domingo, 31 de enero de 2021

Poemas.- Emily Dickinson (1830-1886)

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193

 «Sabré por qué cuando se acabe el Tiempo / y haya dejado de hacerme preguntas
Cristo me explicará, por separado, las angustias / en la agradable aula del cielo
Me dirá lo que “Pedro” prometió / y yo de su dolor maravillada
olvidaré la gota de la Angustia / ¡que ahora me abrasa, que me escalda ahora!
[…]

 288

  ¡Yo no soy Nadie! ¿Quién eres tú? / ¿Eres Nadie también?
¿Ya somos dos entonces? / ¡Ni una palabra! ¡Lo pregonarían, ya sabes!
Ser Alguien ¡qué aburrido! / Como una Rana ¡qué vulgar!
pasarte Junio entero diciéndole tu nombre / ¡a la primera Charca que te admire!
[…]

335

  No es que Morir nos duela tanto / Es el Vivir lo que nos duele más
pero el Morir es camino distinto / Un algo tras la Puerta
La Costumbre Sureña de los Pájaros / que antes de que lleguen las Heladas
aceptan más benignas Latitudes / Nosotros somos los Pájaros que se quedan
Los Ateridos ante las Puertas del Granjero / por cuya cicatera Miga
negociamos hasta que las piadosas Nieves / convencen a nuestras Plumas de que vuelvan a Casa.
[…]

441

  Esta es mi carta al Mundo / que nunca Me escribió
Las noticias sencillas que la Naturaleza / con delicada Majestad me dio
Su Recado está en Manos / que yo no puedo ver
Por el amor de Ella mis Amables paisanos / juzgadme con ternura
[…]

576

  Al principio rezaba, cuando Niña, / pues me dijeron que lo hiciera
pero dejé de hacerlo, en cuanto pude imaginar / cómo me sentaría la plegaria
Si yo creyera que Dios miraba en torno, / cada vez que mi ojo Infantil
abierto se fijaba y firme en el suyo / con Infantil honradez
Y le dijera lo que me gustaría hoy / y partes de su lejano designio
que me desconcertaban / El lado confuso
de su Divinidad
Y desde entonces, a menudo, en caso de Peligro / considero la fuerza que entrañaría
tener un Dios tan poderoso / que me sostuviera la vida.
Hasta que consiguiera sujetar la Balanza / que tan frecuentemente ahora se inclina,
que tanto tiempo me lleva equilibrar / y luego no se tiene
[…]
 
609

  Lejos de Casa he estado muchos Años / y ante la Puerta ahora
a entrar yo no me atrevo, no sea que una Cara / que nunca he visto antes
Me mire imperturbable / y me pregunte qué hago allí
“Sólo busco una vida que dejé, / ¿seguía por allí?”
Me incliné en el Temor / que Antes me demoraba
El instante sonó como un Océano / y se rompió contra mi oído
Reí una desmigajada Risa / Que yo tuviera miedo de una Puerta
yo que la Consternación había comprendido / y jamás hice un gesto de dolor.
Ajusté al Picaporte / mi Mano con cuidado tembloroso
no fuera que la terrible Puerta se apartase de pronto / dejándome en el Suelo
Luego quité mis Dedos / tan cuidadosamente como si fueran Vidrio
Me tapé los oídos y tal como un Ladrón / escapé de la Casa jadeante
[…]

632

  El Cerebro es más ancho que el Cielo / porque ponlos juntos
y contendrá el uno al otro / fácilmente y a Ti además
El Cerebro es más profundo que el mar / porque sostenlos Azul contra Azul
y el uno al otro absorberá / como hacen las Esponjas con los Baldes
El Cerebro no es más que el peso de Dios / porque sopésalos Libra por Libra
Resultado de imagen de poemas catedra emily dickinsony si se distinguen será / como de la Sílaba el Sonido
[…]

650

  Tiene el Dolor un Elemento en Blanco / No puede recordar
cuándo empezó o si hubo / un tiempo en el que no existía
Y no tiene Futuro sino él mismo / Su infinita capacidad
Su Pasado iluminado para percibir / nuevos Períodos de dolor
[…]

664

  De todas las Almas que han sido creadas / yo he elegido una
Cuando el Sentido se clasifica aparte del Espíritu / y el Subterfugio acaba
Cuando aquello que es y lo que fue / permanecen intrínsecos aparte
y el breve Drama de la carne / se aventa como Arena
Cuando las Siluetas muestran su Frente real / y las Brumas se tallan en el aire,
¡prefiero contemplar el Átomo / a todos los catálogos de Arcilla!
[…]

724
   Es fácil inventarse una vida / Dios lo hace a diario
La creación no es más que el juego / de Su Autoridad
Es fácil desfigurarlo / La avara Deidad
apenas sí podría proporcionar Eternidad / a la Espontaneidad
Los Modelos Caducos murmuran / mas su Designio Imperturbable
prosigue insertando aquí un Sol / allí omitiendo un Hombre
[…]

1071

 La Percepción de un objeto cuesta / precisamente la pérdida del Objeto
La Percepción en sí una Ganancia / que responde a su Precio
El Objeto Absoluto no es nada / La Percepción lo pone en claro
y luego le reprocha una Perfección / que se sitúa tan lejos 
[…]

1462

  Que íbamos a vivir no lo sabíamos / ni  cuándo hemos de morir
Nuestra ignorancia es nuestra coraza / Llevamos la Mortalidad
tan ligeros como un Traje elegido / hasta que se nos pide que nos lo quitemos
Por su intrusión a Dios se le conoce / Lo mismo pasa con la Vida
[…]

1510

  Qué feliz es la Piedra pequeña / que vaga sola por la Carretera,
no se preocupa de Carreras / y no teme exigencias
cuyo traje Marrón lemental / se viste del Universo pasajero,
e independientemente como el Sol / se asocia o brilla sola,
cumpliendo el Decreto absoluto / con sencillez despreocupada
[…]

1601

  De Dios pedimos un favor, / que seamos perdonados
En cuanto se supone que Él conoce / el Delito, a nosotros, escondido
La vida entera emparedados / en una mágica Prisión
reprendemos la Felicidad / que hasta compite con el Cielo
[…]

1653

  Así como pasamos por delante de las Casas meditando despacio / por si estuvieran ocupadas
así pasan las mentes delante de las mentes / por si estuvieran ocupadas»
 
   [El texto pertenece a la edición en español de Ediciones Cátedra, 2004, en traducción de Margarita Ardanaz, pp. 103, 123-125, 137, 157, 191, 197-199, 205-207, 213, 215-217, 231, 267, 311-313, 319, 329 y 339. ISBN: 84-376-0637-3.] 

sábado, 30 de enero de 2021

La ventana indiscreta y otros relatos.- Cornell Woolrich (1903-1968)

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Proyecto de asesinato

  «Dos mujeres merendaban juntas en un elegante salón de té lleno de gente. No quedaba ni una mesa libre y tan sólo por casualidad se veía algún hombre entre la clientela. A esas horas, los hombres están, por lo general, ocupados en su trabajo. Docenas de voces femeninas, en plena conversación, vibraban en el aire.
 A no ser por la tez color café con leche de las camareras, las ropas estivales de las clientas y el sopor cálido de la atmósfera, se hubiera podido creer que se trataba de un local situado en la Quinta Avenida y no de una de las islas tropicales que dependen de Estados Unidos.
 En nada se distinguían aquellas dos mujeres de las demás que allí estaban. Ambas eran elegantes, bellas y aproximadamente de la misma edad: al borde de la treintena o poco más. Una de ellas era rubia; la otra, la más bajita, morena y de piel clara. La rubia lucía una alianza. La morena, no. Realmente, en nada se distinguían de las otras mujeres que se reúnen en los cuatro extremos del mundo a esa misma hora en  lugares semejantes.
 Podría suponerse que su conversación tampoco se distinguía en nada de lo corriente: la nueva moda de sombreros, la longitud de las faldas en la nueva temporada, si es más favorecedor recogerse el cabello sobre la nuca o dejárselo suelto, algún chisme sabroso o alguna calumnia. La rubia, Pauline Baron, había convertido la conversación en un monólogo. La morena, Mary Stewart, se contentaba con escucharla, mostrando su conformidad con movimientos de cabeza o con algún comentario.
 Ambas tenían un aire natural, desenvuelto. Mary Stewart sostenía un cigarrillo entre sus cuidados dedos; de cuando en cuando Pauline se llevaba la taza a los labios y graciosamente bebía un sorbo de té. Su conversación, sin duda alguna, debía de versar acerca del mejor modo de detener una carrera en la media  o acerca de las “ocasiones” que se encuentran en los almacenes.
 Pero si alguien se hubiera acercado lo suficiente a la pequeña mesa para poder oír…
 Pauline había dejado de hablar en aquel momento y hubo una breve pausa. Luego, Mary, sacudió la ceniza del cigarrillo.
 -Entonces, si lo odias hasta ese punto, si ya no puedes soportar la vida con él por más tiempo y si además él se niega a devolverte la libertad, ¿por qué no lo matas? –sugirió tranquilamente-. ¿No lo has pensado nunca?
 Paulina la miró, como preguntándose si hablaba en serio o bromeaba.
 -Sí, desde luego, lo he pensado muchas veces –respondió con calma-. Pero ¿a qué me conduce eso? Son cosas que a una se le ocurren…
 -Sí, como a todo el mundo en una ocasión u otra –dijo Mary, moviendo la cabeza, comprensiva-. A mí me pasa con frecuencia… sin pensar en nadie preciso… teóricamente se podría decir.
 Pauline suspiró con tristeza:
 -¿A qué conduce hablar de esto? Aunque me propusiera hacerlo, no tendría valor. Las mujeres que matan a sus maridos acaban detenidas, van a los tribunales y la prensa levanta un escándalo.
 -Sí –respondió Mary, encogiéndose de hombros-, cuando son lo bastante estúpidas para dejarse capturar.
 -En esos asuntos, todas acaban cayendo.
 -Porque lo hacen mal –advirtió su amiga, bebiendo un sorbo de té antes de encender otro cigarrillo-. La gente suele recurrir a sistemas violentos: el revólver, el cuchillo o incluso el veneno. De ese modo, es inevitable que los detengan. Pero existen otros medios. Si yo quisiera desembarazarme de alguien, matar a alguien… -se interrumpió para preguntar-: ¿No te escandalizo, verdad?
 -Por supuesto que no. Las amigas sinceras, como nosotras, pueden hablar de esto con entera franqueza. Comprenderás que no voy a discutir estos asuntos con cualquiera…
 -Ni yo tampoco. Además, estamos hablando en teoría –recordó Mary, agitando el cigarrillo con un gesto gracioso-. En estos casos, lo importante es buscar el punto débil de esa persona y atacar por ahí. Esas historias de tiros o de cuchilladas quedan para los criminales. A una persona inteligente le basta con usar el cerebro para cometer impunemente un asesinato.
 Paulina miró a su amiga con interés.
 -No he comprendido muy bien qué quieres decir con lo del punto débil.
 -Te lo explicaré. Tomemos a tu marido de ejemplo. ¿Qué es lo que más le aterroriza?
 -Nada. Tiene un valor extraordinario.
 -Todo el mundo siente terror ante algo, aunque lo demás no le asuste –insistió Mary-. Tú vives con él y debes saberlo.
 -No, no lo sé –reconoció Pauline tras meditarlo.
 -Un ser humano que no sienta temor no existe. Piénsalo. ¿Le asusta el fuego? ¿El agua? ¿La altura?
 Pauline seguía reflexionando mientras movía la cabeza.
 -No, lo estoy pensando y no acierto… A menos que… Sí, ahora recuerdo algo… No fue importante pero… Sí, creo que le aterrorizan las serpientes.
 -A la mayor parte de la gente le ocurre lo mismo.
 -Cierto, pero en el caso de mi marido me pareció mucho más fuerte.
 -Bien, eso es exactamente lo que buscamos. Explícame cómo fue.
Resultado de imagen de la ventana indiscreta  y otros relatos -Estábamos en un cine de Nueva York… poco antes de venir aquí. Proyectaron un noticiario que contenía un breve reportaje sobre una granja donde criaban serpientes. Fue sólo un momento, las serpientes se retorcían en el suelo y enseguida pasaron a otro asunto. Nadie se alteró sensiblemente en la sala, excepto mi marido, que se levantó y abandonó su butaca. Creí que iba a los lavabos, pero, como te decía, antes de que pudiera llegar a la salida, trataban ya otro tema. Entonces pareció calmarse y volvió a su asiento; me di cuenta de que se secaba la frente. Más tarde, cuando regresábamos a casa, le pregunté qué le había ocurrido y me contestó que le horrorizaban tanto las serpientes que no podía soportar verlas. No le pregunté el motivo ni él me lo dijo: no hemos vuelto a hablar de este asunto.
 -Por aquí hay muchas serpientes –comentó Mary pensativa-. No en la ciudad, claro, pero las plantaciones de caña de azúcar están atestadas. –Volvió un poco la cabeza para despedir el humo-. Conozco a una vieja indígena, una especie de curandera, que las captura en grandes cantidades. Las emplea para sus remedios, me parece…
 Interrumpió la frase. Pauline mantenía la vista baja, como hipnotizada por alguna mancha del mantel.
 -Por tanto –siguió diciendo Mary-, para volver a nuestro ejemplo, por ahí deberíamos atacar. Éste es su talón de Aquiles: su fobia a las serpientes. Si tu marido creyera que hay una serpiente en libertad en su casa…
 -¿Cómo iba a creerlo? ¿Simplemente porque se lo dijéramos?
 -No, no sería suficiente. Aunque la imaginación se alimenta de fantasmas, es necesario darle un punto de partida para que trabaje. No, sería preciso que hubiera una serpiente en la casa; luego, su imaginación haría el resto.
 -No comprendo cómo…
 Mary suspiró, como un profesor ante un alumno torpe.
 -Según nuestros cálculos, basta la presencia de una serpiente para que tenga un ataque de terror, ¿no es cierto?
 -Sí, pero eso no bastaría para causarle la muerte.
 -Claro, si no pasara de ahí. Pero si la tensión se mantuviera durante algún tiempo, estoy segura de que le provocaría la muerte.
-¿Y cómo mantener la tensión? Por mucho miedo que tuviera Donald, buscaría un revólver para matarla.
 Mary alzó las cejas para mostrar la impaciencia que le causaba tanta incomprensión.
 -Bien, tú debes ingeniártelas para que no lo haga. Te he dado el punto de partida para llevar a cabo tu plan. Si se lo permites, no cabe duda de que huirá o intentará matarla y la cosa no pasará de un susto horrible. Pero si le quitas la libertad de movimiento, si lo reduces a la impotencia y mantienes su terror en ebullición durante mucho tiempo, eso acarrea la muerte, una muerte causada por la imaginación. ¿Comprendes?
 La rubia Pauline, la esposa de Donald Baron, no dijo nada y se limitó a morderse las uñas.»
 
  [El texto pertenece a la edición en español de Editorial Espasa Calpe, 2008, en traducción de Jacinto León, pp. 67-71. ISBN: 978-84-670-2835-5.]
 

viernes, 29 de enero de 2021

Antiimperialismo. Patriotas y traidores.- Mark Twain (1835-1910)

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3.-Rusia
Soliloquio del Zar (North American Review, marzo de 1905)

  «Después de su baño matinal, el Zar acostumbra a meditar durante una hora antes de vestirse (Corresponsalía del London Times).
 (Mirándose en el espejo). Desnudo, ¿qué soy? Una caricatura delgada, arrugada y con piernas de araña, a imagen de Dios. Mirad la cabeza de cera, la cara con expresión de melón, las orejas apantalladas, los codos nudosos, el pecho hundido, las espinillas afiladas y luego los pies, callosos, nudosos, ¡la imitación de una radiografía! No hay nada imperial en esto, nada imponente ni impresionante, nada que provoque respeto y reverencia. ¿Es ante esto que ciento cuarenta millones de rusos besan el suelo? ¿A esto reverencian? ¡No, evidentemente! Nadie podría reverenciar este espectáculo, que soy yo. Pero entonces, ¿a quién, a qué reverencian? En privado, nadie lo sabe mejor que yo: a mis ropas. Sin mis ropas estaría tan destituido de autoridad como cualquier otra persona desnuda. Nadie me diferenciaría de un cura, un barbero o un petimetre. Luego, ¿quién es el verdadero Emperador de Rusia? Mis ropas. Nadie más.
 Como sugiriese Teufelsdrockh, ¿qué sería el hombre, cualquier hombre, sin sus ropas? Tan pronto como nos detenemos a reflexionar sobre esa proposición, comprendemos que sin sus ropas un hombre no sería nada en absoluto; que la ropa no sólo hace al hombre, la ropa es el hombre. Sin ella somos un cero a la izquierda, un vacío, no somos nadie, no somos nada.
 Los títulos, otra artificialidad, son parte de su vestuario. Éstos y la lencería esconden la inferioridad de quien los usa, haciéndole sentir grande, una maravilla, cuando en el fondo nada hay de destacable en él. Pueden hacer que toda una nación caiga de rodillas y reverencie sinceramente a un emperador que, sin sus ropas y sin su título, caería al nivel de un zapatero y sería engullido y perdido de vista en la multitud de los irrelevantes. Un emperador que, desnudo en un mundo desnudo, no sería noticia, no llamaría la atención, sería distraídamente atropellado como cualquier otro extraño sin importancia; quizá hasta le ofrecieran un kopek para cargar la maleta de alguien. Un emperador que, por el mero poder de esas artificialidades, su ropa y su título, llegue a ser reverenciado como una deidad por su pueblo, al mismo tiempo que por puro placer puede desterrarlos, perseguirlos, destruirlos, como lo haría un matador de ratas si un accidente del destino le hubiese otorgado esta vocación, más apropiada a sus capacidades que el ejercicio del gobierno. Es un poder estupendo el que reside en los ropajes y los títulos que todo lo ocultan; llenan de respeto a quien los mira, le hacen temblar, por más que sepa que toda dignidad real hereditaria no es más que una usurpación, un poder ilegítimamente adquirido, una autoridad conferida por personas que carecían de ella. Pues los monarcas sólo han sido elegidos por la aristocracia, una nación jamás ha elegido uno.
 No existe poder sin ropas. Es el poder el que gobierna a la raza humana. Si desnudamos a sus jefes, ningún Estado podría ser gobernado. Los funcionarios, desnudos, no ejercerían ninguna autoridad; lucirían (y serían) como cualquier otro: un lugar común, algo inconsecuente. Un policía vestido de particular es un hombre, con su uniforme es diez hombres. La ropa y los títulos son la cosa más potente, la influencia más formidable sobre la tierra. Son las que llevan a la gente a respetar voluntaria y espontáneamente al juez, el general, el almirante, el obispo, el embajador, el frívolo conde, el duque idiota, el sultán, el rey, el emperador. Ningún gran título es eficiente sin un vestuario que lo apoye. En las tribus de salvajes desnudos, los reyes usan alguna tela o decoración que ellos mismos definen como sagradas y no permiten que nadie más las use. El rey de la gran tribu Fan usa un trozo de piel de leopardo sobre su hombro, es algo exclusivo de la realeza; aparte de eso, va totalmente desnudo. Sin su trozo de piel de leopardo para impresionar e imponer respeto, no conservaría su empleo.
 (Después de un silencio). ¡Qué curiosa invención, qué inexplicable invención la raza humana! Incontables millones de rusos han permitido durante siglos que nuestra familia los robe, insulte, pisotee, mientras ellos vivían, sufrían y morían sin otro propósito ni función que asegurar el confort de esa familia. Esa gente es como caballos, sólo eso, caballos con ropas y una religión. Un caballo con la fuerza de cien hombres dejaría que un hombre lo golpee, lo mate de hambre, lo conduzca: millones de rusos permiten que un puñado de soldados los mantengan en la esclavitud, ¡y esos mismos soldados son sus hijos y sus hermanos!
 Es algo extraño cuando se piensa en ello: el mundo aplica al Zar y a su sistema los mismos axiomas morales que están de moda y son aceptados en los países civilizados. Puesto que en estos países se considera incorrecto deshacerse de los opresores si no es mediante procesos legales, se pretende aplicar la misma regla con Rusia, donde no existe nada parecido a la ley; excepto la de nuestra familia. Las leyes no son más que restricciones, no tienen otra función. En los países civilizados restringen a todos y los restringen por igual, cosa que me parece justa e imparcial; pero en Rusia, las leyes existentes hacen una excepción: nuestra familia. Hacemos lo que nos place, lo hemos hecho durante siglos. Nuestra profesión habitual ha sido el crimen; nuestro pasatiempo habitual, el asesinato; nuestra bebida habitual, la sangre, la sangre de la nación. Sobre nuestros rosarios yacen millones de muertos. Pero los píos moralistas consideran que es un crimen asesinarnos. Nosotros y nuestros tíos somos una familia de cobras a cargo de ciento cuarenta millones de conejos, a quienes torturamos y asesinamos, y de quienes nos alimentamos todos los días. Pero aun así los moralistas insisten en que matarnos es un crimen, no un deber.
Resultado de imagen de Antiimperialismo patriotas y traidores  No me corresponde a mí decirlo en voz alta, sino a alguien dentro mío, como yo: todo esto es ingenuamente irrisorio, ilógico. Nuestra familia está por encima de la ley; no hay ley que pueda alcanzarnos, limitarnos, proteger al pueblo de nosotros. Por lo tanto, somos unos proscritos. Los proscritos son un blanco adecuado para la bala de cualquiera. ¡Ah, qué haría nuestra familia sin los moralistas! Siempre han sido nuestro sostén, nuestro apoyo, nuestros amigos; hoy son nuestros únicos amigos. Siempre que ha habido oscuras propuestas de asesinato, el moralista ha avanzado y nos ha salvado con su máxima proverbial: “Absteneos: nunca nada políticamente valioso se ha conseguido mediante la violencia”. Probablemente él se lo crea. Probablemente no haya tenido nunca un libro escolar de historia universal, que le haya enseñado que su máxima no está respaldada por las estadísticas. Todos los tronos se han establecido mediante la violencia, ninguna tiranía monárquica ha sido derrocada jamás sino mediante la violencia, fue mediante la violencia que mis antecesores afianzaron nuestro trono. Durante siglos lo han mantenido gracias al asesinato, la traición, el perjurio, la tortura, el destierro y la prisión; y por los mismos medios hoy yo lo sigo conservando. Nunca existió un Romanoff educado y con experiencia que no revirtiese esa máxima, afirmando: “Nada políticamente valioso se ha conseguido jamás sin el uso de la violencia”. El moralista comprende que hoy, por primera vez en nuestra historia, mi trono está realmente en peligro y la nación está despertando de su inmemorial letargo de esclavitud. Pero lo que él no comprende es que tal cosa se debe a cuatro actos de violencia: el asesinato de la Constitución de Finlandia por mi mano; la matanza de Bobrikoff y Plehve por revolucionarios asesinos; y la masacre de inocentes que ordené hace unos días. Pero la sangre que corre por mis venas, sangre instruida, entrenada, educada por sus terribles herencias, sangre vigilante de sus tradiciones, sangre que ha ido a la escuela durante cuatro siglos en las venas de asesinos profesionales, mis predecesores; ¡ella percibe, ella entiende! Esos cuatro actos han provocado una conmoción en las inertes y cenagosas profundidades del corazón nacional que ninguna persuasión moral hubiera logrado; han despertado el odio y la esperanza en ese corazón largamente atrofiado y, poco a poco, lenta pero seguramente, ese sentimiento penetrará en todos los pechos y los poseerá. A su debido tiempo, hasta en el pecho del soldado; día fatal ese, día del juicio final. Poco a poco habrá consecuencias. ¡Qué poco sabe el moralista académico del tremendo poder moral de la masacre y el asesinato! Sin duda que habrá consecuencias. La nación está por parir y pronto habrá un poderoso nacimiento: ¡EL PATRIOTISMO! Para decirlo con palabras rudas, simples y desagradables: el verdadero patriotismo, el patriotismo real; la lealtad, pero no a una familia y a una ficción, sino la lealtad a la nación misma.
 Hay veinticinco millones de familias en Rusia. Hay un niño-hombre en el regazo de cada madre. Si fuesen veinticinco millones de madres patrióticas, deberían repetirles cada día a sus hijos-hombres: “Recuerda esto, guárdalo en tu corazón, vive por ello, muere por ello si fuese necesario: que nuestro patriotismo es medieval, gastado, obsoleto; y que el nuevo patriotismo, el único patriotismo racional, es la lealtad a la nación TODO el tiempo, lealtad al gobierno cuando se lo merezca”. Cuando dentro de una generación haya en esta tierra veinticinco millones de patriotas educados y entrenados, mi sucesor tendrá que pensárselo dos veces antes de hacer asesinar a un millar de pobres e indefensos que sólo piden humildemente bondad y justicia, como yo hice el otro día.»
 
   [El texto pertenece a la edición en español de Icaria Editorial, 2006, en traducción de Ángelo Ponziano y Mercè Ubach, pp. 89-92. ISBN: 84-7426-893-1]