domingo, 25 de junio de 2023

El misterio de los hititas.- C. W. Ceram (1915-1972)


C W Ceram - Alchetron, The Free Social Encyclopedia
III.-El enigma del poder

Capítulo 9: La batalla de Kades y la paz perpetua

    «De todo ello se desprende que los “inventores” de la cría caballar no fueron ni los hititas ni los hurritas. Con toda seguridad no salieron de dichos pueblos los primitivos jinetes, antes bien todo hace suponer que debemos buscar el origen de la equitación más al este, Asia adentro. Y como, por otra parte, el efecto devastador de la nueva arma, el carro de combate, estaba supeditado a la utilización de los caballos bien adiestrados, es obvio que tampoco lo inventaron los hititas.
 Pero una cosa es cierta. En medio de la confusión reinante en aquella parte del mundo, cuando a mediados del II milenio antes de J. C., iniciaron sus correrías los hurritas, los kasitas y los hicsos salvajes —sin que tengamos indicio alguno que nos permita sospechar que el núcleo principal hitita, o sea el asentado en el recodo del Halys, llegara a verse seriamente amenazado—, los hititas asimilaron todos cuantos conocimientos pudieron adquirir en materia de caballos y carros durante sus numerosos contactos con sus turbulentos vecinos.
 No sólo mejorarían los métodos de adiestramiento de los caballos, sino que, fruto de la confrontación de sus propias experiencias con las de los demás pueblos, fue el nuevo artefacto guerrero, gracias al cual iban a poder librar, y ganar, la batalla más trascendental de los tiempos antiguos; el arma cuyo solo ruido, según leemos en la Biblia, hacía templar a los sirios: el carro ligero de combate, precursor del tanque moderno autónomo.
 Es curioso que la primera consecuencia del amansamiento del caballo no fuera la creación de la caballería propiamente dicha, sino que le precediera la formación de un cuerpo de carros de combate tirados, eso sí, por caballos.
 Sorprende asimismo que después de haber empezado por desempeñar un papel tan importante en la estrategia de los pueblos del Asia Anterior, la desaparición de los hititas acarreara la de la equitación como arte y como arma de combate, pues es sabido que ni los griegos ni los romanos conocieron la “caballería” como fuerza montada, sino que tuvieron solamente jinetes.
 El carro ligero de combate, tal como lo perfeccionaron los hititas, debió de constituir una novedad tal, que bien podemos echar mano de la palabra «invento» para designarlo. Es absurdo que los asiriólogos pretendan que los sumerios ya poseían un tipo de carro de combate. Los carros de los “cabezas negras”, o sea los sumerios, claramente descritos en el Estandarte de mosaico exhumado por Woolley en Ur, eran unos vehículos pesados, de cuatro ruedas macizas, arrastrados por bueyes. Suponiendo que estos carros hubieran sido utilizados alguna vez en la guerra, su utilidad debía de ser más que problemática, y hacen pensar en los pesados armatostes de nuestra Edad Media que avanzaban lentamente por el campo de batalla siguiendo los pasos de los lansquenetes, a los que únicamente podían prestar un apoyo “moral”. Lo más probable, sin embargo, es que estos vehículos sirvieran exclusivamente para el abastecimiento de los beligerantes.
 La gran superioridad de los hititas en la guerra radicaba en la velocidad de sus carros ligeros de combate, que no iban provistos de discos macizos, sino de dos ruedas de seis rayos cada una, y cuya elegante apariencia recuerda la de un dogcart inglés del siglo pasado.
 La creación de formaciones de carros de combate de estas características revolucionó la estrategia militar de la época.
 Cada carro de combate hitita transportaba a tres hombres, o sea al conductor con un guerrero a cada lado. Y con este fantástico armatoste enfrente, cuyos caballos lanzaban relinchos salvajes y alzaban nubes de polvo amarillo, y los soldados vociferando y blandiendo armas resplandecientes. Los mejores infantes retrocedían. Si aguantaban el primer ataque, pronto advertían con terror que se encontraban prisioneros en medio de la ronda infernal de los carros de combate. Una lluvia de flechas les alcanzaba desde todas direcciones, y los cascos negros de los caballos desgarraban las filas de sus aguerridas huestes, convirtiendo el campo de batalla en un caos fantástico.
 Cierto que algunos carros se estrellaban y saltaban en pedazos, pero aun así sembraban la muerte a su alrededor, y los caballos que las picas contrarias despanzurraban, arrastraban y aplastaban a los enemigos en su lucha con la muerte.
 El sudor, el olor de sangre de los caballos y el polvo apestaban el aire; los buitres oteando la carroña, tal era el panorama de un campo de batalla de la antigüedad. A quien haya estudiado un poco la historia no se le oculta que, todas las esperanzas aparte, estas escenas se repetirán mientras existan los hombres sobre la tierra.
 No es que perdamos de vista el objeto de este libro, que es el de informar sobre el descubrimiento de la civilización hitita, pero antes de ocuparnos nuevamente de la gran batalla que acabamos de mencionar, que fue la más importante de la Antigüedad, y en la cual por primera vez ambos adversarios alinearon carros de combate, es indispensable exponer ciertos hechos para dar al que leyere una idea cabal del origen del conflicto.
 Según las investigaciones más recientes han demostrado, a la muerte de Telebino, el reino de Mitanni era la principal potencia del Oriente Medio. No obstante, parece ser que tres soberanos hititas, Tudhalia II, Hattusil II y Tudhalia III, y finalmente también Arnuanda II, lograron preservar el Imperio de todo cambio fundamental, por más que su gobierno pasara por varias crisis serias durante el reinado del tercero de ellos, que es cuando la presión exterior se hizo sentir con mayor intensidad.
 Esto sucedía alrededor de los años 1500 al 1375 antes de J. C. Es poco lo que de aquella época conocemos, pero esto no es óbice para que se le atribuya una importancia secundaria, pues ciento veinticinco años son muchos años en la historia de un pueblo.
La Cuesta de Moyano: El misterio de los hititas, de C. W. CeramAl tratar de la historia antigua —en la que se cuenta por milenios— hay que saber sustraerse a la borrachera de los números y no olvidar que cada siglo está formado por más de tres generaciones de seres humanos.
 Al rey Arnuanda le sucedió el más grande de los soberanos hititas, el «rey de reyes», el nuevo fundador de un verdadero Imperio, el Carlomagno del Oriente Medio: Shubiluliuma I (1375-1335 antes de J. C.).
 Debe de haber sido un monarca magnífico desde todos los puntos de vista, valiente hasta la exageración, audaz en las grandes ocasiones y sin escrúpulos cuando se trataba de hacer frente a situaciones difíciles.
 Pero por extraño que parezca, sobre todo en un personaje de la época, demostró un gran sentido político al tratar con gran moderación a sus enemigos vencidos. Por una parte era tolerante en materia religiosa, mientras que por la otra se preocupaba por hacer respetar estrictamente la moral y la justicia, según se desprende de los innumerables tratados concluidos durante los cuarenta años de su reinado.
 He aquí un ejemplo: casó a una hermana suya con el rey de Hayasa, y la hizo acompañar de sus hermanastras y de varias damas de honor. En Hayasa prevalecían todavía —por lo menos esta era la opinión de los hititas— costumbres bárbaras, tales como los casamientos consanguíneos y las relaciones incestuosas, de todo lo cual abomina Shubiluliuma, quien escribe así a su cuñado: “Esto no está permitido en Hattusas… y si aquí alguien lo hace le matamos”, y luego cita como ejemplo el caso de un tal Marija, a quien, según parece, su padre cogió in fraganti y lo hizo ejecutar. Y termina diciendo: “Guárdate, pues, mucho de realizar este acto por el cual un hombre ha perdido la vida”.
 La plurivalente personalidad de Shubiluliuma se nos impone porque podemos comprobar que todo lo emprende a gran escala.
 Su acción es eficacísima. Convirtió a Hattusas en plaza fuerte y durante su reinado se erigió la gran muralla para proteger el flanco sur de la ciudad. Declaró la guerra al poderoso Mitanni, cruzó el Eufrates y conquistó y saqueó la capital de los hurritas, pero entonces, en lugar de esclavizar a los vencidos, los convirtió en aliados suyos al casar a su propia hija con el príncipe Mattiwaza, heredero de Mitanni.
 Luego se apoderó de Siria y después de someter a Carquemis y Alepo, eternas manzanas de discordia en aquella región fronteriza, les dio a sus dos hijos por reyes.
 Contribuyó al éxito de sus campañas guerreras la precaria situación egipcia. El adversario egipcio, el único que hubiera podido desbaratar sus planes de conquista en Siria, no opuso sino una resistencia mínima a su política de expansión, pues por aquel entonces el faraón Amenofis IV, «el rey hereje», se encontraba bastante atareado combatiendo el politeísmo e intentando persuadir a sus súbditos a que adoraran al dios Sol. Su sucesor Tutankhamen murió a los dieciocho años.
Gracias a estas circunstancias favorables, Shubiluliuma no solamente llevó a cabo sus numerosas conquistas, sino que aún pudo consolidarlas, practicando una política verdaderamente imperial, en la que sólo entraba en cuenta el futuro de su pueblo.
 Después de una cadena de triunfos, adoptó Shubiluliuma las formas de ostentación propias de los orientales para hacer realzar su grandeza a los ojos de todos. Así, mientras sus predecesores se habían contentando con el título de rey, él se hizo llamar “Labarna, el gran rey del país de Hatti, el héroe, el favorito del dios de la tormentas”, y cuando se nombraba en los tratados, se daba a sí mismo el epíteto de “Yo, el Sol”.»

   [El texto pertenece a la edición en español de Editorial Destino, 1995, en traducción de Jaime Gascón, pp. 123-126. ISBN: 978-8423325405.]

domingo, 18 de junio de 2023

Cuando las palomas cayeron del cielo.- Sofi Oksanen (1977)


Sofi Oksanen - A Quattro Mani
Segunda parte

1963. Tallin. República Socialista Soviética de Estonia.

  «El techo crujía bajo las pisadas. El crujido se desplazaba hacia el armario lavamanos, de allí a la ventana, de la ventana al ropero y de nuevo al lavamanos. Los ojos del camarada Parts escrutaron el techo, con una tensión seca, sin pestañear. De vez en cuando oía a su mujer sentarse: la pata de la silla hacía una muesca en las tablas del suelo, el sonido a la altura de la frente de Parts. Se toqueteó una sien sudorosa, las venas palpitantes, pero los zapatos de su mujer no se detenían, seguían martilleando en el mismo sitio, el golpeteo labraba el suelo, hacía rechinar el techo pintado de marrón claro y desconchaba sus fisuras, causando un ruido insoportable que a Parts no le dejaba concentrarse en su trabajo.
 Cuando el reloj dio por fin las once, los muelles del colchón del dormitorio chirriaron y su eco áspero duró un instante. Luego reinó el silencio.
 El camarada Parts aguzó el oído. El techo no cedía, su contorno a lo largo de la moldura se mantenía estable, y el discreto balanceo de la araña se ralentizaba.
 Silencio.
 Había esperado ese momento todo el día, con paciencia y a ratos temblando de rabia. No obstante, la espera había avivado su entusiasmo, un entusiasmo brioso de los que ya rara vez experimentaba.
 Lo esperaba la máquina de escribir. A la luz cenital, el metal de la Optima relucía suavemente y el teclado resplandecía. El camarada Parts se estiró la chaqueta de lana, relajó las muñecas y curvó las manos en la posición correcta, como si se dispusiera a interpretar un concierto de piano ante un auditorio expectante. La obra se convertiría en un éxito, todo iría bien. No obstante, debía admitir que, siempre que se sentaba a la mesa de trabajo, el cuello de la camisa le apretaba.
 En el carro reposaba el folio que había quedado a medias la noche anterior, con sus correspondientes papel carbón y copia. Las muñecas de Parts ya estaban en alto, preparadas. Sin embargo, de pronto las retiró para apoyarlas sobre los pantalones planchados con raya. Miraba las palabras en el papel, las leyó varias veces musitándolas, saboreándolas y aceptándolas. La narración seguía pareciéndole clara y notó que el cuello de la camisa se aflojaba un poco. Animado, cogió la primera página de su manuscrito, se dirigió al centro de la habitación e imaginó un público ante el cual declamó despacio el párrafo inicial:
 —“¡De qué actos inconcebibles fueron capaces los malhechores estonios, de qué crímenes espantosos! Las páginas de esta investigación sacan a la luz conspiraciones fascistas y espeluznantes asesinatos. Aquí descubrirán los brutales métodos de tortura que con regocijo practicaron los nazis, disfrutando perversamente de su crueldad. Esta investigación pide justicia a gritos, ¡y no dejará piedra sin mover hasta esclarecer definitivamente los crímenes con que pretendieron exterminar a los ciudadanos soviéticos!”
 El camarada Parts acabó sofocado, igual que el propio texto, lo que consideró una buena señal. El principio era siempre lo más importante, debía poseer fuerza expresiva y atrapar, virtudes que éste tenía, además de adecuarse también a las directrices de la Oficina. Debía distinguirse de otros libros que abordaban la ocupación nazi. Disponía de tres años, ése era el tiempo que la Oficina le había concedido para la investigación y elaboración que requería el libro. Como prueba de confianza, el gesto era excepcional, incluso había recibido una Optima nueva para trabajar en casa, en su escritorio, pero ahora no se trataba de un panfleto de contrapropaganda, no era una lectura apropiada para los jóvenes sobre la amistad entre los pueblos ni un educativo libro de cuentos para niños, sino una obra que cambiaría el mundo, o sea, la gran patria y Occidente. El inicio tenía que dejar sin aliento.
 La idea había partido del camarada Porkov, que era un hombre pragmático; por eso le gustaban los libros y los beneficios que sus métodos podían proporcionarle. Los compradores de los libros pagaban los gastos de la operación. Por el mismo motivo le gustaban también las películas, pero esta rama no era la de Parts; lo suyo era la expresión literaria. Las palabras de Porkov no dejaban de alentarlo en los momentos de dudas, aunque Parts sabía que sólo se trataba de halagos: en su momento, el camarada capitán había declarado que lo recomendaba para la misión porque no conocía mejor mago de las palabras.
 Cuando se le asignó la tarea, había vivido un instante maravilloso. Sentados en el piso franco durante una de sus reuniones semanales, revisaban la situación de la red de contactos postales de Parts, quien ignoraba completamente los planes que Porkov le tenía reservados. Tampoco sabía que Moscú ya había revisado su expediente y dado su aprobación, ni que en adelante su prioridad no sería ya la amplia correspondencia con Occidente, sino algo muy distinto. De improviso, el camarada Porkov anunció que ése era el momento adecuado. Algo desconcertado, Parts solicitó una aclaración, y Porkov respondió:
 —Para que usted, camarada Parts, se convierta en escritor.
 Recibiría un adelanto considerable: tres mil rublos. La mitad sería para Porkov, porque había realizado parte del trabajo en su lugar y seleccionado los materiales de los cuales surgiría la obra. La documentación se hallaba ahora bajo llave en el armario de Parts: dos maletas de libros que trataban de la ocupación nazi, entre ellos también algunos publicados en Occidente y no destinados a ciudadanos soviéticos. Parts había echado un vistazo al material y decidido la línea editorial a seguir: en primer lugar, y puesto que en Occidente tenían una impresión muy distinta, la obra debía dejar muy claro que la Unión Soviética estaba especialmente interesada en esclarecer los crímenes nazis, incluso más que los países occidentales. Al nombre «Unión Soviética» se le añadirían los adjetivos “justa” y “democrática” siempre que fuera posible, dado que en Occidente no se la veía de esa manera.
Cuando las palomas cayeron del cielo (Narrativa): Amazon.es ... En segundo lugar, debía clarificarse el tema de los emigrantes estonios, pues la mayor parte de los materiales recabados por Parts eran fruto de la pluma de prolíficos refugiados. Al parecer, el Politburó estaba alarmado por su fuerza y sus opiniones antisoviéticas, que denigraban a la patria. Y como en Moscú se mostraban preocupados, era el momento de tomar medidas al respecto. El mismo Parts no habría hallado mejor solución que presentar a los emigrantes bajo una luz que a ojos de los occidentales los convirtiese en poco fiables. Cuando quedara en evidencia el talante fascista de los nacionalistas estonios, la Unión Soviética recibiría a los traidores en bandeja, pues en los países occidentales no querrían proteger a los nazis; los criminales habrían de ser entregados a la justicia. Nadie volvería a prestar oídos a las quejas y súplicas de los emigrantes estonios, nadie se atrevería a apoyarlos públicamente, pues eso se interpretaría como apoyo al fascismo, y al gobierno en el exilio de Estonia se lo tacharía de sociedad secreta de escoria fascista. Ni siquiera se requerirían pruebas, con sembrar la duda bastaría. Sólo un indicio, apenas un susurro.
 —Por supuesto, su experiencia personal le añadirá color —había comentado Porkov al revelarle a Parts su nueva misión.
 Nunca habían hablado sobre su pasado, pero Parts captó la insinuación: no había motivos para ocultar las razones por las que él había sido deportado a Siberia. Ahora esas mismas razones se habían convertido en méritos, la etapa vivida en la isla de Staffan había revertido en su provecho, convirtiéndose en valiosa experiencia.
 —No hubiéramos conseguido erradicar tan bien a esos parásitos nacionalistas sin su ayuda. Algo así no se olvida, camarada Parts —había concluido Porkov.
 Parts había tragado saliva. Aunque al decirlo de esa manera Porkov dio a entender que podía hablar con él del asunto libremente, Parts prefería no explayarse sobre ese aspecto de su vida, porque al mismo tiempo lo comprometía. Porkov habría deseado continuar con el tema, pero Parts se limitó a sonreír.
 —Entre nosotros, puedo decirle que el Comité para la Seguridad Nacional seguramente nunca ha recibido informaciones más completas sobre las actividades antisoviéticas de Estonia: todos esos enlaces, espías ingleses, bandidos del bosque, direcciones… Un trabajo notable, camarada Parts. Sin usted, no hubiéramos dado con la ruta de fuga a Occidente empleada por el fascista Linnas, por no hablar de todos los traidores que ayudaban a los emigrantes estonios y cuya identidad hemos descubierto gracias a su colaboración.
 Parts se sintió desnudo. Porkov le refería aquello simplemente para darle a entender que lo sabía todo de él. Por supuesto que Parts ya se lo imaginaba, pero decirlo en voz alta era una demostración de fuerza. Era una táctica muy conocida. Obligó a su mano a permanecer quieta cuando ésta se movía para comprobar si el pasaporte continuaba en el bolsillo de la pechera. Mantuvo las piernas inmóviles, miró a Porkov y sonrió antes de decir:
 —Mis misiones en el frente antialemán me permitieron familiarizarme con la actividad de los nacionalistas estonios, la conozco muy bien. Me atrevo a afirmar que soy un experto en nacionalismo.
 El libro sería editado por Eesti Raamat. Porkov se ocuparía de que las cosas marcharan sobre ruedas. Él podría ir preparándose para firmar el contrato de edición, para la fiesta de lanzamiento, poner a enfriar el champán, encargar una tarta Napoleón y claveles para su mujer. Se harían traducciones, muchas. Habría condecoraciones. Tiradas enormes. En las celebraciones antifascistas le reservarían un lugar de honor.
 Podría dejar su trabajo tapadera en la garita de vigilancia de la fábrica Norma. Los adelantos y los sobres marrones de la Oficina bastarían para vivir bien.
 Podría ponerse gas en casa.
 Desde luego, no daba crédito a su buena suerte.
 Únicamente había un problema a la hora de trabajar: en su casa no había la menor tranquilidad. El camarada Parts había insinuado que necesitaba un despacho de investigador, pero el asunto estaba estancado, y a su mujer no podía revelarle la naturaleza de su misión, ni siquiera con la esperanza de que la importancia del cometido la hiciera controlar sus crisis de nervios. Parts regresó a su escritorio, se desabotonó el cuello de la camisa. Había que poner manos a la obra, Porkov esperaba ya un aperitivo, los primeros capítulos, había tanto en juego… el resto de su vida. »

    [El texto pertenece a la edición en español de Ediciones Salamandra, 2012, en traducción de Luisa Gutiérrez Ruiz, pp. 81-86. ISBN: 978-8498385519.]

domingo, 11 de junio de 2023

Fenómenos. Descripción del orbe terrestre. Costas marinas.- Rufo Festo Avieno ( c. 305 - c. 375)


Rufo Festo Avieno : : : : :
Fenómenos

Señales de lluvia

   «Si vellones de nubes se arremolinan por el cielo, si la iridiscente Iris desciende a tierra formando un arco doble, si un anillo oscuro parece contornear una estrella blanca, si por la superficie de las aguas alborotan las aves, si una y otra vez sumergen el pecho en las profundidades del abismo marino, si la golondrina se precipita con frecuencia trinando sobre las aguas a los primeros destellos del alba, si las ranas reiteran su viejo lamento por los estanques, si los autillos emiten arpegios melodiosos por la mañana, si la dañina corneja hunde la cabeza en aguas profundas, bañando el lomo en el río, si se ensaña en roncos graznidos, un abundantísimo aguacero se derramará desde las nubes, una vez que hayan reventado. Habrá también precipitaciones cuando la ternera aspira el aire por las narices y la totalidad del suelo en un amplio sector se empapará de lluvias cuando la industriosa hormiga, abandonando su madriguera habitual, saca los huevos de los escondrijos de sus guaridas (sin duda un tiempo desapacible, un día gélido y un ambiente frío relegan el calor a las profundas entrañas de la tierra), cuando la pollita se expurga el pecho con su pico ganchudo, cuando en formación cerrada se ve revolotear al grajo formando círculos y cuando los cuervos graznan como con sordina, cuando la estilizada garza real va una y otra vez al agua gañendo repetidamente, cuando las moscas pequeñas clavan sus aguijones y si en las lucernas de barro, que arden por la noche, se aglomeran los hongos, si de las llamas brinca una lenguarada de fuego o si la energía de la luz se va debilitando por sí misma: es conveniente advertir con antelación las precipitaciones inminentes. Para acabar, cuando Vulcano calienta una ancha caldera de bronce, deja escapar chispas mientras las llamas chisporrotean lamiéndolo todo alrededor, si el noto arrastra desde los cielos de Libia nubes empapadas de agua.

Señales de buen tiempo

 Pero, si hasta las estribaciones de una montaña se extiende un velo espeso de nieblas, en tanto que las roquedas de los altos picos quedan despejadas, e, igualmente, si por la zona en que las extensas aguas del mar se hallan en reposo, se difunden unos nublados que se van depositando bajos en largos jirones, habrá paz para el cielo, Tetis y la faz de las tierras, y por ningún sector del firmamento se precipitará la lluvia en abundancia.
 Ahora bien, cuando bajo la tranquilidad del cielo se despliega una amplia calma, es entonces cuando conviene captar con antelación los indicios de borrasca inminente y, a la inversa, cuando se desatan las impresionantes iras del éter, observa qué señales retomarán la bonanza a la tierra y al mar. Entre las más importantes toma nota del Pesebre, aunque pequeño, al cual el elevado Cáncer hace girar en lo alto del cielo; él, cuando el aire condensado comienza a aligerarse, se sacude la ancha masa del velo que tiene puesto encima, ya que se extiende próximo a las rachas del aquilón, que difunde serenidad y queda limpio al primer soplo de viento. Entonces, a su hora, la lechuza entona el canto modulado; entonces la longeva corneja provoca el eco de la tarde; entonces los cuervos graznan y animándose a graznidos de su ronca garganta, reclaman a los numerosos escuadrones de sus congéneres, entonces contentos se retiran a una hacia sus bien conocidas guaridas, entonces aplauden golpeando sus cuerpos con las alas; entonces también podrás contemplar a las grullas estrimonias revolotear de repente en círculo a cielo abierto, cuando la época más apacible del año haya disipado por el cielo los aires de tormenta.

Señales de tormenta

 Asimismo, en el momento en que la luz de todas estrellas se debilita por sí misma y los nubarrones no han desplegado en torno densos jirones que llegaran a sofocar su resplandor, simándose frente a sus ardientes llamas, ni la calígine anula los fuegos de su centelleante luminar, ni la luna llena embota esos astros sagrados con su disco completo, sino que, antes bien, la luminosidad de las estrellas se debilita por sí misma, es conveniente advertir de antemano la dureza de las tormentas invernales. Si ves que los nubarrones se detienen en el cielo, que estos nubarrones pasan y se rebasan unos a otros; si la oca se ceba con mucha avidez en el césped medio comido; si te canta la corneja de noche, si, al reaparecer Héspero en el espacio, el grajo insiste en su canto sin parar; si el pinzón hace resonar su canto desde la mañana; si las aves rehúyen apresuradamente las aguas turbulentas de Nereo; si el reyezuelo, hostil a los himeneos coronados de flores, se dirige a las partes bajas de la tierra; si, por último, el pequeño petirrojo penetra tembloroso en las oquedades de una roqueda pedregosa; si las abejas cecropias se limitan al pasto cercano, frente a su propio cuartel y liban entristecidas las primicias de las flores próximas; si las grullas tracias se muestran turbadas espontáneamente al aire libre y no se entregan al espacio con sus alas audaces, sino que describen con frecuencia largos vuelos sobre nosotros; si la araña suelta sus telas; si el austro dispersa por todo el aire la urdimbre de tales telas, enseguida tempestades y nubarrones sombríos se ponen en marcha.
 ¿Y para qué voy a cantar meteoros de más envergadura? Fíjate en la ceniza, la simple ceniza: cuando se apelmaza de pronto, es que la nieve viste las tierras cubriéndolas con su blanco manto. La nieve cubre la tierra cuando la capa superior de los carbones incandescentes se enrojece luminosa y en su núcleo interno unas gasas reducidas de humo denso se desplazan errantes y, en pleno núcleo del fuego, el pábulo se va apagando por completo. Cuando el acebo se reviste de flores en exceso, revela la pronta llegada de los austros lluviosos: pues la naturaleza de su dura madera tiene deficiencia de savia y cuando sus ramas se cargan de una nueva floración y de bellotas, indica por sí mismo que los elementos que la nutren, procedentes de la humedad celeste, actúan ocultamente. Incluso el lentisco amargo es también una señal de lluvia. Por tres veces da fruto este árbol y otras tantas nutre maternalmente la nueva frutación y al resplandecer con el adorno de estas tres floraciones, descubre tres períodos para la labranza. La flor cilíndrica de la escila, que se abre por tres veces, se alza señalando por otras tres veces que ha llegado la hora de labrar el suelo.
Fenómenos.Descripción del orbe terrestre.. Avieno, Rufo Festo ... Y así también si ves revolotear los roncos escuadrones de zánganos al aire libre hacia finales del otoño, tan pronto como su salida vespertina pone en movimiento desde el mar a las Pléyades, podrás afirmar que amenaza tormenta. Si unas cerdas perezosas, si la diligente productora de lana, si la cabra que vaga por la maleza de los bosques se afana en volver al amor (sin duda la humedad del aire les provoca este deseo íntimo, removiendo sus entrañas), podrás prever no sólo la llegada al punto de tempestades, sino también sombríos nubarrones. Además, se alegrará el labrador que removiera el suelo en los meses adecuados del año, coincidiendo con la primera bandada de grullas; se alegrará también el labrador rezagado ante el contingente de las retrasadas, si en virtud de alguna ley de los dioses la lluvia es su compañera. Por último, si el ganado productor de lana escarba la tierra, mientras tiende la cabeza hacia la Osa, tan pronto como su húmedo ocaso oculta a las Pléyades en la superficie marmórea del turbulento mar, cuando el otoño fructífero se retira hacia los fríos del solsticio de invierno, se precipitará desde el cielo un aguacero repentino. ¡Pero ojalá que el ganado no escarbe la corteza de las tierras haciendo hoyos desordenados! Si abrieran extensas fisuras en las entrañas de la tierra, se presentará en todo el cielo la violencia impresionante de las tormentas, la nieve cubrirá todos los campos, la nieve dañará las hierbas tiernas, la nieve quemará las espigas.

Señales de sequía

 Pero si sucede que centellean abundantes cometas, un aire muy reseco abrasará las mieses debilitadas. Pues las emanaciones que brotan espontáneamente del suelo según leyes de la naturaleza, si les falta la humedad adecuada, son secas, e irguiéndose por el espacio, se inflaman al contacto con las llamas de la capa superior de la atmósfera; impelidas por el calor del cosmos hacen saltar estrellas y se enrojecen con una crin densa.
 Observa asimismo lo siguiente: si desde el vasto mar numerosos escuadrones de aves apresuran el vuelo para acercarse en grupo a tierra firme, se desatará un estío estéril y los campos arderán sedientos. Pues en las zonas en que el mar baña la tierra en derredor, un aire muy seco abrasa las venas profundas de la árida corteza terrestre y la tierra así ceñida por el mar salado percibe más rápido el calor: por ello se produce la inmediata escapada de las aves hacia tierra firme; en viéndolas, el labriego teme al estío y llora ya amargamente por sus gavillas de paja seca. Pero, si aparecen en grupos comedidos procedentes del mar y no trastornan la totalidad de la bóveda celeste con su vuelo trepidante, los sufridos pastores se llevan una alegría: presienten que habrá lluvias moderadas. De esta manera, los hombres nos vemos abocados siempre a deseos contradictorios y por afán de ganancia personal imprecamos el perjuicio para el prójimo.

Señales de destemplanza

 Pero para cada cual la misma sabiduría de la naturaleza y la fecundidad ordenada del universo han grabado en las ocupaciones de cada uno señales seguras sobre el porvenir. Pues, en efecto, si la oveja pace la hierba con avidez, sin saciarse de pasto y arrasando zonas muy amplias de los campos, dará a su pastor indicios de frío lluvioso; y si el carnero, brincando sin parar, busca ansioso hierbas o los cabritos dan saltos o bien si desean pegarse al rebaño constantemente, sin apartarse nunca de sus madres, y si degustan los pastos sin límite ni medida, cuando el atardecer los obliga a recogerse en sus seguros apriscos, indicarán que se aproximan precipitaciones. De sus bueyes el labrador obtiene igualmente señales de negra borrasca, si por casualidad los ve lamerse las patas delanteras o bien recostarse sobre el hombro derecho o si inundan las auras de prolongados mugidos, cuando al atardecer dejan los pastos a regañadientes. La cabra proporciona, a su vez, señales de perturbaciones en el cielo, cuando apetece con ansia las espinas del acebo negro. Esto mismo lo muestra la cerda embadurnada de cieno, si se revuelca excesivamente en la porquería de la charca.
 Cuando el propio lobo de Marte vaga por los aledaños de las granjas y ronda los parajes habitados por el hombre, buscando por instinto lecho y hogar, previene sobre la aparición de nubarrones en un cielo enrarecido. Para acabar, cuando los ratones pequeños lanzan chillidos agudos, cuando se los ve por casualidad brincar en el suelo o juguetear, te brindan esas mismas previsiones; el perro también presiente lo mismo, según los entendidos, al escarbar la tierra. No obstante, estas previsiones, todas estas realidades sin embargo, te enseñarán que las precipitaciones van a llegar pronto o bien recién salido el sol, o bien cuando brille la luz de su última carrera, o cuando se haya producido su tercera salida tras la rotación del firmamento.

Últimas observaciones. Conclusión

 No tienes que despreciar tales señales, pero cuando recuerdes bien una, relaciónala siempre con otra; por último, si aparece una tercera señal, podrás predecir el futuro con aplomo. Y procurarás también cotejar hábilmente las indicaciones dadas en los meses pasados: si las previsiones anteriores se han desarrollado de la misma manera, ningún reparo te lleve a titubear en absoluto. Estudia la caída de los astros, la salida de los astros, si una estrella ha manifestado a través del espacio circunstancias semejantes. Así, partícipe de esta venerable sabiduría, puedes explicar el último crepúsculo del mes ya pasado e igualmente los comienzos del que empieza: los límites extremos de dos meses permanecen ocultos en la oscuridad, pues abarcan un período de ocho días sin saber nada de la antorcha lunar. Escudríñalos con aplicación tenaz, y, si por casualidad descubres algo, recuerda reforzarlo inteligentemente con el mayor número posible de previsiones.»
  
   [El texto pertenece a la edición en español de Editorial Gredos, 2001, en traducción de José Calderón Felices e Isabel Moreno Ferrero, pp. 110-115. ISBN 84-249-2314-6.]

domingo, 4 de junio de 2023

Sesenta millones de romanos.- Jerry Toner (¿...?)


Editorial Océano - Jerry Toner
2.-Salud mental

Factores estresantes en la sociedad romana

 «En el fondo de la pirámide social romana se encontraban los esclavos. La sociedad romana tenía un número sustancial de esclavos, y es posible que alrededor de un cuarto de la población italiana tuviera un estatus servil. Bradley ha señalado que la vida de un esclavo no era demasiado diferente de la de un asno: una vida de palizas, trabajo duro y comida escasa, así como de abusos sexuales, sin apenas derechos o estatus. Si se presentaban ante los tribunales, así fuera como testigos, se los torturaba para garantizar que su testimonio era fiable. Sometidos a un régimen embrutecedor, su humillación psicológica era total. Los esclavos no eran más que “herramientas articuladas”.
 Se esperaba que incluso los recios se mostraran naturalmente sumisos, y sus amos sentían la necesidad de recordárselo con frecuencia y de modo enérgico. La forma en que se los trataba podía ser asombrosamente brutal. Diodoro Sículo describe a los esclavos que trabajaban en las minas como sujetos “físicamente destruidos [...] obligados por los latigazos de sus supervisores a soportar las penalidades más espantosas”; a menudo, “rezan pidiendo la muerte debido a la magnitud de su sufrimiento”. La violencia se convertía en una cuestión rutinaria: una inscripción de Puteoli recoge el precio estándar de una flagelación: cuatro sestercios (aproximadamente el precio de diez kilos de trigo), lo que incluía una horca para atar al esclavo. Soñar con carne de ternera era malo para los esclavos, “pues tanto las correas como los látigos están hechos de cuero de buey”. “¿Qué razón hay”, se pregunta el filósofo Séneca, “para que yo castigue con azotes y cadenas una respuesta un poco altiva de mi esclavo, un gesto un poco rebelde y una murmuración que no llega hasta mí?” “¿Por qué nos apresuramos a azotarlo inmediatamente, a quebrarle enseguida las piernas?”
 El abuso físico podía llegar a tener una crueldad casi cómica: en una ocasión el emperador Adriano le sacó un ojo a un esclavo con su pluma. Galeno afirmaba que “nunca he puesto mis manos sobre un sirviente, una disciplina que también practicaba mi padre, quien con frecuencia reprendía a sus amigos por las magulladuras que se hacían en las manos al golpear a los sirvientes en los dientes”. Solo con que hubieran esperado a que su ira amainara, continúa, podrían “infligir la cantidad de golpes que desearan, llevando a cabo la tarea de acuerdo con su juicio. Se sabe incluso de algunos que usan no sólo los puños sino también los pies contra los sirvientes, o los apuñalan con el lápiz que por casualidad tienen en la mano”. Un amigo de Galeno, un “hombre valioso”, tenía tan mal carácter que “regularmente usaba sus manos con sus sirvientes, y en ocasiones también sus piernas; más frecuente, sin embargo, era que los atacara con una correa de cuero, o con cualquier objeto de madera que tuviera a mano”. Para la mayoría de los romanos, el hecho de que algunos “agotaran a sus propios esclavos mediante el hambre, la tortura, la enfermedad o el esfuerzo constante”, no implicaba en absoluto que estuvieran incidiendo en el ser íntimo de los esclavos: “lo que arruina al esclavo es su propia naturaleza maligna, no la crueldad del amo”. Los amos superaban con facilidad cualquier remordimiento de conciencia que pudieran sentir: “Si uno lamenta haber dado un golpe, bien sea que lo haya infligido con la mano o mediante un proyectil, y en el acto se escupe en la palma de la mano que causó la herida, el resentimiento de la víctima se alivia de inmediato”. No había ninguna necesidad de pedir disculpas.
 Los abusos sexuales abundaban. De hecho, soñar que se tenían relaciones sexuales con los propios esclavos era favorable porque significaba que el soñador “derivará placer de sus posesiones”. Los embarazos indeseados entre las esclavas eran, lo bastante comunes como para hacer chistes al respecto: “Cuando un cerebrito tuvo un hijo con una esclava, su padre le aconsejó matar al bebé. Pero él le respondió: ‘Mata primero a tus propios hijos antes de decirme que mate a los míos’.”. Los esclavos también tenían sueños: “Sé de un esclavo que soñó que la mano de su amo le acariciaba y excitaba el pene”, pero en este caso eso significaba que le atarían a una columna y “recibiría muchos golpes”. El resentimiento que esta clase de abusos podía engendrar se insinúa en el Satiricón, donde un liberto señala que “rescaté a mi compañera, para que nadie tenga más el derecho de secarse las manos en su seno”. Muchos niños y niñas esclavos eran utilizados por sus amos para tener relaciones sexuales. El liberto Trimalción dice que desde que era “tan alto como este candelabro” se convirtió en “la delicia de mi patrono”, pero se defiende señalando que “no hay ninguna vergüenza en hacer lo que el amo manda”. Esa era probablemente la forma en la que la mayoría de los amos justificaba sus actos, o, al menos, como los habrían justificado de haber sentido que era necesario hacerlo. Desde su punto de vista, sus esclavos eran una propiedad que podían usar según les pareciera conveniente.
 Otros problemas que enfrentaban los esclavos iban desde el tedio absurdo que se derivaba de ser uno de los esclavos que los ricos empleaban en tareas ostentosas pero sin sentido, como anunciar las horas: una vida entera dedicada a mirar el reloj, hasta lidiar con amos con problemas mentales, como el propietario de una tienda de paños en Roma, que arrojó a su esclavo por una ventana para divertir a la gente que pasaba por delante de su casa. El predominio de la figura del amo en la vida del esclavo medio implicaba que un cambio inminente o sospechado podía ser motivo de gran preocupación. Un abderitano (la gente de Abdera, a la que se la ridiculizaba por su estupidez) estaba intentando vender una vasija sin asas. “¿Por qué le has cortado las orejas?”, preguntó alguien. “Para que no fuera a oír que la iba a vender y se diera a la fuga”, respondió. Fugarse conllevaba graves riesgos para un esclavo: a los fugitivos asiduos se los marcaba o tatuaba en la frente para que pudieran ser reconocidos con facilidad, o se les ponía collares grabados con las iniciales TMQF (tene, me quia fugio: retenme porque soy un fugitivo). El astrólogo Doroteo incluyó en su obra una sección sobre esclavos fugados, y sus destinos constituyen una lectura deprimente: el fugitivo “se ahorcará”; “se suicidará”; será devuelto a su amo, donde “le alcanzarán la miseria y las cadenas en su fuga”; sufrirá “palizas y encarcelamiento”; y “el miedo de la muerte será desmedido en él”. Algo justificado en vista de que sufrirá “una muerte desagradable» y «se le cortarán las manos y los pies” o se le estrangulará, crucificará o quemará vivo.
 E incluso dentro del mundo de los esclavos había una jerarquía. Todos los esclavos no gozaban del mismo estatus: estaban los esclavos que trabajaban en el campo, los esclavos domésticos, los esclavos que nacían en casa, los bárbaros importados, los esclavos con alguna educación y los esclavos que tenían contacto personal con el amo o a los que se había confiado alguna posición de autoridad. En ocasiones, los esclavos no eran más sensibles que sus patrones en sus relaciones con otros esclavos: Salviano cuenta que a algunos esclavos les “aterrorizaban sus compañeros de esclavitud”. De hecho, la caricatura del liberto es la de alguien que trata con particular brutalidad a sus propios esclavos, como Trimalción en el Satiricón, que exige decapitaciones y flagelaciones como una forma de compensar con exceso su anterior estatus servil.
 Incluso en este entorno, muchos esclavos conseguían tener una familia, aunque en la mayoría de los casos era el amo el que asignaba las parejas. Tener hijos no dejaba de tener recompensas: a una esclava que tenía tres hijos, Columela le otorgó “exención del trabajo”, y “a una mujer que tenía más, la libertad”. Pero luego vivían temiendo constantemente la venta de algún miembro de su familia. La moraleja de la fábula de la paloma y la corneja declara: “los más desafortunados de los servidores son los que más hijos engendran en la esclavitud”. Asimismo, los hijos podían ser testigos de la venta de sus padres viejos o enfermos: “vende a tus esclavos viejos, a tus esclavos enfermos y a cualquier otro que sea superfluo”, aconseja Catón. Catón era un auténtico hijo de puta, pero la práctica era lo bastante común como para que el emperador Claudio tuviera que actuar para intentar impedir que la gente en general abandonara a sus esclavos enfermos o inservibles en la isla Tiberina en Roma.
SESENTA MILLONES DE ROMANOS: LA CULTURA DEL PUEBLO EN LA ANTIGUA ... El trato espantoso y las humillaciones cotidianas que los esclavos tenían que soportar debían de tener un impacto psicológico significativo en ellos. Séneca pensaba que quienes nacían como esclavos estaban mejor porque no habían conocido otra vida. En cambio, al bárbaro recién capturado era necesario doblegarlo. En su opinión había que compadecerse de ese esclavo cuando “mantiene un resto de libertad y no acude diligente a los trabajos sórdidos y fatigosos”. Pero Séneca escribe como un filósofo que intenta convencer a su audiencia de sus argumentos. Y no cabe duda de que ante ese esclavo la mayoría de los amos romanos habría reaccionado de cualquier forma salvo con compasión. En la mayoría de los casos, el efecto de la intimidación y el trato brutal constantes llevaban a la desmoralización de los esclavos, que se volvían obsequiosos y retraídos. En la interpretación de los sueños, un ratón significa un esclavo doméstico pues vive en la casa y es “tímido”. El esclavo al que Adriano sacó un ojo sólo entonces se armó de valor y rechazó el regalo que se le ofreció como compensación: “pues ¿qué regalo puede compensar la pérdida de un ojo?”. Varrón también aconseja a los amos no comprar demasiados esclavos de la misma nacionalidad, “pues con mucha frecuencia esto es causa de disputas domésticas”. En consecuencia muchos esclavos extranjeros se hallaban en condiciones de aislamiento y soledad, carentes de cualquier red de apoyo que pudiera ayudarles a enfrentarse a su penosa situación. Uno de los dolores de cabeza de los propietarios de esclavos era que tenían que confiar en personas que siempre estaban deshaciéndose en lágrimas y maldiciendo. Los intentos de suicidio eran suficientemente comunes para merecer una opinión jurídica, a saber, que el vendedor estaba obligado a revelar a los compradores potenciales si el esclavo o la esclava habían intentado matarse. En las comedias, los esclavos en situaciones difíciles piensan en el suicidio casi de forma rutinaria. Algunos fugitivos capturados preferían “un hierro clavado en las entrañas” que ser llevados de vuelta o “regresar sumisos junto a su amo”. El suicidio y el intento de suicidio no son en sí mismos un síntoma de enfermedad mental. Muchos de los suicidios de la élite eran actos políticos organizados cuidadosamente. Sin embargo, el suicidio siempre es una señal de las tensiones y el estrés de la vida de un individuo, y en el mundo del esclavo romano estos podían con facilidad hacerse apabullantes.
 Es posible argumentar que la mayoría de los esclavos romanos no tenían en realidad identidad y, por tanto, el tipo de trato que hemos visto les afectaba mucho menos? Si para empezar no tenían noción de su propia valía, entonces el impacto psicológico del maltrato podría haber sido menor. Solo es posible humillar y degradar a alguien que posee una idea de su propio valor. Las pruebas indican que muchos esclavos tenían opiniones firmes acerca de la justicia y su propio valor. Androcles, famoso por la historia del león, dice que se había visto obligado a huir de su amo debido a las palizas injustificadas que recibía todos los días. De modo que huyó al desierto para buscar comida o, si todo lo demás fallaba, matarse. El dolor que le causaban esos ataques era más que físico. De forma similar, había muchos esclavos que “anhelan la libertad” y hacían grandes sacrificios para alcanzarla. Séneca menciona que “el dinero que los esclavos han ahorrado robando a sus estómagos lo entregan como precio de su libertad”. Algunos esclavos domésticos recibían un pequeño salario y muchos optaban por ahorrarlo con gran esfuerzo para alcanzar la libertad a largo plazo, incluso si ello implicaba comer poco. Las inscripciones de las manumisiones délficas demuestran que muchos esclavos pagaron grandes sumas de dinero para garantizar su libertad, a menudo en una fecha incierta en el futuro, habitualmente con la muerte de su amo. Algunos de esos contratos estipulaban que los esclavos tendrían que dejar a uno de sus hijos como reemplazo. Que accedieran a hacerlo evidencia cuánto deseaban ser libres. Si alcanzaban su meta, el ex esclavo paranoico era un personaje lo bastante reconocible como para ser caricaturizado como alguien que temblaba con solo pensar en los grilletes y que reverencia el molino como si fuera un santuario (a los esclavos se los castigaba obligándolos a girar la rueda del molino en lugar de las bestias). Los libertos también se esforzaban para intentar ocultar las marcas físicas de la servidumbre: algunos médicos se especializaban en ocultar las señales de “impuesto pagado” que se tatuaba en las frentes de los esclavos exportados mediante el método de quemar la piel para que cicatrizara de nuevo.
 Las pruebas que tenemos nos dicen que la no élite romana debía hacer frente a factores sociales estresantes muy poderosos. Además, cuanto más abajo en la jerarquía social se encontraba un individuo, más intensos resultaban estos factores estresantes. Las investigaciones modernas sobre salud mental, y acaso también el sentido común, nos dicen que es de esperar que tales condiciones tengan un impacto perjudicial en su bienestar psicológico, y que la consecuencia sea un nivel bajo de salud mental. Asimismo, nos dicen que es de esperar una incidencia elevada de trastornos mentales en los grupos de menos estatus, en especial los esclavos. Lo que no pueden decirnos son las formas que tales trastornos mentales adoptaban. Las influencias sociales afectan de forma suficiente a las enfermedades mentales como para que estas se manifiesten de manera diferente de una cultura a otra. Cada contexto particular produce cierto estilo de expresión psiquiátrica. Y tampoco pueden decirnos cómo esta forma única de expresión ayudaba a los romanos a entender y moldear su mundo.»

     [El texto pertenece a la edición en español de Editorial Crítica, 2012, en traducción de Luis Noriega, pp. 87-93. ISBN: 978-8498923216.]