domingo, 13 de octubre de 2019

Vida de una geisha.- Mineko Iwasaki (1949)

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«-Madre, tengo que posar para una fotografía.
 -¿Qué fotografía?
 -No estoy segura.
 -Mine-chan, creo que debemos mantener una pequeña charla. Padre me ha dicho que te han escogido para la foto central del programa de los Miyako Odori. Es un privilegio, ¿sabes? Y ahora resulta que te han elegido para otra fotografía. No pretendo restar brillo a tan buenas noticias, pero debes saber que me preocupa la posibilidad de que despiertes envidias. Quiero que vayas con cuidado, pues las jóvenes pueden ser muy malas.
 -Si es tan importante que lo haga otra. A mí me da igual.
 -Me temo que las cosas no funcionan de esa manera.
 -Pero no deseo que las demás chicas sean malas conmigo.
 -Lo sé, Mineko. No es mucho lo que puedes hacer para evitarlo, pero me gustaría que, al menos, tomases consciencia de que te envidian. No permitas que te pillen desprevenida.
 -No comprendo.
 -Ojalá pudiera explicártelo mejor.
 -Detesto estas complicaciones. Me gustan las situaciones claras y sencillas.
 Si hubiera sabido lo que me aguardaba...
 Las palabras de la okasan no fueron más que un dulce presagio del terrible tormento que estaba destinada a sufrir durante los cinco años siguientes.
 Empezó a la mañana siguiente, cuando llegué  a clase. Nadie me hizo el menor caso. Absolutamente nadie.
 Resultó que el presidente de la Asociación de Vendedores de Quimonos había rechazado a la chica que había escogido en un principio para darme trabajo a mí y todas mis compañeras estaban furiosas conmigo porque pensaban que había alcanzado una posición privilegiada demasiado pronto, ya que ni siquiera era maiko todavía. Hasta las chicas que consideraba amigas me retiraron  la palabra. ¡Y yo no había hecho nada malo!
 Pero pronto descubrí que eso no importaba. Como en muchas sociedades femeninas, en Gion Kobu abundan las intrigas, las puñaladas por la espalda y las relaciones competitivas. Así como la rigidez del sistema hizo que me sintiese frustrada durante años, la rivalidad me causó una profunda tristeza.
 Aún no entendía que una persona quisiera herir de forma intencionada a otra, en especial si ésta no había hecho nada para perjudicarla. Traté de ser pragmática y discurrí un plan. Trabajé durante días, procurando dar cabida en él a todas las posibilidades.
 ¿Qué podían hacerme esas jóvenes resentidas? Y ¿cómo reaccionaría yo? Si una de ellas estaba a punto de hacerme un zancadilla, ¿levantaría ésta la pierna lo bastante alto para que yo no pudiese alcanzarla?
 Se me ocurrieron algunas ideas. Y, por fin, decidí que, en lugar de rendirme ante la envidia y restar importancia a mis habilidades, me esforzaría por llegar a ser la mejor de las bailarinas. Trataría de trocar la envidia en admiración y entonces todas querrían emularme y ser amigas mías. Juré que estudiaría como nunca y que practicaría durante más horas todavía. ¡No cejaría en mi empeño hasta convertirme en la número uno!
 Tenía que conseguir que todo el mundo me apreciara.
 Así pues, si pretendía ganarme el afecto de todos, lo primero que debía hacer era identificar mis debilidades y corregirlas.
 Me tomé este objetivo muy en serio, como sólo se lo tomaría un adolescente.
 Aunque mis días y mis noches estaban repletos de actividad, aprovechaba cualquier instante libre para la introspección. Me sentaba en la oscuridad del armario o en el silencio de la sala del altar y meditaba. Hablaba con tía Oima.
 He aquí algunos de los defectos que descubrí en mí:
 -Soy temperamental en exceso.
 -Cuando he de tomar una decisión difícil, a menudo hago lo contrario de lo que deseo.
 -Suelo precipitarme y me gusta terminar las cosas de inmediato.
 -No tengo paciencia.
 Y ésta es una lista parcial de mis soluciones:
 -Debo mantener la calma.
 -He de ser más perseverante.
 -Mi rostro tiene que expresar dulzura y amabilidad, como el de tía Oima.
 -Es necesario que sonría más.
 -Es preciso que sea más profesional. Lo cual significa que he de asistir a más ozashiki que cualquier otra. Por tanto, jamás rechazaré una reserva, me tomaré mi trabajo con seriedad y lo haré bien.
 -Debo ser la número uno.
 Estas metas se convirtieron en mi credo.
 Tenía quince años.»

    [El texto pertenece a la edición en español de Círculo de Lectores, 2003, en traducción de Mª Eugenia Ciocchini. ISBN: 84-226-9917-6.]

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