martes, 8 de octubre de 2019

Contra la "identidad".- Philip Pullman (1946)

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Contra la identidad

«En 2006, el gobierno británico sometió a aprobación una ley por la que se prohibía hablar o actuar de un modo que expresara lo que sus proponentes denominaban "odio religioso". No hará falta decir que había una buena razón para ello: los gobiernos siempre tienen una buena razón para obrar mal. "Es nuestra firme intención -decían- proporcionar a las personas de todos los credos religiosos la misma cobertura legal contra la incitación al odio basada en su religión."
 Lo malo de aquella proposición de ley era, evidentemente, que iba en grave detrimento de la libertad de expresión; y yo, como otros muchos escritores, me puse instintivamente en contra. Tratando de discernir el motivo de esta reacción mía, di en plantearme cada vez más en serio la cuestión de la "identidad", porque ahí parece estar el "quid" del problema. Nuestra "identidad" ¿en función de lo que somos, de lo que hacemos, o de ambos factores?
 Me parece que:
 1.-Podemos controlar lo que hacemos, pero no lo que somos.
 2.-Por otra parte, y simultáneamente, lo que hacemos depende de lo que somos (de lo que hemos de hacer con ello), y lo que somos puede verse modificado por lo que hacemos.
 3.-Lo que hacemos es moralmente significante. Lo que somos, no.
 4.-Con respecto al pasado: para algunos de nosotros tiene importancia saber que nuestros antepasados proceden de esta o aquella parte del mundo, conocer un poco la historia de nuestra familia, percibir que estamos conectados a un entorno, o a una lengua, o a un clima, o a una forma artística de expresión, o a una religión que nuestros antepasados consideraron propia.
 5.-Con respecto al presente: para todos nosotros es importante percibir nuestra adscripción a algún lugar o a algún grupo que de algún modo se nos asemeja. Necesitamos ser libres de vivir en  un lugar y entre unas personas que nos hacen sentirnos en casa, y no en el destierro, ni amenazados.
 6.-La alabanza o la condena, la virtud o la culpa, han de aplicarse a nuestros actos, no a nuestra ascendencia ni a nuestra adscripción a este o aquel grupo.
 7.-Las creencias religiosas o la fe son, en parte, resultado del temperamento. Mi temperamento puede inclinarme al escepticismo; el de otras personas puede inclinarlas a creer en las fuerzas sobrenaturales. En lo que atañe al componente temperamental de nuestras creencias, mi escepticismo no debe ser motivo de condena o alabanza, como tampoco la fe de otras personas.
 8.-Es cuando actuamos según nuestras creencias cuando entran en juego la alabanza o la condena. Ahí termina el componente temperamental de la religión y empieza el componente moral.
 Oficialmente, Gran Bretaña sigue siendo un país cristiano. La iglesia cristiana o, para ser más exactos, su parte anglicana, se halla estrechamente involucrada en los grandes rituales de la vida pública, como las coronaciones y los funerales de Estado; se reza al inicio de las sesiones parlamentarias; los obispos de la Iglesia de Inglaterra tienen derecho a un escaño en la Casa de los Lores; hay una ley contra la blasfemia que protege a la religión cristiana; los herederos del trono no pueden casarse con personas de religión católica.
 […]
 En alguno de sus aspectos, esta actitud es consecuencia directa del énfasis que pone la Iglesia reformada en la justificación por vía de la fe. No importaban las buenas obras que hicieras: tenías que comprometerte con la fe para acceder al perdón y la sanación por lo que pasabas a formar parte de los justos, quedando ya transformado para siempre. De ahí el moderno fenómeno norteamericano del renacimiento: nacer de nuevo no consiste sólo en modificar el comportamiento. Es tener una nueva "identidad", dejar atrás al pecador que fuimos, ser una persona distinta.
 Pero el énfasis en la interioridad de la "identidad" tiene unas raíces muy profundas.
 […]
 En su manifestación más extremada, esta actitud puede llevar a una especie de disonancia cognoscitiva, cuando alguien se arroga una "identidad" interior que no guarda relación alguna con sus actos. "Sí, he matado a mi mujer y a mis hijos, pero soy una buena persona." El New York Times pone en boca del abogado defensor de un jefe de los boyscouts condenado hace poco por pornografía infantil las siguientes palabras: "No me queda más remedio que decírselo a ustedes: es un buen hombre."
 De manera que "ser", a ojos de muchas personas, posee aparentemente su propia condición moral, que puede ser buena o mala, pero que se resiste a toda forma de cambio, excepto el milagroso (nacer de nuevo). "Ser" manda en "hacer". No resulta nada fácil reflejar el desconcierto y el disgusto que genera en mí esta actitud con respecto a la "identidad". Creo, con bastante apasionamiento, que lo que somos en verdad es cuestión privada, algo casi infinitamente complejo y ambiguo, interno y externo al mismo tiempo, y de naturaleza doble, o triple, o múltiple, y en gran parte misterioso, incluso para nosotros mismos; y, además, que lo que somos es sólo una parte de nosotros, porque la identidad, a diferencia de la "identidad", debe incluir lo que hacemos. Y me parece que encontrarse, en todos los aspectos de esta complejidad, reducido a ojos del público a una propiedad que aparentemente incluye todas las demás ("gay", "negro", "musulmán", lo que sea) equivale a ser víctima de una extraordinaria vulgaridad intelectual. Literalmente, vulgar de "vulgus". Pensamiento de muchedumbre.»

    [El texto pertenece a la edición en español de Seix Barral, 2010, en traducción de Ramón Buenaventura. ISBN: 978-84-322-4320-2.]

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