miércoles, 23 de octubre de 2019

Los volcanes y la deriva de los continentes.- Haroun Tazieff (1914-1998)

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Conclusión

«Para terminar esta breve evocación de algunos de los aspectos de la vulcanología de los que me he ocupado, junto con mis colaboradores, la ciencia de los volcanes comporta otros numerosos capítulos, algunos de los cuales tienen gran importancia. Así, por ejemplo, diversas facetas de la prospección geofísica: la vulcanosismografía, gracias a la cual se detectan y analizan las sacudidas, microseísmos, al igual que los choques violentos que preceden, acompañan o siguen a las erupciones; la inclinometría o tiltmetría, que detecta por una parte las protuberancias de la estructura volcánica sometida al efecto de los volúmenes de magma que se encuentra en proceso de ascensión y, por otra, las deflaciones que señalan su expulsión, sus migraciones laterales, su posible retirada; el campo de la gravedad puede estar también influido por el movimiento de estas masas subterráneas, tanto más cuanto que su densidad difiere de la de las rocas a través de las cuales se desplazan; y la gravimetría, que debe aportar preciosas indicaciones, al igual que la magnetometría, puesto que el campo magnético está alterado por la llegada de materias cuya temperatura se encuentra por encima del punto de Curie. El estudio de las corrientes telúricas podría también ser fecundo, tanto más cuanto deben originarse diferencias de potencial anormales por motivos diferentes vinculados a la actividad eruptiva, entre otros debido al hecho de que las aguas subterráneas pueden encontrarse por una parte acidificadas por las exhalaciones del magma y, por otra, enriquecidas en sales que su temperatura elevada les permite disolver en detrimento de las rocas que impregnan; las fluctuaciones que verosímilmente experimenta la temperatura del suelo pueden estudiarse por termografía de infrarrojos o por mediciones repetidas del flujo de calor.
 Paralelamente a la geofísica, la geoquímica de las aguas volcánicas, como la de las rocas, constituye un campo con posibilidades muy ricas aunque todavía apenas explotadas. Tampoco se conocen más que parcialmente las características mecánicas y físicas de las lavas en fusión. El dominio mejor estudiado del vulcanismo es el de la naturaleza química y mineralógica de las lavas. La petrografía de las rocas eruptivas, cuyo estudio se remonta a más de siglo y medio, ha permitido acumular un conjunto de descripciones que los petrólogos, es decir, los investigadores que a partir de su descripción se esfuerzan en remontarse a los procesos que determinaron la génesis de las rocas y reconstituyeron su historia, tuvieron como material de punto de partida de extraordinario valor. Estas rocas eruptivas están condicionadas evidentemente por la naturaleza de los magmas de los que emanan. Por desgracia, éstos siguen encontrándose fuera de nuestro alcance, no pudiendo ser imaginada -o calculada- su naturaleza más que a partir de las rocas accesibles. La petrología constituye, pues, la base del razonamiento magmatológico. Lo contrario hubiera facilitado las cosas, pero, desdichadamente, no es posible.
 La importancia de la magmatología no debe ser subestimada; por pasivas que sean en la aventura volcánica, las lavas no son menos primordiales, al igual que es importante la función del vehículo. Sería igualmente inútil tratar de comprender los motivos de los hechos eruptivos a través únicamente del conocimiento de la fase gaseosa, como se ha hecho tantas veces a través del estudio exclusivo de las lavas. Las modalidades de una erupción, al igual que el vulcanismo en general, por otra parte, dependen de interacciones mutuas de todo tipo -químicas, físicas y mecánicas- de los baños en fusión, cristales y xenolitas que transportan, las rocas que atraviesan y la fase gasesosa, comportando ésta los gases jóvenes surgidos del magma al igual que los gases "reciclados", venidos del exterior y absorbidos por los silicatos fundidos, tanto como los gases -aire y vapor de agua- que impregnan toda la corteza terrestre.
 En el inmenso cuadro que actualmente podemos bosquejar de los poderosos mecanismos, imperceptibles en su lentitud, repentinos, que, sin cesar, modelan el planeta, constituyen elementos capitales la distribución de las rocas por la superficie del globo, su naturaleza, sus orígenes, su parentesco. Lo que significa determinado cristal, determinada estructura, determinada asociación de minerales constituye la base misma del saber en el dominio de la Tierra, base sin la cual son vanas todas las hipótesis, pese a lo que hoy puedan pensar especialistas deslumbrados por la aparente simplicidad de ciertas auscultaciones geofísicas. No será sino cuando magmatólogos y geofísicos, geoquímicos y geólogos hayan consentido realizar sus investigaciones en estrecha y constante cooperación que llegarán a descubrirse las leyes del vulcanismo y, partiendo de ellas, predecir a veces lo que podrá hacer un volcán.»

   [El fragmento pertenece a la edición en español de RBA Editores, 1994, en traducción y adaptación de Roser Berdagué. ISBN: 84-473-0258-X.]

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