domingo, 28 de febrero de 2021

Musicoterapia.- Juliette Alvin (1897-1982)

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Segunda parte: La aplicación moderna de la música en los tratamientos médicos
III.-Efectos fisiológicos y psicológicos de la música
13.-Respuestas psicológicas a la música
Autoexpresión

 «La música que tiene el poder de evocar, asociar e integrar es, por esa razón, un recurso excepcional de autoexpresión y de liberación emocional. Suzan Langer, quien ha estudiado los efectos de la música, admite sus poderes, pero no está de acuerdo en que la liberación emocional sea la función primaria de la música, aun cuando, como ella dice, “usamos la música para extraer nuestras experiencias subjetivas y para restablecer nuestro equilibrio personal”.
 La función primaria no es necesariamente la más importante: cabe creer que las funciones más trascendentes de la música de hoy son dar al hombre una salida emocional mediante una experiencia estética adaptada a su nivel de inteligencia y de educación.
 “Una emoción es lo que nos mueve, como su nombre indica” dice Hadfield. Procede de una acumulación de energía anterior a la descarga. La emoción es una reacción dinámica a ciertas experiencias y necesita una salida, pues la inhibición y la represión están entre las fuentes principales de los desórdenes mentales. Además, las emociones se hacen conscientes sólo cuando han tomado forma mediante algún recurso de autoexpresión.
 La música puede satisfacer las necesidades señaladas en estas notas. Como medio de autoexpresión trae a la conciencia emociones profundamente asentadas y proporciona la vía de descarga necesaria; función que la música ha cumplido desde tiempo inmemorial. Los griegos llamaban “purgas de las emociones” al efecto catártico que alguna música tiene sobre el oyente cuando lo devuelve a un estado armónico.
 Schneider, hablando de  un pasado aún más lejano, sugiere que “la música es el asiento de fuerzas o espíritus secretos evocables con la canción para dar al hombre poderes mucho más grandes que el suyo propio, o que le permiten redescubrir su yo interior”.
 Hoy, como siempre, las fuerzas secretas de la música pueden contribuir a revelar y a despertar mucho de lo que permanece inexpresado o duerme en el hombre. A veces lo ayuda a descubrir en sí mismo un sentimiento de belleza, una inesperada aptitud, o aun una nostalgia. Aaron Copland sugiere que “la gran música despierta en nosotros reacciones de un orden espiritual que ya existían en nosotros pero esperaban ser suscitadas”.
 Si la música puede ayudar al oyente a explorar y a descubrir su yo interior mediante un proceso psicológico profundo, las actividades musicales pueden auxiliar al ejecutante para que adquiera o desarrolle el conocimiento de sí mismo; el conocimiento de los otros a través de varios medios adaptados a su personalidad. Cualquiera sea su capacidad de ejecutante, se desenvuelve en un mundo de acción positiva, donde tiene que enfrentar a una competencia. Tiene que adquirir algunos medios técnicos de expresión, obedecer leyes musicales, desarrollar relaciones personales sanas, conducirse en una forma social aceptable. Lo que se le pide, aunque es poco, puede ayudarlo a descubrirse a sí mismo y a los demás. Hacer música es una experiencia compartida que no puede ser desarrollada ni disfrutada sin el conocimiento de sí mismo y sin la aptitud de comunicarse. Esta afirmación nos conduce a examinar la influencia de la música sobre el grupo.

 El grupo

 Si la música tiene el poder de afectar el estado de ánimo y las emociones del individuo, ejerce también una singular influencia sobre el grupo. Esta característica es especialmente interesante ante los métodos modernos empleados en la terapia de grupo.
 La salud mental depende en grado sumo del equilibrio entre la subordinación a una comunidad y la libertad de expresión individual.
 La falta de capacidad para adecuarse a la sociedad y para encontrar medios individuales de autoexpresión es uno de los síntomas principales de perturbaciones mentales. El valor de la música, en este caso, es proveer de una válvula emocional dentro del grupo.
 La música es la más social de todas las artes, lo cual ha sido experiencia común en todos los tiempos. Como parte de una función social ha afectado al hombre comprometido con ella, ya como partícipe, ya como espectador. En sí misma es una poderosa influencia integradora hacia cualquier función a la cual se suma o aporta un sentimiento de orden, de tiempo y de continuidad. Además, los sonidos que penetran dentro del grupo pueden ser percibidos por todos, aunque nada sea visto. El resultado es que la música afecta a cada uno del grupo que se encuentra al alcance del sonido.
 El instinto gregario está siempre presente en el grupo, y los efectos de una experiencia musical son contagiosos. El grupo reacciona a la música lo mismo que el individuo. Ciertas músicas provocan en el grupo una conducta armónica y ordenada, otras inducen a una falta de dominio general y al desorden.
Resultado de imagen de juliette alvin musicoterapia  Con mucha frecuencia la música no expresa los sentimientos del individuo sino un sentimiento del grupo. En la sociedad primitiva, como lo sugiere Bowra, la música expresó los pensamientos tribales y en algún sentido fue la voz de una conciencia común. Así ha venido ocurriendo a través de los tiempos y en todas las partes del mundo. La música ha sido y sigue siendo la expresión simbólica de una cultura o de una civilización, o del modo de vivir de un grupo. Aún hoy la música, especialmente la música folklórica, puede dar al hombre el sentimiento, quizá nostálgico, de pertenecer a un grupo étnico de hoy o del pasado. Un himno nacional es un símbolo que pertenece a todos los miembros de un grupo nacional, cualquiera sea su raza, su credo o su condición política dentro del grupo.
 La música, por ser un lenguaje sin palabras, tiene también carácter internacional. Ha ayudado al hombre a participar y a comunicarse con otros grupos, aunque pertenecieran a otras comunidades geográficas. A pesar de la distancia y del idioma, el hombre ha usado la música como un medio de comunicación con un mundo más amplio, con grupos alejados y con sus epopeyas. Desde Homero hasta los Minnesingers, desde los trovadores y los juglares hasta el moderno cuarteto de cuerdas, pasando por el canto heroico, la balada o la ejecución radiotelefónica, los músicos han ayudado al hombre a conocer hechos y cosas de otros hombres. Así la humanidad ha podido construir poco a poco una herencia musical común a muchos pueblos y a muchas generaciones, lo que al mismo tiempo enlaza lo pasado con lo presente.
 La música ha expresado los sentimientos del grupo en función de la comunidad en la cual los participantes compartían los mismos asuntos o los mismos intereses. Por ejemplo, ciertos ritos curativos primitivos abarcaban a la tribu entera, que se reunía alrededor de la cabaña del enfermo y cantaba y tocaba a veces durante días y noches incansablemente.
 La música empleada en reuniones religiosas, estatales o sociales suele afectar o reflejar el estado de ánimo de todo el grupo. En los tiempos de Grecia o de Roma, lo mismo que hoy, diversas clases de festivales musicales reunían a aficionados a la música y a otros, cualquiera fuera su condición social. El hecho de que la afición a la música derribara barreras sociales ha sido y sigue siendo importante por la influencia que ejerce sobre la sociedad.
 La música permite una libertad de expresión individual dentro del grupo, y podemos sacar en conclusión que tal grupo es un medio ideal para la psicoterapia.
 La música establece relaciones personales múltiples entre todos sus miembros, ejecutantes, oyentes y la música misma. Cada miembro del grupo tiene que aceptar una disciplina común en obsequio de algo más importante que cualquiera de ellos: es decir, la música. Deben comportarse de manera aceptable musical y socialmente. Han de tolerarse, sentirse libres de criticar y ser criticados. Además, el grupo musical en el cual cada uno desempeña una parte, como compositor, oyente o ejecutante, según su aptitud, responde al deseo fundamental del hombre de ser necesitado y aceptado por sus semejantes.»
 
   [El texto pertenece a la edición en español de Ediciones Paidós Ibérica, 2005, en traducción de Enrique Molina de Vedia, pp. 118-123. ISBN: 84-7509-316-7.] 

sábado, 27 de febrero de 2021

Canciones y poemas de amor.- John Donne (1572-1631)

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[Comunidad]

 «El bien hemos de amar y hemos de odiar el mal, / pues el mal siempre es mal y es siempre bien el bien,
pero hay cosas que son indiferentes, / que no podemos ni amar ni odiar,
sino probar la una y luego la otra / según el sesgo de nuestro capricho.
 Pues si hubiese la sabia naturaleza hecho / a las mujeres buenas o malas, sí podríamos
aborrecer a unas y escoger a las otras; / pero pues las creó de esta manera,
que amarlas no podemos, pero tampoco odiarlas, / sólo nos queda esto: tomar todos a todas.
 Si fueran ellas buenas, sería algo evidente: / el bien es tan visible como el verde,
y se muestra a sí mismo y a todas las miradas; / si acaso fuesen malas, no podrían durar:
acaba el mal consigo mismo y con el resto; / así que no merecen reproches ni alabanzas.
 Pero sí que son nuestras, como lo son los frutos; / aquél que sólo prueba, igual que el que devora,
lo mismo que el que deja, todos actúan bien: / intercambiar amores es intercambiar viandas,
y cuando se ha comido ya el meollo, / ¿quién no arrojará lejos la corteza?
[…]

[El indiferente]

 Puedo amar a la rubia igual que a la morena, / a la que ablanda la abundancia y a la que burla la carencia,
a la que ama la soledad y a la que máscaras y juegos, / a la que formó el campo y a la que la ciudad,
a la que cree y a la que lo intenta, / a la que aún lagrimea con ojos esponjosos
y a la que es corcho seco y nunca llora; / yo puedo amar a ésa, a aquélla, a ti y a ti,
puedo amar a cualquiera, con tal que no sea fiel.
 ¿No hay otro vicio que te satisfaga? / ¿No te será más útil actuar igual que tus abuelas?
¿O, gastados los viejos vicios, buscas otros ahora? / ¿O el miedo a que sean fieles los hombres te atormenta?
¡Oh!, no lo somos, no, pues no lo seas tú, / conozcamos a veinte, tanto tú como yo.
Róbame sin atarme y deja que me vaya. / ¿Debo, yo que llegué a sufrir por culpa tuya,
volverme tu fiel súbdito porque tú me eres fiel?
 Me escuchó Venus suspirar esta canción / y juró por la parte más dulce del amor, la variedad,
que nunca había oído antes tal cosa y que no volvería a suceder. / Se marchó, investigó y regresó muy pronto,
y dijo: ¡Ay! Existen dos o tres / pobres herejes enamoradas
que piensan implantar la alarmante constancia. / Pero les dije: Ya que queréis ser fieles,
seréis fieles a aquellos que os van a ser falsos.
[…]

[El testamento]

 Antes de exhalar mi último suspiro, oh gran Amor, / permite que formule unos legados: por esta cesión dejo
mis ojos para Argos, si es que aún pueden ver; / si están ciegos, Amor, te los regalo a ti;
a la fama mi lengua, mis oídos a los embajadores; / a las mujeres, o a la mar, mis lágrimas:
tú me enseñaste, Amor, en otro tiempo, / haciéndome servir a la que ya tenía a veinte más,
que a nadie debo dar sino a quien ya posee demasiado.
 Mi constancia la dejo a los planetas; / mi verdad a los que viven en la corte;
mi ingenuidad y mi franqueza a los jesuitas; / a los bufones mi melancolía;
mi silencio a quien haya viajado al extranjero / y mi dinero a un capuchino:
tú, Amor, me has enseñado, al elegirme / para amar donde no reciben el amor
a dar sólo al que está incapacitado.
 Mi fe la dejo a los católicos romanos; / todas mis buenas obras vayan a los cismáticos
de Amsterdam; mis mejores maneras / y cortesía, a una universidad;
mi modestia la dejo a los soldados rasos; / den a los jugadores mi paciencia:
tú me enseñaste, Amor, al obligarme / a amar a quien mi amor juzga dispar,
a dar sólo a quien cree indignos mis regalos.
 Mi reputación dejo a quienes fueron / amigos míos; a los enemigos dejo mis mañas;
mi escepticismo a los escolásticos, / mi enfermedad o mis excesos a los médicos;
a la naturaleza, cuanto en rima escribí / y mi ingenio, para mis compañeros:
tú, Amor, cuando me hiciste adorar a quien antes / engendró en mí este amor, tú me enseñaste
a hacer como que daba cuanto restituía.
 Dejo a aquel por quien doblen las campanas primero / mis libros terapéuticos; mis manuscritos
de consejos morales los dejo al manicomio; / mis medallas de bronce, para aquellos que viven
con escasez de pan; a los que andan viajando / entre extranjeros, doy mi lengua inglesa:
tú, Amor, al hacerme amar a una / que cree su amistad favor más digno
de jóvenes amantes, haces mis mandas desproporcionadas.
 No legaré, por tanto, nada más; pero el mundo / destruiré al morir, pues mi amor morirá.
Tus bellezas entonces no tendrán más valor / que el oro en yacimientos donde nadie lo extrae;
y todos tus encantos no te serán más útiles / que un reloj de sol en una tumba:
Amor, tú me enseñaste, cuando me hiciste amar / a aquella que a los dos, a ti y a mí desprecia,
a hallar y practicar esta única manera de acabar con los tres.
[…]

[La prenda]

 Envíame una prenda que permita vivir a mi esperanza, / o que a mis complicados pensamientos les permita dormir o descansar;
mándame algo de miel para darle dulzor a mi colmena, / para que en mi pasión sea capaz de esperar lo mejor.
  No te pido una cinta tejida por tus manos / para enlazar nuestros amores con la fantástica torsión
de la estrenada juventud; ni un anillo que muestre la medida / de nuestro afecto, que es como él, redondo y muy sencillo,
Resultado de imagen de john donne edicioneshiperionpues deben coincidir nuestros amores en su simplicidad; / ni los corales, no, que ciñen tu muñeca
entrelazados convenientemente / para mostrar que nuestros pensamientos deben seguir unidos;
ni tu retrato, no, aun siendo tan gracioso / y lo más deseable, pues gusta lo mejor de lo mejor;
ni versos ingeniosos, que son tan abundantes / entre cuanto has escrito y enviado.
No me envíes tal cosa ni tal otra, que aumenten cuanto tengo, / sino jura que crees que te amo, y nada más.
[…] 

[Unas palabras sobre la sombra]

 Para un momento, amor, que te voy a leer unas palabras / acerca del amor y su filosofía.
Durante estas tres horas que hemos empleado / en llegar hasta aquí, nos han acompañado
dos sombras, hechas por nosotros mismos; / pero ahora está el sol en lo más alto sobre nuestras cabezas,
pisamos esas sombras, / y cuanto existe se reduce a desafiante claridad.
Así, mientras creció nuestro amor niño, / los disfraces y sombras huían de nosotros
y de nuestros cuidados; pero ahora no es así.
El amor no ha llegado a su punto más alto / si aún se preocupa de ser visto por otros.
Nuestro amor, o se queda quieto en este cenit, / o haremos nuevas sombras al volver.
E igual que las primeras eran para cegar / a otros, éstas que por detrás vienen
Actuarán sobre nosotros y nuestros ojos cegarán. / Si nuestro amor decae y declina a poniente,
falsamente las tuyas a mí tú / y a ti yo mis acciones podremos disfrazar.
Las sombras matinales se disipan, / pero éstas van creciendo todo el día:
¡y qué corto es el día del amor, si el amor se malogra!
Amor es una luz que va creciendo, o en plenitud constante, / y su primer minuto después del mediodía, ya es de noche.»
 
   [El texto pertenece a la edición en español de Ediciones Hiperión, 2004, en versión-traducción de Gustavo Falaquera, pp. 21, 27, 49-51, 89, 131. ISBN: 84-7517-788-3.]
 

viernes, 26 de febrero de 2021

Parábolas para una pedagogía popular.- Célestin Freinet (1896-1966)

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VI.- Los que andan con las manos
Desconfía de la saliva

 «Desconfía de la saliva. Muy a menudo no es más que el medio del que se sirve la impotencia y la ilusión.
 Te dicen: ¡Explica! Te desgañitas en darle la vuelta a la pregunta con bellas palabras, y cuando la demostración te parece luminosa, constatas con desaliento que la herramienta ha “fallado” y que el niño no ha descubierto ni seguido el hilo de Ariadna que tu lógica más o menos segura le había propuesto.
 Razona, insistes. Sin darte cuenta de que todo razonamiento sano y válido se apoya en datos y elementos que la experiencia y la vida son los únicos en poder preparar y sentar.
 ¡Repite, ejercita la memoria, acuérdate! Te han asegurado que la memoria es el máximo instrumento del conocimiento, y la repetición la clave de la pedagogía. A costa tuya aprenderás que la memoria de las palabras no es más que una sobrecarga para el espíritu y una molestia para el comportamiento de la vida. No es nada sin la experiencia. Es la pared que se construye piedra a piedra, sin preocuparse de los cimientos y que siempre será incierta y bamboleante.
 El albañil te dirá que sería demasiado simple pensar que así se puede levantar una construcción sin asegurar sus bases, que la casa tarda mucho en salir del suelo, y que son necesarios muchos golpes con el pico, con el zapapico y con la pala, mucha dinamita y hormigón.
 Un taller no es solamente un arquitecto que, con los planos entre las manos, explica, manda y comenta; es la gran colaboración de los obreros y de las máquinas que traducen a la realidad los proyectos del ordenador. Es éste el taller que tendrás que organizar.
 Sin embargo, afirman los sabios, existe el verbo, que no es solamente la inútil y falaz saliva.
 Sí, hay verbo y Verbo.
 Está el Verbo que se hace carne y se hace vida, que es caliente como la sangre que lanza el corazón, bienhechor como el soplo que anima y apacigua, el Verbo que es don y comunicación. Si puedes llegar aquí, serás un educador ejemplar porque este Verbo es siempre acción.
 Pero cuídate del verbo que fluye como una saliva espesa, de los castigos y las lecciones que tapan inhumanamente las vías del sentimiento y de la comprensión profunda, del verbo engañador que simula la Verdad y la Vida.
 Acuérdate de que saliva y trabajo son antinómicos. El que trabaja es parco en palabras y el que habla mucho es siempre parco en esfuerzos.
 Ahorra saliva y organízate el trabajo.

¡Quitad la tarima y arremangaos!

 Dar lecciones desde lo alto de la tarima, dar deberes, corregir, vigilar, interrogar –sin respirar-, calificar, castigar y recompensar con un buen punto o con una imagen, tal es la función que desde siempre se ha atribuido al maestro de escuela, y cuya tradición nos ha marcado con una tara inhumana, peligrosamente inscrita en los reflejos casi naturales de cualquiera que pretenda regentar a los niños.
 Es una manera, ciertamente, de concebir la disciplina y la educación. Sólo diremos que corresponde a la imagen hoy superada de una sociedad autocrática donde el maestro manda a unos sujetos que obedecen. Se practica todavía en el ejército o en la policía, con unos arreglos, sin embargo, y unos atenuantes que la Escuela haría bien en imitar.
 Añadimos que ningún adulto, incluidos los maestros, aceptaría para él el régimen de sospecha, de mando y de vejación que es todavía común a la gran mayoría de nuestras Escuelas.
 Lo sé bien: hay que hallar algo mejor y no limitarse a destruir. Hay que conservar el orden, la disciplina, la autoridad y la dignidad en la Escuela, pero el orden que resulte de una mejor organización del trabajo, la disciplina que es la solución natural de una cooperación activa en el seno de nuestra sociedad escolar, la autoridad moral primero, técnica y humana después, que no se conquista con amenazas o castigos, sino con una maestría que inclina al respeto; la dignidad del educador no se puede concebir sin el respeto feroz de la dignidad de los niños que quiere preparar para su función de hombres.
 Para esta transformación, tanto más difícil cuanto que implica primero la transformación del comportamiento de los educadores en el seno de una nueva concepción del medio Escuela, os damos hoy algunos consejos primordiales que son la base de nuestro esfuerzo de modernización.
 Quitad la tarima, símbolo de ese condenado autoritarismo. Provista de cuatro patas, se convertirá en una sólida mesa de trabajo. Bajad al nivel de los niños, para jugar su juego, ver con su óptica y reaccionar a su ritmo. Al mismo tiempo reconsideraréis un cierto número de problemas cuyos secretos os diremos.
 Arremangaos para trabajar con vuestros alumnos. No os contentéis con dictar órdenes y sancionar, poneos a trabajar con vuestros alumnos. No temáis ensuciaros las manos, lastimaros con un martillazo, titubear allí donde el niño más vivo restablece la situación, tantear, equivocaros, empezar de nuevo. La vida funciona así y el esfuerzo que nosotros hacemos, lealmente, para dominar las incidencias, constituye el mayor elemento de nuestra educación.
  Hallaréis la confianza que el obrero no escatima a los trabajadores jubilados, el entusiasmo de las creaciones, el gozo de los éxitos, el sentimiento exaltante de participar en una nueva vida que será para vosotros la eterna juventud de los educadores.

 El “escolastismo”

 La ciencia médica se felicitaba, antaño, por los cuidados metódicos que reservaba en las clínicas y en los hospitales a los recién nacidos y a los niños de temprana edad: horario estricto, alimento medido y dosificado, asepsia minuciosa de las habitaciones desnudas donde, lejos de la madre, la “cría” parecía llegar a su máxima perfección.
Resultado de imagen de parabolas para una pedagogia popular Y, sin embargo, estos niños no se desarrollaban de una manera normal. Parecía faltar algo al cronometraje médico. Este algo era la presencia afectiva de la madre, el ruido de voces del mundo ambiental, los primeros rayos de sol, la magia de los animales y de las flores.
 La ciencia ha dado un nombre significativo a esta carencia: el hospitalismo.
 La ciencia pedagógica pretende arreglar con la misma minuciosidad cronométrica el alimento intelectual de los niños que aísla en el medio especial que es la Escuela: silencio, frialdad neutra de las lecciones y de los deberes, supresión sistemática de todos los contactos con el medio de vida, natural o familiar, silencio, limpieza, orden, mecánica.
 La carencia es innegable: alimento mal digerido, asco por la alimentación intelectual que puede llegar a la anorexia, retraimiento del individuo, inadaptación frente a la vida, hostilidad hacia la falsa cultura de la Escuela.
 El hospitalismo ha sido una blasfemia científica antes de convertirse en realidad, contra la que se buscan hoy los remedios más eficaces.
 El “escolastismo” será la blasfemia pedagógica que aclimataremos en los medios educativos en los que ya hemos introducido otros neologismos.
 Perturbará por un momento el orden y el falso método de la Escuela, como la lucha contra el hospitalismo perturbó la fría lógica de las clínicas.
 Pero la evidencia se impondrá.
 Estableceremos experimentalmente el diagnóstico de esta carencia que en adelante tendrá un nombre: Escolastismo. La caracterizaremos científicamente para que padres y educadores se acostumbren a detectar en sus hijos la nueva enfermedad para la que, todos juntos, buscaremos el remedio.

¡Nos quitamos el sombrero ante el pasado, nos quitamos la chaqueta ante el porvenir!

 No toméis por sistema lo contrario de lo que es. Toda fórmula de trabajo y de vida, incluso mediocre, se ve obligada para durar, a acomodarse más o menos a los elementos individuales y sociales que la condicionan. El genio obscuro de los investigadores anónimos puede marcarla con una eminencia que da valor humano a la tradición.
 Estaríamos todavía en la prehistoria si no se hubieran levantado, aquí y allá, y si no fueran todavía innumerables, los insatisfechos e iluminados que van avanzando, tendiendo las manos hacia lo inaccesible, para tratar de superar lo que tienen y de escrutar la noche que les oprime. Son sus audacias lo que marca las lentas etapas del progreso, incluso y sobre todo si ellos son las víctimas injustas.
 No creáis que en la Escuela tenéis que pisar pasivamente los talones a los mayores, emplear sus métodos, incluso si en su época eran famosos, y servirse de los manuales de los que ellos estaban orgullosos y satisfechos. Ellos habían levantado diques a la orilla del río porque la marea movida iba a desmenuzar la tierra y desenraizar los árboles. Pero hoy en día, las presas que han terminado su función se han llenado de arena. El agua, incluso aumentada, ocupa todo el ancho. ¿Vosotros seguiríais manteniendo y cuidando la presa ahora inútil porque en aquel lugar, hace cincuenta años, vuestros predecesores la habían establecido?
 Os apoyaréis, ciertamente, en esta experiencia que la vida ha convertido en definitiva, pero, tal como hicieron los pioneros de hace cincuenta años, volveréis a encontrar y afrontaréis el oleaje y es en este mismo oleaje donde forjaréis las desviaciones y estableceréis, con un máximo de ingenio y eficiencia, las nuevas presas.
 Habréis cumplido vuestro papel cuando estas presas signifiquen como las precedentes, una conquista siempre difícil  sobre la ignorancia y la diversidad.»
 
    [El texto pertenece a la edición en español de Editorial Planeta –De Agostini, 1994, en traducción de Elisenda Guarro, pp. 111-116. ISBN: 84-395-2262-2.]