domingo, 30 de julio de 2023

Quién fuera Dios.- Tibor Fischer (1959)


Tibor Fischer - The Royal Literary Fund   «Nunca ayudes a nadie. Por muy diversas razones. Primera: los diez minutos que se te van ayudando a la ancianita a cruzar la calle o aguantando el peso del piano de cola de tu vecino son diez minutos que podrías haber empleado medrando profesionalmente. Diez minutos aquí y allá son muchos minutos. La lealtad es un vicio: si un amigo está en apuros, olvídate de él. No pierdas el tiempo ofreciendo consejos, consuelo o dinero. Búscate un amigo con futuro. Amigo que te necesita, amigo que te paraliza.
 Si el amigo sale del apuro, el destino ya se encargará de que os crucéis en algún lado… nada más latoso ni que más tiempo consuma que esforzarse por animar a otro porque se le ha muerto la mujer o quiere quitarse la vida. Una tele conviene más que un amigo deprimido. En vez de desperdiciar el tiempo escuchando penas, empléalo en congraciarte con tus superiores.
 ¿La honradez? La honradez es una patraña inventada y fomentada por los que no son honrados. Cualquiera que haya probado a ser honrado sabe lo doloroso y poco rentable que resulta. Naturalmente, los sinvergüenzas la alaban y la fomentan, porque si todos fuéramos como ellos habría demasiada competencia. Tiene que haber pardillos que se dejen engañar, forman parte esencial del ciclo económico.
 En cuanto a la solidaridad, si te pagan por ejercerla pues estupendo. Lo mismo que con las obras benéficas, si trabajas para una ONG (con tus vacaciones pagadas, tu pensión y tus gastos de representación), vale. Si no, olvídate.
 Ahora mismo os lo demuestro: ¿cuántos altos cargos conocéis que sean agradables? No todos los jefazos son seres despreciables, pero sí la mayoría. Los pocos que no lo son pueden considerarse como anomalías estadísticas. Las personas dignas de admiración por lo general deambulan por el mundo sin poder ni prestigio.
 Odio a los ricos. Los ricos de toda la vida me caen mal porque no se enteran de nada; cuando les cuentas lo dura que es la vida te miran con la misma perplejidad que si te hubieras dirigido a ellos en una lengua muerta siglos atrás.
 Los que son ricos porque se han hecho ricos me caen mal porque creen, faltaría más, que su riqueza se debe a méritos propios. Como el tipo al que le toca la lotería y da en creer que ejerce dominio sobre la lotería.
 Cada uno vive en la trampa de su propia vida. “Dinero lo hace cualquiera”, decía mi único vecino rico, un hombre listo y trabajador, que había hecho fortuna restaurando casas en una época en que el precio de la vivienda tenía patidifuso a todo quisque. “El dinero no es nada”, decía mi madre, pese a haberse criado en la pobreza. Algo de razón tenía.
 Pero para un hombre no es lo mismo. Lo suyo en parte es hacer dinero. Para las mujeres hacer niños. Para los hombres hacer dinero.
 Odio a los pobres. ¿Que no tienes dinero? ¿Ni trabajo? ¿Ni perspectivas? ¿Ni ambiciones? Pues nada, hombre, traes al mundo cuatro, cinco, seis criaturas, que ya las mantendrá el dinero de los demás contribuyentes. Tú sigue arrojando criaturas a la miseria. Y el colectivo de en medio tampoco se salva, tan ridículamente ufano con su adosado con jardín.
[…]
 Esta vez soy yo quien invita a Dave a tomar una copa.
 —No soy un hombre de suerte.
 —Eso dice todo el mundo —replica Dave—. Todo el mundo cree que es un fenómeno en la cama y que no ha tenido la suerte que debiera en la vida.
 —Pero en mi caso es verdad. No digo que no tenga buena suerte en el sentido de que cada seis meses me rompa una pierna, o que llegue a casa y me la encuentre hecha pasto de las llamas y a mi familia devorada por animales salvajes. A tanto no llego. Pero sí que es verdad que la suerte me pasa de largo.
 —No te quejes. Empieza a molestarme tu falta de dignidad.
 —Está bien. Cuando quieras te lo demuestro.
Quién fuera Dios (.): Amazon.es: Fischer, Tibor: Libros Vamos al supermercado Publix y escojo dos coles. Le pido a Dave que escoja una caja de salida para mí y otra para él. Los dos tenemos ante nosotros sendos carritos. Dave pasa por caja con su col en tres minutos, yo, en cambio, no me he desplazado un centímetro, y en mi cola una señora discute empecinadamente con la cajera sobre la validez de sus cupones de descuento. Dave me hace señas para que pase a otra caja donde hay un solo carrito. La caja registradora se estropea y la cajera busca en vano al encargado para que solucione el problema. Contemplo a una madre y su hija al otro lado: la hija tendrá unos dieciocho, la madre cuarenta. Cómo nos cambia el gusto. Escojo a la madre como objeto de especulación erótica para pasar el rato. Quince minutos más tarde pago por fin mi col.
 —¿Y eso qué demuestra? —pregunta Dave con sorna.
 —Lo repetimos si quieres.
 En el McDonald’s a Dave le sirven en dos minutos treinta segundos. El chico que atiende mi cola desaparece sus buenos cinco minutos, y hasta diez minutos más tarde no me despachan mi hamburguesa. En el Sears del centro comercial de Dadeland, Dave tarda treinta y cinco segundos en adquirir una camiseta amarillo canario. Yo, veintidós minutos. Le pido a Dave que escoja él los números y compre lotería para ambos. A Dave no le toca nada, pero acierta dos números. Yo, ni uno.
 —¿Seguro que no lo estás haciendo adrede? —pregunta—. Esto se está poniendo muy interesante.
 Al día siguiente hacemos una incursión en el mundo de los juegos de azar. A mí los juegos de azar siempre me han parecido un aburrimiento (a menos que vayas perdiendo o ganando una fortuna, y ese riesgo no estoy dispuesto a correrlo). Para la mayoría de nosotros jugar consiste en perder pequeñas cantidades de dinero una y otra vez, y en circunstancias no demasiado interesantes.
 Jugamos a la ruleta. Yo apuesto al negro. Dave al rojo. Despliego fichas de dólar por toda la mesa para diversificar el riesgo. Dave apuesta con fichas de cinco dólares. Gano dos veces, pues como bien dice Dave, nadie tiene mala suerte siempre, y porque lo que está en juego no es sólo mi suerte, sino la de todos mis compañeros de mesa. Dave gana dieciséis veces.
 —Tenemos que ir con cuidado con esto —dice—. Hay que jugar a todo o nada. Baloncesto. El Miami Heat: podemos apostar por ellos la próxima vez que jueguen. Pero nada de apuestas salvajes, porque entonces tu mala suerte dejaría de ser mala suerte, se convertiría en buena suerte y no ganaríamos, si hiciéramos una apuesta a lo grande.
 Creo haberle entendido. Empezamos a apostar cada vez que hay partido. Yo voy a lo seguro, Dave se arriesga. Yo pierdo, Dave gana, cantidades módicas. Quiere ofrecerme la mitad de las ganancias, pero le digo que eso gafaría nuestras apuestas. Pasándome el diez por ciento parece que el sistema funciona. Ya tengo ingresos.»

   [El texto pertenece a la edición en español de Tusquets Editores, 2009, en traducción de Victoria Alonso Blanco, pp. 155-156 y 174-176. ISBN: 978-8483831731.]

domingo, 23 de julio de 2023

Demanda del Santo Graal.- Anónimo (c. 1515)


Santo Graal: influências, origem, curiosidades - História do Mundo
Cómo llegó el Santo Graal a la Corte


 «Cuando estuvieron todos sentados y en calma, oyeron un trueno tan grande y extraordinario que pensaron que el palacio se iba a hundir. Entonces entró un rayo de sol que dio al palacio doble de luz de la que tenía. Quedaron todos como iluminados por la gracia del Espíritu Santo y comenzaron a mirarse, pues no sabían de dónde les podía haber venido y, sin embargo, no había allí nadie que pudiera hablar ni decir una sola palabra por su boca: todos enmudecieron, grandes y pequeños. Y cuando ya llevaban un rato así, sin que ninguno de ellos hubiera podido hablar, entró el Santo Graal, cubierto con un jamete blanco. Nadie logró ver quién lo llevaba. Entró por la gran puerta del palacio, y una vez que estuvo dentro, el salón se llenó de buenos olores, como si todas las especias de la tierra hubieran sido derramadas allí. Dio la vuelta a la sala, alrededor de los asientos, y conforme pasaba por las mesas, éstas quedaban dispuestas con la comida que cada uno quería. Cuando todos estuvieron servidos, se fue el Santo Graal tan deprisa que nadie supo qué había pasado y por dónde se había ido. Ahora pudieron hablar los que antes no podían decir ni palabra. Dieron gracias a Nuestro Señor la mayoría de ellos por el gran honor que les había hecho, pues les había reconfortado con la gracia del Vaso Santo. Pero de todos los que estaban allí, fue el rey Artús el más gozoso y alegre, ya que Nuestro Señor le había mostrado mayor merced que a ninguno de los que reinaron antes que él.

Cómo prometió Galván al Rey Artús, su tío, que entraría en la demanda del Santo Graal

 Por este motivo se alegraron mucho propios y extraños, pues les parece evidente que Nuestro Señor no se olvidaba de ellos, ya que les mostraba tan gran merced; hablaron de esto todo el tiempo que duró la comida. El mismo rey comenzó a decir a los que estaban más cerca de él: “Ciertamente, señores, debemos estar muy contentos y tener mucha alegría por habernos mostrado Nuestro Señor un signo tan grande de amor y porque por su gracia nos ha querido reconfortar en un día tan solemne como es el de Pentecostés”. “Señor —dice Galván—, hay otra cosa, además, que no sabéis: no ha habido nadie al que no le hayan servido lo que pidió o pensó; y esto no había pasado nunca en ninguna corte, a no ser en la del Rey Tullido. Pero han sido deslumbrados de tal forma que no pudieron ver abiertamente el Vaso, antes bien, se les ocultó su verdadero aspecto. Por eso, por lo que a mí respecta, hago un voto: mañana por la mañana, sin demora, comenzaré la Demanda, de tal forma que la mantendré durante un año y un día y, si fuera necesario, más tiempo; no volveré a la corte por nada que suceda antes de haberlo visto de manera clara, como me ha sido mostrado ahora, si es que yo puedo y debo verlo de alguna forma. Si no puede ser, me volveré”.

Cómo todos los caballeros de la Mesa Redonda dijeron que andarían en la Demanda

  Cuando los de la Tabla Redonda oyeron estas palabras, se levantaron todos de sus asientos, haciendo el mismo juramento que Galván había hecho, y dijeron que ya no cesarían de vagar hasta que estuvieran sentados en la alta mesa en la que se servía todos los días una comida tan buena como la que habían tenido allí.
  Al ver el rey que Galván había hecho tal voto, lo sintió mucho, pues sabe bien que no podrá echarse atrás en esta empresa. Se dirige a Galván: “¡Ay!, Galván, me habéis matado con el juramento, pues me habéis quitado la mejor compañía y la más leal que yo había encontrado: la compañía de la Tabla Redonda. Cuando se separen de mí, sea la hora que sea, sé bien que no volverán, antes bien, se quedarán en esta Demanda la mayoría y no terminará tan pronto como pensáis. Y no podría ser menor mi sentimiento, pues yo los he criado y educado con todo mi poder y siempre los he querido y aún los amo como si fueran mis hijos o mis hermanos y por eso me pesará mucho su marcha; yo estaba acostumbrado ya a verlos con frecuencia y a tener su compañía; no sé cómo podré soportarlo.”

De la tristeza del Rey Artús y del dolor de la Corte

Demanda Del Santo Graal: Amazon.es: Anonimo: Libros  Después de estas palabras, comenzó el rey a pensar melancólicamente y en este pensar se le vinieron las lágrimas a los ojos, como bien pudieron apreciar los que estaban allí delante. Y, hablando, dijo tan alto que todos pudieron oírlo: “Galván, Galván, me habéis puesto un gran pesar en el corazón y no podré desprenderme de él hasta después de saber ciertamente a qué fin habrá llegado esta Demanda, pues temo mucho que mis queridos amigos no vuelvan de ella ya”. “¡Ay, señor! —dice Lanzarote—, por Dios, ¿qué decís? Un hombre tal como vos no debe concebir miedo en su corazón, sino justicia, valor y abrigar buena esperanza. Debéis confortaros; si morimos todos en esta Demanda, nos será mayor honor que morir en otro lugar”. “Lanzarote —responde el rey—, el gran amor que he tenido siempre hacia ellos me hace decir tales palabras y no debe extrañar que entristezca por su marcha. Ningún rey cristiano tuvo tantos buenos caballeros, ni nobles a su mesa como yo he tenido hoy y ya no habrá ninguno que los tenga en cuanto se hayan ido, ni volverán a estar reunidos alrededor de mi mesa tal como han estado aquí, y es ésta la cosa que más me apena”. A estas palabras no supo Galván qué responder, pues se daba cuenta de que el rey tenía razón. A ser posible, se hubiera arrepentido gustosamente de sus propias palabras, pero no hubo lugar, pues ya eran públicas.

Cómo la reina Ginebra preguntó si habían jurado Lanzarote y Galván

   Fue anunciado entonces por todas las habitaciones cómo había sido emprendida la Demanda del Santo Graal y que quienes debían ser compañeros saldrían de la corte el día siguiente. Fueron más los que se entristecieron que los que se mostraron contentos, pues la hueste del rey Artús era temida, especialmente por las hazañas de los compañeros de la Tabla Redonda. Cuando las damas y doncellas que estaban sentadas con la reina cenando en las habitaciones oyeron estas noticias, se afligieron y entristecieron igual que si fueran esposas o amigas de los compañeros de la Tabla Redonda. Y no era extraño, pues las honraban y querían aquéllos por quienes ellas temían que murieran en la Demanda. Empezaron a hacer un gran duelo. La reina pregunta al servidor que estaba ante ella: “Dime, criado, ¿estabas tú delante cuando se prometió esta Demanda?”. “Señora —responde—, sí”. “Y Galván —vuelve a preguntar— y Lanzarote del Lago, ¿son compañeros?”. “Ciertamente, señora —le contesta—; primero juró Galván y luego Lanzarote y lo mismo hicieron los demás, de tal forma que no quedó ninguno de los que son compañeros en la Tabla”. Cuando oye estas palabras, se aflige tanto por Lanzarote que parece que va a morir de dolor y no puede evitar que le lleguen las lágrimas a los ojos. Al cabo de un rato dice con tanto dolor que no puede más: “Verdaderamente esto es una gran pena, pues sin la muerte de muchos hombres valerosos no podrá llevarse a fin esta Demanda, ya que tantos valientes la han emprendido. Me admira cómo mi señor el rey, que es tan prudente, lo ha podido tolerar, pues sus mejores nobles se irán y los que queden valdrán poco”. Y entonces comenzó a llorar con mucha amargura, y lo mismo hicieron todas las damas y doncellas que estaban con ella.

De cómo el Ermitaño aconsejó que los caballeros salieran limpios de pecado

   Así se vio turbada toda la corte por la noticia de los que se tenían que ir. Cuando levantaron los manteles en el gran salón y en las habitaciones, las damas se reunieron con los caballeros y se renovó la aflicción: cada dama o doncella, desposada o amiga, dijo a su caballero que iría con él a la Demanda; pronto habrían estado de acuerdo y lo habrían prometido si no hubiera sido por un anciano, vestido con hábito de religión, que entró después de cenar. Se acercó al rey, habló tan alto que todos lo pudieron oír y dijo: “¡Escuchad, señores caballeros de la Tabla Redonda que habéis jurado la Demanda del Santo Graal! Me envía Nacián el ermitaño a deciros que nadie lleve, en esta Demanda, dama ni doncella, pues caerá en pecado mortal, y que nadie comience la empresa sin estar confesado o que no vaya a confesar, porque nadie debe entrar en un servicio tan alto sin estar limpio y purgado de todas las bajezas y de todos los pecados mortales: esta Demanda no es búsqueda de cosas terrenales, sino que debe ser la persecución de los grandes secretos y misterios de Nuestro Señor y de los arcanos que el Gran Maestro mostrará abiertamente al bienaventurado caballero al que Él eleve a la condición de sirviente suyo entre los demás caballeros terrenales, al que le mostrará las grandes maravillas del Santo Graal y le hará ver lo que corazón mortal no podría pensar y lengua de hombre terrenal no podría decir”. Con estas palabras impidió que se llevaran a sus mujeres o amigas. El rey hizo albergar ricamente al anciano y le preguntó mucho de su vida, pero él sólo le dijo un poco, pues pensaba en otras cosas que no eran el rey.»

    [El texto pertenece a la edición en español de Editora Nacional, 1980, en edición de Carlos Alvar, pp. 45-52.]

domingo, 16 de julio de 2023

Elevación.- Amado Nervo (1870-1919)


5 poemas de Amado Nervo - Zenda
Amable y silencioso


 «Amable y silencioso ve por la vida, hijo.
 Amable y silencioso como rayo de luna…
 En tu faz, como flores inmateriales, deben
 florecer las sonrisas.

 Haz caridad a todos de esas sonrisas, hijo.
 Un rostro siempre adusto es un día nublado,
 es un paisaje lleno de hosquedad, es un libro
 en idioma extranjero.

 Amable y silencioso ve por la vida, hijo.
 Escucha cuanto quieran decirte, y tu sonrisa
 sea elogio, respuesta, objeción, comentario,
 advertencia y misterio…
   Marzo, 5 de 1915.

[…]

Se va una tarde más

 Se va una tarde más… ¿Viviremos mañana?
 ¿Volveremos a veros, crepúsculos de grana?
 ¿Tornaremos a oírte, plañidera campana?
 Se va una tarde más. Suena en la ENCARNACIÓN,
 incomparablemente mística, la oración.
 Se bañan ya de sombra los muros del convento,
 mientras que de la esquila solloza el ritmo lento.
 Quizás en este instante, muchas monjas extáticas
 con el divino Esposo mantienen dulces pláticas,
 y gozan de sublimes caricias interiores…
 En tanto que tú, presa de continuos dolores,
 con tus anhelos libras la más porfiada lucha,
 e inútilmente pides la paz al escondido
 Señor que mora en tu alma; pero que no te escucha,
 porque no lo mereces… ¡o porque está dormido!
 ¡Recuérdalo! Quién sabe si su corazón vela
 para que no zozobre tu barca en la procela…
 Sacúdelo con fuerza si prosigue durmiendo;
 clama en su oreja misma con desusado brío.
 Verás como a la postre despierta sonriendo,
 te ampara entre sus brazos y murmura: «¡HIJO MÍO!».
 Marzo, 16 de 1915.
[…]
 
En paz

 Muy cerca de mi ocaso, yo te bendigo, Vida,
 porque nunca me diste ni esperanza fallida
 ni trabajos injustos, ni pena inmerecida.

 Porque veo al final de mi rudo camino
 que yo fui el arquitecto de mi propio destino;
 que si extraje las mieles o la hiel de las cosas,
 fue porque en ellas puse hiel o mieles sabrosas:
 cuando planté rosales coseché siempre rosas.

 … Cierto, a mis lozanías va a seguir el invierno;
 ¡mas tú no me dijiste que mayo fuese eterno!
 Hallé sin duda largas las noches de mis penas;
 mas no me prometiste tú sólo noches buenas,
 y en cambio tuve algunas santamente serenas…

 Amé, fui amado, el sol acarició mi faz.
 ¡Vida, nada me debes! ¡Vida, estamos en paz!
 Marzo, 20 de 1915.
[…]

Como el venero
Elevacion - Amado Nervo - epub Docer.com.ar 
 Recibe el don del cielo, y nunca pidas
 nada a los hombres, pero da si puedes;
 da sonriendo y con amor; no midas
 jamás la magnitud de tus mercedes.

 Nada te debe aquél a quien le diste;
 por eso tú su gratitud esquiva.
 Él fue quien te hizo bien, ya que pudiste
 ejercer la mejor prerrogativa,
 que es el dar, y que a pocos Dios depara.

 Da, pues, como el venero cristalino,
 que siempre brinda más, del agua clara
 que le pide el sediento peregrino.
 Agosto, 16 de 1915
[…]

“Benedictus”

 Dios os bendiga a todos
 los que me hicisteis bien.

 Dios os bendiga a todos
 los que me hicisteis mal, y que a vosotros,
 los que me hicisteis mal, Dios os bendiga
 más y mejor que a los que bien me hicieron;
 porque éstos, ciertamente,
 no han menester de bendición ninguna,
 ya que su bien en sí mismo llevaba
 toda la plenitud y todo el premio.

 ¡Vosotros, sí, los de mi mal autores,
 necesitáis la bendición del Padre
 que hace nacer el Sol para que alumbre
 por igual a los malos y a los buenos!

Que se derrame, pues, en vuestras almas
la más potente de las bendiciones
divinas, y os dé el don por excelencia:
el don de comprender…
 Marzo, 28 de 1916.»

 

   [El texto pertenece a la edición en español de Editorial Espasa Calpe, 1973, en edición de Calixto Oyuela, pp. 54-55, 58, 60, 70 y 90. ]