viernes, 31 de mayo de 2019

Lo que aprendí de los otros.- Félix Carrasquer (1905-1993)


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Problemas y horizontes
Período exploratorio

«El discutir casi a diario de proyectos libertarios y criticar con afanes renovadores cuanto sucedía en nuestro entorno nos llevó a la constitución de un grupo de la FAI al que llamaríamos Inquietud, palabra que simbolizaba nuestro estado de preocupación. Lo componíamos Concha Pérez, Mary Jiménez, Prados, Martínez, Robles, Floreal, Vicente, el paisano José Castro y nosotros tres. En el grupo hablamos del proyecto de organizar una escuela nueva y todos se solidarizaron con la idea. Expuse luego el plan en el Ateneo de Sans, donde no fue acogido con verdadero entusiasmo, hallando finalmente en el Ateneo de Las Corts un grupo comprensivo, al que pertenecían Conchita, Robles y Martínez. Conseguimos que se convocaran a tal efecto unas asambleas en las que yo expondría las motivaciones que me inducían a la fundación de esa escuela. Pensábamos demostrar en ellas la posibilidad de una educación auténticamente libre en la que los chicos fueran los artífices de su personalidad.
 Les había propuesto el desarrollo de dos conferencias. En la primera expondría las razones de la creación de la escuela y en la segunda explicaría algún detalle de su praxis. A la primera acudieron muchas personas. Me ocupé de la libertad y sostuve que en las escuelas es donde el autoritarismo y una obediencia ciega van atrofiando nuestro anhelo de libertad y nos convierten en autómatas sin sentido crítico. Si queremos que nuestros hijos sean auténticamente libres, solidarios y que aprendan continuamente, es indispensable que la escuela estimule permanentemente su curiosidad. Y esto sólo podría conseguirse en un ambiente de libertad fraguado por ellos mismos y en una dinámica de cooperación activa y confiada.
 Al terminar la charla percibí que el clima de la sala no era de indiferencia sino que pronto brotaron las preguntas. Me pareció entonces que la escuela de mis sueños ya estaba en marcha.
 El sábado siguiente tenía que dar la conferencia sobre la manera de llevar a la práctica el desenvolvimiento de aquella escuela ejemplar. Esta segunda charla fue más fácil para mí, después de todas mis experiencias en el pueblo y de lo que había visto en las escuelas racionalistas. El argumento central fue la libertad de iniciativa. Los niños orientarían su aprendizaje, serían los investigadores de las materias que deseaban aprender. Su curiosidad sería el motor dinamizador. Todo lo adquirirían placenteramente y, por lo tanto, les quedaría grabado en su mente de forma indeleble. Terminada la exposición, algunos dudaban de que dejándolos en libertad los zagales fueran capaces de desenvolverse y comportarse convenientemente. Otros temían que al trabajar juntos chicos y chicas se produjera un clima desordenado y vicioso. No faltaron quienes se mostraron a favor de mis tesis, aconsejando que tuviéramos más confianza en la juventud. A todas las cuestiones respondí con datos psicopedagógicos, unos extraídos de mi propia experiencia y otros recogidos de la experiencia de quienes trabajaban con la imprenta Freinet en la escuela. Un compañero tomó la palabra y dijo, muy serio, que le parecía extraño que no mencionara a Ferrer Guardia. Su intervención me pareció muy lógica, ya que tratándose de una escuela de tipo racionalista -como eran las que fundaban los sindicatos- resultaba algo incongruente no referirse a Ferrer. Por lo tanto, le contesté haciendo una evocación del fundador de la Escuela Moderna. Sostuve que la pedagogía había avanzado mucho en las últimas décadas y que había que introducir sistemas y actitudes nuevas, susceptibles de dar al niño mayor libertad y a la escuela un funcionamiento más eficaz desde todos los puntos de vista. Aproveché para abundar en la explicación de nuestro proyecto de trabajo en la escuela que íbamos a poner en marcha. En ella los maestros serían auxiliares y amigos de los chicos, pero no sus dirigentes o mentores. Mi insistencia en que teníamos que dar a los alumnos el derecho a ejercer la responsabilidad y la iniciativa prolongó el debate sobre la importancia que tiene en la configuración de la personalidad de los chicos el cultivo de su iniciativa y la práctica de la libertad. Pusimos de relieve que entre la escuela y la familia debían existir vínculos de confianza y de entendimiento. Insistí en la necesidad que tendríamos de realizar asambleas periódicas en las que padres, maestros y amigos de la escuela pudieran exponer sus opiniones acerca del dinamismo escolar. Sólo colaborando en un clima de confianza lograríamos vitalizar una escuela capaz de marcar nuevos senderos hacia una enseñanza libre y alegre. Que defendiéramos la alegría como un componente del aprendizaje también sorprendió a algunos de los presentes, que siempre habían oído decir que "la letra con sangre entra". Defendí que libertad y alegría suelen ir unidas. La primera exigencia del quehacer educativo es la de brindar a los jóvenes el clima de bienestar y de alegría que necesitan para aprender con holgura y entusiasmo y alcanzar por esa vía la plenitud que nuestra dimensión humana requiere.
 Un joven tomó la palabra para decir que le extrañaba que fuera precisamente un ciego quien viniera a proponer un ambiente de alegría y de estimulantes perspectivas. Se prodigó en elogios, aunque de sus palabra se desprendía un cierto sentimiento de duda con respecto a mis posibilidades para desarrollar el plan educativo que les había diseñado. Yo, con la tranquilidad emanada de mi íntima convicción, quise hacerles comprender a todos que, aunque la luz sea muy importante para percibir el mundo físico que nos rodea, la verdadera fuerza del hombre reside, sobre todo, en su imaginación y en su amor a los otros. Para llevar mayor seguridad al ánimo de los congregados, les hice saber que en las clases no estaría yo solo, que los alumnos recibirían en el momento oportuno la ayuda que precisaran.»
 
    [El texto pertenece a la edición en español de Prensas de la Universidad de Zaragoza, 2017. ISBN: 978-84-16933-45-7.]

jueves, 30 de mayo de 2019

El arpa de Birmania.- Michio Takeyama (1903-1984)


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El guacamayo azul
Capítulo III

«Nosotros discutíamos esto bastante en el campo de concentración: ¿qué es mejor: vestir sin falta una vez en la vida el uniforme militar o bien ponerse un hábito de monje? ¿Cuál de las dos cosas va más con el progreso? Para una nación, para un ser humano ¿cuál debe prevalecer?
 Era esta una charla verdaderamente curiosa. A medida que íbamos entrando en la discusión -no sé por qué- siempre acabábamos por no entender ni una palabra.
 Pues bien, la diferencia entre las dos cosas podría concebirse así: la población de un país donde los jóvenes se visten de uniforme, dará una generación muy trabajadora y eficiente. Para lo que se dice trabajar de verdad, no hay más camino que éste. La túnica monacal es para una vida tranquila de oración, y por aquí hay que descartar cualquier trabajo recio: cuanto más, la guerra. El hombre que de joven ha vestido ese hábito desarrolla una especial mansedumbre de espíritu, propia del que vive compenetrado con la naturaleza; y le faltarían energías para hacer frente a cualquier obstáculo, para abrirse camino por sí mismo.
 Nosotros los japoneses solíamos vestir antes el tradicional kimono, tan parecido a un hábito de monje, pero recientemente hemos llegado a adoptar el traje occidental, semejante más bien al uniforme militar. También esto se comprende. Porque los japoneses antiguamente eran más dados a una vida tranquila y en armonía con todo, pero ahora se han convertido en una de las poblaciones mundiales más activas y eficientes.
 Es decir, que en este punto se muestra también la diferencia básica en la actitud del hombre ante el mundo: o lo acepta tal como es, y no hay más que someterse a él, o bien intenta hacerlo cambiar según su idea propia. Y ya todo lo demás viene a resultar en función de esto.
 Los birmanos, aun los de ciudad, jamás han usado hasta el presente trajes occidentales. Siguen con sus holgadas vestiduras de antaño. Aun los políticos que salen a la escena mundial visten siempre el traje tradicional birmano, ya que perderían su popularidad en el país si vistieran a lo occidental.
 Esto es porque los birmanos no han cambiado como los japoneses, y no dejan sus viejos usos. Ellos no se dan importancia pretendiendo dominar por la fuerza, la riqueza o la inteligencia, sino que todavía esperan la salvación por el camino de la humildad, siendo continuamente asumidos e instruidos por un "algo" superior al hombre. Por esto no confían en el que viste a lo occidental, al ser su actitud vital tan distinta.
 A medida que íbamos discutiendo sobre la obligación de vestir una vez en la vida el uniforme militar, y la de vestir el hábito monacal, el punto al que llegábamos venía a ser éste al fin y al cabo:
 Son dos modos de vida que resultan antagónicos. Por un lado el hombre busca salvarse por sus obras y procura ser dueño de los acontecimientos; en el otro extremo, el hombre, desnudo de sí mismo, trata de fundirse en el seno del vasto e insondable universo.
 Pero a todo esto, con tales disposiciones interiores, con estas actitudes, ¿cuál de los dos estilos de vida frente al mundo y a la existencia humana sería el mejor? ¿Cuál el más avanzado? Como pueblo, como seres humanos... ¿a cuál daríamos preferencia?
 Nunca faltaba quien pusiera verdes a los birmanos: "¿hay acaso en este mundo gente más floja y más dejada? Desde las lámparas eléctricas hasta los trenes, todo tienen que hacérselo en el extranjero. Ya pueden estos birmanos irse desnudando del "longi" y metiéndose en unos pantalones y empezar de una vez a vivir al día. Aquí todo lo que hay de escuelas es de arte dramático y musical; pero brillan por su ausencia las escuelas técnicas de comercio e industria. En cuanto a la educación, por más que digan de su alto nivel, eso es cierto sólo en comparación con otras tierras del sur, ya que todavía tienen a los bonzos con su enseñanza de los sutras en los parvularios de los templos. Con todo esto así, el país va a la ruina. Es más, ya está bajo la dominación extranjera..."
 Uno que le llevaba la contraria, respondió: "Nada de eso; con el simple cambio del hábito por un vestido occidental, no vamos a tener ya al hombre feliz. De hecho, ¿no es ese el caso de los japoneses? Y no ya sólo el nuestro: ¿no es lo que ha pasado en el mundo entero? Cuando el hombre se engríe, dejando que se le suban los humos, y pretende que todo en este mundo se realice según su idea, ya estamos perdidos. Quizá haya en esto una mínima ventaja, pero a fin de cuentas resulta mucho peor."
 A esto replicó el anterior:
 -¿Quieres decir entonces que podemos seguir hasta el fin del mundo como estos bárbaros birmanos?
 Y le respondió el otro:
 -¿Conque bárbaros los birmanos, eh? Pues no falta quien piense que les ganamos con mucho en salvajismo.
 -Esto sí que es bueno. ¿Así que somos más salvajes que un pueblo donde todo está sucio, incómodo, y al que falta el coraje de alzarse sobre los propios pies valiéndose de la ciencia y el trabajo?
 -Ni más ni menos. Nosotros tenemos las ventajas de la civilización, pero ¿no es, en su corazón, salvaje el hombre que usa esos medios tan esenciales? Poseemos los avances de la civilización, muy bien; y lo que hacemos con ellos es esta gran guerra, internarnos hasta aquí en nuestros ataques, y causar así a los birmanos tremendas desgracias. Y aun así, los birmanos no se toman a mal nada de eso y siguen su vida con la calma y la tranquilidad de siempre. Desde tiempos remotos parece que los birmanos no han cometido las estupideces que hacemos nosotros, abusando incluso de gentes extrañas. Dices que no tienen ciencia, pero ellos son creyentes del Budismo, su vida entera se rige por él. Así que cuando son jóvenes, una vez sin falta se convierten en bonzos y se hacen suyas esas enseñanzas. Con esto consiguen la serenidad del espíritu. Viven en la paz. ¿No es esto acaso una ciencia muchísimo más noble?
 -Pero, ¿y lo bajo que es ese nivel de vida? No es esa una vida humana. Por lo general el Budismo birmano es un tanto extraño: "Renuncia al mundo. Resígnate. No te preocupes en absoluto de si las cosas vienen mejor o peor. Busca sólo la salvación de tu espíritu. La salvación del hombre comienza cuando se hace bonzo, dejando el mundo, para empezar otra vida". Dicen que esto es lo que resulta de interpretar a la letra las palabras de Buda. Dicen que este es el budismo del carro pequeño, propio de Birmania. Según esto, todos los birmanos se hacen bonzos. No piensan para nada en este mundo. Como, después de todo, la vida presente dicen que no vale la pena, no hay interés especial por inventar nada ni a nadie se le ocurre esforzarse por mejorar. Todavía no tienen nada que se parezca a un sistema para preservar la libertad de todos. Con todo esto, ¿puedes decir que son felices? Con esto, jamás van a conocer el progreso.      
 -¿Y qué son esa felicidad y ese progreso? ¿En qué queda todo ello a fin de cuentas? Ya esto lo había intuido Buda hace miles de años. Y su enseñanza fue que desecháramos más aún los apegos de este mundo flotante. Los birmanos han sabido guardarla hasta el presente. Para que el mundo se haga más pacífico y deje su salvajismo, mejor camino que hacerse los birmanos como nosotros, sería que nosotros los imitáramos a ellos; sería lo más rápido, lo más radical.»
 
   [El texto pertenece a la edición en español de Editorial Universidad de Sevilla, 1989, en traducción de Fernando Rodríguez-Izquierdo Gavala. ISBN: 84-7405-427-3.]

miércoles, 29 de mayo de 2019

Sapiens. De animales a dioses.- Yuval Noah Harari (1976)


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Parte II: La revolución agrícola
5.-El mayor fraude de la historia
La trampa del lujo

«Hace unos 18.000 años, la última época glacial dio paso a un período de calentamiento global. A medida que aumentaban las temperaturas, también lo hicieron las precipitaciones. El nuevo clima era ideal para el trigo y otros cereales de Oriente Próximo, que se multiplicaron y se expandieron. La gente empezó a comer más trigo y, a cambio, y sin darse cuenta extendieron su expansión. Puesto que era imposible comer granos silvestres sin aventarlos previamente, molerlos y cocerlos, las gentes que recogían estos granos los llevaban a sus campamentos temporales para procesarlos. Los granos de trigo son pequeños y numerosos, de modo que algunos caían inevitablemente en el camino al campamento y se perdían. Con el tiempo, cada vez más trigo creció a lo largo de los senderos favoritos de los humanos y alrededor de sus campamentos.
 Cuando los humanos quemaban bosques y malezas, esto también ayudaba al trigo. El fuego eliminaba árboles y matorrales, lo que permitía que el trigo y otras hierbas monopolizaran la luz solar, el agua y los nutrientes. Allí donde el trigo se hacía particularmente abundante y también lo eran los animales de caza y otras fuentes de alimento, las tropillas humanas podían abandonar de manera gradual su estilo de vida nómada y establecerse en campamentos estacionales e incluso permanentes.
 Al principio pudieron haber acampado durante cuatro semanas, durante la cosecha. Una generación más tarde, al haberse multiplicado y extendido las plantas de trigo, el campamento de cosecha pudo haber durado cinco semanas, después seis, y finalmente se convirtió en una aldea permanente. A lo largo de todo Oriente Próximo se han descubierto indicios de estos poblados, en particular en el Levante, donde la cultura natufia floreció entre 12500 y 9500 a.C. Los natufios eran cazadores-recolectores que subsistían a base de decenas de especies silvestres, pero vivían en aldeas permanentes y dedicaban gran parte de su tiempo a la recolección  y procesamiento de cereales silvestres. Construían casas y graneros de piedra. Almacenaban grano para las épocas de escasez. Inventaron nuevos utensilios, como guadañas de piedra para la recolección del trigo silvestre, y morteros y manos de mortero de piedra para molerlo.
 En los años posteriores a 9500 a.C., los descendientes de los natufios continuaron recolectando y procesando cereales pero también empezaron a cultivar de maneras cada vez más refinadas. Cuando recolectaban granos silvestres, tenían la precaución de dejar aparte una fracción de la cosecha para sembrar los campos en la siguiente estación. Descubrieron que podían conseguir resultados mucho mejores si sembraban los granos a una cierta profundidad del suelo y no repartiéndolos al azar sobre la superficie. De manera que comenzaron a cavar y labrar. Gradualmente empezaron también a eliminar las malas hierbas de los campos, a impedir la presencia de parásitos, y a regarlos y fertilizarlos. A medida que se dirigían más esfuerzos al cultivo de los cereales, había menos tiempo para recolectar y cazar especies salvajes. Los cazadores-recolectores se convirtieron en agricultores.
 No hubo un solo paso que separara a la mujer que recolectaba trigo silvestre de la mujer que cultivaba trigo domesticado, de manera que es difícil decir exactamente cuándo tuvo lugar la transición decisiva a la agricultura. Pero, hacia 8500 a.C., Oriente Próximo estaba salpicado de aldeas como Jericó, cuyos habitantes pasaban la mayor parte del tiempo cultivando unas pocas especies domesticadas.
 Con el paso a aldeas permanentes y el incremento de los recursos alimentarios, la población empezó a aumentar. Abandonar el estilo de vida nómada permitió a las mujeres tener un hijo cada año. Los hijos se destetaban a una edad más temprana: se les podía dar de comer gachas y avenate. Las manos sobrantes se necesitaban perentoriamente en los campos. Pero las bocas adicionales hicieron desaparecer pronto los excedentes de comida, de manera que tuvieron que plantarse más campos. Cuando la gente empezó a vivir en poblados asolados por las enfermedades, cuando los niños se alimentaban más de cereales y menos de la leche materna, y cuando cada niño competía por sus gachas con más y más hermanos, la mortalidad infantil se disparó. En la mayoría de las sociedades agrícolas, al menos uno de cada tres niños moría antes de alcanzar los veinte años de edad. Sin embargo, el aumento de los nacimientos todavía superaba el aumento de las muertes; los humanos siguieron teniendo un número cada vez mayor de hijos.
 Con el tiempo, el "negocio del trigo" se hizo cada vez más oneroso. Los niños morían en tropel y los adultos comían el pan ganado con el sudor de su frente. La persona media en el Jericó de 8500 a.C. vivía una vida más dura que la persona media en el Jericó de 9500 a.C. o de 13000 a.C. Sin embargo, nadie se daba cuenta de lo que ocurría. Cada generación continuó viviendo como la generación anterior, haciendo sólo pequeñas mejoras aquí y allá en la manera en que se realizaban las cosas. Paradójicamente, una serie de "mejoras", cada una de las cuales pretendía hacer la vida más fácil, se sumaron para constituir una piedra de molino alrededor del cuello de estos agricultores.
¿Por qué cometió la gente este error fatal? Por la misma razón que, a lo largo de la historia, ésta ha hecho cálculos equivocados. La gente era incapaz de calibrar todas las consecuencias de sus decisiones. Cada vez que decidían hacer un poco más de trabajo extra (cavar los campos en lugar de dispersar las semillas sobre la superficie del suelo, pongamos por caso), la gente pensaba: "Sí, tendremos que trabajar más duro. ¡Pero la cosecha será muy abundante! No tendremos que preocuparnos nunca más por los años de escasez. Nuestros hijos no se irán nunca más a dormir con hambre". Tenía sentido. Si trabajabas más duro, tendrías una vida mejor. Ése era el plan.
 La primera parte del plan funcionó perfectamente. En efecto, la gente trabajó más duro, pero no previó que el número de hijos aumentaría, lo que significaba que el trigo excedente tendría que repartirse entre más niños. Y los primeros agricultores tampoco sabían que dar de comer a los niños más gachas y menos leche materna debilitaría su sistema inmunitario y que los poblados permanentes se convertirían en viveros para las enfermedades infecciosas. No previeron que al aumentar su dependencia de un único recurso alimentario en realidad se estaban exponiendo cada vez más a la depredación y a la sequía. Y los granjeros tampoco previeron que en los años de bonanza sus graneros repletos tentarían a ladrones y enemigos, lo que les obligaría a empezar a construir muros y a hacer tareas de vigilancia.
 Entonces, ¿por qué los humanos no abandonaron la agricultura cuando el plan fracasó? En parte, porque hicieron falta generaciones para que los pequeños cambios se acumularan y transformaran la sociedad, y a esas alturas nadie recordaba que habían vivido de forma diferente. Y en parte debido a que el crecimiento demográfico quemó las naves de la humanidad. Si la adopción del laboreo de la tierra aumentó la población de la aldea de 100 personas a 110, ¿qué diez personas habrían aceptado voluntariamente morirse de hambre para que las demás pudieran volver a los buenos y viejos tiempos? La trampa se cerró de golpe.
 La búsqueda de una vida más fácil trajo muchas privaciones, y no por última vez. En la actualidad nos ocurre a nosotros. ¿Cuánto jóvenes graduados universitarios han accedido a puestos de trabajo exigentes en empresas potentes, y se han comprometido solemnemente a trabajar duro para ganar dinero que les permita retirarse y dedicarse a sus intereses reales cuando lleguen a los treinta y cinco años? Pero cuando llegan a esa edad, tienen hipotecas elevadas, hijos que van a la escuela, casa en las urbanizaciones, dos coches como mínimo por familia y la sensación de que la vida no vale la pena vivirla sin vino realmente bueno y unas vacaciones caras en el extranjero. ¿Qué se supone que tienen que hacer, volver a excavar raíces? No, redoblan sus esfuerzos y siguen trabajando como esclavos.»
 
    [El texto pertenece a la edición en español de Penguin Random House, 2017, en traducción de Joadoménec Ros. ISBN: 978-84-9992-622-3.]

martes, 28 de mayo de 2019

Cómplice.- Iain Banks (1954-2013)


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9.-Tumor

«La puta cultura de escuadrón militar; adoración de la puta Maggie y que si somos bulldogs, que si devolver el guante que nos han tirado a la cara y vamos a beber cerveza hasta mearnos y enseñemos todos el culo por las ventanas del autobús y con chupas de camuflaje caminando por la calle mayor y bueno... al fin y al cabo estoy interesado en las artes marciales, ¿no? No soy un nazi hijo de puta, tan sólo colecciono efectos militares, no soy un puto racista pero odio a los negros y seguro que prefieren las revistas de armas a las revistas de culos para hacerse una paja encima de fotos brillantes de Lugers cromadas; la mitad de ellos piensan que Elvis sigue vivo; ¡vaya partida de descerebrados hijos de puta! Esos cabrones de mierda se merecen que los irlandeses los vuelen por los aires y después bajen rodando a pedazos por una montaña; una vez echamos un vistazo al interior de un vehículo acorazado que había quedado hecho pedazos; salió despedido por el aire a más de treinta metros de altura y después bajó rodando por una colina; hicimos turnos para mirar en el interior tan sólo para demostrarnos a nosotros mismos lo machotes que éramos; aquello parecía un puto matadero...
 Yo estaba sentado junto a Andy mientras él seguía despotricando. Bebíamos whisky. En la casa de Strathspeld tenía una gran habitación para él solo en el segundo piso; allí jugábamos cuando niños, construyendo maquetas, organizando batallas con soldados de juguete, con el tren eléctrico, los carros de combate montados por nosotros y los fuertes construidos con piezas de Lego; hacíamos experimentos con nuestro juego de química, hacíamos carreras con los coches de Scalextric, desde aquella misma ventana habíamos echado a volar planeadores, disparamos a blancos que veíamos en el jardín  con la escopeta de aire comprimido, matamos un par de pájaros y allí mismo nos habíamos fumado un par de paquetes de prohibidos cigarrillos. También nos fumamos allí innumerables porros mientras escuchábamos discos con otros amigos del pueblo y con Clare.
 -¿Por qué la gente tiene que ser tan jodidamente incompetente? -exclamó inesperadamente Andy, lanzando su vaso de whisky al otro lado de la habitación. El vaso se estrelló contra la pared, junto a la ventana. Me acordé de la construcción de copas de champán que se desintegró en el museo de la ciencia, tan sólo cuatro años antes. El whisky que le quedaba en el vaso dejó una pálida mancha en la pared. Concentré la mirada en aquel líquido que iba derramándose en goterones por la pared.
 -Lo siento -susurró Andy sin que sonara a disculpa.
 Se levantó tambaleándose de su silla y se fue adonde estaban los fragmentos de cristal rotos sobre la alfombra. Se agachó y comenzó a recogerlos, después los dejó caer otra vez, inclinó la cabeza, se llevó las manos a la cara y acto seguido comenzó a llorar.
 Dejé que llorara un rato y después me dirigí hacia él, me agaché a su lado y le pasé el brazo por los hombros.
 -¿Por qué la gente tiene que ser tan jodidamente inútil? -dijo sollozante-. ¿Por qué coño tienen que dejarte tirado? ¿Por qué coño no pueden hacer bien su puto trabajo? El cabrón de Halziel; el puto capitán de mierda Michael Lingary con medalla al valor incluida. ¡Hijos de puta!
 Se apartó de mí, se puso de pie y tropezó con una cómoda de madera de donde arrancó de golpe uno de los cajones, que cayó al suelo enmoquetado desparramando un montón de camisetas. Se arrodilló detrás del cajón y oí cómo rompía una cinta adhesiva.
 Se levantó sosteniendo en la mano una pistola y se puso a intentar introducir un cargador en la culata.
 -Ahora va usted a saber lo que es una extirpación cerebral, doctor Halziel de los cojones -dijo sin dejar de llorar, tratando de meter el cargador en la pistola.
 Halziel, pensé. Halziel. Reconocí el nombre de Lingary de los tiempos en que Andy hablaba de lo que le pasó en las Malvinas; fue el oficial al mando de la compañía de Andy, a quien Andy culpaba de las muertes de algunos de sus hombres. Pero Halziel... Oh, sí, por supuesto; el nombre del suplente que dejó que muriera Clare. El tipo que, según la gente del pueblo, estaba más interesado en pescar que en ejercer como médico.
 -¡Maldito cargador, hostia! -le gritó Andy a la pistola.
 De repente comencé a sentir frío. No sentí lo mismo cuando lo vi disparando su escopeta. Entonces no sentí miedo de él. Ahora sí lo sentía. No estaba seguro del todo de hacer lo correcto, pero aun así me levanté y me fui directamente hacia él cuando por fin logró encajar el cargador en la culata.
 -Oye, Andy... -le dije-. Venga, tío.
 Me echó una mirada que parecía que me viera por vez primera. Tenía el rostro enrojecido y abotargado por las lágrimas.
 -No empecemos otra vez Colley, cabrón; ya me dejaste tirado una vez, ¿no te acuerdas?
 -Eh, eh, cuidado -le dije levantando las manos y retrocediendo.
 Andy se lanzó hacia la puerta, la abrió, y con el impulso por poco se cae en el rellano. Lo seguí escaleras abajo oyendo cómo seguía insultando y soltando improperios; en el recibidor principal intentó ponerse una chaqueta pero no consiguió meter el brazo por la manga sin soltar la pistola. Abrió la puerta principal con tal violencia  que cuando golpeó el tope que hay junto a la pared, la pequeña ventana de vidrios de colores saltó en pedazos. [...]
 Yo me fui detrás de él, estaba intentando meterse en el Land Rover. Me puse a su lado mientras él insultaba a sus llaves y le daba un puñetazo al cristal de la ventanilla del conductor. Se puso la pistola de lado en la boca y la sostuvo con los dientes para tener las dos manos libres y se me pasó por la cabeza intentar quitársela pero pensé que probablemente acabaría matándonos a uno de los dos e incluso si lo conseguía él era mucho más fuerte que yo y me la arrebataría de las manos.
 -Anda, tío -dije tratando de parecer tranquilo-, venga; esto es una locura. Vamos. No te comportes como un demente, tío. Matar a ese capullo de Halziel no te va a devolver a Clare.
 -¡Cállate! -me gritó Andy tirando las llaves al suelo. Me agarró de las solapas y comenzó a golpearme contra el lateral del Land Rover-. ¡Cállate de una puta vez, cabrón de mierda! ¡Ya perfectamente que no hay nada en este puto mundo que pueda devolvérmela! ¡Ya lo sé! -Me golpeó varias veces la cabeza contra la ventanilla lateral del Land Rover-. ¡Sólo quiero asegurarme de dejar un puto incompetente menos en este mundo!»
 
   [El texto pertenece a la edición en español de MDS Books/Mediasat, 2003, en traducción de Cristóbal Pera. ISBN: 84-96200-68-X.]
 

lunes, 27 de mayo de 2019

Mi visión del mundo.- Albert Einstein (1879-1955)


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Quinta parte: Estudios científicos
Geometría y experiencia

«Las matemáticas gozan de prestigio propio frente a las demás ciencias. El motivo es que sus proposiciones son absolutamente ciertas e indiscutibles, mientras que todas las proposiciones de las demás ciencias son discutibles hasta cierto punto y corren siempre peligro de quedar invalidadas por nuevos descubrimientos. A pesar de ello, el investigador de otra área no necesitaría envidiar la suerte del matemático, cuyas proposiciones no se refieren a hechos de la realidad sino sólo de nuestra imaginación. No debe sorprender que se llegue a conclusiones lógicas congruentes si uno se ha puesto de acuerdo en los axiomas fundamentales, así como en el método a seguir. De este método y de los axiomas fundamentales deberán deducirse todas las proposiciones. Por otra parte, este gran prestigio de las matemáticas descansa en el grado de seguridad que confieren a las ciencias de la naturaleza, grado que éstas no podrían alcanzar sin su ayuda.
 Llegados a este punto, surge el problema que tanto ha preocupado a los científicos de todos los tiempos. ¿Cómo es posible que las matemáticas encajen con tanta perfección en los hechos de la realidad, siendo un producto del pensamiento humano independiente de toda experiencia? ¿Acaso el intelecto humano puede profundizar, a través del pensamiento puro, en las propiedades de los objetos reales sin la ayuda de la experiencia?
 Según mi opinión, esa pregunta puede responderse como sigue: cuando las proposiciones matemáticas se refieren a la realidad, no son ciertas; cuando son ciertas, no hacen referencia a la realidad. Creo que este estado de cosas se me ha aclarado por completo gracias a esa parte de las matemáticas conocida como axiomática. El avance logrado por la axiomática consiste precisamente en que a través de ella se trazó una frontera nítida entre lo lógico-formal y el contenido práctico. Únicamente lo lógico-formal constituye, con arreglo a la axiomática, el objetivo de las matemáticas. No así la intuición ni cualquier otro tema vinculado a lo lógico-formal.
 Consideremos con arreglo a este criterio cualquier axioma de la geometría. Por ejemplo, el siguiente: por dos puntos del espacio pasa siempre una, y sólo una, recta. ¿Cómo se ha de interpretar este axioma según el criterio antiguo y el nuevo?
 Interpretación antigua: todo el mundo sabe lo que es una recta y lo que es un punto. Que esto se sepa gracias a una facultad del espíritu humano, o bien mediante la experiencia, o bien debido a una combinación de ambas, o por cualquier otra causa, no necesita decidirlo el matemático. Queda a cargo del filósofo. El citado axioma (al igual que todos los demás) se basa en un conocimiento anterior a toda matemática. Y por eso es un término apto para expresar una parte de este saber a priori.
 Interpretación nueva: la geometría trata de hechos descritos por las palabras recta, punto, etcétera. No se supone ningún conocimiento u opinión acerca de estos temas. Sólo se supone la validez puramente formal de los axiomas comprendidos, esto quiere decir, independizados de cualquier contenido intuitivo o experimental. Estos axiomas definen los hechos de que trata la geometría. Por esto Schlick, en su libro sobre la teoría del conocimiento de causas, ha descrito tan acertadamente los axiomas como "definiciones implícitas".
 Esta apreciación, sustentada por la axiomática moderna, purifica a las matemáticas de todos los elementos no pertenecientes a ellas y suprime la oscuridad mística que anteriormente era inherente a su fundamento. Una exposición tan clara pone en evidencia que las matemáticas están en condiciones de inducir afirmaciones, tanto sobre los hechos de la intuición imaginativa, como sobre los hechos de la realidad. Los conceptos "punto", "recta", etcétera se han de comprender en la geometría axiomática sólo como nociones esquemáticas sin contenido. Lo que les da contenido no corresponde a las matemáticas.
 Por otra parte también es cierto que las matemáticas, y en especial la geometría, deben su origen a la necesidad de averiguar el comportamiento de los objetos reales. La palabra "geometría" que al fin y al cabo significa "mediciones geodésicas", ya pone esto en evidencia. Pues la medición geodésica trata de las posibilidades de localización relativa entre varios cuerpos físicos, es decir, de partes de la tierra, jalones, instrumentos de medición, etcétera. Queda claro que el método conceptual de la geometría axiomática por sí solo no puede suministrar ninguna afirmación sobre los objetos de la realidad que nosotros queremos conceptuar como cuerpos prácticamente rígidos. Para proporcionar tales afirmaciones hay que despojar a la geometría axiomática de su carácter únicamente lógico-formal, aunque se podrá añadir hechos experimentales de la realidad a los esquemas de comprensión de la geometría axiomática. Para realizar esto, basta con añadir la siguiente proposición:
 En cuanto atañe a posibilidades de localización, los cuerpos rígidos se comportan  como los cuerpos tridimensionales de la geometría euclidiana; pues las proposiciones de la geometría euclidiana contienen afirmaciones sobre el comportamiento de los cuerpos prácticamente rígidos.
 La geometría así completada es sin duda una ciencia de la naturaleza; de hecho la podemos considerar como la rama más antigua de la física. Sus afirmaciones se refieren ante todo a la inducción de la experiencia; y no sólo a claves lógicas. A la geometría así completada la llamaremos "geometría práctica" para distinguirla en lo sucesivo de la geometría axiomática. Que la geometría práctica del mundo sea una geometría euclidiana o no es una pregunta de significado obvio, a la que sólo puede responderse mediante la experiencia. Todas las medidas de distancias largas, así como las mediciones geodésicas y astronómicas, son geometría práctica en la física, si nos ayudamos de la siguiente proposición experimental: la luz se propaga en línea recta y solamente en línea recta según el sentido de la geometría práctica.»
 
   [El texto pertenece a la edición en español de la editorial Tusquets Editores, 1997, en traducción de Sara Gallardo y Marianne Bübeck. ISBN: 84-7223-919-5.]
 

domingo, 26 de mayo de 2019

La habitación de Nona.- Cristina Fernández Cubas (1945)


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Días entre los Wasi-Wano

«Tristán y Valeria, mis tíos, siempre me habían parecido alegres, divertidos y, por encima de todo, jóvenes, muy jóvenes, aunque tal vez hubieran alcanzado ya los cincuenta o estuvieran a punto. No tenían nada que ver con nuestros padres, ni con los amigos de nuestros padres. En realidad, no tenían nada que ver con nadie. Por eso me sorprendió enormemente que aquel verano nos enviaran a mi hermano y a mí a pasar el mes de agosto con ellos, en la montaña, donde podríamos -y lo repitieron una y otra vez- respirar aire puro, comer huevos frescos y beber leche de cabra recién ordeñada. Pero la sorpresa no venía por el aire, la leche o los huevos, sino por ellos. Precisamente ellos. Los insensatos, los estrambóticos, los irresponsables. Los Viva la Virgen. De todos los epítetos con que la familia despachaba con regularidad su alegre existencia, Viva la Virgen era el que más me intrigaba y gustaba al mismo tiempo. Los imaginaba en la intimidad de su hogar, en el comedor, en la cocina, en el dormitorio, cogiendo hatos de ropa, sábanas, manteles, alzándolos al aire y dejándolos caer al grito de ¡Viva la Virgen! Con las cacerolas y sartenes se lo pasaban aún mejor. ¡Viva la Virgen! Y no digamos en el comedor, bailando al son de un gramófono de bocina, esperando a que el vinilo de turno diera las últimas notas para lanzarlo al techo, celebrar su caída y pisotearlo con fruición entre los vivas de rigor, especialidad de la casa. Aquel ¡Viva la Virgen! me sonaba también un poco a Vive como quieras, la película de Frank Capra de la que siempre hablaba mi madre y que yo, aunque por aquel entonces no hubiera tenido ocasión de verla, conocía casi al dedillo. Y ahora pienso que era curioso. Mi madre, amante del orden y del deber, fascinada ante aquel hogar de celuloide en blanco y negro sin imposiciones ni preceptos. Un hogar Viva la Virgen como el del tío Tristán, su hermano, y tía Valeria, la mujer de su hermano. Porque en esto no me había equivocado. En casa de los tíos se vivía en libertad. A su lado cualquier otro hogar parecía una prisión, un zoo. Por eso estuvimos encantados con la decisión desde el primer momento. Sorprendidos, pero encantados. Y eso que entonces, todavía, no sabíamos nada de los Wasi-Wano.
 Los tíos no tenían hijos porque no habían querido. De eso se hablaba a menudo en la familia. Unos decían que por egoísmo. Otros (mi madre, entre ellos) que mejor así, que unas criaturas indefensas no encajaban en su forma de vida. Sobre cuál era esa forma de vida nunca logré sacar nada en claro. Viajaban mucho, estudiaban, leían, escribían, pintaban... Pero ¿eso era malo? Nadie me lo aseguró abiertamente. Aunque los interrogados de turno solían encogerse de hombros, menear la cabeza con una sonrisa o, en el mejor de los casos, murmurar con cierta superioridad palabras como artistas, bohemios, vagos, irresponsables y -¡faltaría más!- Viva la Virgen. El miembro de la familia más proclive a criticarlos era tía Berta, la hermana de mi padre. Pero tía Berta se creía perfecta, le gustaba mangonear, no admitía otra forma de vida que la suya y declaraba la guerra a todo aquel que se atreviera a contradecirla. Yo la odiaba y ella lo sabía. La odiaba con razón. Había destrozado mi álbum de Razas humanas, mis dibujos y mis explicaciones. "Esto es insano", sentenció aquel día ante mi más absoluto desconcierto. "Te tendría que visitar un médico." Así era tía Berta. Si de ella dependiera nos enviaría a todos al psiquiatra con cualquier excusa. Pero todo eso había sucedido hacía por lo menos tres años, cuando yo contaba diez, a punto de cumplir once, en una desgraciada estancia en su casa de la playa. También era verano. Como ahora. Pero hoy íbamos contentos, montados en el coche de línea, notando extrañados cómo se nos taponaban los oídos a medida que avanzábamos y descubríamos, pegados a la ventanilla, ríos de aguas transparentes, bosques de pinos y casas de piedra con techos de pizarra como sólo habíamos visto en postales o revistas. Al llegar al último pueblo del trayecto distinguimos a los tíos sentados en el bar de la plaza. Se acercaron corriendo, nos ayudaron a bajar y se ocuparon de las maletas. Creo que ya entonces nos recibieron diciendo: "Wasí, Wasí". Pero estábamos tan contentos que ni mi hermano ni yo nos dimos cuenta.
 El aire olía a estiércol, gallinas y cabras, tal como nos habían asegurado. Pero no así la casa de los tíos. Nada más entrar sorprendí a mi hermano avanzando la cabeza y poniéndose a olisquearlo todo como un sabueso. No le reñí porque yo también, aunque de forma más discreta, estaba haciendo lo mismo. Era un olor intenso, no podría decir si bueno o si todo lo contrario. Una mezcla de pintura, bizcochos, chocolate, vino, perfume y quizás incienso, como en las iglesias. Luego sabría que uno de los pasatiempos de Valeria era elaborar aromas y que algunos le salían bien y otros no tanto. Pero ya aquel día, sin estar al corriente aún de casi nada, lo que más me llamó la atención fue la cocina. Grande y repleta de tubos y probetas, como los laboratorios de mago que aparecían en algunas películas. Y nos gustó. A los dos. Todo era distinto a lo que habíamos conocido hasta entonces. Empezando por ellos, nuestros tíos. Era la primera vez que estábamos a solas, frente a frente, sin los ojos vigilantes del resto de la familia y el largo verano que iniciábamos precisamente en aquel momento se nos presentaba lleno de promesas y descubrimientos. Nos alojaron en el mismo cuarto, un dormitorio inmenso, y mientras Valeria distribuía sábanas y toallas Tristán me preguntó discretamente:
 -¿Cómo va tu padre? ¿Se encuentra mejor?
 Negué con la cabeza. Estaba mal. Muy mal. Necesitaba tranquilidad y descanso. Por eso lo habían instalado en el comedor de casa y por eso también habían decidido que lo mejor para todos era que Pedrito y yo pasáramos el mes de agosto con ellos.»
 
   [El texto pertenece a la edición en español de Tusquets Editores, 2016. ISBN: 978-84-9066-075-1.]

sábado, 25 de mayo de 2019

El camino de la sabiduría.- Deepak Chopra (1946)


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Lección 14
Vivir con la lección

«La muerte es un acontecimiento último, pero antes de que ocurra se sufren muchas pérdidas de menor importancia durante nuestra andadura. Si dedicas un momento a pensar en ella, puedes ver fácilmente la pauta de ganancias y pérdidas que se observa durante toda tu vida. Mientras están ocurriendo, las pérdidas parecen dolorosas y el ego reacciona inevitablemente a la pérdida queriendo aferrarse a lo que está a punto de perder. Sin embargo, pasar de la infancia a la adolescencia significa una pérdida desde una perspectiva y una ganancia desde otra; casarse representa perder la vida en solitario y ganar una pareja. Las ganancias y las pérdidas son dos caras de lo mismo. La única cosa de la vida que trae consigo una ganancia absoluta es la adquisición de conciencia, que es el objetivo de la búsqueda.
 -¿Alguna vez se te ha ocurrido pensar que no puedes perder nada -preguntó Merlín- porque, para empezar, nunca lo tuviste? Lo único que realmente has tenido alguna vez eres tú mismo. Este yo puede pasar algún tiempo en una casa o un empleo, puede pasar tiempo en presencia de ciertas cosas o con cierta cantidad de dinero, pero con el tiempo todo eso cambiará. Entonces todo lo que tendrás es un recuerdo, una imagen, un concepto. Estas cosas no son reales; son invenciones de la mente. Los pensamientos son como los huéspedes de un hotel: se inscriben y se marchan mientras que tú sigues allí. Considera los objetos y las posesiones de la misma manera. Vienen y se van. Lo que queda eres tú mismo.
 La vida está llena de adversidades pequeñas o grandes. El ego ha echado sobre sí la carga de proteger tu vida. Te defiende de pérdidas y desastres y rechaza el concepto de la muerte durante tanto tiempo como le es posible. Pero el mago acoge con los brazos abiertos cualquier adversidad, cualquier pérdida, por la siguiente razón, que tú puedes aplicar a tu propia vida: todo lo que hay en la creación está hecho de energía. Después de ser creada, cualquier forma de energía dada debe mantenerse durante cierto tiempo. Después de un período de estabilidad, la fuerza de vida quiere hacer que algo nuevo salga a escena. A tal efecto, las pautas viejas, gastadas, deben disolverse.
 Esta disolución todavía tiene lugar en nombre de la vida, pues nada más que vida hay a nuestro alrededor. Sin embargo, el ego se une a ciertas formas de energía que no quiere ver disueltas. Una gran cantidad de dinero, una casa, una relación, un gobierno... a su manera, cada una de estas cosas es una forma de energía que tratamos de proteger del flujo del tiempo. La gente lucha a muerte, como suele decirse, lo cual significa que defenderá algo hasta que la disolución sea la única salida.
 En verdad, semejantes luchas no son necesarias. No puedes luchar para hacer que una rosa florezca. No puedes luchar para que un embrión evolucione hasta convertirse en un bebé: son cosas que sencillamente suceden, siguiendo sus ritmos propios. Tu ego acepta fácilmente este hecho relativo a las rosas y los bebés, pero no cuando se refiere al dinero, la casa, las relaciones y otras cosas a las que cobra apego. Mas el mago considera que las mismas leyes universales gobiernan la totalidad de la vida. Después de todo, el ego no luchó por ponerte en este mundo.
 La lucha del ego es una forma de oposición a la vida, porque pretende imponer vida artificial.
 -La naturaleza quita cosas por sus propias razones y en el momento que ella juzga más oportuno -dijo Merlín-. Si quieres flores cuando no es la temporada, puedes bordar flores que durarán eternamente, pero ¿quién podría pretender que realmente estaban vivas?
 De modo parecido, siempre que sientes la necesidad de controlar y luchar, de impedir que las personas, el dinero o las cosas se alejen de ti, te estás oponiendo a la fuerza universal que lo mantiene todo en equilibrio.
 -Tendrás que adquirir confianza antes de que puedas renunciar a tu control. Tu condicionamiento conduce a la desconfianza, porque los mortales queréis desesperadamente creer que sois inmunes a los ciclos de la naturaleza -dijo Merlín con cierto regocijo-. Mientras vuestro cuerpo nace, envejece y muere, tejéis fantasías en las que dejáis detrás de vosotros edificios y estatuas inmortales, reputaciones y arcas repletas de riqueza. Haz lo que quieras, pero si deseas librarte del dolor y la muerte, primero debes deshacerte de esta creencia errónea de que estás más allá de la naturaleza.
 Cuando puedas empezar a ver las semillas de la oportunidad en las cenizas del desastre, entonces es que la confianza está empezando a crecer. Esta confianza llega en etapas. En primer lugar, empieza por ver que los juicios del ego sobre la pérdida son falsos.
 -El dolor no es la verdad -dijo Merlín-. Es lo que los mortales experimentan para encontrar la verdad.
 En segundo lugar, busca la otra faz del desastre o la pérdida, la minúscula semilla de lo nuevo que quiere nacer.
 -Cuando mires en las cenizas -aconsejó Merlín-, mira bien.
 En tercer lugar, sustituye la culpa y las quejas por el conocimiento sereno y seguro de que estás protegido en el plan de la naturaleza: lo que hayas perdido es temporal e irreal. Tenía que desaparecer, no porque la naturaleza sea cruel e indiferente, sino porque cada paso que das hacia lo real es precioso. Bajo esta luz empezarás a ver que las pérdidas y las ganancias son sólo una máscara. Debajo de ella está la luz constante de lo eterno, que brilla a través de todo y teje unidad a partir del caos.»
 
     [El texto pertenece a la edición en español de Ediciones Martínez Roca, 1999, en traducción de Jordi Beltrán. ISBN: 84-270-2438-X.]

viernes, 24 de mayo de 2019

Ideología y utopía.- Paul Ricoeur (1913-2005)


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Parte I. Ideología
 14.-Habermas (2)

«Deseo concluir esta conferencia diciendo unas pocas palabras sobre la estructura de la utopía. Por mi parte, veo la utopía como una compleja urdimbre de elementos de diferentes orígenes. No se trata de algo simple, sino que es un manojo de fuerzas que obran juntas. La utopía se apoya primero en la noción de autorreflexión. Esto expresa el concepto principal de utopía y es el componente teleológico de toda crítica, de todo análisis, de toda restauración de la comunicación. Yo lo llamo el componente trascendental. Este factor preserva la unidad de crítica de la ideología y del idealismo alemán y en última instancia también la unidad de crítica de la ideología y de toda la tradición de la filosofía, a pesar de la afirmación de Habermas según la cual hemos roto con la teoría en favor de la praxis. Lo que es común a la teoría y a la praxis es este elemento de autorreflexión, algo que es, no histórico, sino trascendental en el sentido de que no tiene fecha ni origen histórico, sino que es, en cambio, la posibilidad fundamental del ser humano. Cuando el joven Marx habla de la diferencia entre el animal y el ser humano traza una línea divisoria, la diferencia es el elemento de trascendencia únicamente accesible al ser humano. Yo prefiero decir que este factor es trascendental porque es la condición de posibilidad para hacer algo diferente.
 El segundo componente de la estructura utópica es cultural. Este atributo es moderno y procede de la tradición de la Ilustración; agrega al elemento de la fantasía la posibilidad de corrección, de probar los límites de la posible realización. Para repetir una cita que ya hemos hecho: "Las ideas de la Ilustración proceden del depósito de ilusiones históricamente transmitidas. De ahí que debamos comprender las acciones de la Ilustración como el intento de poner a prueba el límite de la posibilidad de realización del contenido utópico presente en la tradición cultural en condiciones dadas" (284). Las ideas se transmiten históricamente. De manera que la utopía no es un elemento meramente trascendental sin historia pues forma parte de nuestra historia. Esto nos permite decir que tal vez la gran diferencia entre Gadamer y Habermas consiste en que estos autores no tienen las mismas tradiciones. Gadamer se apoya más en la tradición del idealismo alemán y el romanticismo, en tanto que Habermas lo hace más en la Ilustración y el idealismo alemán. Que Habermas y Gadamer estén ambos históricamente situados es inevitable, pues nadie puede estar fuera de la tradición. Hasta el énfasis puesto en la autorreflexión tiene cierta tradición. La autorreflexión tiene un factor ahistórico, que es lo que llamé su componente trascendental y tiene también un componente cultural, una historia. Habermas habla de la unidad de intereses y razón (287, 289) y éste es típicamente un tema de la Ilustración.
 El tercer elemento de la estructura utópica es la fantasía. Fantasía es el término que Habermas emplea para designar lo que Freud llama ilusión. Recordemos que Freud distingue la ilusión del engaño y que el engaño es lo inverificable y lo irrealizable. La ilusión o fantasía es un elemento de la esperanza, de una esperanza racional. Habermas desarrolla este tema no sólo en su discusión de Freud sino también en sus tesis sistémicas contenidas en el apéndice de su libro. En estas últimas, Habermas dice que la humanidad tiene sus raíces en estructuras fundamentales tales como el trabajo, el lenguaje y el poder. Pero agrega que también hay algo en nosotros que trasciende esta condicionalidad y ese algo es lo utópico. Habermas emplea precisamente la palabra "utópico" en este contexto. "La sociedad es no sólo un sistema de autoconservación. Una tentadora fuerza natural, que está presente en el individuo como libido, se separa del sistema de conducta de la autoconservación e impele hacia la realización utópica" (312). La fantasía es lo que "impele hacia la realización utópica". En Habermas la oposición de utopía y autoconservación es una buena intuición de la relación entre ideología y utopía en el mejor sentido de ambos términos. Como veremos con Geertz, la función fundamental de una ideología es establecer la identidad, la identidad de un grupo o de un individuo. En cambio, la utopía rompe con el "sistema de autoconservación e impele hacia la realización utópica". Para Habermas, la realización de este elemento utópico conduce a la tesis de que "el conocimiento sirve como un instrumento y trasciende la mera autoconservación" (313). La utopía es precisamente lo que impide que queden reducidos a uno los tres intereses constitutivos del conocimiento: el instrumental, el práctico y el crítico. Lo utópico presenta la gama de múltiples intereses e impide que queden reducidos a lo instrumental.
 Bien pudiera ser, pues, que la utopía, en el sentido positivo del término, se extendiera hasta la línea fronteriza entre lo posible y lo imposible, lo que quizá no pueda racionalizarse en última instancia en la forma de una esperanza racional. [...] La fantasía utópica es la fantasía de un acto ideal de discurso, una situación comunicativa ideal, una situación de comunicación sin limitaciones ni coacciones. Y bien pudiera ser que este ideal constituyera nuestra noción misma de humanidad. Hablamos de la humanidad no sólo como de una especie, sino también como de una tarea, puesto que la humanidad no está dada en ningún lugar. El elemento utópico puede ser la noción de humanidad a la que estamos apuntando y que incesantemente tratamos de hacer cobrar vida.»
 
   [El texto pertenece a la edición en español de Editorial Gedisa, 2008, en traducción de Alcira Bixio. ISBN: 978-84-7432-336-8.]