I
11.-Monólogo de V. Arsénieva sobre el amor y la necesidad
«Por favor. No necesito que nadie se compadezca de mis orígenes humildes. Solamente quienes no han sido nunca pobres piensan que la pobreza tiene algo digno de compasión y la única respuesta a ese punto de vista es el desprecio. No pienso detenerme lo bastante como para descubrir las penurias de mi familia, aunque fueron muy variadas. Estaba la cuestión de la comida y la cuestión de la ropa y la cuestión de protegerse del frío pero por alguna razón nadie cuestionó nunca la necesidad de que hubiera bebida suficiente para mi padre o quizá debería decir más que suficiente. Cuando yo era niña nos mudamos a la ciudad de Norilsk, cerca del gulag de Norillag, que por supuesto cerró hace unos sesenta años, pero dejó tras de sí la ciudad que originalmente habían construido los prisioneros. A los doce años me enteré de que la ciudad estaba prohibida para los no rusos y por tanto tampoco era fácil marcharse de ella. De forma que entiendo la opresión comunista y también la opresión no comunista de después, pero no me interesa hablar del tema. Y tampoco del alcoholismo de mi padre. La pobreza es una condición asquerosa y no conseguir salir de ella también es asqueroso. Por suerte se me dan de maravilla las cosas tanto físicas como mentales y así es como he podido venir a América, y doy gracias por ello, pero también sé que mi presencia aquí es fruto de mi propio esfuerzo, de forma que en realidad no tengo que dar gracias a nadie. En este sitio dejo atrás el pasado y soy yo misma, con esta ropa, ahora. El pasado es una maleta de cartón rota y llena de fotografías de cosas que ya no quiero ver. De los abusos sexuales tampoco quiero hablar, aunque también ocurrieron. Hubo un tío mío y después de que mis padres se divorciaran también hubo un novio de mi madre. Cierro la maleta. Si le mando dinero a mi madre desde aquí es para decirle: por favor, mantén cerrada la maleta. Ahora también están las facturas del hospital de mi padre, que tiene cáncer. Les mando dinero pero no tengo relación con ellos. Caso cerrado. Doy gracias a Dios por ser hermosa porque eso me permite dejar la fealdad fuera de mi vida. Vivo concentrada en el futuro, cien por cien. Vivo concentrada en el amor.
Los cínicos dicen que eso que la gente llama amor no es más que necesidad. Y eso que la gente llama eternidad, dicen los cínicos sin amor, no es más que un alquiler. Yo estoy por encima de esas consideraciones tan bajas. Yo creo en mi buen corazón y en su capacidad para ofrecer un gran amor. La necesidad existe, está claro, pero hay que satisfacerla, es una condición previa sin la cual no puede nacer el amor. Para que pueda crecer la planta hay que regar la tierra. Cuando estás con un gran hombre tienes que adaptarte a su grandeza y él a su vez se mostrará magnífico en su amabilidad y llegaréis a un acuerdo y esto es normal; es, por así decirlo, como regar la tierra. Soy una persona práctica, de manera que sé que primero hay que construir la casa para poder vivir en ella. Primero construye una casa sólida y así podrás tener una vida feliz en ella, para siempre. Es mi forma de hacer las cosas. Sé que sus hijos me tienen miedo. Tal vez tengan miedo por su padre o tal vez por ellos mismos, pero en cualquier caso solamente están pensando en la casa y no en la vida de dentro. No están pensando en el amor. La casa que yo estoy construyendo es la casa del amor. Ellos deberían entender esto, pero aunque no lo entiendan yo voy a seguir con las obras de construcción. Sí, ellos lo llaman la Casa Dorada, pero ¿qué significa eso si no hay amor en todas las habitaciones, en todos los rincones de cada habitación? Es el amor lo que es dorado, no el dinero. Nunca han necesitado nada, esos hijos, ¿qué les ha faltado en la vida? Viven dentro de un conjuro mágico. Se engañan completamente a sí mismos. Dicen que aman a su padre, pero confunden la necesidad con el amor. Lo necesitan, sí. Pero ¿lo aman? Voy a tener que ver más pruebas antes de poder responder. Él debería tener amor en su vida mientras pueda.
El hijo que estudia con una bruja debería entenderlo: su padre es el brujo de su vida. El hijo que sale con esa chica extraña debería entenderlo: su padre es su identidad. El hijo que tiene la mente rota debería entenderlo: su padre es su ángel.
Lo que les preocupa es la herencia. Pero tienen que entender tres cosas. En primer lugar: ¿acaso está bien que, después de darle yo mi amor a ese hombre, ellos me pongan de patas en la calle? Claro que no; por tanto, hay que hacer arreglos, está claro. En segundo lugar, yo he firmado el acuerdo sobre nuestra relación que él me dio para firmar, tal como él quería, sin discutir: he ahí mi confianza, he ahí mi fe basada en el amor. De forma que están todos protegidos y no tienen nada que temer de mí. En tercer lugar, lo que ellos temen más es que les llegue otro hermano o hermana. Tienen miedo de mi útero. Tienen miedo del deseo de ser llenado que pueda tener mi útero. Ni siquiera saben si su padre todavía es capaz de engendrar, pero aun así tienen miedo. Ante esto, me encojo de hombros. Tienen que entender que soy una persona provista de una gran autodisciplina. Soy la general de mí misma y mi cuerpo es el soldado raso que obedece las órdenes del general. En este caso, entiendo lo que ha dicho ese hombre al que amo. Ha hablado con claridad. A su edad no está preparado para volver a los inicios de la paternidad, para tener un bebé, con sus chillidos y su mierda, para tener un hijo a quien no conocerá de adulto. Eso ha dicho. Es una de las cláusulas del acuerdo que he firmado. He firmado que no habrá ningún bebé. Son las instrucciones que le he dado a mi cuerpo y a mi útero. No habrá bebé con ese hombre al que amo. Nuestro amor es el bebé y es un bebé que ya ha nacido y al que ya estamos cuidando. Es lo que él desea y por tanto yo también, su deseo es también el mío. Así es el amor. Así es como triunfa el amor sobre la necesidad. Esos hijos tan llenos de necesidades tienen que aprender a amar de su padre, y de mí.»
[El texto pertenece a la edición en español de Editorial Planeta, 2017, en traducción de Javier Calvo. ISBN: 978-84-322-3305-0.]
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