miércoles, 31 de mayo de 2017

"La guerra de los botones".- Louis Pergaud (1882-1915)


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7.-Nuevos enfrentamientos

«-¿Te sabes la lección, Pacho? -preguntó en voz baja Grillín.
 -Esto... sí; bueno, no mucho. Intenta soplarme si puedes, ¿eh? No nos vaya a trincar esta tarde como el sábado. Me he aprendido el sistema métrico, me sé de memoria to los pesos: de hierro, de cobre, por cubiletes y hasta por laminillas, pero no sé lo que hace falta pa ser elector. Como mi padre ha hablao con el tió Simón, seguro que no me libro de una lección o de otra. Ojalá me toque el sistema métrico.
 El deseo de Pacho se cumplió, pero el destino, que actuó en su favor, resultó en cambio fatal para Pardillo. De no ser por la intervención tan hábil como discreta de Grillín, que manejaba los labios y los dedos como el más patético de los mimos, seguro que Pardillo se hubiera quedado encerrado por la tarde.
 El pobre chico, que como se recordará, había estado a punto de pagar el pato días atrás a propósito del "ciudadano", aún seguía ignorando por completo las condiciones requeridas para ser elector.
 Gracias a la mímica de Grillín, que esgrimía su mano derecha con cuatro dedos extendidos y el pulgar oculto, supo por lo menos que esas condiciones eran cuatro.
 Definirlas resultó ya bastante más difícil.
 Pardillo, simulando una amnesia momentánea y parcial, parecía reflexionar profundamente, con el ceño fruncido y los dedos engarfiados, pero no perdía de vista a Grillín, que se las apañaba como podía.
 Con una mirada elocuente, señaló a su compañero el mapa de Francia de Vidal-Lablache que pendía de una de las paredes; pero Pardillo, no muy al corriente del asunto, se confundió con aquel gesto equívoco y en vez  de decir que había que ser francés, respondió ante el asombro general que había que saberse su giografía.
 El tió Simón le preguntó si se estaba volviendo loco o pretendía reírse de todos, mientras Grillín, desolado ante tan mala interpretación, se encogía imperceptiblemente de hombros, volviendo la cabeza.
 Pardillo se recuperó. Una chispa brilló en su interior y dijo:
 -¡Hay que ser del país!
 -¿De qué país? -rugió el maestro, enfurecido por lo impreciso de la respuesta-. ¿De Prusia o de China?
 -¡De Francia! -agregó el interpelado-. ¡Hay que ser francés!
 -¡Vaya! ¡Por fin! ¿Y además?
 -¿Además? -sus ojos se volvían implorantes hacia Grillín.
 Éste sacó la navaja del bolsillo, hizo ademán de cortarle el pescuezo y desvalijar a Botijo, su compañero de pupitre, y después movió la cabeza de derecha a izquierda y de izquierda a derecha.
 Pardillo entendió que no se podía haber matado ni robado y así se lo dijo, sin poder contenerse; los demás, uniendo su voz a la de Grillín, portavoz autorizado, generalizaron la respuesta diciendo que había que estar en plena posesión de los derechos civiles.
 Aquello no iba tan mal, caramba, y Pardillo respiraba aliviado. Respecto a la tercera condición, Grillín fue explícito: se llevó la mano al mentón para mesarse una perilla inexistente, se atusó unos largos bigotes invisibles e incluso se llevó las manos a otro lugar para indicar la presencia  de un sistema piloso peculiar en tan íntimo rincón y después, como Panurgo burlándose del "inglés" que discutía por señas, levantó simultáneamente y dos veces seguidas las dos manos, con los dedos separados y a continuación sólo el pulgar de la derecha, lo cual, evidentemente, quería decir veintiuno. Además, tosió haciendo ¡añ, añ! y Pardillo, triunfal, superó la tercera condición:
 -¡Tener veintiún años!
 -¡Ahora, la cuarta! -gritó el tió Simón, como si fuera la "madre" del juego de la bandera en tarde de fiesta patronal.
 Los ojos de Pardillo se dirigieron a Grillín , después al techo, a la mesa, otra vez a Grillín; sus cejas se arquearon como si su voluntad braceara impotente en las aguas de la memoria.
 Grillín, con un cuaderno en la mano, trazaba sobre la cubierta letras invisibles con el dedo índice.
 ¿Qué demonios podía querer decir con eso? No, aquello no le decía nada a Pardillo; el apuntador arrugó entonces la nariz, abrió la boca, apretando los dientes, se pasó la lengua por los labios y a los oídos del náufrago llegaron sólo dos sílabas:
 -¡Ista!
 No conseguía entender nada, Y cada vez inclinaba más el cuello hacia el lado donde estaba Grillín; tanto, que el tió Simón, intrigado al observar la postura tan estúpida que adoptaba el interrogado, mirando obstinadamente al mismo punto de la sala, tuvo la descabellada, peregrina e imperdonable idea de volverse de pronto.
 Fue una desgracia, porque sorprendió la mueca de Grillín y la interpretó muy mal, deduciendo que aquel granuja se dedicaba a hacer monerías a sus espaldas para provocar la risa de sus compañeros a costa del maestro.
 Conque lo atacó del modo fulgurante con esta frase vengadora:
 -Grillín, para mañana me vas a conjugar por escrito el verbo "hacer el mono", pero en el futuro y en el potencial me pones "yo no haré más" y "yo no haría más el mono", en vez de "yo haré", ¿entendido?
 En toda la clase sólo hubo un imbécil que se riera del castigo; Vaquero, el cojo, y esa irreflexiva actitud de mal compañerismo provocó inmediatamente la cólera del maestro de escuela, que se volvió bruscamente hacia Pardillo, todavía con el castigo pendiente de un hilo.
 -¡A ver, tú! ¿Vas a decirme la cuarta condición, o no?
 Pero la cuarta condición no aparecía por ninguna parte. Sólo Grillín sabía cuál era.
 "Pues de perdidos al río -pensó éste-. Más vale que se salve uno de los dos, por lo menos", de modo que, con aire de buena voluntad y de infinita inocencia, como si quisiese hacerse perdonar su mala acción anterior, contestó él en lugar de su compañero. Y lo hizo rápidamente, para que el maestro no tuviese tiempo de hacerle callar.
 -¡Estar inscrito en la lista electoral de su municipio!»
 

martes, 30 de mayo de 2017

"Los trabajos y los días".- Hesíodo (h. 700 a.C.)


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«Y es que los dioses tienen oculto el sustento a los hombres. Pues, de otro modo, con trabajar un solo día, fácilmente podrías tener para todo un año sin ocuparte en nada. En seguida te sería posible colocar el timón sobre el humo del hogar y se terminaría la faena de los bueyes y de los sufridos mulos.
 Pero Zeus lo escondió, irritado en lo más hondo de sus entrañas, por las burlas de que le hizo objeto el astuto Prometeo. Por ello, precisamente, tramó lamentables preocupaciones para los hombres y escondió el fuego. Mas he aquí que el buen hijo de Jápeto lo robó al providente Zeus para bien de la humanidad y lo escondió en el hueco de una cañaheja sin que se enterase Zeus, que se goza con el rayo. Y Zeus, amontonador de nubes, lleno de cólera, le dijo estas palabras:
 "Hijo de Jápeto, conocedor de los designios sobre todas las cosas, te alegras de haberme robado el fuego y de haber conseguido engañar mi inteligencia, ¡enorme desgracia para ti mismo y para los hombres futuros! A cambio del fuego, les daré un mal con el que todos se recreen al acariciar con cariño su propia desgracia."
 Así habló. Rompió a carcajadas el padre de hombres y dioses y ordenó al ilustre Hefesto mezclar inmediatamente tierra con agua, infundirle voz y vida humana y hacer una linda y encantadora figura de doncella, semejante en su rostro a las diosas inmortales. Luego encargó a Atenea que le enseñara sus labores: a tejer la tela de finos encajes. A Afrodita le mandó verter en torno a su cabeza sus dorados encantos: una irresistible sensualidad y los halagos cautivadores. En fin, a Hermes, el mensajero Argifonte, le encargó que la dotara de una mente cínica y un carácter voluble. 
 Dio estas órdenes y aquellos obedecieron al soberano Zeus Cronida. Inmediatamente el ilustre Patizambo modeló de la tierra una imagen con apariencia de casta doncella, por voluntad del Cronida. La diosa Atenea, de ojos glaucos, le dio ceñidor y la engalanó. Las divinas Gracias y la augusta Persuasión rodearon su cuello de dorados collares. Las Horas, de hermosos cabellos, la ciñeron con flores de primavera. Palas Atenea ajustó a su cuerpo todo tipo de aderezos. Y luego, el mensajero Argifonte configuró en su pecho mentiras, palabras seductoras y un carácter voluble, por voluntad de Zeus gravisonante. Le dio el habla el heraldo de los dioses y puso a esta mujer el nombre de Pandora porque todos los que poseen las mansiones olímpicas le concedieron un regalo, perdición para los hombres que se alimentan de pan.
 Luego que remató su espinosa e irresistible trampa, el Padre despachó hacia Epimeteo al ilustre Argifonte con el regalo, de los dioses rápido mensajero.
 Y no se cuidó Epimeteo de que Prometeo le había advertido no aceptar nunca un regalo de manos de Zeus Olímpico, sino devolverlo acto seguido, para que no sobreviniera una desgracia inesperada a los hombres mortales. Entonces cayó en la cuenta, cuando lo hubo aceptado y ya tenía el mal encima.
 Pues bien, ocurrió que hace tiempo los grupos humanos vivían sobre la tierra libres de males y exentos del duro trabajo y las enfermedades amargas, que acarrean la muerte a los hombres -pues es en medio de la desgracia cuando de repente los hombres empezaron a envejecer-. Pero aquella mujer, al quitar con sus manos la tapa de una jarra, los dejó diseminarse y procuró a la Humanidad lamentables preocupaciones.
 Sólo quedó allí dentro la Esperanza, aprisionada entre infrangibles muros, bajo los bordes de la jarra, sin poder volar hacia la puerta. Pues antes, por voluntad de Zeus, portador de la Egida y amontonador de nubes, cayó la tapa de la jarra.
 Y he aquí que mil diversas amarguras deambulan entre los humanos. Repleta de males está la tierra y repleto está el mar. Las enfermedades, ya de día, ya de noche, van y vienen a su capricho sobre los hombres, trayendo en silencio -puesto que el providente Zeus les negó el habla- penas a los mortales. De esta manera, no es posible en ninguna parte escapar a la voluntad de Zeus.»
 

lunes, 29 de mayo de 2017

"Calímaco y Crisórroe".- Anónimo (s. XIII)


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Advertencia del prólogo sobre cómo van las cosas del mundo. Comenzamos la historia de un hombre esforzado, valeroso y aventurero, que mucho amor inspiró

«Libre de pesar no hay ninguna de las cosas humanas, ninguna de las acciones ni de las empresas de la tierra. Alegría y tristeza andan mezcladas e incluso confundidas. Ni siquiera, en efecto, la belleza y el encanto escapan al dolor; y de igual modo el sufrimiento, a menudo, no queda distante de la alegría. En la gloria y la pompa, en el honor y en la riqueza, en la belleza y la cordura, en la sabiduría, en el coraje, en el amor, en la arrogancia, en la noble figura, en todo cuanto aporta placentera alegría y gozo, en medio de todo ello puedes atisbar peligro y reproche, daño y obstáculos, riesgos de un vecino dolor. Basta sólo con evocar la privación de lo anhelado. Una pasión a la que se ha separado  de su anhelo no guarda continencia y no tiene, decirlo puedes, de todo lo demás reparo alguno. De tal modo como el amor rezuma gracia en todos sus actos, así en la separación se hincha de incontable amargor. A medida que leas este escrito y te aprendas sus versos, conocerás por los hechos las dulciamargas penas de amor. Porque ésa es la naturaleza del amor: ofrecer una ambigua dulzura. Conque hacia este objetivo va a llevarnos el relato.

Comienzo de la trama y sus preliminares

 Había, pues, un rey bárbaro, monarca encumbrado, soberano de múltiples riquezas, señor de vastos dominios, de desmedida arrogancia y de majestuoso porte, que tenía tres hijos hermosos y muy amados, quienes por su belleza y su inteligencia atraían el afecto de todos y eran enteramente admirables y muy distinguidos por su valor.
 Viéndolos su padre semejantes en su buena disposición, en su belleza, su arrogancia y todo su valor, por igual repartía entre los tres su cariño paterno. Deseaba ver al primero heredero de la corona y, a la vez, que el segundo compartiera tal herencia y con el mismo vivo ardor ansiaba que el tercero recibiera el gobierno de la monarquía. Los juzgaba a los tres dignos de la corona y del imperio.
 El caso es que no quería preferir uno a otro. Pero transmitir a todos el poder no lo juzgaba posible, no lo veía conveniente, porque le parecía que podría ser motivo de confusión y de revueltas. Así que convocó una audiencia solemne y allí llama a sus hijos y con gran afecto les dice lo siguiente:
 -"Hijos míos, orgullo de mi alma y miembros de mi carne, yo esta corona, mi poder, la gloria y el imperio, entregároslo y transferirlos a vosotros deseo.
 Sin embargo, mi afecto hacia los tres es idéntico, igual es mi amor hacia todos, así que no sé a quién preferir ni a quién designar el primero ni a quién dejar dueño de esta corona. Y transmitir a la vez a los tres el poder supremo y absoluto no lo quiero, porque deseo que la corona y el mando no provoquen combates sino que permanezcan estables para el porvenir y por mucho tiempo.
Porque un bien que se deposita en común acaba por engendrar desorden. Pues así como no hay comunidad posible de bienes en el terreno de la pasión amorosa, así tampoco hay esto en el ejercicio del poder supremo.
 Aquí tenéis dineros en cantidad, poderes militares y tropas y, en fin, cuanto conviene para empresas de fama. Aquí tenéis tesoros, provisiones y un montón de soldados. ¡Marchad, avanzad con cuantiosas riquezas y todos los efectivos que apetezcáis a vuestro servicio!
 Quien muestre gran audacia al frente del ejército, quien demuestre la habilidad, inteligencia y la sensatez más noble y la conducta más propia de un rey, quien obtenga un mayor trofeo con sus conquistas, a ése le entregaré el poder del mando supremo, a ése le coronaré y nombraré rey en mi lugar."
 Ninguno replicó a estas palabras de su padre, a las decisiones y órdenes paternas sino que con mucha ternura, con mucho amor, con mucha decisión, con mucho coraje, con numerosos efectivos y numeroso ejército, con cuantioso bagaje y  numerosas armas, se despidieron rápidamente y los tres juntos se ponen en camino.    

 Ahora los tres parten a la aventura

 Cruzaron múltiples territorios, vastos y de difícil acceso y, al fin -por pasar por alto muchísimos pormenores de esta marcha-, llegaron a una región desierta al pie de una montaña inabordable, escarpada y a pico. Su cumbre se elevaba por encima de las nubes, no ofrecía subida, era áspera, rocosa, sombría, salvaje, formidable.
 En tal momento deliberan sobre qué decisión adoptar, sobre qué van a hacer.
[...] comenzaron a ascender y treparon durante largas jornadas y con muchos esfuerzos avanzaban escalando hacia las alturas de la cima. Afortunadamente, tras una marcha de casi tres meses se encontraron en la cumbre del monte. Allí hallaron un lugar deleitoso y ameno. un prado de un sorprendente encanto, casi prodigioso, con un río cristalino en medio de la pradera, y rosas y lirios que se mezclaban como en la trama de una alfombra inmensa, y flores de plantas variopintas que arrebataban el sentido.
 Desmontaron, se sentaron y reposaron un poco, soltando a sus caballos en medio del campo. Admiraron la galanura del paisaje y lo atractivo del lugar y se lavaron en las aguas del río.»
 

domingo, 28 de mayo de 2017

"El azar y la necesidad".- Jacques L. Monod (1910-1976)


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 Irreversibilidad de la traducción

«La física, sin embargo, no enseña que (salvo en el cero absoluto, límite inaccesible) toda entidad microscópica puede sufrir perturbaciones de orden cuántico, cuya acumulación, en el seno de un sistema macroscópico, alterará la estructura, de forma gradual pero infalible.
 Los seres vivos, pese a la perfección conservadora de la maquinaria que asegura la fidelidad de la traducción, no escapan a esta ley. El envejecimiento y la muerte de los organismos pluricelulares se explican, al menos en parte, por la acumulación de errores accidentales de traducción que, alterando principalmente ciertos componentes responsables de la fidelidad de la traducción, acrecientan la frecuencia de estos errores, que degradan poco a poco inexorablemente, la estructura de estos organismos.

Perturbaciones microscópicas
 
 El mecanismo de la replicación no podría tampoco, sin violar las leyes de la física, escapar a toda perturbación, a todo accidente. Al menos, algunas de estas perturbaciones entrañarán modificaciones más o menos discretas de ciertos elementos de secuencia. Errores de transcripción que, en virtud de la fidelidad ciega del mecanismo, serán, junto a otras perturbaciones, automáticamente retranscritos. Serán fielmente traducidos en una alteración de la secuencia de los aminoácidos en el polipéptido correspondiente al segmento de ADN en el que se producirá la mutación. Mas hasta que este polipéptido parcialmente nuevo se repliegue sobre sí mismo no se revelará la "significación" funcional de la mutación.
 Entre las modernas investigaciones en biología, algunas de las más hermosas por su metodología, como también más profundamente significativas, constituyen lo que se llama la genética molecular (Benzer, Yanofsky, Brenner y Crik). Estas investigaciones han permitido, en particular, analizar los diferentes tipos de alteraciones accidentales discretas que puede sufrir una secuencia de polinucleótidos en la doble fibra del ADN. Se han identificado así diversas mutaciones como debidas a:
 1.-la substitución de un solo par de nucleótidos por otro;
 2.-la supresión o la adición de uno o varios pares de nucleótidos;
 3.-diversos tipos de "mástiques" que alteran el texto genético por inversión, repetición, transposición y fusión de segmentos de secuencia más o menos largos.
 Decimos que estas alteraciones son accidentales, que tienen lugar al azar. Y ya que constituyen la única fuente posible de modificaciones en el texto genético, único depositario, a su vez, de las estructuras hereditarias del organismo, se deduce necesariamente que sólo el azar está en el origen de toda novedad, de toda creación en la biosfera. El puro azar, el único azar, libertad absoluta pero ciega, en la raíz misma del prodigioso edificio de la evolución: esta noción central de la biología moderna no es ya hoy en día una hipótesis, entre otras posibles o al menos concebibles. Es la sola concebible, como única compatible con los hechos de observación y experiencia. Y nada permite suponer (o esperar) que nuestras concepciones sobre este punto deberán o incluso podrán ser revisadas.
 Esta noción es, también, de todas las de todas las ciencias, la más destructiva de todo antropocentrismo, la más inaceptable intuitivamente para los seres intensamente teleonómicos que somos nosotros. Es pues la noción, o más bien el espectro, que debe a toda costa exorcizar todas las ideologías vitalistas y animistas. También es muy importante precisar en qué sentido exacto puede y debe ser empleada la palabra azar, tratándose de las mutaciones como fuente de la evolución. El contenido de la noción de azar no es simple, y la misma palabra se emplea en situaciones muy diferentes. Lo mejor es tomar algunos ejemplos.
 
Incertidumbre operacional e incertidumbre esencial
 
 Se emplea esta palabra, por ejemplo, a propósito del juego de dados, o de la ruleta, y se utiliza el cálculo de probabilidades para prever el resultado de una jugada. Pero estos juegos puramente mecánicos y macroscópicos, no son de "azar" más que en razón de la imposibilidad práctica de gobernar con una precisión suficiente el lanzamiento del dado o de la bola. Es evidente que un mecanismo de lanzamiento de muy alta precisión es concebible, y permitiría eliminar en gran parte la incertidumbre del resultado. Digamos que en la ruleta, la incertidumbre es puramente operacional, pero no esencial. Ocurre igual, como se verá fácilmente, en la teoría de numerosos fenómenos donde se emplea la noción de azar y el cálculo de probabilidades por razones puramente metodológicas.
 Pero, en otras situaciones, la noción de azar toma una significación esencial y no ya simplemente operacional. Es el caso, por ejemplo, de lo que se pueden llamar las "coincidencias absolutas", es decir, las que resultan de la intersección de dos cadenas causales totalmente independientes una de otra. Supongamos, por ejemplo, que el Dr. Dupont sea llamado urgentemente para visitar a un nuevo enfermo, mientras que el plomero Dubois trabaja en la reparación urgente de la techumbre de un inmueble vecino. Cuando el Dr. Dupont pasa por debajo del alero del inmueble, el plomero suelta por inadvertencia su martillo, cuya trayectoria (determinista) es interceptada por la del médico, que muere con el cráneo roto. Decimos que no hubo suerte. ¿Qué otro término emplear para un acontecimiento así, imprevisible por su misma naturaleza? El azar aquí debe evidentemente ser considerado como esencial, inherente a la independencia total de las dos series de acontecimientos cuyo encuentro produjo el accidente.
 De modo que entre los acontecimientos que pueden provocar o permitir un error en la replicación del mensaje genético y sus consecuencias funcionales, hay igualmente independencia total. El efecto funcional depende de la estructura, del papel actual de la proteína modificada, de las interacciones que asegura, de las reacciones que cataliza. Cosas todas que no tienen nada que ver con el acontecimiento mutacional, como con sus causas inmediatas o lejanas, y, además, con la naturaleza determinista o no de estas "causas".
 Existe, en fin, a escala microscópica, una fuente de incertidumbre más radical aún, enraizada en la estructura cuántica de la misma materia. Luego, una mutación es en sí un acontecimiento microscópico, cuántico, al que por consecuencia se aplica el principio de incertidumbre. Acontecimiento pues esencialmente imprevisible por su misma naturaleza.
 Como se sabe, el principio de incertidumbre no ha sido jamás enteramente aceptado por algunos de los más grandes físicos modernos, empezando por Einstein que decía no poder admitir que "Dios juegue a los dados". Ciertas escuelas han querido no ver más que una noción puramente operacional, pero no esencial.»
 

sábado, 27 de mayo de 2017

"Del sol al hombre".- Henri Laborit (1914-1995)


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Introducción

«Pero, creyentes o incrédulos, existe un comportamiento al cual no podemos escapar porque forma parte de nuestra condición humana, cualquiera que sea su causa; siempre se trata de comprender mejor y de conocer mejor la materia de la que estamos hechos y el universo que nos rodea. El creyente no hace en esto sino rendir homenaje a su Dios y el incrédulo que obedecer a esa oscura necesidad genética de adaptación a lo inmediato. Uno y otro aseguran su supervivencia. Por esto, dejando toda consideración metafísica, intentaremos también nosotros, con los materiales acumulados, construirnos un mundo de la vida. No le pediremos precisión ni verdad. Le pediremos solamente que sea un instrumento momentáneo de nuestro comportamiento científico y social. Conscientes de la fragilidad de nuestra construcción, no vacilaremos en destruirla parcialmente o en su totalidad si un día tenemos la certeza de que otro edificio, basado sobre cimientos más sólidos, es más capaz de ayudarnos a realizar nuestra finalidad. Esta puede definirse entonces: comprender mejor, para obrar mejor, para obrar con eficacia.
 Sin embargo, en el último momento, cuando esta acción ha de ser fijada y trasladada a páginas escritas, es difícil no sentirse poseído por el escepticismo: ¿qué puede ofrecer de original nuestro pensamiento, qué puede decir que no se haya dicho ya? ¿Se ha logrado el suficiente contacto con el pensamiento de los demás, los vivos y los muertos? ¿No es terriblemente vano creer que la representación que nos hacemos del mundo pueda interesar a uno solo de nuestros contemporáneos? El escepticismo no afecta la acción que permite sobrevivir en el ambiente, sino la formulación escrita o hablada de la imagen que se lleva en nosotros y que no presenta tal vez ningún interés para los demás. Sin embargo, dispongo de tres escusas por haber tomado la pluma. La primera es que me lo han pedido. La segunda me la brinda la experiencia: cada vez que esto me sucedió anteriormente, no me faltaron los críticos, lo que me hace suponer que yo no tenía sin duda razón, pero que por lo menos las opiniones que expresaba tenían cierto interés. Esperemos que esto también ocurra esta vez. La última, en fin, es que el diálogo entre los hombres merece que hagamos callar nuestra vanidad de querer decir cosas únicas y definitivas y, en cierto modo, la misma novela folletín ha ayudado verosímilmente a la evolución humana.
 Lo esencial es saber que las palabras escritas y habladas no son sino símbolos muy imperfectos del aspecto de las cosas. Saber que estas cosas son indescriptibles puesto que forman parte del conjunto del cosmos y están, por tanto infinitamente ligadas a todo. Acordarse de que sólo por el tosco intérprete de nuestros sentidos le hemos dado un límite en el tiempo y en el espacio, un color, un sonido, una dimensión, una temperatura, una forma, que no tienen sino una lejana relación con la realidad. La relatividad y la mecánica cuántica han reformado todo nuestro concepto del espacio y del tiempo y, en consecuencia, de la materia y de la energía. Al hombre de nuestra época no le quedan sino relaciones, referencias que, cuando se han encontrado con constancia en lo que él percibe de las cosas, tienen quizás el derecho de ser aceptadas momentáneamente, no como la realidad sino como una expresión de la realidad. ¿Acaso ésta no se muestra entonces al observador como la "caja negra" de los cibernéticos? Luego, éstos se contentan, cuando se sienten capaces de ello a partir de ciertos factores, con reproducir determinados efectos, decir que el efector que han realizado se comporta como el mecanismo ignorado contenido en la caja negra en la cual entran los mismos factores y produce los mismos efectos. La caja negra y el efector constituyen dos "estructuras" análogas.
 [...]
 Debemos intentar, nosotros a quienes interesa el problema de la vida, no ser exclusivamente especialistas y, sabiendo que no tendremos nunca más que un conocimiento parcial y humano de ese fenómeno esencial, intentar al menos una síntesis tan completa como sea posible de los diferentes aspectos conocidos bajo los cuales se presenta: físico, químico, fisiológico, psíquico, social, etc., en cada nivel de organización de la materia viva, de los seres más simples a los más complejos. Entonces comprobaremos ciertas relaciones, ciertos esquemas generales de organización que subsisten, para "disciplinas" variadas y diferentes grados de organización. Son los que nos permitirán quizás entrever ciertas reglas de ese juego único en el que nos vemos obligados a participar.»
 

viernes, 26 de mayo de 2017

"La espera".- Ha Jin (1956)


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Segunda parte
   3

«El verano siguiente Lin y Shuyu se presentaron de nuevo en la sección del juzgado que se ocupaba de los divorcios. La víspera de su partida a Wujia, Lin había hablado con ella, prometiéndole que después del divorcio cuidaría bien de ella y de su hija, y la mujer se mostró de acuerdo. Él le dijo que lo único que deseaba era tener un hogar en la ciudad.
 Aguardaron casi una hora en la sala de justicia antes de que apareciera el juez. Era un alto oficial de policía que acababa de ser ascendido al puesto de magistrado, un hombre tan corpulento que parecía no tener cuello. [...] Mientras se tocaba una verruga que tenía bajo la nariz, señaló a Lin con el dedo índice.
 -Bien, presente usted su caso -le ordenó.
 Lin empezó a hablar con un ligero tartamudeo.
 -Respetable señor juez, yo... he venido para rogarle que me permita divorciarme de mi mujer. Llevamos seis años de separación y ya no nos queremos. Según la ley matrimonial, todo ciudadano tiene la libertad de elegir una esposa o un mari...
 -Usted persone -le interrumpió el juez-. ¿Puedo recordarle que la ley no dice que todo hombre casado tenga derecho a divorciarse? Prosiga.
 Lin estaba aturdido. Permaneció un momento en silencio, sintiendo que el rostro le ardía. Entonces siguió diciendo con cautela:
 -Lo comprendo, camarada juez, pero mi esposa ya ha accedido al divorcio. Hemos llegado a un acuerdo y una vez divorciados le ayudaré económicamente a ella y a nuestra hija. Créame, soy un hombre responsable.
 Mientras él hablaba, Shuyu se cubría la boca con una hoja de papel arrugada. Cerraba los ojos como si le escociera el cuero cabelludo.
 Cuando Lin terminó de hablar, el juez se volvió hacia ella.
 -Tengo que hacerle algunas preguntas, camarada Shuyu Liu. Prométame que pensará a fondo en ellas antes de responderme-
 -Así lo haré -asintió ella.
 -¿Cuál es la verdadera razón de que su marido quiera divorciarse?
 -No tengo ni idea.
 -¿Está involucrada una tercera persona?
 -¿Qué quiere decir eso?
 El joven escribiente que estaba sentado detrás del juez y tomaba notas, sacudió la cabeza mientras sus ojos redondos parpadeaban.
 -Quiero decir que si él se relaciona con otra mujer -explicó el juez.
 -Creo que debe haber muchas a su alrededor en el ejército. Es un hombre apuesto, ¿sabe usted?
 El escribiente soltó una risita, pero el juez mantuvo la seriedad de su semblante.
 -Respóndame. ¿Sabe usted si tiene una relación sentimental con otra mujer?
 -No estoy segura. Dice que necesita una familia en la ciudad.
 -¿Una familia con otra mujer?
 -Es probable que se trate de eso.
-He de hacerle una última pregunta. ¿Todavía tiene usted sentimientos hacia él?
 -Oh, sí, desde luego -gimió ella, y entonces se echó a llorar como si la última pregunta la hubiera conmovido.
 -¿Todavía le ama?
 -Sí -asintió ella, enjugándose las lágrimas, demasiado emocionada para decir algo mas.
 El juez se volvió hacia su marido.
 -Bien, camarada, Lin Kong, debe usted confesar al tribunal si tiene una amante en la ciudad.
 -No tengo una amante, camarada juez -respondió Lin en voz temblorosa, dándose cuenta de que el juez quería involucrar a Manna en el caso.
 -Aunque no tenga usted una amante, ha de haber una aventura amorosa ilícita.
 -Jamás he tenido una aventura amorosa.
 -Entonces, ¿con quién va a formar una nueva familia en Muji? ¿Con otro hombre?
 -No, no. Con una amiga mía.
 -¿Cómo se llama?
 -¿Concierne eso a este asunto, camarada juez?
 -Claro que sí. Tenemos que investigar y averiguar su verdadera relación con ella antes de que podamos tomar una decisión sobre su solicitud de divorcio.
 -Ella no tiene nada que ver con esto. Nuestra relación es de pura camaradería.
 -¿Entonces por qué se muestra usted tan reacio a decirme su nombre y la unidad en la que presta sus servicios? ¿Se siente avergonzado o acaso quiere ocultar algo?
 -Yo... Yo... -el sudor humedecía el rostro de Lin.
[...] Tras aguardar casi dos minutos, el juez se aclaró la garganta y concluyó:
 -Muy bien. Si no hubiera hecho usted nada de lo que debiera avergonzarse, no temería que un fantasma llamara a su puerta. No podemos seguir adelante con este caso hasta que nos diga el nombre de la mujer, su edad, su lugar de trabajo y su estado civil. Váyase a casa y vuelva cuando pueda aportar la información necesaria. Entretanto, debe tratar a su esposa con decencia, como a una amiga y camarada. El tribunal verificará si lo hace así -sonrió con un ojo cerrado y muy apretado.
 Lin supo que era inútil discutir.
 -De acuerdo, volveremos -dijo tímidamente.
 [...]
 Mientras la pareja estaba en la sala de justicia, Bensheng y una docena de hombres de su pueblo habían permanecido en el exterior, blandiendo palas, mayales, azadones y varas. Amenazaban con armar alboroto si los jueces concedían el divorcio a Lin. Una muchedumbre se había congregado en la calle, pues creían que los enfurecidos aldeanos darían una paliza al marido infiel y nadie quería perderse el espectáculo. El juez llamó al departamento militar del distrito, que envió de inmediato un pelotón de la milicia para mantener el orden ante el juzgado. [...]
 -Ni siquiera un emperador tiene la libertad de divorciarse -intervino una anciana desdentada.» 
 

jueves, 25 de mayo de 2017

"Las ruinas de Palmira o Meditación sobre las revoluciones de los imperios".- Conde de Volney (1757-1820)

 
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 Capítulo primero: El Viage

 «El año undécimo del reynado de Abd~al-IIamid, hijo de Ahmedo, emperador de los Turcos; quando los Rusos victoriosos se apoderaron de la Krimea, y plantaron sus banderas en frente de Consfeantinopla, viajaba yo por el Imperio de los Otomanos, y recorria las provincias que en otro tiempo formaron los reynos de Egypto y de Syria.
  Fixando toda mi atención en lo que concierne á la felicidad de los hombres en el estado social, entraba en los pueblos, y estudiaba las costumbres de sus habitantes; penetraba en los palacios, y observaba la conducta de los que gobiernan; me dirigía después hacia los campos, y examinaba la condición de los hombres que los cultivan: y no viendo en todas partes sino iniquidades y destrozos, sino miseria y tiranía, estaba mi corazón oprimido de tristeza y de indignación.
 Todos los dias hallaba en mi ruta campos abandonados, pueblos desiertos y ciudades arruinadas. Con mucha freqüencia encontraba también monumentos antiquísimos, y reliquias de templos, de palacios y de fortalezas, de columnas, de aqüeductos y de mausoleos y este espectáculo excitó mi espíritu á meditar sobre los tiempos pasados, y suscitó en mi mente pensamientos graves y profundos.
 Así llegué á la población de Hems, sobre las riberas del Oronto; y hallándome cerca de Palmira, situada en el desierto, resolví conocer por mí mismo sus monumentos tan ponderados: al cabo de tres dias de marcha en las soledades mas áridas, habiendo atravesado un valle lleno de grutas y de sepulturas, observé repentinamente, al salir de este valle, una inmensa llanura con la escena mas asombrosa de ruinas colosales; era una multitud innumerable de soberbias columnas derechas, que, qual las alamedas de nuestros jardines, se extendían hasta perderse de vista en filas simétricas y hermosas. Entre estas columnas había grandes edificios, los unos enteros, los otros medio destruidos. Por todas partes estaba el terreno lleno de vestigios semejantes, de cornisas, de capiteles, de fustes, de entablamentos, y de pilastras, todo de mármol blanco, y de un trabajo exquisito. Después de tres quartos de hora de camino en la prolongación de estas ruinas, entré en el recinto de un vasto edificio, que fué antiguamente un templo dedicado al Sol; admití la hospitalidad de unos pobres paisanos árabes, que habían establecido sus chozas sobre el pavimento mismo del templo; y resolví detenerme allí algun tiempo, para considerar por menor la belleza de tantas y tan suntuosas obras.
  Todos los dias salía á visitar alguno de los monumentos que cubrían la llanura; y una tarde, que, ocupado mi espíritu en serias reflexiones, me habia adelantado hasta el Valle de los Sepulcros, subi á las alturas que lo rodean, y desde las quales á un mismo tiempo domina la vista la totalidad de las ruinas y la inmensidad del desierto. El sol se acababa de poner, y una zona rojiza marcaba todavía su curso en el horizonte lejano de los montes de Syria ; la luna llena se levantaba hacia el oriente, sobre un fondo azulado, en las riberas planas del Eufrates; el cielo estaba despejado, el ayre en calma; la luz espirante del día minoraba el horror de las tinieblas; la frescura naciente de la noche calmaba el fuego de la abrasada tierra, y los pastores habían retirado sus camellos; la vista no percibía ya movimiento alguno sobre la llanura monótona y sombría; un silencio profundo reynaba en el desierto, y solo á intervalos remotos se oían los lúgubres acentos de algunos páxaros nocturnos y de algunos chacales.... Las sombras se aumentaban, y ya no distinguían mis ojos en los crepúsculos mas que lo blanco de las columnas y los muros… Estos lugares solitarios, esta noche apacible, esta escena magestuosa , imprimieron en mi ánimo un recogimiento religioso. El aspecto de una grande ciudad desierta, la memoria de los pasados tiempos, la comparación del estado actual, todo elevó mi mente a las reflexiones mas sublimes. Sentado sobre el fuste de una columna, apoyando el codo sobre mi rodilla, sostenida la cabeza con la mano, y dirigiendo mis miradas al desierto, ó fixándolas sobre las ruinas, me abandoné á una meditación profunda.

Capítulo II: La meditación.

  Aquí, decía yo, aquí floreció en otro tiempo una ciudad opulenta; aquí existió un imperio poderoso. Sí, en estos mismos lugares, ahora tan desiertos, una multitud de vivientes animaba en otros tiempos sus recintos; un gentío inmenso circulaba entonces por estos propios caminos tan tristes al presente y solitarios. En estos muros, donde reyna hoy dia un silencio tan tétrico, resonaron el eco de las artes, y los gritos alegres de las festividades públicas: estos mármoles amontonados formaban palacios bien construidos; estas columnas derribadas adornaban la magestad de los templos; estas galerías destruidas rodeaban las plazas públicas. Aquí concurría un pueblo numeroso á llenar los deberes respetables de su culto, y atender á los cuidados importantes de su mantenimiento. Allí una industria creadora de las comodidades atraía las riquezas de todos los climas, y se veían cambiar la púrpura de Tyro por el precioso hilo de Sérico; los texidos delicados de Cachemir por los tapices fastuosos de la Lydia; el ámbar del Báltico por las perlas y los perfumes árabes; y el oro de Ofir por el estaño de Thuléa. 
 Pero ahora he aquí lo que existe de una ciudad tan poderosa; ¡un lúgubre esqueleto! He aquí lo que queda de una vasta dominación, ¡un recuerdo confuso y vano! Al concurso estrepitoso que se reunia baxo estos pórticos, ha sucedido una soledad de muerte. El silencio de las tumbas reemplaza ahora el bullicio de las plazas públicas. La opulencia de una ciudad de comercio se ha cambiado en una miseria horrorosa. Los palacios de los reyes se han convertido en guaridas de fieras; los ganados se arredilan en el umbral de los templos, y los reptiles inmundos habitan los santuarios de los Dioses. ¡Ah ! ¡cómo se ha eclipsado tanta gloria!... ¡Cómo se han anonadado tantos afanes! ¡De este modo perecen las obras de los hombres! ¡De este modo sucumben los imperios y las naciones!
  Y la historia de los tiempos pasados representándose al vivo en mi mente, me recordó aquellos siglos antiguos en que veinte pueblos lamosos existían en estos parages: me figuré al Asyrio sobre las riberas del Tigris, al Caldeo sobre las del Eufrates, y al Persa reynando desde el Indo al Mediterráneo. Conté los reynos de Damasco, de Idumea, de Jerusalem, de Samaria, los estados belicosos de los Filisteos y las repúblicas comerciantes de la Fenicia. Esta Syria, decia yo, hoy en dia casi despoblada, contaba entonces cien ciudades poderosas. Sus campos estaban cubiertos de villas, de lugares, y de aldeas. Por todas partes se veían tierras cultivadas, caminos concurridos, y habitantes diligentes. ¡Ah! ¿donde estan esas épocas de abundancia y de vida? ¿Qual es la suerte de esas brillantes creaciones de la mano del hombre? ¿Donde existen aquellos baluartes de Ninive, aquellos muros de Babylonia, aquellos palacios de Persépolis, aquellos templos de Balbek y de Jerusalem ? ¿Donde se hallan esas flotas de Tyro, esos astilleros de Arad, esos talleres de Sidon, y esa multitud de marineros, de pilotos, de mercaderes y soldados? ¿Y aquellos labradores y aquellas cosechas y aquellos ganados y toda aquella creación inmensa de seres animados de que se envanecia la superficie de la tierra, donde estan?...  ¡Ah! ¡Yo la he recorrido, esta tierra devastada! Yo he visitado los lugares que fueron el teatro de tanto esplendor, y solo he visto en ellos desolación y soledad... He buscado los antiguos pueblos y sus obras magníficas, y solo he visto rastros parecidos á los que dexa el pie del caminante sobre el polvo movedizo: los templos cayeron, los palacios se desmoronaron, los puertos desaparecieron, los pueblos han sido destruidos, y la tierra, desnuda de habitantes, no es masque un espacio desolado y cubierto de sepulcros ¡ Gran Dios ! ¿De donde vienen tan funestos trastornos? ¿Por qué causas se ha mudado tanto la suerte de estas regiones? ¿Por qué han desaparecido tantas ciudades? ¿Por qué no se ha reproducido y conservado su antigua é inmensa población?
 Entregado de esta suerte á mis meditaciones, se presentaban incesantemente á mi espíritu pensamientos nuevos. Todo, continuaba yo, extravía mi raciocinio, y aflige mi corazón con turbaciones e  incertidumbres. Quando estas comarcas disfrutaban de lo que constituye la gloria y la felicidad de los hombres, eran pueblos infieles los que las habitaban; eran los Fenicios, sacrificadores homicidas de Molok, que reunían cuestos muros las riquezas de todos los climas; eran los Caldeos , prosternados delante de una serpiente, que subyugaban ciudades opulentas, y despojaban los palacios de los reyes y los templos de los dioses; eran los Persas, adoradores del  fuego, que recogían los tributos de cien naciones; eran los habitantes de esta misma ciudad, adoradores del sol y de los astros,  que elevaban tantos monumentos de prosperidad y de luxo.... Ganados numerosos, campos fértiles, cosechas abundantes, todo quanto debiera ser el precio justo de la piedad se hallaba en poder de estos idólatras y ahora que los pueblos creyentes y santos ocupan estos sitios, todo se ha convertido en desierto y esterilidad. La tierra no produce sino abrojos y espinos baxo estas manos benditas. El hombre siembra con afanes, y solo coge inquietudes y lágrimas; la guerra, el hambre y la peste le acometen por todas partes. Y sin embargo, ¿no son estos los hijos de los profetas? ¿Este Musulman, este Christiano, este Judío, no son por ventura los pueblos elegidos del cielo, colmados de gracias y milagros? ¿Por qué, pues, no gozan de los mismos favores estas castas privilegiadas? ¿Por qué estas tierras, santificadas con la sangre de los mártires, se ven ahora privadas de los beneficios precedentes?»