domingo, 29 de octubre de 2023

Contraluz.- Thomas Pynchon (1937)


Thomas Pynchon: biografía y obra - AlohaCriticón
Tres

Bilocaciones

 «Viktor Mulciber —traje a medida, cabello plateado y engominado—, aunque lo bastante rico para mandar a un ayudante, se presentó en persona en el Kursaal, en un estado de fervor no disimulado, como si esa misteriosa arma C fuera una vulgar pistola y esperara que el vendedor le permitiría realizar unos disparos de cortesía.
  —Soy el que mandan cuando Basil Zaharoff está ocupado con una nueva pelirroja y no puede molestársele —se presentó—. La gama de las demandas es muy variada en todas partes, desde porras y machetes a submarinos y gases venenosos; los trenes de la historia no acaban de funcionar, tong chinas, komitadji balcánicas, bandas africanas, cada grupo con su correspondiente población de viudas potenciales, a menudo en geografías apenas esbozadas a lápiz en el dorso de un sobre o un albarán. Un simple vistazo al presupuesto de cualquier gobierno en cualquier parte del mundo cuenta toda la historia: el dinero está siempre en su sitio, ya asignado, el motivo es en todo lugar el miedo, y cuanto más inmediato, más elevados los múltiplos.
  —Vaya, ¡pues me he equivocado de negocio! —exclamó Root alegremente.
  El magnate del armamento resplandeció casi como desde lejos.
  —No, no se ha equivocado.
  Con la intención de entender algo sobre los principios de funcionamiento de la repentinamente deseable arma, el afable mercader de la muerte se encontraba charlando en un cafetín apartado con un puñado de cuaternionistas, entre ellos Barry Nebulay, el Doctor V Ganesh Rao, hoy metamorfoseado en negro americano, y Umeki Tsurigane, a la que se había enganchado Kit debido a su últimamente cada vez más intensa fascinación por la belleza nipona.
  —Nadie parece saber qué son estas ondas —dijo Barry Nebulay—. En sentido estricto no puede llamárselas hertzianas, porque, para empezar, se comportan de modo distinto con el Éter, parecen ser longitudinales a la vez que transversales. Es posible que los cuaternionistas lleguen a comprenderlas algún día.
  —Y los traficantes de armas, no nos olvidemos —sonrió Mulciber—. Se dice que el inventor de esta arma ha encontrado el modo de introducirse en la parte escalar de un Cuaternión, donde pueden alcanzarse las fuerzas invisibles.
  —De los cuatro términos —asintió Nebulay—, el escalar, o término w, como el barítono en un coro de peluquería o la viola en un cuarteto de cuerda, siempre ha sido señalado como el excéntrico. Si se toman los tres términos vectoriales como dimensiones en el espacio, y el término escalar como el Tiempo, entonces toda la energía encontrada en ese término puede considerarse debida al Tiempo, una forma intensificada del Tiempo mismo.
  —El Tiempo —explicó el Doctor Raoes el Término más Avanzado, ¿me sigue?, que trasciende y condiciona i,j, y k, el visitante oscuro del Exterior, el Destructor, el que satisface la Trinidad. Es el inmisericorde latido del reloj del que todos queremos escapar para alcanzar la falta de pulso de la salvación. Es todo eso y más.
  —Un arma basada en el Tiempo… —comentó reflexivamente Viktor Mulciber—, bien, ¿y por qué no? Es la única fuerza que nadie sabe cómo derrotar, resistir o invertir. Mata todas las formas de vida tarde o temprano. Con un Arma de Tiempo uno puede llegar a ser la persona más temida de la historia.
  —Preferiría ser la más amada —dijo Root.
  Mulciber se encogió de hombros.
  —Porque usted todavía es joven.
  No era el único comerciante de armas de la ciudad. De algún modo el rumor había llegado a otros, allá donde estuvieran: en sus compartimentos de tren, en las camas de las esposas de ministros de aprovisionamiento, de vuelta a la maleza en afluentes inexplorados, extendiendo sus mantas en alguno de los mil desolados claros que había en la abrasada y baqueteada laterita roja donde nada volvería a crecer, exhibiendo ante los lesionados y los despojados sus inventarios de maravillas…; y uno tras otro presentaron sus excusas, cambiaron las agendas de sus viajes y se fueron a Ostende, como si asistieran a un torneo internacional de ajedrez.
  Pero llegaron demasiado tarde, porque Piet Woevre se les había adelantado desde el principio; y así sucedió que cierta tarde de otoño, entre los atestados Bulevares Interiores de Bruselas, auténtico vivero de lo ilícito en los alrededores de la Gare du Midi, Woevre consumó por fin la adquisición con Edouard Gevaert, con quien ya había hecho negocios en el pasado, aunque no exactamente de esa naturaleza. Se reunieron en una taberna frecuentada por receptores de bienes robados, tomaron una cerveza para guardar las formas y salieron por detrás para cerrar el trato. A su alrededor, el mundo estaba en venta o en disposición de trueque. Más adelante, Woevre se enteraría de que podría haber conseguido el artículo más barato en Amberes, pero había demasiados barrios en esa ciudad, sobre todo en las cercanías de los muelles, que ya no podía visitar sin más precauciones que las que tal vez mereciera el objeto.
  Cuando lo tuvo en sus manos, a Woevre, que había sido incapaz de imaginárselo como algo distinto de un arma, le sorprendió y decepcionó un poco descubrir que era tan pequeño. Había esperado algo del orden de una pieza de artillería Krupp, tal vez montado a partir de diferentes partes, que, para su transporte, requeriría trenes de mercancías. Pero en lugar de eso era algo que cabía en un lustroso estuche de cuero, confeccionado con delicadeza por fabricantes de máscaras de la Italia septentrional para que se ajustara a la perfección a las facetas exactas del objeto que había en su interior, una piel negra cortada a la medida perfecta, un despliegue de luz entre un cuidadoso desorden de ángulos, un centenar de borrosos destellos…
  —Estará seguro de que es esto, ¿no?
  —Espero no ser tan tonto como para venderle algo que no sea lo que usted piensa que es, Woevre.
  —Pero la enorme energía…, sin ningún componente periférico, ni una alimentación de fuerza de algún tipo, como…
  Mientras Woevre no paraba de dar vueltas al aparato a la luz incierta del crepúsculo y las farolas, a Gevaert le sorprendió la seriedad que vio en el rostro del agente. Era un deseo tan desmesurado…, nada que este intermediario hasta cierto punto ingenuo ni ninguna otra persona hubiera visto antes: el deseo de poseer un arma única que pudiera aniquilar el mundo entero.
  Cada vez que Kit se ponía a pensar en sus planes, que no hacía tanto incluían Gotinga, se le planteaba siempre la interesante pregunta de por qué estaba demorándose en este punto con forma vagamente glandular del mapa, asediado, detenido al borde de la historia, no tanto una nación cuanto una profecía de un destino que sería sufrido en común, con un ostinato de miedo casi sub-audible…
  Hasta hacía poco no se le había ocurrido que Umeki pudiera desempeñar algún papel en todo aquello. Ambos habían sabido buscarse excusas para ir cayendo cada vez más dentro del campo emocional del otro, hasta que una tarde fatídica en la habitación de la chica, con la lluvia en descenso otoñal al otro lado de la ventana, ella apareció en el umbral desnuda, la sangre, bajo la piel tan fina como una lámina de plata que vibrara, casi cantando por el deseo. Kit, que se tenía por un hombre de cierta experiencia, se quedó pasmado al comprender que era inútil imaginar que las mujeres tuvieran otro aspecto. Tuvo la profunda sensación de que había desperdiciado la mayor parte del tiempo libre de su vida hasta ese momento. En esa valoración no resultaba de mucha ayuda que ella luciera su sombrero de vaquera. Supo, con la certidumbre del que recuerda una vida anterior, que debía arrodillarse, adorar su florido coñito con la lengua y la boca hasta que ella se abandonara al silencio, y seguidamente, como si lo hiciera todos los días, asiéndola todavía por cada nalga justamente en medio, con sus exquisitas piernas aferrándole el cuello, se puso de pie y la llevó, ingrávida, tensa, silenciosa, a la cama, y entregó lo que por entonces quedaba de su cerebro a ese milagro, a esa hechicera del Oriente.
  Kit siguió viendo de lejos a Pléiade Lafrisée de vez en cuando, por el Digue, en las salas de juego o en las gradas del Hipódromo Wellington, por lo general asistiendo a las actividades caprichosas de algún deportista de visita. Todos esos tipos parecían bastante ricos, pero siempre podía ser simple fachada. Aunque, con Umeki y lo demás, no daba la impresión de que él se desviviera por retomar el contacto, y sabía qué limitado era el uso que ella le había dado hasta ahora; además, tras el desgraciado incidente en la fábrica de mayonesa él sólo esperaba que ella ya hubiera dado lo peor de sí. Pero se preguntaba qué pintaba todavía aquella mujer en la ciudad.
  Un día, Kit y Umeki volvían caminando del café de la Estacade y se tropezaron con Pléiade y Piet Woevre, que venían de cara conversando animadamente.
  —Hola, Kit. —Atravesó con la mirada a la señorita Tsurigane—. ¿Quién es la mousmée?
  Kit, con un movimiento inverso de la cabeza hacia Woevre:
  —¿Quién es el mouchard?
  Woevre le devolvió la sonrisa con una sensualidad directa y sombría. Kit se fijó en que iba armado. Vaya. Si alguien podía saber cómo fabricar muerte con mayonesa, Kit estaba seguro de que era ese simio. Pléiade había tomado a Woevre por el brazo e intentaba alejarlo de allí.
  —Una antigua novia —conjeturó Umeki.
  —Pregúntale al Doctor Rao, me parece que últimamente están saliendo.
  —Oh, ella es ésa.
  Kit hizo chiribitas.
  —Vaya, los cuaternionistas no dais más que para cotilleos, ¿es que tenéis que hacer algún tipo de juramento que os comprometa a llevar una vida disoluta o algo así?
  —¿La monotonía es algo de lo que os enorgullecéis los vectoristas?
  El 16 de octubre, el aniversario del descubrimiento de Hamilton, en 1843, de los Cuaterniones (o, como diría un discípulo, del descubrimiento de él por ellos), por tradición la jornada culminante de todas las Convenciones Mundiales, también era casualmente el día posterior al final oficial de la temporada de baños en Ostende. En esta ocasión el Doctor Rao dio el discurso de despedida:
  —El momento, ni que decir tiene, es atemporal. Sin principio ni fin, sin duración, la luz en descenso eterno, no una consecuencia del pensamiento consciente sino caída sobre Hamilton, puede que no desde una fuente divina, pero sí caída al menos cuando los perros guardianes del pesimismo Victoriano estaban demasiado profundamente dormidos para darse cuenta de la llegada, ni mucho menos para asustarse, de los vigilantes carroñeros de la Epifanía.
  “Todos conocemos la historia. Un lunes por la mañana en Dublín, Hamilton y su mujer, Maria Bayley Hamilton, caminan por la orilla del canal al otro lado del Trinity College, donde Hamilton va a presidir una reunión del consejo. Maria charla despreocupadamente, Hamilton asiente de vez en cuando y dice ‘sí, querida’, y entonces, de repente, al acercarse al Puente de Brougham él profiere un grito y se saca un cuchillo del bolsillo (la señora H. se sobresalta violentamente, pero al instante recobra la compostura: no es más que un cortaplumas), y corre al puente y graba en la piedra r = f = k~ = ijk = — i -en este punto los congregados murmuran, como harían ante un himno reverenciado—, y ése es el momento Pentecostal en que descienden los Cuaterniones para ocupar su residencia terrenal entre los pensamientos de los hombres”.»

 [El texto pertenece a la edición en español de Tusquets Editores, 2010, en traducción de Vicente Campos, pp. 635-638. ISBN: 978-84-83832-07-3.]

domingo, 22 de octubre de 2023

Camino de servidumbre.- Friedrich A. Hayek (1899-1992)


Friedrich Hayek - Wikipedia, la enciclopedia libre
10.- Por qué los peores se colocan a la cabeza


 «Tenemos que examinar ahora una creencia de la que obtienen consuelo muchos que consideran inevitable el advenimiento del totalitarismo y que debilita seriamente la resistencia de otros muchos que se opondrían a él con toda su fuerza si aprehendieran plenamente su naturaleza. Es el creer que los rasgos más repulsivos de los regímenes totalitarios se deben al accidente histórico de haberlos establecido grupos de guardias negras y criminales. Seguramente, se arguye, si la creación del régimen totalitario en Alemania elevó al poder a los Streichers y Killingers, los Leys y Heines, los Himmlers y Heydrichs, ello puede probar la depravación del carácter alemán, pero no que la subida de estas gentes sea la necesaria consecuencia de un sistema totalitario. ¿Es que el mismo tipo de sistema, si fuera necesario para lograr fines importantes, no podrían instaurarlo gentes decentes, para bien de la comunidad general?
  No vamos a engañarnos a nosotros mismos creyendo que todas las personas honradas tienen que ser demócratas o es forzoso que aspiren a una participación en el gobierno. Muchos preferirían, sin duda, confiarla a alguien a quien tienen por más competente. Aunque pueda ser una imprudencia, no hay nada malo ni deshonroso en aprobar una dictadura de los buenos. El totalitarismo, podemos ya oír, es un poderoso sistema lo mismo para el bien que para el mal, y el propósito que guíe su uso depende enteramente de los dictadores. Y quienes piensan que no es el sistema lo que debemos temer, sino el peligro de que caiga en manos de gente perversa, pueden incluso verse tentados a conjurar este peligro procurando que un hombre honrado se adelante a establecerlo.
  Sin duda, un sistema “fascista” inglés diferiría muchísimo de los modelos italiano o alemán; sin duda, si la transición se efectuara sin violencia, podríamos esperar que surgiese un tipo mejor de dirigente. Y si yo tuviera que vivir bajo un sistema fascista, sin ninguna duda preferiría vivir bajo uno instaurado por ingleses que bajo el establecido por otros hombres cualesquiera. Sin embargo, todo esto no significa que, juzgado por nuestros criterios actuales, un sistema fascista británico resultase, en definitiva, ser muy diferente o mucho menos intolerable que sus prototipos. Hay fuertes razones para creer que los que nos parecen los rasgos peores de los sistemas totalitarios existentes no son subproductos accidentales, sino fenómenos que el totalitarismo tiene que producir por fuerza más temprano o más tarde. De la misma manera que el gobernante democrático que se dispone a planificar la vida económica tendrá pronto que enfrentarse con la alternativa de asumir poderes dictatoriales o abandonar sus planes, así el dictador totalitario pronto tendrá que elegir entre prescindir de la moral ordinaria o fracasar. Ésta es la razón de que los faltos de escrúpulos y los aventureros tengan más probabilidades de éxito en una sociedad que tiende hacia el totalitarismo. Quien no vea esto no ha advertido aún toda la anchura de la sima que separa al totalitarismo de un régimen liberal, la tremenda diferencia entre la atmósfera moral que domina bajo el colectivismo y la naturaleza esencialmente individualista de la civilización occidental.
  Las “bases morales del colectivismo” se han discutido mucho en el pasado, naturalmente; pero lo que nos importa aquí no son sus bases, sino sus resultados morales. Las discusiones corrientes sobre los aspectos éticos del colectivismo, o bien se refieren a si el colectivismo es reclamado por las convicciones morales del presente, o bien analizan qué convicciones morales se requerirían para que el colectivismo produjese los resultados esperados. Nuestra cuestión, empero, estriba en saber qué criterios morales producirá una organización colectivista de la sociedad, o qué criterios imperarán probablemente en ella. La interacción de moral social e instituciones puede muy bien tener por efecto que la ética producida por el colectivismo sea por completo diferente de los ideales morales que condujeron a reclamar un sistema colectivista. Aunque estemos dispuestos a pensar que, cuando la aspiración a un sistema colectivista surge de elevados motivos morales, este sistema tiene que ser la cuna de las más altas virtudes, la verdad es que no hay razón para que un sistema realce necesariamente aquellas cualidades que sirven al propósito para el que fue creado. Los criterios morales dominantes dependerán, en parte, de las características que conducirán a los individuos al éxito en un sistema colectivista o totalitario, y en parte, de las exigencias de la máquina totalitaria.
  Tenemos que retornar por un momento a la etapa que precede a la supresión de las instituciones democráticas y a la creación de un régimen totalitario. En este punto, la general demanda de acción resuelta y diligente por parte del Estado es el elemento dominante en la situación, y el disgusto por la lenta y embarazosa marcha del procedimiento democrático convierte la acción por la acción en objetivo. Entonces, el hombre o el partido que parece lo bastante fuerte y resuelto para “hacer marchar las cosas” es quien ejerce la mayor atracción. “Fuerte”, en este sentido, no significa sólo una mayoría numérica; es la ineficacia de las mayorías parlamentarias lo que tiene disgustada a la gente. Lo que ésta buscará es alguien con tan sólido apoyo que inspire confianza en que podrá lograr todo lo que desee. Entonces surge el nuevo tipo de partido, organizado sobre líneas militares.
  En los países de Europa central, los partidos socialistas habían familiarizado a las masas con las organizaciones políticas de carácter paramilitar encaminadas a absorber lo más posible de la vida privada de sus miembros. Todo lo que se necesitaba para dar a un grupo un poder abrumador era llevar algo más lejos el mismo principio, buscar la fuerza, no en los votos seguros de masas ingentes, en ocasionales elecciones, sino en el apoyo absoluto y sin reservas de un cuerpo menor, pero perfectamente organizado. La probabilidad de imponer un régimen totalitario a un pueblo entero recae en el líder que primero reúna en derredor suyo un grupo dispuesto voluntariamente a someterse a aquella disciplina totalitaria que luego impondrá por la fuerza al resto.
  Aunque los partidos socialistas tenían poder para lograrlo todo si hubieran querido hacer uso de la fuerza, se resistieron a hacerlo. Se habían impuesto a sí mismos, sin saberlo, una tarea que sólo el cruel, dispuesto a despreciar las barreras de la moral admitida, puede ejecutar.
  Por lo demás, muchos reformadores sociales del pasado sabían por experiencia que el socialismo sólo puede llevarse a la práctica por métodos que desaprueban la mayor parte de los socialistas. Los viejos partidos socialistas se vieron detenidos por sus ideales democráticos; no poseían la falta de escrúpulos necesaria para llevar a cabo la tarea elegida. Es característico que, tanto en Alemania como en Italia, al éxito del fascismo precedió la negativa de los partidos socialistas a asumir las responsabilidades del gobierno. Les fue imposible poner entusiasmo en el empleo de los métodos para los que habían abierto el camino. Confiaban todavía en el milagro de una mayoría concorde sobre un plan particular para la organización de la sociedad entera. Pero otros habían aprendido ya la lección, y sabían que en una sociedad planificada la cuestión no podía seguir consistiendo en determinar qué aprobaría una mayoría, sino en hallar el mayor grupo cuyos miembros concordasen suficientemente para permitir una dirección unificada de todos los asuntos; o, de no existir un grupo lo bastante amplio para imponer sus criterios, en cómo crearlo y quién lo lograría.
  Hay tres razones principales para que semejante grupo, numeroso y fuerte, con opiniones bastante homogéneas, no lo formen, probablemente, los mejores, sino los peores elementos de cualquier sociedad. Con relación a nuestros criterios, los principios sobre los que podrá seleccionarse un grupo tal serán casi enteramente negativos.
  En primer lugar, es probablemente cierto que, en general, cuanto más se eleva la educación y la inteligencia de los individuos, más se diferencian sus opiniones y sus gustos y menos probable es que lleguen a un acuerdo sobre una particular jerarquía de valores. Corolario de esto es que si deseamos un alto grado de uniformidad y semejanza de puntos de vista, tenemos que descender a las regiones de principios morales e intelectuales más bajos, donde prevalecen los más primitivos y “comunes” instintos y gustos. Esto no significa que la mayoría de la gente tenga un bajo nivel moral; significa simplemente que el grupo más amplio cuyos valores son muy semejantes es el que forman las gentes de nivel bajo. Es, como si dijéramos, el mínimo común denominador lo que reúne el mayor número de personas. Si se necesita un grupo numeroso lo bastante fuerte para imponer a todos los demás sus criterios sobre los valores de la vida, no lo formarán jamás los de gustos altamente diferenciados y desarrollados; sólo quienes constituyen la «masa», en el sentido peyorativo de este término, los menos originales e independientes, podrán arrojar el peso de su número en favor de sus ideales particulares.
Camino de servidumbre El Libro De Bolsillo - Ciencias Sociales ...  Sin embargo, si un dictador potencial tiene que confiar enteramente sobre aquellos que, por sus instintos sencillos y primitivos, resultan ser muy semejantes, su número difícilmente podrá dar suficiente empuje a sus esfuerzos. Tendrá que aumentar el número, convirtiendo más gentes al mismo credo sencillo.
  Entra aquí el segundo principio negativo de selección: será capaz de obtener el apoyo de todos los dóciles y crédulos, que no tienen firmes convicciones propias, sino que están dispuestos a aceptar un sistema de valores confeccionado si se machaca en sus orejas con suficiente fuerza y frecuencia. Serán los de ideas vagas e imperfectamente formadas, los fácilmente modelables, los de pasiones y emociones prontas a levantarse, quienes engrosarán las filas del partido totalitario.
  Con el esfuerzo deliberado del demagogo hábil, entra el tercero y quizá más importante elemento negativo de selección para la forja de un cuerpo de seguidores estrechamente coherente y homogéneo. Parece casi una ley de la naturaleza humana que le es más fácil a la gente ponerse de acuerdo sobre un programa negativo, sobre el odio a un enemigo, sobre la envidia a los que viven mejor, que sobre una tarea positiva. La contraposición del “nosotros” y el “ellos”, la lucha contra los ajenos al grupo, parece ser un ingrediente esencial de todo credo que enlace sólidamente a un grupo para la acción común. Por consecuencia, lo han empleado siempre aquellos que buscan no sólo el apoyo para una política, sino la ciega confianza de ingentes masas. Desde su punto de vista, tiene la gran ventaja de concederles mayor libertad de acción que casi ningún programa positivo. El enemigo, sea interior, como el «judío» o el “kulak”, o exterior, parece ser una pieza indispensable en el arsenal de un dirigente totalitario.
  Que el judío viniera a ser en Alemania el enemigo, hasta que las «plutocracias» ocuparon su sitio, fue, lo mismo que la selección del kulak en Rusia, el resultado del resentimiento anticapitalista sobre el que se basa el movimiento entero. En Alemania y Austria llegó a considerarse al judío como representativo del capitalismo, porque un tradicional despego de amplios sectores de la población hacia las ocupaciones comerciales hizo más accesibles éstas a un grupo que había sido prácticamente excluido de las ocupaciones tenidas en más estima. Es la vieja historia de la raza extranjera, sólo admitida para los oficios menos respetados, y más odiada aún por el hecho de practicarlos. Que el antisemitismo y el anticapitalismo alemanes surgiesen de la misma raíz es un hecho de gran importancia para comprender lo que sucedió allí; pero rara vez lo han comprendido los observadores extranjeros.
  Considerar la tendencia universal de la política colectivista a volverse nacionalista como debida por entero a la necesidad de asegurarse un resuelto apoyo, sería despreciar otro y no menos importante factor. Incluso cabe dudar que se pueda concebir con realismo un programa colectivista como no sea al servicio de un grupo limitado, que el colectivismo pueda existir en otra forma que como alguna especie de particularismo, sea nacionalismo, racismo o clasismo. La creencia en la comunidad de fines e intereses entre camaradas parece presuponer un mayor grado de semejanza de ideas y creencias que el que existe entre los hombres en cuanto simples seres humanos. Aunque sea imposible conocer personalmente a todos los miembros de nuestro grupo, por lo menos han de ser del mismo tipo que los que nos rodean y han de hablar y pensar de la misma manera y sobre las mismas cosas, para que podamos identificarnos con ellos. El colectivismo a escala mundial parece ser inimaginable, si no es al servicio de una pequeña élite. Daría lugar, ciertamente, no sólo a problemas técnicos, sino, sobre todo, a problemas morales que ninguno de nuestros socialistas desea afrontar.»

 [El texto pertenece a la edición en español de Editorial Alianza, 2011, en traducción de José Vergara Doncel, pp. 128-132. ISBN: 978-84-20651-68-2.]

domingo, 15 de octubre de 2023

La piqueta.- Antonio Ferres (1924-2020)


Gadir Editorial - Antonio Ferres
Segunda parte

VI

  «Faltan cinco días. El tiempo se escurre, como cuando los chicos bajan por una cucaña.
  Faltan cuatro días.
  Faltan tres días.
  Andrés no podía quitárselo de la cabeza: faltaban sólo tres días. Sin embargo, hacía apenas un par de ellos le parecía que empezaba a ver las cosas con ojos distintos. Era ya viernes. Llegó del trabajo, dejó la tartera vacía sobre la mesa, como hacía siempre, y se sentó en una silla de la cocina sin decir palabra. Parecía una sombra, un ser que no contase para nada. Aunque hacía calor, se quedó sentado en la silla de la cocina, en el extremo más oscuro de la habitación, mirando, desde allí, las pavesas que saltaban de la lumbre de carbón vegetal. Se decía para sus adentros:
  “Que me aspen si no es una puñetera vida. Te pones a dar patás cuando tiés uso de razón, o antes, sabe Dios, y ahora estoy cansao, me empieza el cansancio en las plantas y me sube por las cañas de los huesos; pero no es esto lo malo, el caso es que te metes a ensoñar o a dar güeltas por el magín a lo que has pasao en este pajolero mundo pa verte asín. Porque voy y llego a un pueblo mejor que onde mi madre me parió, y caigo bien, y te ajustan una temporá, aunque saquen las túrdigas y tengas que echar puntos en boca, y le llamas en la ventana a una mujer, aunque el buey solo bien se lame, pero lo que pasa es que te la llevas contigo, a lo mejor por no cantar la gallina, y mientras la esperas te la figuras siempre pasándolo bien, en pelota o retozando y descansado en la casa, pero no te figuras que te vas haciendo viejo y que toas las cosas se van haciendo viejas, ni te maginas que tiés que robar aceitunas pa ir viviendo, ni te vas a llenar de nenes que te piden pan. Toas las noches piensas lo mesmo, pero te llenas de nenes, y te pones a mirarte en ellos, porque no te conformas con que sean cémilas, como toa tu casta, ni sepan dar más que un jornal o ponerse a quitarle mocos a los señoritos. Y alguien te endica que en las capitales, en los Madriles se vive mejor y que no hay paraos, ni tiés que mendigar y lamer culos pa sacarte una peoná. Y te vienes. (Los chicos no jacian más que mirarme los trenes y preguntarme por qué eran tan altísimas las casas). Y nos vinimos a los Madriles”.
  Andrés sonreía, sonreía él solo, mientras seguía pensando:
  “Venga de poner piedras y ladrillos y hasta hacer la casa. Ni siquiera nos plantan una multa, aunque algún cenizo dice que van a tirar abajo las casillas, porque en to los laos hay cenizos y pájaros de mal agüero, pero resulta que ha salío en los papeles diciendo que no quieren más gente y ahora pasa que vas a tener que coger los bártulos y largarte con la música a otra parte, y te dicen que por ahí te pudras como un perro”.
  María cruzó delante de su marido, por en medio de la cocina, y dio una vuelta al puchero. Metió la cuchara y sacó a lo alto los garbanzos amarillos y pequeños que ya casi estaban blandos, con el piquillo abierto. Olía bien, como a huesos rancios y azafrán. Pensó que los chicos tendrían hambre y que iba a machacar los garbanzos con un poco de caldo.
  —¡Santorrostro! Mi Andresillo, el pobre, que es bonico como un San Luis, y mi Mario, tan chiquito, que se los vaya a tener que llevar la mujer de Joaquín, y no es porque ella sea guarra, que no es, pero si tié que preocuparse más de alguno, será de los suyos, si falta un cacho de pan… Y los chicos, separaos de una, le van a perder el cariño. Y lo que más siento es por mi Maruja, que es una alhaja, que no quiero que se la deshonre ningún hijo de mala madre, sino un mozo como Dios manda, y no quiero que se vea tirá por ahí sin casa, como una zorra, que es sanita como una manzana, que hasta el Paco, el que hacía de praticante en el pueblo, cuando tuvo que ponerla las indeciones para la pulmonía, dijo que era la carne más bonica del mundo y eso que la chica no había cumplío los trece. Y a mí se me arruga el corazón con to. Y cuando oigo lloriquear a los chicos, ya creo que se los están llevando, pa no verlos más. Y me gustaría hablar con ese mozo que platica con mi Maruja, que ojalai que sea bueno, y decirle que me la respete como a la madre que le parió, que toas las mujeres somos unas pobres que no podemos ni tenerle cariño a un hombre, ni que sea un santo varón. Y seguro que me iba a echar a llorar, aunque una paezca una fiera, pues es que una no quiere ver que se deshaga to y que se lo lleve el diablo, como cuando sopla la ventisca en una era.
  Maruja estaba cosiendo y levantó varias veces la cabeza, cuando vio a su madre trajinar, a su madre, que movía el puchero, mecánicamente. Hizo Maruja, por dos veces, intención de levantarse de la silla que había entre la puerta y la mesa, entre el candil encendido que estaba en la mesa y la escasa luz que entraba del campo. Ya no veía para coser.
  Se levantó, por fin, y se dirigió a su madre, que seguía en lo hondo de la cocina.
  —¿Va a estar la cena?
  —Sí —respondió la madre—. Hoy no has salío con ese chico.
  —No.
  —¿Os pasa algo?
  —No.
  Maruja dejó la costura sobre su regazo y volvió a sentarse. Le daba el reflejo del candil en la cara. Se puso a pensar:
  “Mañana seguro que viene, tiene que decidirse a hablar con mi padre. El lunes va y me dice el Luis que va a hablar con mi padre, que en cuanto tiren la chabola va a llevarme con él a su casa, pero como se pasa solo, casi siempre, porque su tía está sirviendo con unos señoritos por ese barrio que llaman de Salamanca, dice el Luis que es capaz de llevarse a su casa a la niña de otra tía suya que vive también por Lavapiés, para que duerma conmigo y que él echará una manta al suelo, mismamente. Y yo no dije nada y me callé, aunque conozco a mi padre, que mi madre dice es como moro. Pero, sí, a lo mejor me voy con Luis y se echa con una manta al suelo, ahora que no hace frío, pero cuando llegue el otoño, agarra un enfriamiento el pobrecillo, como la pulmonía que yo tuve en el pueblo, cuando la aceituna. No sé de qué forma vamos a salir, porque las mujeres deben casarse como está mandao; pero tan pronto me dice el Luis que sí, como está relatando lo de que tiene que hacer la mili y buscarse algo más seguro de sueldo, ganar dineros para alquilar una habitación con derecho a cocina o ponernos a turno pa una casa de esas de los curas o del Sindicato, una casa de portal; porque es de Madrí y tos los de aquí son un poco señoringos, pero son mejores que los mozos del pueblo, que allí las mujeres cuando se casan no salen de la cocina, ni van a beber una caña ni un vermú a la taberna y están hechas unas esclavas y se cargan de hijos que no sé cómo se las arreglan… Pero Luis venga a darle vueltas y no se decide a decirle a papa que tampoco es pa tanto, aunque a mí me da más vergüenza que a él. Y hasta le he dicho que si quiere que ya no somos novios”.
  Maruja se alegró de que estuvieran tan a oscuras. Se pasó la mano por la cara, por los ojos y se sorbió la nariz.
LA PIQUETA | ANTONIO FERRES | Comprar libro 9788494201868  “Me da más pena el pensar que ya no seamos novios y que voy a estar acordándome siempre de este campo, porque no sé qué cosa me da cuando veo la fuente y la senda y el prao, que se ha puesto amarillo del calor, y se me echan los ojos a llorar. Y no me voy a poner novia más con ningún chico. Y no sé lo que me va a pasar”.
 Maruja se salió un poco a la puerta, para que le diera el aire. Quería que el día se pasara deprisa, acostarse pronto y esperar a mañana. Se figuraba que el sábado vendría Luis. “Mañana quedarán ya sólo dos días”. Los chiquillos estaban delante de la chabola, sentados en el suelo, jugando con una madera.
  Mama dice que en seguida va a estar el cocío —dijo la muchacha—. No iros por ahí.
  —Estamos haciendo un patín —dijo Andresillo—. Pa juegar a los indios.
  Estaba raspando el trozo de madera con una piedra de filo. Ras, ras, ras. Le daba vueltas en su cabeza a sus cosas.
  “El Pepe dice que los indios de las películas son mentira. El Manolo no quié dejarme la rueda de rozamiento, dice que nos van a echar de la casa como a los gitanos porque somos paletos, y le quié pegar al hermano, pero como le sacuda a mi Mario, le voy a hacer pedrea, le vamos a hacer una pedrea y le vamos a ganar. Y mi papa me va a hacer una cometa pa que cuando suba por to el aire, se chinchen, porque mi papa sí sabe hacer cometas que suben alto como los aeroplanos y su papa es de Madrí y los de Madrí no saben hacer cometas».
  Mario, el pequeño, miraba a su hermano, a la madera que el otro iba desgastando poco a poco. Ras, ras. Iba haciendo montones de arena.
  “El hermano me va hacé un patín. Yo soy un campeón. Le pego más patás a la pelota que el Fernando, el de la pipera, y le meto gol. En el cine se ven los hombres muertos, y el mar, que es mucha agua, y los hombres que se montan en los caballos. Tengo que trabajar como pa, pa, pa ganar dineros y comprar un patín mejor que los de ruedas de rodamiento. Yo también sé trabajar, sé pegar golpes a una madera con una piedra».

   VII

  Se escapaba la semana. Luis no sabía qué iba a pasar cuando llegaran los de la piqueta. Quedaban escasamente tres días, y él no había visto a Maruja y no sabía nada. Era viernes. En el campo, detrás de la ciudad, estaban los umbrales de otra vida. Luis se daba cuenta de esto y se encontraba lleno de inquietud.»

  [El texto pertenece a la edición en español de Editorial Gadir, 2014, pp. 73-76. ISBN: 978-84-94201-86-8.]

domingo, 8 de octubre de 2023

Asesinatos matemáticos.- Claudi Alsina (1952)


Claudi Alsina | Planeta de Libros
Disparates matemáticos de todos: Cinco de cada cuatro personas tienen problemas con las fracciones

SORPRESA EN LA FOTOCOPIADORA

  «Mi amigo JC ha quedado sorprendido de que al ampliar una portada de una revista (tamaño DIN A4) a un tamaño DIN A3, que es el doble de papel, las letras no han crecido el doble. Lo tranquilizo, pues este error de confundir doble superficie con doble longitud es muy común. Precisamente porque la superficie es doble, las longitudes se multiplicarán por √2, es decir, un 141 % de aumento.

     CAÑERÍAS COMPLEMENTARIAS

 Luis Villanueva, arquitecto, me cuenta que conoció a un fontanero que le dijo: Si tengo cañerías de 4 cm de diámetro las pongo, pero si no, pongo dos de 2 cm de diámetro y da lo mismo. ¡Precioso cálculo! Si los diámetros suman ¿todo da igual? La vieja fórmula del área del círculo (sección de la cañería) al multiplicar pi (3,14) por el cuadrado del radio (2) da 12,56 cm2. Pero con dos cañerías de radio 1 cm las dos secciones dan 2 × 3,14 × 1, o sea, 6,28 cm2, o sea que por “las dos” circulará la mitad de agua.

     FOTOGRAFÍAS EN DÍAS NUBLADOS
    
 Si se puede manipular la abertura del diafragma de una cámara fotográfica (¡quedan pocas!) y en lugar de poner el número 8 opta por el 5.6 para que entre más luz, ¿entrará mucha más? ¡Pues el doble! Estos números indican que los diámetros se relacionan por la √2 = 1,41, para que así la superficie de la abertura sea el doble. Lo mismo que con las cañerías, pero ahora con diámetros de diafragmas.

     EL PROBLEMA DE LA MEDIA COPA DE CAVA

 En muchas fiestas y celebraciones donde aparecen las copas de cava a rellenar parece que una actitud ponderada entre la timidez del sorbito y la audacia del “copa llena por favor”, es que usted pronuncie la esperada frase “póngame media copa”. Como siempre, a base de medias copas puede necesitar ser acompañado/a a casa en taxi o perder todos los puntos de su carné de conducir en su regreso motorizado, pero la discreción de las medias copas es siempre satisfactoria para el que bebe y discreta para el que reparte.
     Si se trata de un vaso cilíndrico, será siempre fácil marcar la “media copa” pues ésta se corresponde con la mitad de la altura.
     Pero las copas de cava suelen tener forma de cono invertido. ¿Qué sucede si usted marca tímidamente con un dedo la mitad de la altura de la copa? Gracias a lo que Tales ya observó, si h/2 es la mitad de la altura de la copa el radio del círculo líquido, r/2 será la mitad del radio r que correspondería a la copa llena por lo cual, recordando que el volumen del cono es un tercio del área de la base por la altura, su “media copa” le llevará a beber sólo un octavo de la copa llena. ¡Horror! Usted es amante de la prudencia, pero tampoco se encuentra en huelga de bebida. Su “media copa” debería corresponder a la mitad del volumen total: su dedo debe indicar una altura de la altura original, o sea un 80 % de la altura de la copa. Casi resulta increíble que las raíces cúbicas sean claves para tomar media copa de cava, pero así es. 

     LA DIVISIÓN REALMENTE JUSTA DEL PASTEL

 Dado que la mayoría de los pasteles no sólo presentan interesantes interiores sino sabrosas cimas y apetecibles laterales, surge la necesidad de abordar con realismo las divisiones realmente justas del pastel, es decir, divisiones que cumplan con tres requisitos esenciales:
     • Que cada ración tenga el mismo peso y volumen;
     • Que cada ración tenga la misma superficie de arriba;
     • Que cada ración tenga la misma superficie de la parte lateral.
     Normalmente, las dos primeras condiciones siempre se cumplen, pero no suele observarse la tercera. En la partición de un pastel redondo cortando desde el centro según los radios correspondientes, las tres condiciones se satisfacen. Pero en un pastel con forma de caja, al cortar a lo largo raciones equitativas hay quien recibe los extremos con mucha superficie lateral (azúcar, almendras, chocolate, nata…) y quien debe conformarse con las raciones centrales y sus dos miserables laterales. El tema es simple si hay 4 comensales y el cuchillo sigue los ejes de simetría, pero se complica, por ejemplo con 5 a repartir. Este tema ha sido investigado por golosos geómetras y se han podido encontrar multitud de soluciones para pasteles en forma de caja. Por ejemplo marcando los puntos del perímetro superior que corresponden a una quinta parte del perímetro y cortando desde el centro hasta estos puntos. Pero la solución más genial fue hallada por Sanford en el 2002. Se corta a lo largo de la diagonal y moviendo los dos trozos hasta formar un paralelepípedo, se procede a cortar mediante cortes paralelos adecuados en 5 [o las partes que sean]. Cada comensal recibe dos trozos pero con contenidos totales justos de verdad.

     LA GEOMETRÍA DE LOS QUESOS

 Cada tipo de queso se presenta en unas formas geométricas características y por ello un roquefort, un cabrales, un gruyère, etcétera, son plenamente identificables no sólo por su acreditado sabor sino por sus formas, color exterior y textura de la superficie envolvente: ¿es la forma geométrica de un queso arbitraria o tiene implicaciones en la propia calidad y personalidad del producto? La sorprendente respuesta es que la forma influye en el fondo.
     Diversos estudios han permitido ver que la forma de los moldes permite asegurar un tipo de compresión que influye en el queso, la forma puede influir en que distintos puntos interiores tengan características diferentes (no es lo mismo una forma de prisma que de esfera o de rueda). Así, los moldes rectangulares son más complejos que los redondeados, en el proceso de fermentación una forma prismática puede resquebrajarse fácilmente en las diferentes caras pero una forma circular asegura más uniformidad. Tanto el tamaño como la superficie exterior del queso influyen en el proceso de maduración del producto y por tanto la razón:
       Superficie exterior / Volumen total
 es un parámetro muy importante de consecuencias gustativas enormes.
    
     CÁLCULO DE CALORÍAS
     
▷ Asesinatos Matemáticos | Claudi Alsina » PDF Dice una frase popular que una dieta es una selección de comida que hace posible a otras personas perder peso. Entramos así en el temido campo de las calorías. Hoy sabemos que el calor es una manifestación de energía y, por tanto, se mide en julios. Pero la vieja tradición del calor como «fluido» calórico transmisible de un cuerpo a otro ha quedado reflejada en la denominación obsoleta de “caloría”. De hecho se usan calorías en dos cosas diferentes: la caloría pequeña (cal) o caloría-gramo es la energía calorífica que se precisa para incrementar en un grado Celsius la temperatura de un gramo de agua (4,1868 julios). La caloría-grande (Cal) o caloría-kilogramo es la energía para elevar un grado Celsius un kilogramo de agua. En nutrición se usa la kilocaloría: 1 Cal = 1 kcal =1.000 cal = 4.184 julios. Es recomendable no mezclar “cal” con “Cal”.

     MITOS CALÓRICOS

 En etiquetas y dietas se sigue dando información sobre las kcal/kg y en kj/kg de las kilocalorías o kilojulios por kilogramo de alimento o se expresan kilocalorías aportadas por cada 100 gramos. La primera confusión surge entre la aportación de calorías de una medida general y lo que realmente aporta el producto etiquetado (informan sobre kilocalorías por kilogramo en un paquete de 125 gramos). Una segunda fuente de errores son las creencias populares que sólo los números pueden ayudar a ratificar o desmentir. Por ejemplo, pocas personas son conscientes de que:
     • Aportan más calorías los garbanzos que las judías secas.
     • La miel o las mermeladas con azúcar aportan lo mismo.
     • Las verduras congeladas dan menos aporte calórico que las naturales.
     • 100 gramos de cacahuetes equivalen a más de 650 gramos de patatas cocidas.
     • La leche de vaca en polvo es muchísimo más calórica que la normal.
     • El jamón dulce o de York equivale a la mortadela.
     • El solomillo de ternera da la mitad de calorías que el bistec.
    
    EL ERROR COMO VALOR AÑADIDO

 Las producciones en serie de sellos, monedas, billetes, postales, etc., a veces dan lugar a la aparición de extraños ejemplares cuya rareza inmediatamente adquiere una alta cotización en las subastas. Nada hay más valorado que un sello en el que el dibujo salió girado o un billete con números escritos al revés o erróneos. Errores en números, en tamaños, en colocaciones, en imágenes que son simétricas o están giradas, etc., para que la pieza entre en el museo de lo más valorado. Muy curioso.»

   [El texto pertenece a la edición en español de Editorial Ariel, 2011, pp. 37-40. ISBN: 978-84-344-7013-2.]