viernes, 28 de septiembre de 2018

Carta a un amigo japonés.- Jacques Derrida (1930-2004)


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La deconstrucción en filosofía

«Cuando elegí esta palabra, o cuando se me impuso -creo que fue en De la gramatología-, no pensaba yo que se le iba a reconocer un papel tan central en el discurso que por entonces me interesaba. [...]
 También hay que decir que la palabra era de uso poco frecuente, a menudo desconocido en Francia. Ha tenido que ser reconstruido en cierto modo, y su valor de uso ha quedado determinado por el discurso que se intentó en la época, en torno y a partir de De la gramatología. Este valor de uso es el que voy a tratar ahora de precisar y no cualquier sentido primitivo, cualquier etimología al amparo o más allá de toda estrategia contextual.
 Dos palabras más, referentes al "contexto". El "estructuralismo" dominaba por aquel entonces. "Deconstrucción" parecía ir en ese sentido, ya que la palabra significaba una cierta atención a las estructuras (que, por su parte, no son simplemente ideas, ni formas, ni síntesis, ni sistemas). Deconstruir era asimismo un gesto estructuralista, en cualquier caso, era un gesto que asumía una cierta necesidad de la problemática estructuralista. Pero era también un gesto antiestructuralista; y su éxito se debe, en parte, a este equívoco. Se trataba de deshacer, de descomponer, de desedimentar estructuras (todo tipo de estructuras, lingüísticas, "logocéntricas", "fonocéntricas" -pues el estructuralismo estaba, por entonces, dominado por los modelos lingüísticos de la llamada lingüística estructural que se denominaba también saussuriana- socio-institucionales, políticos, culturales y, ante todo y sobre todo, filosóficos) [...].
 En cualquier caso, pese a las apariencias, la deconstrucción no es ni un análisis ni una crítica [...]. No es un análisis, sobre todo porque el desmontaje de una estructura no es una regresión hacia el elemento simple, hacia un origen indescomponible. Estos valores, como el de análisis, son ellos mismos filosofemas sometidos a la deconstrucción. Tampoco es una crítica, en un sentido general o en un sentido kantiano. La instancia misma del krinein o de la krisis (decisión, elección, juicio, discernimiento) es, como lo es por otra parte todo el aparato de la crítica trascendental, uno de los "temas" o de los "objetos" esenciales de la deconstrucción.
 Lo mismo diré con respecto al método. La deconstrucción no es un método y no puede ser transformada en método. Sobre todo si se acentúan, en aquella palabra, la significación sumarial o técnica [...].
 No basta con decir que la deconstrucción no puede reducirse a una mera instrumentalidad metodológica, a un conjunto de reglas y de procedimientos transportables. No basta con decir que cada "acontecimiento" de deconstrucción resulta singular o, en todo caso, lo más cercano posible a algo así como un idioma y una firma. Es preciso, asimismo, señalar que la deconstrucción no es siquiera un acto o una operación. No sólo porque, en ese caso, habría en ella algo "pasivo" o algo "paciente" (más pasivo que la pasividad, diría Blanchot, que la pasividad tal como es contrapuesta a la actividad). No sólo porque no corresponde a un sujeto (individual o colectivo) que tomaría la iniciativa de ella y la aplicaría a un objeto, a un texto, a un tema, etc. La deconstrucción tiene lugar; es un acontecimiento que no espera la deliberación, la conciencia o la organización del sujeto, ni siquiera de la modernidad. Ello se deconstruye. El ello no es, aquí, una cosa impersonal que se contrapondría a alguna subjetividad egológica. Está en deconstrucción (Littré decía: "deconstruirse... perder su construcción"). Y en el "se" del "deconstruirse", que no es la reflexibilidad de un yo o de una conciencia, reside todo el enigma [...]    
 Para ser muy esquemático, diré que la dificultad de definir y, por consiguiente, también de traducir la palabra "deconstrucción" procede de que todos los predicados, todos los conceptos definitorios, todas las significaciones relativas al léxico e, incluso, todas las significaciones sintácticas que, por un momento, parecen prestarse a esa definición y a esa traducción son asimismo deconstruidos o deconstruibles, directamente o no, etc. Y esto vale para la palabra, para la unidad misma de la palabra "deconstrucción", como para la de toda palabra. De la gramatología pone en cuestión la unidad "palabra" y todos los privilegios que, en general, se le reconocen, sobre todo bajo la forma nominal. Por consiguiente, sólo un discurso, o mejor, una escritura puede suplir esta incapacidad de la palabra para bastar a un "pensamiento". Toda frase del tipo "la deconstrucción es X" o "la deconstrucción no es X" carece a priori de toda pertinencia: digamos que es, por lo menos, falsa. [...] una de las bazas principales de lo que, en los textos, se denomina "deconstrucción" es, precisamente, la delimitación de lo ontológico y, para empezar, de ese indicativo presente de la tercera persona: S es P.
 La palabra "deconstrucción", al igual que cualquier otra, no posee más valor que el que le confiere su inscripción en una cadena de sustituciones posibles, en lo que tan tranquilamente se suele denominar un "contexto". Para mí, para lo que yo he tratado o trato todavía de escribir, dicha palabra no tiene interés más que dentro de un contexto en donde sustituye a y se deja determinar por tantas otras palabras, por ejemplo, "escritura", "huella", "différance", "suplemento", "himen", "fármaco", "margen", "encentadura", "parergon", etc. Por definición, la lista no puede cerrarse y eso que sólo he citado nombres; lo cual es insuficiente y meramente económico. De hecho, habría que haber citado frases y encadenamientos de frases que, a su vez, determinan, en algunos de mis textos, estos nombres [...].»
 
  [El fragmento pertenece a Anthropos. Revista de Documentación Científica de la Cultura, en traducción de C. de Peretti.]

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