sábado, 29 de febrero de 2020

Los deberes de los corazones.- Ibn Paquda (s. XI)

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Capítulo sexto: Sobre la humildad ante Dios altísimo
Artículo séptimo: Cuándo es evidente que hay humildad y cuándo no

«Dice el autor: hay cinco señales por las que, cuando aparecen, se reconoce al que es humilde:
 Primera: si uno está muy enojado contra alguien que le ha injuriado de palabra o de obra y domina su pasión pasando por alto la ofensa con humildad y mansedumbre, a pesar de que podía haber tomado una represalia, demuestra entonces claramente que es humilde.
 Segunda: cuando se desencadenan males sobre las posesiones que uno tiene o caen desgracias sobre sus parientes y prefiere soportarlos más con paciencia que con angustia, entregándose a lo que Dios decide contentándose con lo que Él quiere, entonces esto es señal de humildad y de que es sumiso ante Dios, ensalzado y honrado sea. Como cuenta el libro acerca de Aarón, la paz sea con él, cuando Dios le probó quitándole la vida a sus hijos Nadab y Abihu; ante esto "Aarón no respondió" (Levítico, 10, 3). Y dice, además: "Descansa en el Señor y espera en Él" (Salmos, 37, 7) y, por último: "Por eso se calla entonces el prudente" (Amós, 5, 13).
 Tercera: cuando uno se hace famoso entre la gente, por sus buenas o malas acciones y, en consecuencia, alguien le alaba por sus actos buenos, habrá verdadera humildad si en estas circunstancias: tiene en poco estas alabanzas; minusvalora y desprecia interiormente sus acciones en orden a que Dios las acepte y esté contento con ellas (porque esos actos buenos son pequeños al lado de todo aquello a que está obligado); y dice a quien le alaba: "Repórtate, hermano: mis buenas acciones, en comparación con mis pecados, no son sino como una brasa de fuego en medio del océano. Y, si tuvieran algún valor, ¿cómo podría yo purificarlas de los males que las acompañan y que las echan a perder, de modo que llegasen a ser aceptables a mi Señor, sin que me las devolviera y me las echase en cara? Pues como dice: (Isaías, 1, 12-13)".
 Con mayor razón hará esto si la alabanza es inmerecida. En ese caso, la rechazará rotundamente, diciéndole al que la pronuncia: "Me basta, hermano mío, con que sea negligente en mis obligaciones para con Dios. No añadas al pecado de mi descuido el de engalanarme externamente con lo que no he hecho. Pues sé mejor que tú los pecados y negligencias que cometo, tal como dice el Libro: (Salmos, 51,5)".
 Si a este tal, en cambio, se le recuerda el mal que cometió, reconocerá internamente su negligencia y no deseará excusarse ni buscar pretextos que disfracen sus acciones, como dijo Judá, la paz sea con él: "Ella es inocente y yo no" (Génesis, 38,26). No atenuará nada de lo que diga el denunciante, no lo desmentirá, ni tampoco le culpará por haberlo descubierto, sino que le dirá: "Hermano mío, no hay proporción entre mis malas acciones y lo que ignoras de ellas y que Dios, ensalzado sea, hace tiempo que disimula. Si conocieras mis maldades y pecados, huirías de mí, espantado del castigo que Dios les reserva, como dice el poeta: si mis vecinos oliesen la peste de mis pecados, huirían de mí, se alejarían de mis linderos. Y también, como dice Job, la paz sea con él: (Job, 31, 31)".
 Y si lo que se le atribuye es falso, dirá al que le calumnia: "Hermano mío, no es de admirar que Dios me haya librado de lo que me inculpas, pues me ha concedido muchísimos bienes. Lo que es sorprendente es que Dios te haya ocultado lo que aún es mucho más abominable y feo que lo que me dices. Desiste, hermano, y preocúpate de tus buenas acciones, las cuales no te abandonan, aunque tú no lo notes".
Resultado de imagen de los deberes de los corazones ibn paquda Se cuenta de un hombre virtuoso del cual se dijo en cierta ocasión algo malo que llegó luego a sus oídos. Cuando lo supo, envió al que lo había calumniado una bandeja con productos típicos de su tierra y con una nota que decía: "Me han dicho, hermano mío, que me has regalado con una de tus buenas acciones y he pensado corresponderte con esto". Y un sabio decía: "Muchos hombres vendrán el día del juicio y, cuando se pase revista a sus acciones, encontrarán en el registro de sus obras buenas, algunas que no hicieron y que desconocen. Pero se les dirá. Del mismo modo, cuando vean que han desaparecido algunos de los actos buenos que realizaron los calumniadores, se les dirá. Igualmente, encontrarán en el registro de los actos malos, algunos que no hicieron y, cuando traten de negarlos, se les dirá: "Los habéis obtenido de fulano y de mengano; a base de vuestras calumnias y maledicencias las merecisteis gracias a ellos; como dice el Libro: (Salmos, 79,12)". Sobre esto el Libro nos advierte así: (Deuteronomio, 24, 9).
 Cuarto: hay humildad verdadera cuando Dios concede generosamente a uno ciertos dones extraordinarios (por ejemplo una ciencia superior, una capacidad de comprensión penetrante, copiosas riquezas, gloria ante los poderosos, u otras cosas parecidas con las que los hombres suelen jactarse y envanecerse) y el sujeto que las recibe se humilla, se queda tal como era antes de recibir esos dones e incluso aumenta su sometimiento y obediencia a Dios, así como su nobleza de trato y amabilidad para con los demás. Como se dice de Abraham cuando Dios lo alabó diciendo el Señor: "¿Puedo ocultarle a Abraham lo que pienso hacer?" y él respondió: "Soy polvo y ceniza" (Génesis 18, 17 y 28). David, la paz sea con él, dijo: "Pero soy un gusano, no un hombre" (Salmos, 22, 7) y Moisés y Aarón, la paz sea con ellos, dijeron: "¿Qué somos nosotros?" (Éxodo, 16, 7). Cuando todo esto ocurre, su interior y auténtica humildad se hacen evidentes. Acerca de esto dice el Sabio: "Si el que manda se enfurece contra ti, tú no dejes tu puesto (pues la calma cura errores graves)" (Eclesiastés, 10, 4).
 Quinto: en el momento de la reprensión y vindicta divinas y de pagar a aquellos a quienes se les debe algo de sus propiedades, si hace esto de buena gana y se aplica rápidamente la sanción de Dios (a pesar de lo difícil que esto es), según la sentencia divina, entonces se hace patente la humildad, sometimiento y autorrebajamiento ante Dios, como se dice en el Libro de Esdras, la paz sea con él: "Hemos sido infieles a nuestro Dios, al casarnos con mujeres extranjeras" (Esdras, 10, 2) y, a continuación, dice: "Y se comprometieron a dejar a sus mujeres" (Esdras, 10, 19).
 En estos cinco puntos y en otros parecidos se muestran las señales de la humildad y sometimiento de los hombres humildes y se patentiza la sinceridad de su intención para con Dios.»

     [El texto pertenece a la edición en español de Heraldo de Aragón, 2010, en traducción de Joaquín Lomba. ISBN: 978-84-7610-108-7.]

viernes, 28 de febrero de 2020

Los Zelmenianos.- Moyshe Kulbak (1896-1937)

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Primer libro: Los viejos
Capítulo 20: Una carta de Vladivostok

«Mis queridos padres,
 Perdonadme por no haberos escrito antes. Sencillamente no ha habido tiempo. Tanto Tonke como yo mismo estamos tan cargados de trabajo que simplemente nos hemos olvidado de vosotros, queridos míos. Ahora, sin embargo, escribiremos más a menudo.
 Aquí he conocido más de cerca a Tonke debido a que, como diríais en palabras de vuestra lengua, me he "casado" con ella. Es una muchacha interesante, entregada en cuerpo y alma al tema de la construcción socialista. Del individualismo del pequeño burgués se ha liberado casi por completo. Creo que, en el proceso del trabajo, aún mejorará y tendremos en ella una verdadera activista para el frente económico, con conciencia de clase.
 Queridos míos, el entusiasmo de la clase trabajadora es inmenso. Se detecta en todos los aspectos de nuestra construcción, aunque tenemos que admitir que la iniciativa de los trabajadores no siempre es llevada a la práctica en debida forma y, en consecuencia, el Estado pierde muchos millones, si no billones, de rublos.
 Me preguntáis qué hago yo y si ya he ahorrado algo de dinero. Mis ingenuos, ingenuos padres: ¡en qué cosas estáis pensando, ahí sentados! Yo salí de casa, no con el fin de acumular dinero; he llegado aquí para posicionarme en uno de los frentes de campaña de la mayor responsabilidad, el frente cultural. La vanguardia en la construcción cultural, aquí en la Unión Soviética, así como en la construcción socialista en general, pertenece y siempre pertenecerá al proletariado. Es esta la razón por la que el partido impone como un deber que el proletariado controle todos los aspectos de la cultura. Porque, por un lado, de eso depende que sus contenidos concuerden con el proletariado y, por otro lado, ayuda a reforzar aún más su influencia sobre las masas del campesinado.
 Queridos míos, Tonke ha salido a un mitin y seguramente volverá por la noche, muy tarde; por tanto, yo ahora estoy calentando el horno y dejaré para ella una tetera con té. Mi muchacha soporta una gran carga social, y no sólo ella, todos trabajamos ahora con gran esfuerzo, pues nadie niega que todavía son grandes las dificultades en nuestro victorioso camino hacia el socialismo.
 Estos días hemos celebrado una interesante asamblea acerca de la lucha contra las pérdidas. Tonke, ante un público obrero de unas mil personas, expuso una serie de relevantes hechos y cifras que reflejan nuestra descuidada política sobre los recursos internos. Tal claridad de ideas hace mucho que yo no había visto. Nuestras pérdidas en la economía son estimadas en cientos de millones de rublos. Doscientas mil toneladas de metal gastamos innecesariamente cada año. Un billón y medio de superfluos ladrillos se nos va, sólo porque construimos muros demasiado gruesos, según una vieja tradición. Los residuos de la producción alimentaria podrían significarnos cada año, según cálculos aproximados, doscientos millones de rublos. Y aún más grave es la situación de la agricultura; la sustitución de las semillas simples por otras más selectas podría producirnos un aumento de un veinte por ciento en la cosecha. Ahorramos demasiados medios en la lucha contra las pestes del campo, cuando ese coste podría cubrirse de inmediato con los beneficios. Sólo en la República Socialista Federativa Soviética de Rusia, por ejemplo, los roedores comen pan por valor de cuarenta y cinco millones de rublos; la langosta, por treinta millones; los gusanos de la cebada, por sesenta millones, el gorgojo, por ciento setenta y dos millones, etc.
Resultado de imagen de los Zelmenianos Tonke ha sabido utilizar brillantemente todas estas cifras. Antes, los especialistas la miraban de arriba abajo, pero ahora Tonke Zinovyevna está considerada como una gran figura en asuntos económicos. A mí me resulta muy entretenido estar con ella. Almorzamos juntos en la cafetería de los trabajadores, intercambiamos opiniones, nos reímos y damos un repaso al mundo, de modo que a veces nos piden sencillamente que nos larguemos de la cocina. Por la tarde y por la mañana me toca llevar la casa. Tonke afirma que es por esta razón por la que se ha unido a mí, para que yo lleve los asuntos del hogar. Pero, queridos míos, por ahí no voy a pasar. Aun tengo bastante voluntad para defender mi independencia y no caer bajo la influencia de nadie, ni siquiera de la propia Tonke; ¡ser un perrito faldero, eso no me lo va a colgar nadie!
 ¿Cómo les va a ustedes? ¿Qué tal está papá? ¿Mamá? ¿La radio? Tened mucho cuidado de no poner la tetera encima del aparato, ni tampoco cualquier comida cocinada, ni nada parecido, porque si se vertiera un poco de sopa, por ejemplo, como podéis comprender, sería sencillamente un desastre. Es necesario hacer más alta la antena. Eso lo puede hacer papá por sus propios medios, del siguiente modo: hay que agarrar dos palos, marcar dos líneas paralelas en los extremos, que los dividan en cuatro pedazos iguales, serrar según las líneas los dos palos, en trozos entre 35 y 79 centímetros dependiendo del largo total. A continuación, taladrar un agujero en cada trozo, insertar cada uno en el extremo del otro, y cada unión reforzarla con una banda metálica. Os adjunto un dibujo.
 Dentro de mi caja de herramientas en el ático encontrarás todas las herramientas necesarias, pero después debes, sin falta, devolver todo a su sitio. De paso, papá, envíame un libro mío de la estantería de arriba, donde mamá pone a secar el queso. El libro se titula: Sal Glauber en el Golfo Kara-Bogaz*.
 Sí, queridos míos. Hay que trabajar, trabajar y trabajar. La filosofía no es mi fuerte. Debemos, sin embargo, poder analizar con rigor dialéctico los fenómenos en proceso y confieso que mi cabeza es demasiado torpe para estos asuntos. Tonke, de vez en cuando, me da explicaciones, pero no tiene paciencia y, si no la comprendo en el acto, se enfada, agarra el abrigo y huye. Después me retira la palabra durante algunos días. En mi opinión, esto no es más que un resto de su psicología individualista. Al fin y al cabo, ambos procedemos de parecidos padres, pequeños burgueses artesanos. Y para los artesanos de taller esas consideraciones intelectuales suenan extrañas. Ella aún es joven y, a medida que tenga un contacto más cercano con el proletariado industrial, es de esperar que se le eliminarán (y también a mí) todas esas arrugas pequeño-burguesas.
 ¡Sí, aún tenemos mucho que aprender de la experiencia!
 Vuestro Falke.»

 *El título hace referencia a la sal Glauber, de uso en aplicaciones químicas e industriales, descubierta hacia 1920 en los depósitos próximos al golfo Kara-Bogaz, en el Asia Central, actual Turkmenistán. (N. del T. de la versión inglesa).

   [El texto pertenece a la edición en español de Xordica Editorial, 2016, en traducción de Rhoda Henelde y Jacob Abecasís. ISBN: 978-84-16461-05-9.]
  

jueves, 27 de febrero de 2020

Solos.- Leopoldo Alas "Clarín" (1852-1901)

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La crítica y los críticos

«Querido Jeromo: si resucitara Molière en estos tiempos de análisis, que dicen los filósofos cursis, no necesitaría consultar con su criada el mérito de sus obras, como es fama que hacía muchas veces, ni siquiera recurrir al criterio infantil de los hijos de los cómicos, sus compañeros, según Voltaire nos dice; pues más de una criada respondona había de darle su opinión, sin que él la consultase, y multitud de muchachos, encaramados en las columnas de cualquier revista, le ajustarían las cuentas, sin menester de que el gran Poquelin se acordase de ellos. Los Molière del día, si alguno hay, que lo dudo, encuentran dondequiera, sin buscarla, a la ignorancia, que pronuncia su veredicto sobre cuanto hay divino y humano, y se queda tan fresca.
 Si lo que vale es el juicio de los que no saben una palabra, hoy la crítica ha llegado a un florecimiento asombroso. ¿Qué es, en rigor, lo que hace falta para escribir juicios críticos, como dicen los aficionados? En rigor no hace falta más que nombres y tiempo. Pluma y papel y un periódico que se preste a publicar cualquier cosa; esto es lo indispensable, y esto dondequiera abunda. Hoy, en general, los diarios, revistas, etc., prefieren  los trabajos que no se pagan; éstos son para ellos los mejores. Ahora bien, el genio -es cosa averiguada- vive con muy poco, se mantiene de gloria y no cobra los artículos.
 De ahí la facilidad de llegar a las letras de molde.
 En cuanto a la ciencia, que antiguamente se decía ser necesaria, hoy no hace falta; es más, estorba; y ni los estudios clásicos ni la estética ni la retórica, ni siquiera la gramática son para el crítico más que trabas que dificultan el libre vuelo de su... vamos, de su poca vergüenza.
 Hemos abolido la retórica: bajo pretexto de que había demasiadas figuras, nos hemos quedado sin ninguna; pues si Canalejas consiente que haya cuatro y Campoamor una, los avanzados van más lejos y las suprimen todas.
 Ya no hay clases, ya no hay figuras.
 De la gramática, no se diga: por galicismo más o menos no hemos de reñir; y sobre que la Academia no tiene derecho para imponer sus leyes, cada cual sabe dónde le aprieta el régimen, y sólo un dómine pedantón puede tomar a mal que se conjuguen los verbos irregulares como los niños los conjugan, porque eso constituye un lunar que tiene gracia. Si Blasco* dice asola en vez de asuela (que sí lo dice), tanto mejor; eso es graciosísimo, "asola", ¡ja, ja, ja!, ¿no te ríes? ¡Chiquirritín de su papá! A Bremon y a mí nos da ganas de comérnoslo.
 La estética ya no es cosa tan baladí; pero no hace falta estudiarla; todos tienen su estética en su armario, y con saber cinco o seis terminachos de filosofía de esos que andan por ahí por los periódicos y por los discursos, no falta nada, como no sea barajarlos sin ton ni son y salga lo que saliere.
 Por lo que toca a estudios de erudición clásica, Dios nos libre de ellos, porque si sabemos de esas cosas se nos llamará neos, oscurantistas y se dirá que tenemos mucha memoria, pero poco talento, y que no sabemos sintetizar, y que somos amigos del pormenor insignificante de puro poco filósofos que somos. Algo se necesita saber de literaturas antiguas y modernas; pero todo ello cabe en una hoja de perejil y querer más es degenerar en pedante, ratón de bibliotecas, etc., etc. Oye, Jerónimo, lo que has menester en punto a erudición si quieres ser crítico, que sí querrás, pues serías el primero que no lo fuese. […]
 Roma, ya se sabe, representa el derecho, la política y en literatura es la imitación (por eso no hace falta saber latín). La Edad Media es la desintegración; luego viene el Renacimiento, que es la reintegración, y luego la revolución, que es..., en fin, ¿quién no sabe lo que es la revolución? Con estas grandes síntesis históricas estás al cabo de la calle.
 En punto al juicio que has de formar de los autores, procura que sea más bien que justo, inaudito por lo extraño; descubre tú, antes que otro lo haga, que Dante era un pobre diablo, que Milton no pasaba de ser un fanático vulgar, y pruébalo, no con el estudio de sus poemas, que no debes haber leído, ni ganas, sino por lo objetivo y lo subjetivo, que son los términos técnicos de esta esgrima de vocablos que se llama la crítica entre nosotros y que no valen más que las razones geométricas del espadachín de Quevedo. 
Resultado de imagen de solos de clarin en alianza editorial Desde que hemos dado al traste con Aristóteles, Horacio y Quintiliano, esto de ser crítico es como coser y cantar. De mí puedo decirte que soy ya tan crítico como el que más, y así me lo llaman muchos amigos complacientes; de modo que dentro de poco voy a creerlo yo mismo. Conozco capitanes de reemplazo, fabricantes de papel y corredores de número, que por pasatiempo, por broma, se han metido a criticar y critican tan bonicamente como si en su vida hubieran hecho otra cosa.
 El caso es querer: con un poco de mala voluntad que le tengas al autor de cualquier drama, novela o lo que sea, y mala voluntad nunca falta, no tienes más que dejar correr la pluma.
 Criticar es murmurar, cortarle un sayo al lucero del alba, y eso no se necesita aprenderlo. Si esto no es verdad, por lo menos así lo entiende el público; si quieres que te consideren como crítico de pelo en pecho, da de firme. El mayor elogio que saben hacer de tus críticas los más apasionados amigos es éste: "¡Qué palo le ha dado usted a Fulano!" "¿Cómo palo?", dirás tú, si no entiendes de esto, y te parecerá una ofensa; pero si sabes de metáforas te darás por muy satisfecho, y en adelante pegarás palos de ciego; y verás cómo recibes libros de muchos autores que en la dedicatoria te llamarán eminente, ilustre y cosas así, cuando propiamente debieran llamarte Machuca, Quebranta-huesos, Sansón, Hércules o Maza de Fraga.
 Entre los envidiosos tendrás los más decididos y entusiastas partidarios, aunque la envidia sea para ti pecado feo, del que jamás te hayas contaminado; pero Dios te libre de desdeñar los elogios de la envidia: por más que te repugne vivir entre los de esa ralea, no niegues tu mano ni tus sonrisas en el compadrazgo de las letras a los que te quieren porque pegas a sus enemigos; ¡ay de ti si los envidiosos sospechan que no eres de los suyos! 
 Podrá suceder que hables mal de las obras literarias porque te parecerán malas; acaso te guíe el puro interés del arte; pero la satisfacción de la conciencia que esto te reporte guárdala para ti, y aunque no seas malicioso ni pendenciero, no lo niegues cuando te lo llamen; ¡pobre crítico, si te tienen por candoroso y por inocente! Si has de vivir en el mundo tienes que vivir entre gente de mala voluntad, y harto harás con no llegar tú a ser uno de ellos.
 Ya ves que, con entender la aguja de marear un poco, puedes llegar a crítico de los de ahora.
 Pero también los hay de otra clase, de la clase de los benévolos; éstos son peores, y de ellos te hablaré otro día.»

 *"Voraz incendio el monasterio asola." Esto dice Blasco. (Nota del autor)

     [El texto pertenece a la edición en español de Alianza Editorial, 1971. Depósito legal: M. 23407-1971.]

miércoles, 26 de febrero de 2020

Extramuros.- Jesús Fernández Santos (1926-1988)

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Capítulo séptimo

«Está en silencio con sus brazos vendados asomando bajo el manto como la blanca cruz de San Andrés que pintan en la espalda de los relajados. Apenas mira al familiar que muy por lo menudo y despacio va leyendo los cargos en contra. Según de ellos se desprende la encausada sufre de largos y profundos éxtasis en los que pierde por completo sentidos y memoria, asegurando, una vez salida de ellos, haber mantenido tratos y coloquio con Jesucristo Nuestro Señor.
 -¿Reconoce haberlo afirmado?
 -Nunca dije tal cosa -responde la acusada en voz tan suave y queda que apenas se oye.
 -Alce la voz. Este Tribunal ha de levantar acta de la declaración.
 -Digo -repite apurando el tono con esfuerzo-, que tales palabras nunca salieron de mi boca.
 -¿No vio a Nuestro Señor?
 -Nunca le vi. Tampoco es cierto.
 -¿Ni en sueños?
 Esta vez niega con un recio ademán, hundiendo entre sus manos la cabeza.
 -¿Qué importancia puede tener -media su defensor- si le vio en sueños? Mejor ciñámonos a lo que afirman los testigos, aquello que la encausada hizo o vio en uso pleno de sus facultades.
 Pero el fiscal no ceja. Busca, indaga entre los papeles de su mesa e insiste terco:
 -Asimismo hay testigos que declaran haber visto nacer de su cuerpo diversos resplandores. ¿Qué dice la acusada?
 -¿Cómo podría verlos yo, naciendo de mi cuerpo?
 -¿Pero admite que pudieran verlos otros?
 -Puede ser. Yo nada sé de lo que ven otros ojos que los míos.
 -También afirman que curó a un niño enfermo.
 -Tampoco lo aseguro. En el convento acercan muchos a la red. A través de la reja no es fácil distinguir si están sanos o enfermos.
 -¿La acusada les toca con sus manos?
 -No creo que acariciar a un niño vaya contra el dogma. Nuestro Señor siempre los quiso cerca.
 -Pero, ¿llegó a sanar a alguno?
 De nuevo calla la acusada, desviando los ojos del ruin terciopelo de la mesa. Se le oye suspirar en tanto que el fiscal insiste:
 -Los testigos así lo aseguran.
 -Si así lo preferís, creedlos.
 El fiscal ha tomado sus palabras a desafío. Se ha vuelto hacia el tribunal donde el notario toma cumplida nota de las declaraciones y con voz acompasada, medida, como cuadra tratándose de sus superiores, anuncia que dará lectura al libro de testificados en donde se refieren los hechos.
 -"Yo -calla el nombre-, vecino de esta villa, ante este tribunal, declaro y juro l«»os hechos que siguen: que habiéndome acercado con mi hijo de diez años cumplidos, enfermo de cuartanas al antedicho convento, le hice tocar a través de la red las manos de la santa, por cuya causa, a partir de entonces y a la vista de todos, perdió las fiebres hallándose al presente tan sano y fuerte como deseábamos."
 El fiscal ha alzado la mirada, espiando el parecer del tribunal.
Resultado de imagen de extramuros editorial planeta -Veinte testigos más -añade- firman esta declaración junto a los padres. También obran en nuestro poder otras que se refieren a toda clase de dones especiales.
 El juez mira sobre las losas el rayo de luz que mide el tiempo de la sala, un haz en forma de cruz que se extiende desde la ruin ventana a sus espaldas. Parece considerar que ya el día camina hacia su cenit y saliendo a duras penas de su vago sopor, comienza a preguntar sin despertar del sueño todavía.
 -¿A qué clase de dones se refieren tales declaraciones?
 -Sería precisa una sesión entera para llegar a enumerarlos.
 El juez parece meditar de nuevo, y otra vez hablando a la acusada, pregunta:
 -¿Gozáis, pues, del don de hacer milagros?
 -¿Cómo puedo saberlo?
 -¿Sois capaz de sanar, salvar cosechas, sacar demonios del cuerpo?
 -Ilustrísima, mi respuesta es la misma que ante preguntas anteriores. Nada sé de esos dones que se me atribuyen. Nunca entendí de ellos. Menos aún de cosechas y demonios.
 -Pero admitís como posible el hecho.
 -Ilustres jueces -media otra vez con mesura el defensor-, perdonad mis palabras y si con ellas falto al respeto debido a tan alto tribunal. Lo que aquí se juzga y debate no son los prodigios que en esa casa hayan podido suceder o no, sino si realmente se deben a ese don que se atribuye a la encausada. Por lo que ella asegura, en modo alguno los acepta como suyos.
 -Tampoco los rechaza.
 -Además el testimonio no puede darse como seguro.
 -Se trata de cristianos viejos.
 -Aún así. También ellos se equivocan por exceso de celo. En ocasiones una conversación, una sola palabra torcidamente interpretada puede dar pie a una condena injusta. Nadie, ni el más humilde de los hijos de Dios debe hallarse privado del beneficio de la duda. Considero que deben consultarse otros testigos nuevos que yo mismo estoy dispuesto a facilitar.
 Accedió el tribunal a que los presentara, quedando así la causa aplazada. Con ello creció la fama de la santa más allá de la ciudad hasta tocar los aledaños de la corte. Ahora el camino real convertido en perpetuo jubileo, aparecía repleto cada día de carros, coches, gente a pie, clérigos y señores en busca de salud o pasatiempo, dispuestos a conocer la imagen de la encausada y sus prodigios que, pintados o de bulto, vendían en gran número sus muchos devotos. Pronto no hubo saya, ropas ni hábito que no luciera sus cruces y medallas, alguna cinta con su retrato pintado aprisa con haces de luz naciendo de sus manos.»

     [El texto pertenece a la edición en español de Editorial Planeta, 1999. ISBN: 84-08-46116-8.]