viernes, 30 de noviembre de 2018

La Revolución Industrial.- Thomas S. Ashton (1889-1968)


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IV.-Capital y trabajo
I

«La revolución industrial fue asunto no sólo de tecnología sino también de economía: consistió en cambios en el volumen y en la distribución de la riqueza, a la vez que en los métodos por los cuales dicha riqueza se dirigió hacia fines específicos. Hubo, en realidad, una estrecha conexión entre los dos movimientos. Sin las invenciones la industria hubiese tal vez continuado su lento progreso -aumentando las compañías, extendiéndose el comercio, mejorándose la división del trabajo y haciendo de los transportes y finanzas sistemas más especializados y eficaces-, pero no habría habido revolución industrial. Por otra parte, sin los recursos recién descubiertos las invenciones muy difícilmente se hubieran realizado, y su aplicación hubiese sido muy limitada. Fue, pues, el crecimiento de los ahorros y la facilidad con la cual se pusieron a disposición de la industria, lo que hizo posible a la Gran Bretaña recoger le cosecha debido a su ingenio.
 Muy amplio ha sido el debate que procura determinar el origen del capital que se invirtió en las nacientes industrias. Algunos opinan que provino de la tierra, en tanto otros señalan el comercio exterior, y unos terceros creen haber descubierto su fuente en una corriente que iba de las industrias secundarias a las primarias, siempre en el interior del país. Pero a cada argumento que en uno u otro sentido se hace valer, es posible contraponer razones de igual peso. Muchos propietarios o agricultores, como Robert Peel, pasaron a la industria; pero numerosos otros con éxito, como Arkwright, compraron tierras y terminaron su vida como progresistas terratenientes. Gran número de comerciantes, como Anthony Bacon, reinvirtieron sus beneficios en minas o en manufacturas, pero muchos industriales, como Sampson, Nehemiah Lloyd y Peter Stubs empezaron a vender sus productos, mas también a trocarlos por otros. Muchos artesanos que trabajaban los metales, como Abraham Darby, establecieron altos hornos y fundiciones y abrieron minas; pero muchos mineros e industriales del hierro se iniciaron en la ferretería y en la industria de la fabricación de herramientas. Si terratenientes tales como el Duque de Bridgewater invirtieron su capital en caminos de portazgo y en canales, lo propio hicieron industriales como Wedgwood. En resumen, debe decirse que las corrientes fueron muchas, y caminaron en todas direcciones, en tanto la riqueza aumentaba en una rama y las oportunidades en otra; no puede afirmarse que haya sido una sola zona de la economía y de la actividad humana de donde hayan soplado los vientos del tráfico.
 Al principio del período, muchas de las unidades industriales se componían de pequeñas empresas familiares, o bien de consorcios de dos o tres amigos. En la mayoría de las industrias el capital invertido no era mayor que el que un fabricante casero o aun un jornalero podía proporcionar con sus ahorros. Si acaso se obtenía algún beneficio, se invertía con frecuencia en agrandar la fábrica, pues la "resiembra" (ploughing back) no es, como algunos suponen, un descubrimiento hecho por los Estados Unidos durante el siglo XX. Las primeras etapas de acumulación de la acumulación de capital se ilustran  muy bien por citas tomadas del diario de Samuel Walker, de Rotherham:
 1741.-Durante los meses de octubre o noviembre de este año, Samuel y Aaron Walker construyeron un horno de tiro de aire, en la antigua herrería del fabricante de clavos situado en el trascorral de la choza de Samuel Walker en Grenoside; se añadieron algunas cosas menores, una o dos chozas, techadas con barro, donde se instalaron después de reconstruir una vez la chimenea, y más de una vez el horno; Samuel Walker enseñaba en la escuela de Grenoside y Aaron Walker fabricaba clavos, segaba o trasquilaba según la época del año.
 1743.-Aaron Walker comenzó a recibir mayor trabajo como industrial y sus jornales alcanzaban la suma de cuatro chelines a la semana, con los que podía vivir...
 1745.-En este año, Samuel Walker, en vista del aumento de los negocios, se vio obligado a abandonar su puesto docente; se construyó una casa, en un extremo de la antigua choza, pues consideró que su posición era permanente; tanto Samuel como Aaron se señalaron diez chelines semanales de jornal, a fin de mantener a sus familias.
 Para entonces el capital de la firma se valoró en cuatrocientas libras esterlinas, pero éste se incrementó el siguiente año con: cien libras aportadas por Jonathan Walker, hermano de los anteriores, cincuenta por John Crawshaw -que antes había sido empleado de los socios "pagándole lo que podíamos, a razón de doce peniques diarios"-, y cincuenta por el propio Samuel. Con esta base los socios establecieron en Masborough primero una fundición y, después, un alto horno. El cuento de que la fortuna de Samuel Walker se debió a que robó a Huntsman el secreto de un crisol para fabricar acero, carece de todo fundamento; no fueron tales métodos, sino el trabajo incesante, la frugalidad e integridad, lo que lo llevaron al éxito. Año tras año algo se añadía, grande o pequeño, a la fábrica; en 1754 un almacén y un pequeño buque -bautizado con el característico nombre de La Industria-, el cual comenzó a navegar en el río; cuatro años más tarde, los socios cavaron "un corte navegable", "mejoraron el camino de Holmes a Masbro y las veredas hacia Tinsley; gloria sea dada a Dios", en 1764 añadieron a su establecimiento "una amplia galería para la fabricación de sartenes". No fue sino hasta 1757, al alcanzar el capital la suma de 7.500 libras esterlinas, cuando los Walkers se permitieron asignarse un dividendo de 140 libras; y durante toda la vida de la empresa, los dividendos que llegaron a distribuirse fueron bien escasos. Para 1774, el capital había alcanzado la suma de 62.500 libras esterlinas; a esto se agregaron las ganancias de la fabricación de cañones durante la guerra con los Estados Unidos, las cuales, invertidas también, aumentaron el capital, para 1782, a 128.000 libras esterlinas. [...]
 Muchas son las críticas que se les pueden hacer a los primeros emprendedores industriales, pero entre ellas seguramente no cabe incluir la de una complacencia excesiva consigo mismos. Los registros de una compañía tras otra no hacen sino repetir la historia de los hermanos Walker: los propietarios convenían en señalarse escasos jornales, restringían sus gastos caseros y reinvertían sus beneficios. Fue así como Wedgwood, Gott, Crawshay, Newton, Chambers y Cía. y muchos otros, formaron sus grandes empresas.»
 
  [El texto pertenece a la edición en español de la editorial Fondo de Cultura Económica, 2008, en traducción de Francisco Cuevas Cancino. ISBN: 97-896-8168-517-1.]

jueves, 29 de noviembre de 2018

Todos nosotros. Poesía reunida.- Raymond Carver (1938-1988)


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A mi hija

«Es demasiado tarde para maldecirte, para desearte,
digamos, la fealdad, como Yeats hizo con su hija. Cuando
la vimos en Sligo vendiendo sus cuadros, había funcionado:
era la mujer más fea y más vieja de Irlanda. / Pero estaba a salvo.
Durante mucho tiempo no entendí / sus motivos. En cualquier caso, es demasiado tarde,
como digo. Ya eres mayor y preciosa. / Eres una borracha preciosa, hija.
Pero una borracha. No puedo decir que se me parta
el corazón. No tengo corazón cuando se trata 
de la bebida. Es triste, sí. Sólo Dios lo sabe. / Tu viejo amigo, ése al que llaman Silo, ha regresado
a la ciudad y el alcohol ha vuelto a correr de nuevo. / Llevas tres días borracha, me dices,
cuando sabes jodidamente bien que la bebida es veneno / para nuestra familia. ¿No te servimos de ejemplo
tu madre y yo? Dos personas / que se querían a golpes,
que acabaron a golpes con el amor que se tenían, vaciando vaso tras vaso,
maldiciones, desgracias, traiciones. / ¡Debes de estar loca! ¿No has tenido suficiente?
¿Quieres matarte? Puede que sea eso. A lo mejor / creo que te conozco y no te conozco.
No te estoy tomando el pelo, niña. ¿Quién te toma el pelo? / Hija, no debes beber.
Las últimas veces que nos vimos lo habías dejado. / El cuello escayolado y además
un dedo entablillado, gafas oscuras para ocultar / el moratón en el ojo. Un labio
que un hombre debería besar en vez de partir. / ¡Oh, Dios, Dios, Dios!
Tienes que intentarlo ya. / ¿Me oyes? ¡Despierta! Tienes que cortar con esto
y empezar de nuevo. Tienes que dejarlo por completo. Te lo estoy pidiendo.
Vale, sólo te lo digo. Mira, el destino de nuestra familia
es el despilfarro, no el ahorro. Pero puedes cambiar las cosas. / ¡Debes hacerlo, no tienes más remedio!
Hija, no bebas. / Te matará. Como hizo con tu madre y conmigo.
Así.
 
Mi muerte
Si tengo suerte, estaré conectado / a una cama de hospital. Tubos
por la nariz. Pero intentad no asustaros, amigos. / Os digo desde ahora que está bien así.
Poco se puede pedir al final. / Espero que alguien telefonee a los demás
para decir, "¡ven rápido, se está yendo!" / Y vendrán. Así tendré tiempo
para despedirme de las personas que amo. Si tengo suerte, darán un paso adelante
para que pueda verles por última vez / y llevarme ese recuerdo.
Puede que bajen la mirada ante mí y quieran echar a correr
y aullar. Pero, al menos, puesto que me quieren, / me cogerán la mano y me dirán "Valor"
o "Todo va a ir bien". / Y tienen razón. Todo va a ir bien.
Me basta con que sepas lo feliz que me has hecho. / Sólo espero que siga la suerte y pueda mostrar
mi agradecimiento. / Que pueda abrir y cerrar los ojos para decir
"Sí, te escucho. Te entiendo". / Incluso que pueda llegar a decir algo así:
"También yo te quiero. Sé feliz". / ¡Así lo espero! Pero no quiero pedir demasiado.
Si no tengo suerte, si no la merezco, bueno, / me tendré que ir sin decir adiós ni darle la mano a nadie.
Sin poder decirte lo mucho que te quise y lo mucho que disfruté
de tu compañía todos estos años. En cualquier caso, / no me guardes luto mucho tiempo. Quiero que sepas
que fui feliz contigo. / Y recuerda que te dije esto hace tiempo, en abril de 1984.
Pero alégrate por mí si puedo morir en presencia / de mis amigos y de mi familia. Si es así, créeme,
salí de mi vida por la puerta grande. No perdí esta vez.
 
Los tirantes
Mamá me dijo que no tenía ningún cinturón que me sirviera y
que iba a tener que llevar tirantes al colegio / al día siguiente. Nadie llevaba tirantes en segundo
ni en ningún otro curso. Me dijo, / te los pondrás o te daré con ellos. Yo no
quería más problemas. Mi padre dijo algo. Estaba / en la cama que ocupaba la mayor parte de la habitación
de la cabaña en la que vivíamos. Nos preguntó si no podíamos
callarnos y resolverlo por la mañana. ¿No tenía que levantarse temprano
para ir al trabajo? Me pidió que le trajera
un vaso de agua. Es por culpa de todo ese whisky, dijo mamá. Está deshidratado.
Fui al fregadero y, no sé por qué, le llevé
un vaso del agua jabonosa de lavar los platos. Lo bebió y me dijo, sabe
rara, hijo. ¿De dónde la sacaste? / Del fregadero, le contesté.
Creí que querías a tu padre, dijo mamá. / Y le quiero, le quiero, dije yo, y fui al fregadero, metí un vaso
en el agua jabonosa y me bebí dos vasos nada más / que para demostrárselo. Quiero a papá, le dije.
Creía que me iba a poner malo allí mismo. 
Si yo fuera tú me sentiría avergonzada, dijo mamá. No entiendo
cómo puedes hacerle eso a tu padre. Y bien sabe Dios que mañana
vas a llevar esos tirantes, porque si no, / te arrancaré el pelo a mechones. No quiero ponerme tirantes,
dije yo. Vas a ponértelos, dijo ella. Y con las mismas
cogió los tirantes y empezó a pegarme con ellos en las piernas desnudas
mientras yo iba a saltos y gritando por la habitación. Mi padre
gritó que parásemos, por el amor de Dios, estaros quietos. Le dolía
mucho la cabeza y además se sentía mal del estómago por el agua de lavar
los platos. Eso es gracias a éste, dijo mamá. Entonces alguien empezó
a dar golpes en la pared. Primero sonaba
como un puñetazo boom, boom, boom y luego como si alguien
golpeara con el mango de una escoba. Por el amor de Dios, / váyase a la cama, gritó alguien.
¡Basta ya! Y nos acostamos. Apagamos las luces y
nos fuimos a la cama. Quedamos en silencio. El silencio de una casa
en la que nadie puede dormir.»
 
   [Los textos pertenecen a la edición en español de Bartleby Editores, 2006, en traducción de Jaime Priede. ISBN: 84-95408-59-7.]

miércoles, 28 de noviembre de 2018

El reino animal.- Sergio Ramírez (1942)


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POLLO
Treblinka

«Deseo explicar, en primer lugar, a quienes han tenido la bondad de asistir a esta conferencia en número que de todas maneras ya esperaba limitado, el porqué de mi presente dedicación y entrega a estudiar la situación social de esos seres que con no poco desprecio llamamos animales y particularmente la situación de los pollos. Quizás alguno de ustedes recuerde que, como empresario avícola que fui hace años, se me llegó a conocer como "el Midas del pollo crudo", perverso reinado durante el cual las desgraciadas aves sufrieron por mi causa las inicuas maldades de que siguen siendo víctimas en el orbe terrestre.
 Otros de entre ustedes podrán pensar que mi preocupación acerca de los constantes abusos a que son sometidos los pollos, tema de esta y otras futuras conferencias que pretendo dictar como parte de la cruzada que ahora emprendo, nace del estado de ociosidad que una edad como la mía impone; o acaso de la amargura provocada por el ruidoso fin de mi antiguo negocio, del que se ocuparon suficientemente los periódicos. Pues bien. Si el ocio sirve para consagrarse a una causa noble, bienvenido sea; y en cuanto a lo otro, aquel dramático final de mi conglomerado de empresas de crianza, destace y expendio de pollos, nunca me evoca amargura, sino paz de conciencia. Final que fue provocado deliberadamente por mí, tal como al final de mi exposición tendré el gusto de confesar.
 Sepan por el momento que tuve de pronto la revelación de que era yo responsable de la comisión diaria de hechos de crueldad que terminaban en el crimen en masa. Si Saulo tuvo  en el camino de Damasco una iluminación tan violenta que lo hizo caer del caballo, mi propia iluminación me hizo caer a mí del caballo llamado éxito. Y así me fue permitido ver que era yo ni más ni menos que el jefe de un campo de concentración donde a diario eran exterminados miles de seres.
 Extrañarán acaso que dé el nombre de seres a los animales. Pero los animales, señoras, señores, saben de los sufrimientos que se les infligen y son capaces de sentir dolor y de afligirse ante ese dolor, no sólo ante la tortura física sino también ante la tortura mental, así el sentimiento de la proximidad de la muerte, que tanto a ellos como a nosotros nos llena de espanto. Llamarlos brutos no es más que una manera de acallar nuestra conciencia. Mas no he venido, respetable auditorio, a filosofar esta noche, sino a exponer hechos.
 No será una novedad para ustedes que considerable parte de los animales termina cada año como regalo de nuestras mesas después de haber recibido la muerte, las más de las veces de manera infame. El venir al mundo en forma de aves, reses o cerdos crea para ellos la desgracia de que su carne sea codiciada y por eso se les niega la vida libre y natural a que tienen derecho. Su sino es el cautiverio, condenados primero a cadena perpetua y luego a la ejecución, aunque el mundo, con todas sus galas, fue hecho para su disfrute, igual que para nosotros.
 Estos hermanos, sí, déjenme llamarles de una vez hermanos, padecen la extirpación de sus picos y el cercenamiento de sus patas en el caso de las aves; la castración a sangre fría en el caso de los cerdos y toros y otra vez de las aves; el herraje con fierros candentes y la mutilación de cuernos en el caso de las reses, sólo porque sin ellos ocupan menos espacio en los establos, o en camiones y vagones al transportarlas.
 La vida de los cautivos, reses y aves, transcurre dentro de minúsculos espacios de concreto, contenedores y jaulas metálicas, aterrados y en constante zozobra, sin saber qué va a ser de ellos el día de mañana. Y su temor y padecimiento culminan únicamente cuando se les traslada a los mataderos, y desde que entran en capilla ardiente no reciben ninguna clase de consuelo, ni agua ni alimento alguno, y más bien se les expone a condiciones extremas durante el proceso de ejecución. ¿Saben ustedes que muchos se hallan aún en pleno uso de sus facultades cuando los cuelgan  de los ganchos para abrirlos en canal o para decapitarlos, y aun siguen vivos cuando les arrancan la piel o las plumas?  [...]
 Ahora, distinguida audiencia que me escucha, quiero pasar directamente al delicado tema de los pollos. Debo decir, de entrada, que estas aves son tan inquisitivas e inteligentes como los perros y los gatos. Cuando se hallan en su medio natural, forman hermandades y sociedades jerárquicas, se reconocen unos a otros, aman y protegen a sus polluelos y disfrutan una vida plena, construyendo nidos y durmiendo en los árboles.
 Pero los pollos de crianza industrial están privados de una vida pacífica semejante. Permanecen apretujados por cientos de miles en galeras malolientes; no pueden moverse, pues cada uno vive en el espacio equivalente a una hoja de papel. Estos seres son llevados a las cámaras de ejecución cuando apenas tienen dos meses de edad, siendo que su rango natural de vida es de diez a quince años, si se les dejara vivir.
 Víctimas inermes, padecen degradación y angustia durante sus cortas vidas. Sus instintos naturales y necesidades son ignorados. Desde los comederos al destace, se hallan sometidos a una interminable cadena de iniquidades. Sufren mutilaciones, hacinamiento, enfermedades, quemaduras con amoníaco, abuso de antibióticos, gordura forzada y extremo estrés. Las plumas, intestinos y aguas servidas, que se deberían descartar durante el proceso, son reciclados rutinariamente como alimento para estas criaturas; los expertos consideran que este canibalismo forzado está llevando a la galopante epidemia de salmonela en las granjas de pollos y no sería raro que pronto apareciera la enfermedad de los "pollos locos", pues es el canibalismo el causante de esa enfermedad, como ocurre con las "vacas locas".
 En las granjas de procesamiento, señoras y señores, se cometen asesinatos en masa en una escala difícil de comprender. La vida de los pollos es un eterno Treblinka. Las víctimas son primero colgadas de cabeza en los ganchos de metal de una banda transportadora. Después pasan por un aparato que las decapita con una zumbante navaja afilada o se las sumerge en un tanque electrizado. Es horroroso que puedan ser testigos de su propia suerte y de la de sus congéneres a medida que se acercan al cadalso. Y cuando alguno de ellos, ya colocado en la banda transportadora, no llega a ser alcanzado por el filo del cuchillo, o por la descarga del tanque electrizado, gracias a algún defecto del proceso de producción, su muerte ocurre entonces de manera peor, en el tanque de agua hirviente donde las plumas se suavizan antes de ser arrancadas.»
 
    [El texto pertenece a la edición en español de Alfaguara, 2006. ISBN: 84-204-7032-5.]

martes, 27 de noviembre de 2018

Escritos sobre música.- Robert Fludd (1574-1637)


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De la práctica de la música compuesta del alma
Capítulo IV: De las potencias racional, irascible y concupiscente del alma y de su mutua harmonía

«Explicadas en el capítulo precedente las cinco fuerzas del alma, a saber: sentido, imaginación, razón, intelecto e inteligencia, así como la harmonía práctica de ellas, me ceñiré ahora a la sinfonía práctica  de las tres potencias del alma, o sea: de la racionalidad, de la concupiscencia y de la irascibilidad. Y aunque a algunos les parecerá que no hay ninguna diferencia entre las fuerzas y las potencias, lo veremos, sin embargo, de hecho. Se ha explicado claramente más arriba que le hombre fue formado de dos substancias, a saber: del alma con la razón y del cuerpo con sus sentidos, a los que, sin embargo, no mueve la carne sin ayuda del alma; ésta, pues, posee su facultad de raciocinio sin la carne, puesto que es racional, concupiscente e irascible, potencias que obtuvo antes de mezclarse con el cuerpo ya que son connaturales a ella hasta el punto de no ser otra cosa que el alma misma, pues toda substancia del alma se encuentra plena y perfecta en estas tres, o sea: en la racionalidad, concupiscencia e irascibilidad, como en una cierta trinidad suya; y esta trinidad es la unidad del alma y el alma misma. Se diferencia, sin embargo, de Dios en que Él es todas las cosas; el alma, en cambio, sólo las suyas propias y éstas son, ciertamente, todas naturales. Por esta razón, toda esencia del ánimo está contenida en estas potencias y, sin embargo, no se divide en partes, puesto que es simple y única. Si algunas veces, en cambio, se dice que tiene partes, se ha de entender esto más bien en razón de la similitud que en lo que se refiere a la realidad de su composición. El alma es, pues, una substancia simple y la razón no es otra cosa ni está menos en dicha substancia que el alma; pero una y la misma substancia, según las distintas potencias, obtiene distintos vocablos.
 Por medio de la primera potencia, a saber: la racionalidad, el alma es capaz de ser iluminada para conocer alguna cosa bajo ella, sobre ella o junto a ella, como antes fue dicho. Conoce, por tanto, a Dios sobre sí, a los ángeles junto a sí y todo lo que se contiene en el ámbito del cielo, bajo sí. Por la concupiscencia puede amar y apetecer las cosas y por la irascibilidad, evitar algo y perseguirlo con odio. De lo cual se deduce que todo sentido nace de la racionalidad y toda pasión de las otras dos. Llamamos razón a la manifestación del alma gracias a la cual ve lo verdadero por sí misma y raciocinio, en cambio, a la indagación de la razón. Por este motivo, el alma necesita de la razón para ver y la razón necesita del raciocinio para investigar. Se observa que la pasión, que nace de las otras dos potencias del alma, es cuatripartita, o sea: de la concupiscencia nacen la alegría y la esperanza en tanto que nos regocijamos o esperamos regocijarnos con aquello que amamos; de la irascibilidad, el dolor y el temor, pues, nos dolemos o tememos dolernos de aquello que odiamos. Por tanto, estas cuatro pasiones del alma son como unos ciertos principios y materia común de todos los vicios y virtudes. Y puesto que la virtud es el hábito de la mente bien dispuesta, dichas pasiones se deben disponer, instituir y ordenar hacia lo que deben y del modo que deben para poder producir las virtudes; de otro modo, caerían fácilmente en los vicios. Así pues, cuando el amor y el odio se disponen prudente, templada, fuerte y justamente, se convierten en virtudes, esto es: en prudencia, templanza, fortaleza y justicia, las cuales son como el origen y fundamento de todas las demás virtudes y todas ellas se erigen en el alma eficaz y virtuosamente. También, por el odio hacia el mundo y hacia sí, progresa el alma en el amor a Dios y al prójimo y por el desprecio de las cosas temporales e inferiores crece en el deseo de lo eterno y superior. De aquí, pues, se deduce evidentemente que la razón no es inmune al error a no ser que sea iluminada por la mente; por lo cual, sucede que las pasiones buenas de aquélla producidas por la iluminación de la mente se llaman virtudes y las malas, en cambio, que proceden de la falta de iluminación, vicios, pues la mente es iluminada siempre por Dios; sin embargo, no siempre ilumina. En efecto, hay en Dios una primera luz que está por encima de todo intelecto, razón por la cual no puede ser llamada luz inteligible; pero cuando es infundida por Dios con un resplandor inmediato, se dice inteligible porque puede ser comprendida. Más adelante, cuando se une a la razón pasando a través de la mente, se hace racional y puede no sólo ser comprendida, sino también ser pensada. Posteriormente, cuando se introduce por medio de la razón en la representación del alma, donde opera la fantasía o imaginación, se hace no sólo pensable y racional, sino también imaginable, aunque todavía no corpórea; cuando desde allí se va al vehículo etéreo del alma, se hace inmediatamente corpórea; sin embargo, no es sensible de modo manifiesto hasta que no haya entrado en un cuerpo formado de elementos, ya simple (aéreo), ya compuesto, donde la luz se hace claramente visible al ojo.
 Finalmente, en lo que atañe a la harmonía y a las consonancias, por las que estas potencias del alma o virtudes consonan entre sí, se ha de saber que se disponen de modo proporcional respectivamente, del siguiente modo: la proporción de la consonancia del diapason se halla entre la racionalidad y la concupiscencia; entre la razón y la irascibilidad se encuentra la proporción de la consonancia de diatessaron y, finalmente, entre la irascibilidad y la concupiscencia se observa la consonancia sesquiáltera o de diapente. Además, se ha de saber que, si la razón es iluminada por la mente, se encuentran en el hombre una harmonía y consonancia admirables, por cuya sinfonía se producen las virtudes, hijas de Dios; es más: el odio y la ira misma se convierten en buenos. Por el contrario, donde está ausente la iluminación de la razón se deforman las virtudes en vicios malignos del diablo y se sumerge todo en lo malo y en los errores.»
 
    [El texto pertenece a la edición en español de Editora Nacional, 1979, en traducción de Luis Robledo. ISBN: 84-276-0497-1.]
 

lunes, 26 de noviembre de 2018

Historias.- Polibio (200 a.C. - 118 a.C.)


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Libro XVI

«Pero Filipo les exigió una rendición incondicional o que combatieran con arrojo. Y los enviados regresaron.
 Enterados de la respuesta, los abidenos se reunieron en asamblea y deliberaron sobre las circunstancias; ahora estaban desesperados. Resolvieron, pues, ante todo, conceder la libertad a los esclavos: así tendrían unos camaradas totalmente adictos en la lucha. Después juntaron a todas sus mujeres en el templo de Artemis y a sus pequeñuelos con sus nodrizas en el gimnasio. Decretaron, en tercer lugar, depositar en el ágora toda su plata y todo su oro; la vestimenta de valor que poseyeran la cargarían íntegramente en el cuatrirreme de los rodios y en el trirreme de los cicicenos. Esto fue lo que acordaron. Cumplieron los decretos de manera unánime y se congregaron por segunda vez en asamblea. Eligieron a los cincuenta ancianos de más confianza, pero dotados del vigor corporal necesario todavía para cumplir las decisiones. Delante de todos los ciudadanos les tomaron juramento de que, si veían que el enemigo había conquistado el muro interior, degollarían a las mujeres y a los niños, pegarían fuego a las naves citadas y, de acuerdo con las maldiciones, arrojarían al mar el oro y la plata. Después de esto y en presencia de los sacerdotes, todos se juramentaron a vencer al enemigo o a morir luchando por la patria. Finalmente, sacrificaron algunas víctimas y obligaron a los sacerdotes y a las sacerdotisas a pronunciar sobre aquellas entrañas abrasadas imprecaciones para afrontar la situación que he descrito. Se aseguraron, pues, de todo esto y se disolvieron para dedicarse a trabajos de contraminado, resistiendo al enemigo. Sin embargo, el acuerdo había sido unánime: si les derrumbaban el muro interior, por encima de sus ruinas combatirían al adversario hasta morir.
 Se puede decir que el temerario coraje de los abidenos ha rebasado la conocida desesperación de los focenses y la valentía de los acarnanios. Parece que los focenses tomaron idénticas resoluciones en cuanto a sus familiares, pero les quedaba todavía una leve esperanza de vencer, porque estaban en condiciones de provocar a los tesalios a una batalla campal en toda regla; lo mismo cabe decir del pueblo de Acarnania: cuando se apercibió de la incursión de los etolios, tomó unas determinaciones como las reseñadas en cuanto a su situación. Ambos casos los hemos narrado nosotros, anteriormente, al menos en parte. Pero los de Abido, cercados y prácticamente sin esperanzas de salvación, prefirieron, la población entera, morir con sus mujeres e hijos, a vivir, y encima, verse con la infamia de que sus hijos y mujeres habían caído en poder del enemigo. Con razón se puede reprochar a la fortuna el desastre de los abidenos, pues como si le causaran piedad enderezó al punto aquellas ciudades de las desgracias sufridas, al dar la victoria y la salvación a los desesperados. Su intención para con Abido fue distinta: los hombres murieron, la ciudad fue conquistada y las madres con sus hijos cayeron en poder de sus rivales.
 Cuando se derrumbó la muralla interior, los defensores, según su juramento, se encaramaron por los montones de escombros y seguían combatiendo con un denuedo tal que Filipo, aunque iba lanzando oleadas de macedonios una tras otra hasta llegar la noche, al final desistió de la lucha y perdía, incluso, la esperanza de salir adelante en la empresa. La primera línea de los abidenos peleaba con ferocidad pisando los cadáveres enemigos, y no sólo se batían audazmente con sus puñales y sus lanzas sino que, cuando un arma de éstas se les inutilizaba o las soltaban por fuerza de sus manos, llegaban al cuerpo a cuerpo con los macedonios y rechazaban con su restante armamento al adversario; a otros se les quebraban la picas y con las mismas astillas asestaban golpes contundentes; echaban mano de las puntas de las lanzas y herían a los enemigos en el rostro y en las partes desnudas del cuerpo, con lo que les llevaron a una confusión total. Cuando sobrevino la noche y se paró la lucha, la mayor parte de los defensores había sucumbido encima de los escombros y los supervivientes estaban exhaustos por la fatiga y las heridas. Entonces Gláucidas y Teogneto reunieron a algunos ancianos y arruinaron la decisión espléndida y admirable que habían tomado antes los ciudadanos, por salvarse ellos. Decidieron conservar la vida a las mujeres y a los niños y enviar, así que apuntara el alba, a Filipo los sacerdotes y las sacerdotisas provistos de ínfulas, para suplicarle y rendirle la ciudad.
 [...] Filipo tomó posesión de la ciudad y se encontró con que los abidenos habían amontonado todo lo de valor que poseían, dispuesto para que él se lo quedara. Pero, al ver la multitud y el furor de los que habían degollado a sus mujeres e hijos y luego se habían suicidado, pues unos se habían quemado, otros se habían ahorcado o se habían tirado a un pozo, o se habían lanzado desde un tejado, quedó horrorizado y, al mismo tiempo, dolorido por lo que allí había pasado. Anunció que daba tres días de plazo a los que desearan ahorcarse o quitarse de otro modo la vida. Y los abidenos volvieron a su acuerdo inicial. Juzgaron que habían sido traidores a los que lucharon y murieron por la patria y ya no quisieron vivir más: sólo sobrevivieron los que tenían las manos encadenadas o impedidas de alguna otra manera; todos los demás se lanzaron inmediatamente a la muerte, familias enteras.
 Tras la toma de Abido se presentaron en Rodas unos legados aqueos pidiendo a los rodios que hicieran las paces con Filipo. Pero, inmediatamente después de éstos, llegaron unos embajadores romanos y les expusieron que no debían pactar con Filipo sin la anuencia de Roma. Los rodios decretaron ponerse de lado del pueblo de Roma y tener en cuenta su amistad.»
 
   [El fragmento pertenece a la edición en español de Editorial Gredos, 1997, en traducción de Manuel Balasch Recort. ISBN: 84-249-2509-2. Tomo III.]
 

domingo, 25 de noviembre de 2018

Vida sentimental de un camionero.- Alicia Giménez Bartlett (1951)

 
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«Al anochecer volvió a su casa. Mercedes estaba seria y activa, sin síntomas de tragedia. Preparaba la cena mientras las niñas tomaban un baño. De vez en cuando iba a imponer paz en sus juegos. Rafael fue al dormitorio para hacer la maleta. Encontró las camisas planchadas y la ropa lista como de costumbre. Se acercó hasta la cocina.
 -Me voy.
 Ella lo miró con expresión neutra, le habló sin ninguna acritud, como si tuviera que arreglar con él asuntos de importancia que excluían cualquier demostración emocional.
 -Dime cuanto antes si estás de acuerdo en las condiciones de la separación. Y ponte en contacto con la abogada, te he dejado las señas encima de la mesa. Ya me dirás dónde piensas vivir, por si hay que pasarte algún recado.
 Él no dijo nada. No había ningún sentimiento abrumador que lo embargara. De pronto notó aquella casa como lejana, como si en realidad nunca hubiera sido suya. Tampoco sentía nada especial con respecto a sus hijas. Cuando fue a despedirse de ellas apenas sí pararon sus juegos, ocupadas en salpicarse agua y esconder el jabón. Al cerrar la puerta se dio cuenta de que quizás era la última vez que había entrado allí.
 Cuando Mercedes le dijo que quería separarse había reaccionado con violencia. Después, al saber el dato de la abogada, se quedó parado, sin respuesta alguna. No protestó. Pensó que más adelante le diría hasta qué punto era ridícula aquella historia de la separación. Sin embargo, no tenía deseos de poner impedimentos, estaba impulsado por una inercia de aceptación, seguro en el fondo de que, hiciera lo que hiciera, la situación resultaría irreversible. Caminando por la calle imaginó su vida pasada sin estar casado. Hubiera dispuesto siempre de mucho dinero. Se vio a sí mismo en un apartamento de lujo rodeado de mujeres. En todos aquellos años no había hecho más que trabajar para mantener a su familia, pagar los plazos de un piso demasiado grande, las mensualidades de un colegio demasiado caro. Ésa había sido su vida y rellenar los huecos con algunas juergas. Ahora su mujer iba a quedarse con todo, y él no tendría derecho a protestar. Una vida desperdiciada, haciendo lo que no quería hacer.
 Se puso al volante del camión con ánimo sombrío. Condujo hasta salir de la ciudad. Enfiló la autopista como un sonámbulo. La conducción logró relajarlo, aliviarlo. Sin embargo, la idea se le representaba una y otra vez, ya no tenía nada de aquello por lo que se había visto esclavizado durante toda su vida: una familia, una casa. Ni siquiera estaba seguro de si debía alegrarse o enfurecerse.  Sólo había algo que le indignaba: no existía nadie frente a quien reclamar. Él se había casado con Mercedes y sólo había supeditado su vida a ese matrimonio. En el aire quedaban las posibilidades de haber sido un individuo más libre y rico. Ahora se veía a sí mismo como una hormiga que había construido la vivienda para otros. Hubiera deseado que al final todo su trabajo tuviera un sentido. La suerte no le había deparado una mujer que supiera tener paciencia. Ahora no tenía casa, ni hijos, ni esposa y tampoco era un joven lleno de fuerza como había sido tiempo atrás. Cualquier estúpido tiene más suerte, pensó. Una cólera controlada pero poderosa fue dominando su pensamiento. Aceptaría la separación. Jamás le pediría a Mercedes clemencia, no se humillaría ni siquiera rogándole hablar con ella más despacio.
 Tras varias horas al volante sintió deseos de parar, tomar café. Recordó la cita con Rápalo. Llegaría hasta el bar donde debían verse, podía aguantar un poco más. Se le representó la figura de Rápalo con toda su repugnante apariencia. Por lo visto incluso un tipo como aquél se creía con derecho a pedirle que se rebajara. Todo el mundo parecía exigir de él un comportamiento determinado. Sonrió desdeñosamente, apretó los dientes.
 Rápalo no había llegado aún cuando traspasó la puerta del bar. Se sentó en la barra. No tenía hambre, pero sabía que sin haber cenado el día anterior no resistiría mucho más al volante. Pidió un par de huevos fritos. Miró sin demasiada atención a la gente que desayunaba. Algunos tipos con aspecto cansado engullían sin levantar la vista del plato. Cuatro camioneros charlaban ruidosamente en una mesa. Devoraban un plato de carne con tomate y bebían vino. Muchos necesitaban una reunión cada mañana para poder seguir adelante durante todo el día. Se sentían abandonados si por la mañana no había bromas, vino y cigarrillos. "Me deprime comer solo", había oído esa frase mil veces en boca de camioneros. Le parecía despreciable; si un hombre no puede comer solo, tampoco sabrá hacer solo todo lo demás. Vivir sin Mercedes no tenía por qué ser una tragedia. Alquilaría su propio apartamento, allí recibiría sus novias y tomaría copas en la terraza, vería los partidos de fútbol en la televisión. Sin embargo, no podía alquilar cualquier cosa, no estaba acostumbrado a vivir en lugares sin categoría. Para todo eso haría falta dinero, ni siquiera se imaginaba cuánto, tampoco sabía de qué cantidad podría disponer después de pasarle la pensión a Mercedes. La historia seguiría repitiéndose, él trabajaría como un negro y Mercedes viviría como una señora, quizás mejor que antes. Saldría con otros tipos y podría hacer gastos sin preocupación. Había sido una jugada perfecta por su parte.
 Al tiempo que le servían los huevos pudo oír el saludo de Rápalo a su espalda. Voceaba como de costumbre, fanfarrón y escandaloso. Se sentó a su lado, pidió café. Lo notó tenso bajo su apariencia jovial. Se acercó a hablar con los camioneros que desayunaban. Lo escucharon con condescendencia burlona. Todos conocían a Andrés Rápalo, sus alardes, los relatos de cuando era chulo en Barcelona.»
 
     [El fragmento pertenece a la edición en español de RBA Coleccionables, 2001. ISBN: 84-473-1790-0.]

sábado, 24 de noviembre de 2018

La vida cotidiana en el mundo moderno.- Henri Lefebvre (1901-1991)


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Capítulo 2: La sociedad burocrática de consumo dirigido
2.-Los fundamentos del malestar

«Esta sociedad lleva en sí sus límites, los del capitalismo, que no son los límites de la producción capitalista como tal. No podemos en modo alguno, en ningún nivel, aceptar y sancionar el economicismo. Es falso porque prescinde de lo que constituye una sociedad. Lo que no es una razón para completarlo con un filosofismo o un sociologismo igualmente limitados.
 ¿Dónde va esta sociedad con sus modificaciones (cuyo carácter poco profundo contrasta con la pretensión al cambio perpetuo considerado esencial en "el espíritu moderno")? No lo sabe. Será la huida hacia adelante con los ojos cerrados, a ciegas, en el túnel, en la noche, esperando encontrar la salida del laberinto o acaso el atascamiento. ¡Pero no! No es sólo el atascamiento: es la autodestrucción inmediata.
 No nos detengamos en la destrucción devoradora de las obras, de los estilos, del arte, de la cultura pasada por el consumo masivo. Examinemos más de cerca el dispositivo inherente a este consumo. La obsolescencia ha sido estudiada y transformada en técnica. Los especialistas de la obsolescencia conocen la esperanza de vida de las cosas: un cuarto de baño, tres años; una sala de estar, cinco años; un elemento de dormitorio, ocho años; tres años, la instalación de un centro de venta local, un automóvil, etc. Estas medias estadísticas figuran en la demografía de los objetos, en correlación con los costes de producción y los beneficios. Las oficinas que organizan la producción tienen en cuenta estas estadísticas para reducir la esperanza de vida, acelerar la rotación de los productos y la del capital. En lo que concierne al automóvil, el escándalo ha alcanzado proporciones mundiales.
 A esta teoría bien conocida ahora añadiremos dos observaciones. Primero, debería también tenerse en cuenta la obsolescencia de la necesidad. Quienes manipulan los objetos para hacerlos efímeros, manipulan también las motivaciones, y es tal vez a ellas, expresión social del deseo, a las que atacan disolviéndolas. Para que el desgaste "moral" y la obsolescencia de las cosas actúen pronto, es preciso también que las necesidades envejezcan, que nuevas necesidades las reemplacen. ¡Es la estrategia del deseo! Segundo, la capacidad productiva haría posible desde ahora una extrema movilidad de la vida, de los objetos, las casas, las ciudades, del "habitar". La "vida real" podría dejar de petrificarse en la cotidianidad. La obsolescencia, ideología y práctica, contempla lo efímero solamente como método para hacer rentable lo cotidiano. Desde esta perspectiva, se manifiesta un contraste, o más bien una contradicción, entre lo duradero instituido, "estructurado" objetivamente (según una lógica de las formas, entre otras todo lo que toca al Estado y a la administración, incluida la de la ciudad, la del habitar y el hábitat concebidos como estables), y lo efímero maniobrado, consistente en una deterioración rápida de los objetos. Lo efímero, no sufrido, deseado, querido, cualitativo, con sus encantos, no es sino el monopolio de una clase social: la que hace la moda y el gusto, la que tiene por espacio el mundo. En cuanto a la deterioración de las cosas (cuantitativa, evaluable en tiempos cuantificados, sufrida, no querida, no deseada) forma parte de una estrategia de clase que tiende a la explotación racionalizada, aunque irracional como procedimiento, de lo cotidiano. El culto de lo efímero revela lo esencial de la Modernidad, pero lo revela como estrategia de clase. En plena contradicción con el culto (y la exigencia) de la estabilidad, del equilibrio, del rigor duradero...
 Esta sociedad se pretende y se dice racional. Pone en primer plano los "valores" de finalidad. Se organiza a pleno esfuerzo, a jornada completa. Se estructura, se planifica, se programa. La cientificidad alimenta las máquinas (¿de qué, cómo? Este detalle carece de importancia, siempre que haya un computador, cerebro electrónico, calculadoras I.B.M. número tal, programación). Manejos de baja estofa son considerados como la última palabra de la ciencia y el primer imbécil que llega titulándose "especialista" goza de un prestigio ilimitado. Pues bien, el irracionalismo no deja de agravarse. La menor encuesta sobre la vida real de la gente revela el papel de la cartomancia, de los brujos y curanderos, de los horóscopos. Basta por lo demás con leer la prensa. Todo ocurre como si la gente no tuviera con qué dar un sentido a su vida cotidiana, ni siquiera para orientarla y dirigirla, a no ser la publicidad. Por eso recurren a las antiguas magias, a las brujerías. Sin duda intentan así, por un camino indirecto, la apropiación (revelación y orientación) del deseo. La racionalidad del economicismo y del tecnicismo descubre así sus limitaciones, suscitando su contrario, que las completa "estructuralmente". El racionalismo limitado, el irracionalismo, invaden lo cotidiano, mirándose, de hito en hito, alargándose mutuamente el espejo.
 En la cotidianidad y en lo que la informa (prensa, cine) se ve proliferar el psicologismo y los test de tipo: "¿Quién eres tú? Aprende a conocerte."  Psicología y psicoanálisis se transforman de conocimiento clínico y terapéutico en ideología. El cambio se observa claramente en Estados Unidos. Y una tal ideología exige una compensación, el ocultismo. Es posible estudiar metódicamente los textos de los horóscopos, formar repertorios de sus temas, considerando estos textos como un corpus (un conjunto coherente y bien definido). Se puede, pues, extraer del conjunto de los horóscopos un sistema (y, por consiguiente, un subsistema en nuestra sociedad). No vamos a intentar esta formalización. Nos contentamos con señalar su posibilidad. Es marginal a nuestro problema: el funcionamiento del sistema. ¿Qué espera la gente del horóscopo? ¿Cómo y por qué se dirige a estos textos? ¿Qué atractivo encuentra? [...] Todo conduce a creer que hoy surge de la cotidianidad oprimida una nueva religión del Cosmos. Se sitúa afectivamente (irracionalmente) entre dos polos: los horóscopos, en un extremo; en el otro, los cosmonautas, con sus mitos y su mitología, la explotación propagandística de sus victorias, la exploración del espacio y los sacrificios que la misma exige. Frente a esta religiosidad renaciente del mundo (o más bien del Cosmos), nos parece ver una religión más "humana" (entre irónicas comillas), complementaria y compensatoria, del Eros. El erotismo se hace obsesivo.»
 
   [El texto pertenece a la edición en español de Alianza Editorial, 1972, en traducción de Alberto Escudero. Depósito legal: M. 29406-1972.]