viernes, 16 de febrero de 2018

Del monasterio al ministerio: tres herejes españoles y la Reforma.- Paul J. Hauben ( ... )


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Prefacio

«No existe un estudio analítico sobre los herejes de la Reforma española, desde la compilación hecha por Eduard Böhmer hace casi un siglo. El lector bien puede preguntarse por qué el llevar adelante más investigaciones sobre la historia de un puñado de exiliados no muy importantes, puede ser útil o necesario, sobre todo si se tiene en cuenta que las obras de Böhmer siguen vigentes a pesar de su antigüedad. Hasta cierto punto esta pregunta es contestada en la introducción que inicia la extensa Primera Parte sobre Corro. Sin embargo, trataré de expresar ahora mis opiniones acerca de la cuestión.
 En principio, este tema es fiel reflejo del espíritu de su época, ello explica el interés de los estudiantes por él, como un episodio característico del pasado. En mi caso debo decir que tropecé, más o menos, con el tema, durante los años de doctorado, llegándome a sentir cada vez más fascinado por sus múltiples atractivos. Dejando a un lado los aspectos autobiográficos, ¿cuáles son estos atractivos? Corro, en especial, y los otros en menor medida (en parte simplemente por escasez de material disponible), son seres humanos muy llamativos, cuyas vidas transcurren en una época muy compleja, no totalmente distinta a la nuestra. En sus vidas la historia se materializa. Y tenemos que tratar con fuerzas y rumbos inexorables, a veces apenas perceptibles (pero necesarios para el análisis y la comprensión histórica, a pesar de lo abstracto) que están en la base de lo individual y de lo genérico humano. Tan sólo estos factores dejan entrever el interés del tema.
 Al principio de la Segunda Parte se notará que la importancia de Corro es frecuentemente extrínseca. Ahí, a través de Corro y de sus relaciones con otras personas, podemos descubrir a menudo cosas nuevas y útiles acerca de personajes de mayor importancia. Esto puede aplicarse a sus dos compañeros en este estudio. El que durante gran parte del tiempo los amigos y enemigos influyentes de Corro lo sean a la vez de Reina y Valera, presta unidad a este trabajo. Los tres empiezan sus vidas como monjes católicos y no tardan en volverse calvinistas, como lo sugiere el título. Realmente todos procedían del mismo monasterio Jerónimo, San Isidoro del Campo, en las cercanías de Sevilla.
 A través de estas tres personas podemos entrar a considerar la validez histórica de los emigrados protestantes españoles. Aquéllos que escaparon de España y de la Inquisición, y otros de origen español, que se concentraron en ciudades como Amberes, tuvieron más tarde o más temprano que dispersarse a lo largo de Europa Occidental. Con la ascensión de Isabel I, Londres se convirtió en poco tiempo en el refugio de los mencionados españoles, como también, muchas veces, en el de la mayoría de los exiliados de la Reforma. Por tanto no sólo podemos llegar a tener nuevas perspectivas sobre individuos de importancia ligados a estos refugiados, sino también una comprensión básica de la Reforma (y para el caso de la Contrarreforma) que actuaba en muchas partes. Todavía más, las reacciones ante la presencia de los herejes españoles, revelan con frecuencia las políticas de los gobiernos. El ejemplo más claro será el de la reina Isabel en su cambiante actitud respecto a aquéllos, que variaba generalmente en consonancia con el estado de las relaciones anglo-españolas. De la misma manera las posturas oficiales francesas al respecto, expresan significativamente la ambigüedad de Francia frente a Felipe II, después de 1559.
 Con la excepción (que se conoce, claro está) de Valera, todos los españoles estudiados se enfrentaron, antes o después, con su nueva religión. En algunos casos, como en el de Corro, alcanzaron notoriedad, siendo acusados contradictoriamente de anti-Trinitarismo (relacionado tanto con la Trinidad como con el bautismo de los infantes), Anabaptismo, "crypto-"Catolicismo (o Luteranismo, o de las dos), de heterodoxia respecto a la Eucaristía y de otras cosas similares. Estas graves acusaciones vinieron con frecuencia de los labios y de las plumas de hombres tan eminentes como Teodoro Beza, considerado el sucesor de Calvino. Los defensores de los españoles también fueron, a menudo, importantes hombres de leyes, tales como William Cecil y el conde de Leicester, en Inglaterra, y en Francia, los Colygnys, así como teólogos respetables y prelados como el arzobispo Matthew Parker, de Canterbury, y en el continente, ministros calvinistas de segunda importancia. A veces la postura de una persona en tales controversias, podía cambiar en un período de años, como cambió Edmund Grindal con respecto a Corro, mientras que apoyó siempre a Reina. No será suficiente pensar que algunos mintieran o que fueran cínicos sin escrúpulos, o que en nombre de Dios hubiesen hecho cualquier cosa para abatir a un enemigo de la fe, aunque quizá esto último se acerca a la explicación. He encontrado muy instructivo seguir el brillante razonamiento de Lucien Febvre para desvelar la mentalidad que se oculta detrás de tales situaciones.
 Febvre observó que ciertas palabras en el siglo XVI poseían un significado muy insultante, pero emocionalmente indeterminado. Fue quizás la palabra "ateo" la más típica de estas. Luego "Servetismo" tuvo connotaciones similares entre los protestantes españoles. Cuando se hacía una acusación, el acusador era culpado casi automáticamente, hasta que se comprobara su inocencia. Más aún, fue práctica común unir una acusación extrema con otra potencialmente más concreta (aunque también falsa). Por ejemplo, Rabelais fue para Calvino a la vez ateo y luterano. Esto hizo que Febvre comentara agudamente que "Los apasionados religiosos de la época rara vez dudaban en conciliar los epítetos más increíbles en contra de un adversario a quien fuera conveniente [permitir el abandono, voluntario o no, de la fe]". Irónicamente, la Inquisición española en su lucha fructífera contra el Eramismo y el Iluminismo, desde 1525-1540, aproximadamente, puso en práctica una fórmula similar bastante efectiva. El caso de Juan del Castillo es la mejor ilustración de ésta. "Juan se había movido entre los eramistas en la corte de Carlos V y en la Universidad de Alcalá; ...estrechamente asociado con los principales apóstoles del Iluminismo; ... y fue quemado... como discípulo de Lutero", en 1535. "Tal embalaje herético", que prescindía de toda exactitud, resultó ser efectivo, impulsado por la división entre eramistas e iluminados.
 Febvre siguió el curso de las cambiantes opiniones de Beza respecto a Rabelais, que a mi juicio anticipan las también fluctuantes opiniones de Beza sobre Corro.»
 
 [El extracto pertenece a la edición en español de Editora Nacional, en traducción de María Cristina Bravo Corda. ISBN: 84-276-0440-8.]

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