Disciplina
I.-Los cuerpos dóciles
«A estos métodos que permiten el
control minucioso de las operaciones del cuerpo, que garantizan la sujeción
constante de sus fuerzas y les imponen una relación de docilidad-utilidad, es a
lo que se puede llamar las "disciplinas". Muchos procedimientos disciplinarios
existían desde largo tiempo atrás, en los conventos, en los ejércitos, también
en los talleres. Pero las disciplinas han llegado a ser en el trascurso de los
siglos XVII y XVIII unas fórmulas generales de dominación. Distintas de la
esclavitud, puesto que no se fundan sobre una relación de apropiación de los
cuerpos, es incluso elegancia de la disciplina prescindir de esa relación
costosa y violenta obteniendo efecto de utilidad tan grande por lo menos.
Distintas también de la domesticidad, que es una relación de dominación
constante, global, masiva, no analítica, ilimitada, y establecida bajo la forma
de la voluntad singular del amo, su "capricho". Distintas del
vasallaje, que es una relación de sumisión extremadamente codificada, pero
lejana y que atañe menos a las operaciones del cuerpo que a los productos del
trabajo y a las marcas rituales del vasallaje. Distintas también del ascetismo
y de las "disciplinas" de tipo monástico, que tienen por función
garantizar renunciaciones más que aumentos de utilidad y que, si bien implican
la obediencia a otro, tienen por objeto principal un aumento del dominio de
cada cual sobre su propio cuerpo. El momento histórico de las disciplina es el
momento en que nace un arte del cuerpo humano, que no tiende únicamente al
aumento de sus habilidades, ni tampoco a hacer más pesada su sujeción, sino a
la formación de un vínculo que, en el mismo mecanismo, lo hace tanto más
obediente cuanto más útil, y al revés. Fórmase entonces una política de las
coerciones que constituyen un trabajo sobre el cuerpo, una manipulación
calculada de sus elementos, de sus gestos, de sus comportamientos. El cuerpo
humano entra en un mecanismo de poder que lo explora, lo desarticula y lo recompone.
Una "anatomía política", que es igualmente una "mecánica del poder",
está naciendo; define cómo se puede hacer presa en el cuerpo de los demás, no
simplemente para que ellos hagan lo que se desea, sino para que operen como se
quiere, con las técnicas, según la rapidez y la eficacia que se determina. La
disciplina fabrica así cuerpos sometidos y ejercitados, cuerpos
"dóciles". La disciplina aumenta las fuerzas del cuerpo (en términos económicos
de utilidad) y disminuye esas mismas fuerzas (en términos políticos de
obediencia). En una palabra: disocia el poder del cuerpo; de una parte, hace de
este poder una "aptitud", una "capacidad" que trata de aumentar,
y cambia por otra parte la energía, la potencia que de ello podría resultar, y
la convierte en una relación de sujeción estricta. Si la explotación económica
separa la fuerza y el producto del trabajo, digamos que la coerción disciplinaria
establece en el cuerpo el vínculo de coacción entre una aptitud aumentada y una
dominación acrecentada.
La
"invención" de esta nueva anatomía política no se debe entender como
un repentino descubrimiento, sino como una multiplicidad de procesos con frecuencia
menores, de origen diferente, de localización diseminada, que coinciden, se
repiten, o se imitan, se apoyan unos sobre otros, se distinguen según su
dominio de aplicación, entran en convergencia y dibujan poco a poco el diseño
de un método general. Se los encuentra actuando en los colegios, desde hora
temprana más tarde en las escuelas elementales; han invadido lentamente el
espacio hospitalario, y en unas décadas han reestructurado la organización
militar. Han circulado a veces muy de prisa y de un punto a otro (entre el
ejército y las escuelas técnicas o los colegios y liceos), otras veces
lentamente y de manera más discreta (militarización insidiosa de los grandes
talleres). Siempre, o casi siempre, se han impuesto para responder a exigencias
de coyuntura: aquí una innovación industrial, allá la recrudescencia de ciertas
enfermedades epidémicas, en otro lugar la invención del fusil o las victorias
de Prusia. Lo cual no impide que se inscriban en total en unas trasformaciones
generales y esenciales que será preciso tratar de extraer.
No se trata de hacer aquí la historia de las
diferentes instituciones disciplinarias, en lo que cada una pueda tener de
singular, sino únicamente de señalar en una serie de ejemplos algunas de las
técnicas esenciales que, de una en otra, se han generalizado más fácilmente.
Técnicas minuciosas siempre, con frecuencia ínfimas, pero que tienen su
importancia, puesto que definen cierto modo de adscripción política y detallada
del cuerpo, una nueva "microfísica" del poder; y puesto que no han
cesado desde el siglo XVII de invadir dominios cada vez más amplios, como si
tendieran a cubrir el cuerpo social entero. Pequeños ardides dotados de un gran
poder de difusión, acondicionamientos sutiles, de apariencia inocente, pero en
extremo sospechosos, dispositivos que obedecen a inconfesables economías, o que
persiguen coerciones sin grandeza, son ellos, sin embargo, los que han provocado
la mutación del régimen punitivo en el umbral de la época contemporánea.
Describirlos implicará el estancarse en el detalle y la atención a las
minucias: buscar bajo las menores figuras no un sentido, sino una precaución;
situarlos no sólo en la solidaridad de un funcionamiento, sino en la coherencia
de una táctica. Ardides, menos de la gran razón que trabaja hasta en su sueño y
da sentido a lo insignificante, que de la atenta "malevolencia" que
todo lo aprovecha. La disciplina es una anatomía política del detalle.
Para advertir las impaciencias, recordemos al
mariscal de Sajonia: "Aunque quienes se ocupan de los detalles son
considerados como personas limitadas, me parece, sin embargo, que este aspecto
es esencial, porque es el fundamento, y porque es imposible levantar ningún
edificio ni establecer método alguno sin contar con sus principios. No basta
tener afición a la arquitectura. Hay que conocer el corte de las piedras."
(226) De este "corte de las piedras"
se podría escribir toda una historia, historia de la racionalización utilitaria
del detalle en la contabilidad moral y el control político. La era clásica no
la ha inaugurado; la ha acelerado, ha cambiado su escala, le ha proporcionado
instrumentos precisos y quizá le ha encontrado algunos ecos en el cálculo de lo
infinitamente pequeño o en la descripción de las características más sutiles de
los seres naturales. En todo caso, el "detalle" era desde hacía ya
mucho tiempo una categoría de la teología y del ascetismo: todo detalle es
importante, ya que a los ojos de Dios, no hay inmensidad alguna mayor que un
detalle, pero nada es lo bastante pequeño para no haber sido querido por una de
sus voluntades singulares. En esta gran tradición de la eminencia del detalle
vendrán a alojarse, sin dificultad, todas las meticulosidades de la educación
cristiana, de la pedagogía escolar o militar, de todas las formas finalmente de
encarnamiento de la conducta. Para el hombre disciplinado, como para el
verdadero creyente, ningún detalle es indiferente, pero menos por el sentido
que en él se oculta que por la presa que en él encuentra el poder que quiere
aprehenderlo. Característico, ese gran himno a las "cosas pequeñas" y
a su eterna importancia, cantado por Juan Bautista de La Salle, en su Tratado
de las obligaciones de los hermanos de las Escuelas Cristianas. La mística
de lo cotidiano se une en él a la disciplina de lo minúsculo. "¡Cuan
peligroso es no hacer caso de las cosas pequeñas! Una reflexión muy consoladora
para un alma como la mía, poco capaz de grandes acciones, es pensar que la
fidelidad a las cosas pequeñas puede elevarnos, por un progreso insensible, a
la santidad más eminente; porque las cosas pequeñas disponen para las
grandes... Cosas pequeñas, se dirá, ¡ay, Dios mío!, ¿qué podemos hacer que sea
grande para vos, siendo como somos, criaturas débiles y mortales? Cosas
pequeñas; si las grandes se presentan, ¿las practicaríamos? ¿No las creeríamos
por encima de nuestras fuerzas? Cosas pequeñas; ¿y si Dios las acepta y tiene a
bien recibirlas como grandes? Cosas pequeñas; ¿se ha experimentado? ¿Se juzga
de acuerdo con la experiencia? Cosas pequeñas; ¿se es tan culpable, si
considerándolas tales, nos negamos a ellas? Cosas pequeñas; ¡ellas son, sin
embargo, las que a la larga han formado grandes santos! Sí, cosas pequeñas;
pero grandes móviles, grandes sentimientos, gran fervor, gran ardor, y, por
consiguiente, grandes méritos, grandes tesoros, grandes recompensas." (227)
La minucia de los reglamentos, la mirada puntillosa de las inspecciones, la
sujeción a control de las menores partículas de la vida y del cuerpo darán
pronto, dentro del marco de la escuela, del cuartel, del hospital o del taller,
un contenido laicizado, una racionalidad económica o técnica a este cálculo
místico de lo ínfimo y del infinito. Y una Historia del Detalle en el siglo
XVIII, colocada bajo el signo de Juan Bautista de La Salle, rozando a Leibniz y
a Buffon, pasando por Federico II, atravesando la pedagogía, la medicina, la
táctica militar y la economía, debería conducir al hombre que había soñado, a
fines del siglo, ser un nuevo Newton, no ya el de las inmensidades del cielo o
de las masas planetarias, sino de los "pequeños cuerpos", de los
pequeños movimientos, de las pequeñas acciones; al hombre que respondió a Monge
("No había más que un mundo que descubrir"): "¿Qué es lo que
oigo? El mundo de los detalles, ¿quién ha pensado jamás en ese otro, en ése?
Yo, desde los quince años creía en él. Me ocupé de él entonces, y este recuerdo
vive en mí, como una idea fija que no me abandona jamás... Este otro mundo es
el más importante de todos cuantos me había lisonjeado de descubrir: pensar en
ello me parte el corazón." (228) No lo descubrió; pero sabido es que se
propuso organizarlo, y que quiso establecer en torno suyo un dispositivo de
poder que le permitiera percibir hasta el más pequeño acontecimiento del Estado
que gobernaba; pretendía, por medio de la rigurosa disciplina que hacía reinar,
"abarcar el conjunto de aquella vasta máquina sin que, no obstante,
pudiera pasarle inadvertido el menor detalle" (229).
Una
observación minuciosa del detalle, y a la vez una consideración política de
estas pequeñas cosas, para el control y la utilización de los hombres, se abren
paso a través de la época clásica, llevando consigo todo un conjunto de técnicas,
todo un corpus de procedimientos y de saber, de descripciones, de recetas y de datos. Y de estas fruslerías, sin duda, ha nacido el hombre
del humanismo moderno (230).»
(226) Maréchal de Saxe, Mes
réveries, t. I. Avant-propos, p. 5.
(227) J.-B. de La Salle, Traite
sur les obligations des frères des Écoles chrétiennes, edición de 1783, pp.
238-239.
(228) E. Geoffroy Saint-Hilaire
atribuye esta declaración a Bonaparte, en la Introducción a las Notions
synthétiques et historiques de philosophie naturelle.
(229) J. B. Treilhard, Motifs du code
d'instruction criminelle, 1808, p. 14.
(230) Elegiré los ejemplos de
las instituciones militares, médicas, escolares e industriales. Otros ejemplos
podrían tomarse de la colonización, la esclavitud y los cuidados de la primera
infancia.
[El texto pertenece a la edición en español de Siglo Veintiuno Editores Argentina, 2003, en traducción de Aurelio Garzón del Camino. ISBN: 987-98701-4-X.]
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