine todavía en la actualidad por algún medio diferente al de la reproducción ordinaria a partir de seres homólogos.
 Imaginemos ahora una masa de agua estéril (desprovista de seres vivos), en cuyo seno existen disueltas diversas sustancias orgánicas diferentes. Abandonada a sí misma, en su interior se producirían paulatinamente aquellos mismos procesos de metamorfosis química a que hicimos referencia en párrafos previos de este libro. Eventualmente, al término de muchísimos millones de años, estos procesos desembocarían en el surgimiento de la vida. Por el contrario, si en este medio orgánico se introducen seres vivos activos (por ejemplo, bacterias), el curso de los acontecimientos será bien distinto, ya que en tal caso prevalecerá, pasando a ocupar el primer plano, una forma más perfecta de movimiento de la materia. A partir de aquel instante, la conversión de lo inerte en viviente discurrirá a través de los nuevos mecanismos metabólicos, caracterizados por su colosal rapidez de acción, muy superior, desde luego, a la de los viejos procedimientos de naturaleza química. En las señaladas circunstancias, quedará por completo excluida toda posibilidad de que la vida surja primariamente (es decir, sin intervención de otros organismos vivos), ya que la inmensa mayoría de las sustancias orgánicas presentes en la solución son procesadas por los mecanismos metabólicos a una velocidad con la cual no pueden competir los fenómenos organoquímicos. A esto ya hizo mención Darwin y en la actualidad es fácilmente comprobable en la Naturaleza que nos rodea.
 Supongamos que en un rincón determinado de nuestro planeta y por razones desconocidas, faltasen los organismos vivos, pese a concurrir allí condiciones apropiadas para el desarrollo de la vida. Es indudable que en una situación tal, podría concebirse el que aún en nuestros días tuviese lugar una formación primaria de vida. No obstante, para que esta hipótesis resulte aceptable, sería necesario en primer lugar que se descubra este fenómeno en el medio natural, cosa que hasta el presente no ha sido conseguido. A nuestra manera de ver, la resolución del problema del origen de la vida encuentra perspectivas muchísimo más amplias en el estudio de los mecanismos metabólicos de conversión de la sustancia inerte en viviente. Al mismo tiempo, el análisis detallado de los procesos metabólicos nos permitirá eventualmente el llegar a su reproducción artificial en el laboratorio. Una vez que se halle bien conocida esta elevada forma de organización de la materia (metabolismo), será posible sintetizar vida mediante procedimientos infinitamente más rápidos que los utilizados originalmente por la Naturaleza.
 De algo se puede estar seguro y ello es que esta meta será alcanzada en un futuro ya no demasiado lejano.»
 
    [El texto pertenece a la edición en español de Editorial Tecnos, 1979, en traducción de Jorge Asensio Peral. ISBN: 84-309-0464-6.]