jueves, 3 de octubre de 2019

Los Papalagi (los hombres blancos).- Tuiavii de Tiavea (ss. XIX-XX) y Erich Scheurmann (1878-1957)

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Los Papalagi hacen pobre a Dios

«Los Papalagi tienen una manera extrañamente confusa de pensar. Siempre se están devanando los sesos para sacar mayores provechos y bienes de las cosas, y su consideración no es por humanidad sino sólo por el interés de una simple persona y esa persona son ellos mismos.
 Cuando alguien dice: "Mi cabeza me pertenece a mí y a nadie más que a mí", tiene mucha razón y nadie puede decir nada en contra de esto. En este aspecto el Papalagi y yo compartimos puntos de vista. Pero cuando él continúa: "La palmera es mía", sólo porque ese árbol crece delante de su cabaña, entonces se comporta como si él mismo hiciera crecer la palmera. Pero esa palmera no pertenece a nadie. ¡A nadie! Es la mano de Dios la que nos la ha proporcionado del suelo. Dios tiene muchas manos. Cada árbol, cada hoja de hierba, el mar, el cielo y las nubes que flotan en él, todos son las manos de Dios. Podemos usarla para nuestro placer, pero nunca podemos decir: "La mano de Dios es mi mano". Sin embargo esto hacen los Papalagi.
 En nuestro idioma lau significa "mío", pero también significa "tuyo". Es casi la misma cosa. Pero en el idioma de los Papalagi es difícil encontrar dos palabras que difieran tanto en significado como "mío" y "tuyo". "Mío" significa que algo me pertenece por entero a mí. "Tuyo" significa que algo pertenece por entero a otro. Es la razón por la que el Papalagi llama a todo lo que está cerca de su casa "mío". Nadie tiene derecho a ello más que él. Cuando visitas a un Papalagi y ves algo allí, un árbol o una fruta, madera, agua o un montón de basura, siempre hay alguien alrededor para decir: "Es mío y que no te coja tomando algo de mi propiedad". Incluso si tocas algo empezará a berrear y te llamará ladrón. Ésta es la peor maldición que conoce. Y solamente porque te has atrevido a tocar "el suyo" de otro hombre. Su amigo y los criados del jefe vendrán corriendo, te pondrán cadenas, te echarán a la más sombría pfui-pfui y la gente te despreciará durante el resto de tu vida.
 Actualmente para impedir que la gente toque cosas que alguien ha declarado suyas, se ha presentado una ley que concreta qué es "suyo" y qué es "mío". Y hay gente en Europa que gasta su vida entera prestando atención a que no se quiebre esa ley, que no se quite nada al Papalagi que ha declarado que aquello es suyo. De esa manera, los Papalagi quieren dar la impresión de que tienen derecho real sobre esas cosas, como si Dios hubiera regalado sus cosas para siempre. Como si las palmeras, las flores, los árboles, el mar, el aire y las nubes fueran realmente de su propiedad.
 Los Papalagi tienen necesidad de leyes que guarden su "mío" porque, de otro modo, la gente con poco o nada de "mío", se las quitaría. Porque si hay gente que pide mucho para sí misma, hay muchos otros abandonados que permanecen de pie con las manos vacías. No todo el mundo conoce las tretas y señales escondidas con las que se puede acumular mucho ´"mío", y también se necesita una especie de valor, que tiene poco o nada que ver con lo que nosotros llamamos respeto y puede que aquellos Papalagi que están con las manos vacías, porque no querían robar o insultar a Dios, sean los mejores de su tribu. Pero no existen muchos Papalagi como ésos.
 La mayoría de ellos roban a Dios sin un ápice de vergüenza siquiera. No conocen nada mejor. No se dan cuenta de nada-mal-hecho; todo el mundo lo hace y nadie ve nada extraño o se siente mal por ello. Muchos también reciben su montón de "mío" por nacimiento, de sus padres. Y Dios no ha dejado casi nada, porque la gente lo ha tomado y transformado en "mío" y "tuyo". Su sol, hecho para todos nosotros, no puede ser igualitariamente dividido nunca, porque uno pide más que otro. En los hermosos espacios abiertos donde el sol brilla en todo su esplendor, sólo unos pocos están sentados, mientras una muchedumbre entera trata de alcanzar un pálido rayo de luz sentados en las sombras; Dios no puede alegrarse con todo su corazón, porque él ya no es el alii sili (*), en su propia casa. Los Papalagi le niegan al decir que todo es suyo. Pero nunca llegarán a ese discernimiento, por muy diferente que piensen.
 Por el contrario, ellos consideran sus actos justos y honestos. Pero a los ojos de Dios son injustos y deshonestos.
 Si ellos hicieran uso de su sentido común, sin duda comprenderían que nada de lo que no podemos retener nos pertenece y que cuando la marcha se adura no podremos llevar nada. Entonces también empezarían a darse cuenta de que Dios hace su casa tan grande, porque quiere que haya felicidad para todos. Y en verdad sería suficientemente grande para todo el mundo, para que todos encontráramos un lugar soleado, una pequeña porción de felicidad, unas pocas palmeras y ciertamente un punto en el que los dos pies se apoyaran, justo como Dios quería y deseaba que fuera. ¿Cómo podría Dios olvidar siquiera a uno de sus propios niños?
 Pero todavía hay muchos buscando febrilmente  ese pequeño, diminuto punto que Dios les ha reservado.
 Porque los Papalagi no quieren escuchar la palabra de Dios y empiezan a hacer leyes por su propia cuenta. Dios les envía muchas cosas que amenazan su propiedad. Envía calor y lluvia para destruir su "mío", lo envejece, derrumba y pudre. Dios también da la tormenta y al fuego poder sobre su "mío". Y lo peor de todo: introduce miedo en los corazones de los Papalagi. Miedo es la cosa principal que ha adquirido. El sueño de un Papalagi nunca es tranquilo, porque tiene que estar alerta todo el tiempo, para que las cosas que ha amasado durante el día no le sean robadas por la noche. Sus manos y sentidos tienen que estar ocupados todo el tiempo agarrando su propiedad. Y durante todo el día, su "mío" le importuna y se le ríe en la cara, le grita porque ha sido robado de Dios, le tortura y le proporciona mucha desdicha.
 Pero Dios ha impuesto un castigo más pesado que el miedo a los Papalagi: ha creado la lucha ente aquellos que tienen poco o nada y aquellos que lo tienen todo. Esta batalla es dura y violenta y hace estragos día y noche. Es una disputa que todo el mundo sufre y que devora la alegría de vivir. Aquellos que tiene mucho deberían dar una parte, pero no quieren hacerlo. Los que no tienen quieren también algo, pero no consiguen nada.»
 (*) Alii sili: gobernante, soberano.
   [El texto pertenece a la edición en español de RBA Libros, 2000, en traducción de Yolanda Rubiales. ISBN: 84-7901-557-8.]

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