sábado, 31 de octubre de 2015

"Coloquio en Sicilia".- Elio Vittorini (1908-1966)


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Tercera parte
 
XXVII

 "Yo conocía esto y mucho más que esto. Podía comprender, pues, la miseria de un enfermo y la de los suyos en torno a él, en la gente obrera. ¿No la conoce cada hombre? ¿No puede comprenderla cada hombre? Todo hombre ha estado enfermo alguna vez, en una época de su vida, y conoce la reacción de la enfermedad dentro de él, su impotencia ante el extraño mal; puede, por tanto, comprender al semejante...
 Pero tal vez cada hombre no sea hombre, ni toda la humanidad sea humanidad. Esto es una duda que nos asalta, en la lluvia, cuando uno tiene los zapatos rotos, y no tiene nada más en el corazón, nada más en su vida, ni nada más hecho, ni nada por realizar; cuando uno no posee nada, ni tiene nada que temer ni que perder, y ve, al lado de sí mismo, los crímenes del mundo. Un hombre ríe y otro llora. Los dos son hombres; el que ríe también ha estado enfermo, es un enfermo; sin embargo, ríe porque el otro llora. Él puede asesinar, perseguir; uno, en su desesperanza, lo ve cómo ríe sobre sus periódicos, sobre los manifiestos de sus periódicos, y no se va con el que ríe; pero nunca llora, en un momento de quietud, sino con el otro que llora siempre. Ningún hombre es hombre entonces. Uno persigue, el otro es perseguido; la humanidad no es toda la humanidad, sino únicamente aquella parte a la que pertenece el perseguido. Matad a un hombre; él será entonces más hombre. Y así es también más hombre un enfermo, un hambriento; es más humanidad la humanidad de los muertos de hambre.
 -¿Tú que piensas? -le pregunté a mi madre.
 -¿Sobre qué?
 -Sobre toda esta gente a la que pones inyecciones -dije.
 -Pienso que quizá no podrán pagarme -repuso mi madre.
 -Bien -dije-. Y cada día vas a sus casas, les pones inyecciones, y esperas que puedan pagarte de algún modo. Pero, ¿qué piensas tú de ellos?
 -Yo no espero -dijo mi madre-. Sé que algunos podrán pagarme y que otros no. Yo no espero.
 -Sin embargo, vas a casa de todos. ¿Qué piensas de ellos?
 -¡Oh! -exclamó mi madre-. Si voy para los unos, puedo ir para los otros -dijo-. No me cuesta nada.
 -Pero, ¿qué piensas de ellos? ¿Qué piensas que son?
 Mi madre se detuvo en medio de la calle y me dirigió una mirada ligeramente estrábica. Luego sonrió y dijo:
 -¡Qué extrañas preguntas me haces! ¿Qué debo pensar de ellos? Son pobre gente, con un poco de tisis o un poco de malaria...
 Moví la cabeza. Hacía extrañas preguntas, y mi madre lo comprendía así; sin embargo, no me contestaba con extrañas respuestas; y eso era lo que yo quería: extrañas respuestas. Pregunté:
 -¿No has visto nunca a un chino?
 -Sí -repuso mi madre-. He visto a dos o tres... Pasaban vendiendo collares.
 -Bien -dije-. Cuando tenías delante a un chino, y lo mirabas, y veías que no tenía abrigo cuando hacía frío, y que llevaba el traje destrozado y rotos los zapatos, ¿qué pensabas de él?
 ¡Ah!, nada especial -respondió mi madre-. Veo a muchos otros aquí, entre los nuestros, que no tienen abrigo para el frío y llevan el traje destrozado y rotos los zapatos...
 -Bueno -dije-, pero él es un chino; no comprende nuestra lengua, no puede hablar con nadie, no puede reír nunca, viaja en medio de nosotros con sus collares, y sus corbatas, y sus cinturones; no tiene pan, no tiene dinero, nunca vende nada, no tiene esperanza... Cuando lo ves así, cuando ves que es un pobre chino sin esperanza, ¿qué piensas de él?
 -¡Oh! -repuso mi madre-. Veo así a muchos otros entre los nuestros... Pobres sicilianos sin esperanza...
 -Lo sé- dije-. Pero él es un chino. Tiene la cara amarilla, los ojos oblicuos, la nariz aplastada, los pómulos salientes, quizás huele mal... Está mucho más desesperanzado que los otros. No puede tener ninguna esperanza. ¿Qué piensas de él?
 -¡Oh! - exclamó mi madre-. Hay muchos otros que no son pobres chinos y tienen la cara amarilla, la nariz aplastada y quizá huelen mal. No son pobres chinos; son pobres sicilianos. Sin embargo, no pueden tener esperanza". 

viernes, 30 de octubre de 2015

"Ven, amada mía".- Pearl S. Buck (1892-1973)

 
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Segunda Parte
 
V
 
 "Darya le apretó la mano, sonrió, y meneó la cabeza.
 -Entonces no hablaremos. Come este melón fresco; en verano es bueno para los riñones.
 David comió y bebió lo que le ordenaba Darya. Hacía varias semanas que le faltaba el apetito y el agua de la misión era tibia y muerta.
 Después, agradecido porque Darya no se mostraba tan insistente como de costumbre, le dio conversación:
 -¿Hay muchas casas como ésta en la India?
 -No muchas -confesó Darya-, pero unas cuantas, sí. Me estás preguntando por qué no renunciamos a nuestras riquezas cuando hay tantos pobres. Yo mismo me lo he preguntado muchas veces y me preocupa, y sin embargo no acepto la renunciación. Aunque sé que es la forma más elevada de la dicha espiritual, mis padres son viejos, yo soy el hijo mayor, tengo mujer e hijos y mi familia depende de mí. Mi padre dice que los ricos desempeñamos una función útil. Está bien -dice- que la gente sepa que puede haber casas como la nuestra, para que también tengan esperanzas de mejorar su situación. No sé si así consigue tranquilizarse a sí mismo. Pero tú eres hijo de un hombre rico, David, y vuestras Escrituras también dicen que es difícil que un rico entre en el reino de los cielos. Las nuestras dicen lo mismo con otras palabras.
 Esta era la ocasión propicia para hablar a Dayra de los planes de vida que David había trazado, y le describió el porvenir tal como él lo veía, la gran escuela que atraería a la mejor juventud hindú y la llenaría de fuerza y conocimientos. Para ello reuniría los mejores maestros y los más creyentes de todas partes. Lo que su padre no había hecho lo haría él.
 Darya le escuchó con ojos relampagueantes, escéptico, cariñoso, un poco burlón, pero David siguió hablando con insistencia.
 -¿Y a todos esos jóvenes hindúes los vas a hacer cristianos? -preguntó Darya al fin.
 -No contra su voluntad -contestó David.
 -Ah, los seducirás -protestó Darya-. Yo sé cómo actuáis los occidentales. Los rodearás de comodidades y les harás creer que tu agua corriente, tus habitaciones limpias y tus camas blandas, tus grandes bibliotecas y la comida sana son resultado de tu religión y los harás cristianos. Luego todos los jóvenes médicos querrán tener grandes hospitales y aparatos eléctricos y no querrán vivir en aldeas, y los maestros no querrán enseñar en aldeas, y las chicas querrán casarse con hombres que puedan darles casas como la tuya y creerán que eso es cristianismo.
 -¿Hay alguna razón por la que un hombre no pueda ser cristiano y vivir en una casa limpia alumbrada con electricidad en vez de una lámpara humeante? -preguntó David.
 -Tiene que andar su camino -contestó Darya-. No puede ir directamente de la aldea a tus Estados Unidos cristianos. Tiene que volver a la aldea que dejó y transformarla con sus propias manos, amigo mío.
 -¡Como haces tú, sin duda! -dijo David con una ironía no cristiana.
 -Yo no soy un aldeano. En mí sería una falsedad fingir que debo hacer algo que no he nacido para hacer.
 -Sin embargo, también yo debo hacer lo que no he nacido para hacer -insistió David-. Bajo la guía de Dios -añadió.
 -Hazlo -asintió Dayra-. No discutamos. Construye tu escuela y yo mandaré a ella a mis hijos. Pero no esperes que vayan a las aldeas. Volverán aquí y me pedirán que ponga electricidad y yo rehusaré porque no me gusta la electricidad.
 -¿Quién dice que deben tener electricidad? -preguntó David.
 -Es el resultado inevitable de tu cristianismo -dijo Darya, quien de pronto cambió de estado de ánimo y se mostró otra vez persuasivo-. Sé feliz, David. Es lo único que pido".   



jueves, 29 de octubre de 2015

"Don Álvaro o la fuerza del sino".- Duque de Rivas (1791-1865)

 
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Jornada Segunda. Escena primera
 
 "Mesonero: (Toma la bota y se pone de pie.) Jesús, por la buena compañía, y que Dios nos dé salud y pesetas en esta vida y la gloria en la eterna. (Bebe.)
 Todos: Amén. (Pasa la bota de mano en mano.)
 Estudiante: (Después de beber.) Tío Trabuco, tío Trabuco, ¿está usted ya con los angelitos?
 Tío Trabuco: Con las malditas pulgas y con sus voces de usted, ¿quién puede estar sino con los demonios?
 Estudiante: Queríamos saber, tío Trabuco, si esa persona de alfeñique que ha venido con usted y que se ha escondido de nosotros, viene a ganar el jubileo.
 Tío Trabuco: Yo no sé nunca a lo que van ni vienen los que viajan conmigo.
 Estudiante: Pero... ¿es gallo o gallina?
 Tío Trabuco: Yo, de los viajeros, no miro más que la moneda, que ni es hembra ni es macho.
 Estudiante: Sí, es género epiceno; como si dijéramos, hermafrodita... Pero veo que usted es muy taciturno, tío Trabuco.
 Tío Trabuco: Nuca gasto saliva en lo que no me importa. Y buenas noches, que se me va quedando la lengua dormida, y quiero guardarle el sueño, sonsoniche.
 Estudiante: Pues, señor, con el tío Trabuco no hay emboque. Dígame usted, nostrama, (a la Mesonera), ¿por qué no ha venido a cenar el tal caballerito?
 Mesonera: Yo no sé.
 Estudiante: Pero, vamos, ¿es hembra o varón?
 Mesonera: Que sea lo que sea, lo cierto es que le vi el rostro, por más que se lo recataba, cuando se apeó del mulo, y que lo tiene como un sol, y eso que traía los ojos, de llorar y de polvo, que daba compasión.
 Estudiante: ¡Oiga!
 Mesonera: Sí, señor, y en cuanto se metió en ese cuarto, volviéndome siempre la espalda, me preguntó cuánto había de aquí al convento de los Ángeles, y yo se lo enseñé desde la ventana, que, como está tan cerca, se ve clarito, y...
 Estudiante: ¡Hola, conque es pecador que viene al jubileo!
 Mesonera: Yo no sé; luego se acostó, digo se echó en la cama vestido, y bebió antes un vaso de agua con unas gotas de vinagre.
 Estudiante: Ya; para refrescar el cuerpo.
 Mesonera: Y me dijo que no quería luz, ni cena, ni nada, y se quedó como rezando el Rosario entre dientes. A mí me parece que es persona muy...
 Mesonero: Charla, charla... ¿Quién diablos te mete en hablar de los huéspedes?... ¡Maldita sea tu lengua!
 Mesonera: Como el señor licenciado quería saber...
 Estudiante: Sí, señora Colasa; dígame usted...
 Mesonero: (A su mujer.) ¡Chitón!
 Estudiante: Pues, señor, volvamos al tío Trabuco. ¡Tío Trabuco, tío Trabuco! (Se acerca a él y le despierta.)
 Tío Trabuco: ¡Malo!... ¿Me quiere usted dejar en paz?
 Estudiante: Vamos, dígame usted: esa persona, ¿cómo viene en el mulo, a mujeriegas o a horcajadas?
 Tío Trabuco: ¡Hay, qué sangre!... De cabeza.
 Estudiante: Y, dígame usted, ¿de dónde salió usted esta mañana, de Posadas o de Palma?
 Tío Trabuco: Yo no sé sino que tarde o temprano voy al cielo.
 Estudiante: ¿Por qué?
 Tío Trabuco: Porque ya me tiene usted en el purgatorio.
 Estudiante: (Se ríe.) ¡Ah, ah, ah!... ¿Y va usted a Extremadura?
 Tío Trabuco: (Se levanta, recoge sus jalmas y se va con ellas muy enfadado.) No, señor, a la caballeriza, huyendo de usted, y a dormir con mis mulos, que no saben latín ni son bachilleres".
 


miércoles, 28 de octubre de 2015

"Diálogo de la lengua".- Juan de Valdés (1509-1541)

 
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 "Marcio: Maravíllome mucho que os parezca cosa tan extraña el hablar en la lengua que os es natural. Dezidme, ¿si las cartas de que os queremos demandar cuenta fueran latinas, tuviérades por cosa fuera de propósito que os demandáramos cuenta dellas?
 Valdés: No, que no la tuviera por tal.
 Marcio: ¿Por qué?
 Valdés: Porque he aprendido la lengua latina por arte y libros, y la castellana por uso, de manera que de la latina podría dar cuenta por el arte y por los libros en que la aprendí, y de la castellana no, sino por el uso común de hablar; por donde tengo razón de juzgar por cosa fuera de propósito que me queráis demandar cuenta de lo que sta fuera de toda cuenta.
 Marcio: Si os demandásemos cuenta de los que otros escriven de otra manera que vos, terníades razón de scusaros, pero demandándôsla de lo que vos escribís de otra manera que otros, con ninguna razón os podéis escusar.
 Valdés: Quando bien lo que dezís sea así, no dexaré de scusarme, porque me parece cosa fuera de propósito que queráis vosotros agora que perdamos nuestro tiempo hablando en una cosa tan baxa y plebeya como es punticos y primorcicos de lengua vulgar, cosa a mi ver tan agena de vuestros ingenios y juizios que por vuestra honra no querría hablar en ella, quando bien a mí me fuesse muy sabrosa y apazible.
 Marcio: Pésame oíros dezir esso. ¿Cómo? ¿Y paréceos a vos que el Bembo perdió su tiempo en el libro que hizo sobre la lengua toscana?
 Valdés: No soy tan diestro en la lengua toscana que pueda juzgar si lo perdió o lo ganó; séos dezir que a muchos he oído dezir que fue cosa inútil aquel su trabajo.
 Marcio: Los mesmos que dizen esso os prometo se aprovechan muchas vezes dessa que llaman cosa inútil, y ay muchos que son de contraria opinión, porque admiten y apruevan las razones que él da por donde prueba que todos los hombres somos más obligados a ilustrar y enriquecer la lengua que nos es natural y que mamamos en las tetas de nuestras madres, que no la que nos es pegadiza y que aprendemos en libros. ¿No avéis leído lo que dize sobrêsto?
 Valdés: Sí que lo he leído, pero no me parece todo uno.
 Marcio: ¿Cómo no? ¿No tenéis por tan elegante y gentil la lengua castellana como la toscana?
 Valdés: Sí que la tengo, pero también la tengo por más vulgar, porque veo que la toscana sta ilustrada y enriquecida por un Bocacio y un Petrarca, los quales, siendo buenos letrados, no solamente se preciaron de scrivir buenas cosas, pero procuraron scrivirlas con estilo muy propio y muy elegante; y, como sabéis, la lengua castellana nunca ha tenido quien scriva en ella con tanto cuidado y miramiento quanto sería menester para que hombre, quiriendo o dar cuenta de lo que scrive diferente de los otros, o reformar los abusos que ay oy en ella, se pudiesse aprovechar de su autoridad.
 Marcio: Quanto más conocéis esso, tanto más os devríades avergonçar vosotros, que por vuestra negligencia ayáis dexado y dexéis perder una lengua tan noble, tan entera, tan gentil y tan abundante.
 Valdés: Vos teneís mucha razón, pero esso no toca a mí.
 Marcio: ¿Cómo no? ¿Vos no sois castellano?
 Valdés: Sí que lo soy.
 Marcio: Pues ¿por qué esto no toca a vos?
 Valdés: Porque no soy tan letrado ni tan leído en cosas de ciencia quanto otros castellanos que muy largamente podrían hazer lo que vos queréis.
 Marcio: Pues ellos no lo hacen y a vos no os falta abilidad para poder hazer algo, no os devríades escusar dello, pues, quando bien no hiziéssedes otra cosa que despertar a otros a hazerlo, haríades harto, quanto más que aquí no os rogamos que scriváis, sino que habléis; y, como sabréis, "palabras y plumas el viento las lleva".
 Torres: No os hagáis, por vuestra fe, tanto de rogar en una cosa que tan fácilmente podéis cumplir, quanto más aviéndola prometido y no teniendo causa justa con que scusaros, porque lo que dezís de los autores que os faltan para defenderos no es bastante, pues sabéis que para la que llamáis ortografía y para los vocablos os podéis servir del autoridad del Vocabulario de Antonio de Librixa y, para el estilo, de la del libro Amadís de Gaula".   

martes, 27 de octubre de 2015

"Noches difíciles".- Dino Buzzati (1906-1972)

 
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Accidentes de tráfico

 "-Profesor, qué bonito es oírte contar historias de la carretera. Anda, sé bueno, cuéntanos otra.
 -Bien, entonces os contaré la de la juventud. Era en América, una noche de mayo, del mayo pasado para ser exactos. Cinco estudiantes, tres chicos y dos chicas, y al volante un tal Danilo, los demás no sé cómo se llamaban. Y este Danilo era hijo de unos ricos industriales, era un chico muy guapo, en la escuela siempre había sido el primero de la clase, en los deportes ganaba todas las competiciones, era una especie de pequeño Dios y por eso los demás chicos le odiaban. Aquella noche iban en coche a gran velocidad porque eran jóvenes, sencillamente. Probablemente habrían ido a hacer el amor. Las dos chicas eran tipas salvajes y decididas a todo, y en un momento dado una de las dos le dice a Danilo: "Oye, tío, ¿te atreves a lanzarte contra los coches que vienen en dirección contraria y luego desviarte en el último momento? Nosotros lo llamamos el juego de las palomas, también las palomas por las calles parece que tengan que ser aplastadas y en cambio se escabullen en el último momento. ¿Te atreves, tío?" "En primer lugar, yo no me llamo tío", responde él "y luego ese juego que tú dices lo conozco de sobras, sólo que no me gusta, porque tú sabes perfectamente lo que haces tú, pero no sabes lo que pasa por la cabeza del otro que viene en dirección contraria y a lo mejor en el último momento también él se aparta por el mismo lado y entonces nos hacemos papilla". "Si uno se atreve pero luego no se fía es como si no se atreviese" dice uno de los chicos. "Desde luego hay que tener hígado" dice el otro. En fin empiezan a pincharle, mejor dicho continúan durante kilómetros y kilómetros hasta que él pierde la paciencia y dice: "Muy bien, oídme con atención, mocosos. ¿Veis esos dos faros que se acercan, de color azul?, debe ser un Continental último modelo, un coche sólido. Voy a lanzarme contra él y cuando esté a punto de darle, oídme bien, no me aparto ni un centímetro, me lanzo de lleno a toda velocidad, así vemos qué es lo que pasa. ¿Me he explicado bien?" "Tú, tío, eres el bocazas de turno", responde una de las chicas ye-yé. "Tú sencillamente me das risa, nunca te atreverás a nada parecido." "¿Ah, no?" Mientras tanto, a aquella velocidad vertiginosa, los dos faros azules se habían ido acercando, no faltarían más de doscientos o trescientos metros. "¿Ah, no?" repitió Danilo. Sólo en el último momento, en el ultimísimo, los cuatro compañeros entienden la horrible broma y se ponen a chillar. En el coche de los faros azules hubo tres muertos; del coche de los estudiantes sólo se salvó uno: el que luego ha contado la historia.
 -Ah, es magnífico profesor, oír cómo cuentas estas preciosas historias de la carretera. Anda, sé bueno, todavía es pronto, ¿por qué no nos cuentas otra?
 -Bien, entonces os contaré la del amor materno. Pues bien, había, mejor dicho hay, porque todavía existe, una vieja madre que desde hace más de veinte años espera que su hijo vuelva de Rusia. El hijo había desaparecido durante la gran retirada, alguien dijo que le habían hecho prisionero, pero no es seguro. Ahora bien, ya sabemos lo que es la esperanza de una madre. Un bulldozer, de esos que socavan las montañas, es una hormiga en comparación. Bueno, al cabo de veinte años esa vieja señora espera todavía, y como vive en las afueras de la ciudad, junto a la carretera que viene del norte, se pasa todo el día en la ventana mirando los coches y los camiones que llegan del norte; en alguno de ellos podría estar su hijo. Y con cada coche que aparece en el horizonte y va acercándose, su corazón empieza a latir y como es un continuo desfile, ella está siempre sobresaltada, no tiene un minuto de sosiego y todo esto es tremendo, pero a la vez es lo único que la mantiene viva. Pero precisamente debajo de su casa, que es un enorme edificio de diez pisos, justo debajo hay un cruce tristemente célebre por los terribles choques que se producen. Que se deba a indisciplina, o a que los semáforos no estén bien sincronizados, o que sea uno de esos cruces embrujados donde señales, guardias y controles de nada sirven porque actúa una misteriosa maldición, el hecho es que no hay día en que no se produzca uno de esos atroces accidentes. La vieja señora está en la ventana y ve. ¿Y si a bordo de uno de esos dos coches estaba su hijo que volvía de Rusia? Con el corazón en la garganta, baja precipitadamente a la calle, corre a ver quiénes son los muertos y los heridos. Qué alivio, cada vez. En ese coche nunca está su hijo. ¡Qué suerte! La vieja señora se santigua, lanza una mirada en derredor, radiante: "Bendito sea Dios, demos gracias a Dios." Durante unos instantes es una mujer feliz. Una vez más, casi por milagro, su hijo está a salvo. Naturalmente todos piensan que está loca".  

lunes, 26 de octubre de 2015

"Pepita Jiménez".- Juan Valera (1824-1905)

 
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 "7 de mayo

 Todas las noches, de nueve a doce, tenemos como ya indiqué a Vd., tertulia en casa de Pepita. Van cuatro o cinco señoras y otras tantas señoritas del lugar, contando con la tía Casilda, y van también seis o siete caballeritos, que suelen jugar a juegos de prendas con las niñas. Como es natural, hay tres o cuatro noviazgos.
 La gente formal de la tertulia es la de siempre. Se compone, como si dijéramos, de los altos funcionarios: de mi padre, que es el cacique; del boticario, del médico, del escribano y del señor Vicario.
 Pepita juega al tresillo con mi padre, con el señor Vicario y con algún otro.
 Yo no sé de qué lado ponerme. Si me voy con la gente joven, estorbo con mi gravedad en sus juegos y enamoramientos. Si me voy con el estado mayor, tengo que hacer el papel de mirón en una cosa que no entiendo. Yo no sé más juego de naipes que el burro ciego, el burro con vista y un  poco de tute o brisca cruzada.
 Lo mejor sería que yo no fuese a la tertulia; pero mi padre se empeña en que vaya. Con no ir, según él, me pondría en ridículo.
 Muchos extremos de admiración hace mi padre al notar mi ignorancia de ciertas cosas. Esto de que yo no sepa jugar al tresillo, siquiera al tresillo, le tiene maravillado.
 -Tu tío te ha criado -me dice- debajo de un fanal, haciéndote tragar teología y más teología, y dejándote a oscuras de lo demás que hay que saber. Por lo mismo que vas a ser clérigo y que no podrás bailar ni enamorar en las reuniones, necesitas jugar al tresillo. Si no, ¿qué vas a hacer, desdichado?
 A éstos y otros discursos por el estilo he tenido que rendirme, y mi padre me está enseñando en casa a jugar al tresillo, para que, no bien le sepa, le juegue en la tertulia de Pepita. También, como ya dije a Vd., ha querido enseñarme la esgrima, y después, a fumar y a tirar a la pistola y a la barra; pero en nada de esto he consentido yo.
 -¡Qué diferencia -exclama mi padre- entre tu mocedad y la mía!
 Y luego añade, riéndose:
 -En substancia, todo es lo mismo. Yo también tenía mis horas canónicas en el cuartel de Guardias de Corps; el cigarro era el incensario, la baraja el libro de coro, y nunca me faltaban otras devociones y ejercicios más o menos espirituales.
 Aunque Vd. me tenía prevenido acerca de estas genialidades de mi padre, y de que por ellas había estado yo con Vd. doce años, desde los diez a los veintidós, todavía me aturden y desazonan los dichos de mi padre, sobrado libres a veces. Pero, ¿qué le hemos de hacer? Aunque no puedo censurárselos, tampoco se los aplaudo ni se los río.
 Lo singular y plausible es que mi padre es otro hombre cuando está en casa de Pepita. Ni por casualidad se le escapa una sola frase, un solo chiste de esos que prodiga tanto en otros lugares. En casa de Pepita es mi padre el propio comedimiento. Cada día parece, además, más prendado de ella y con mayores esperanzas de triunfo.
 Sigue mi padre contentísimo de mí como discípulo de equitación. Dentro de cuatro o cinco días asegura que podré ya montar y montaré en Lucero, caballo negro, hijo de un caballo árabe y de una yegua de la casta de Guadalcázar, saltador, corredor, lleno de fuego y adiestrado en todo linaje de corvetas.
 -Quien eche a Lucero los calzones encima -dice mi padre-, ya puede apostarse a montar con los propios centauros; y tú le echarás los calzones encima dentro de poco.
Aunque me paso todo el día en el campo a caballo, en el casino y en la tertulia, robo algunas horas al sueño, ya voluntariamente, ya porque me desvelo, y medito en mi posición y hago examen de conciencia. La imagen de Pepita está presente en mi alma. ¿Será esto amor?, me pregunto.
 Mi compromiso moral, mi promesa de consagrarme a los altares, aunque no confirmada, es para mí valedera y perfecta. Si algo que se oponga al cumplimiento de esa promesa ha penetrado en mi alma, es necesario combatirlo".  
 
*********
 
En este enlace, puedes escuchar un relato de Juan Valera, titulado "Quien no te conozca que te compre".
 
 


domingo, 25 de octubre de 2015

"El cobrador y otros relatos".- Rubem Fonseca (1925)


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El cobrador

 "La calle abarrotada de gente. A veces digo para mí, y hasta para fuera ¡todos me la tienen que pagar! ¡Todos me deben algo! Me deben comida, coños, cobertores, zapatos, casa, coche, reloj, muelas; todo me lo deben. Un ciego pide limosna agitando una escudilla de aluminio con unas monedas. Le arreo una patada en la escudilla, el tintineo de las monedas me irrita. Calle Marechal Floriano, armería, farmacia, banco, fotógrafo, Light, vacuna, médico, Ducal, gente a montones. Por las mañanas no hay quien avance camino de la Central, la multitud viene arrollando como una enorme oruga ocupando toda la acera.

 Me cabrean estos tipos  que tiran de Mercedes. También me fastidia la bocina de un coche. Anoche fui a ver a un tipo que tenía una Magnum con silenciador para vender y cuando estaba atravesando la calle tocó la bocina un fulano que había ido a jugar al tenis en uno de aquellos clubs finolis de por allá. Yo iba distraído, que estaba pensando en la Magnum, cuando sonó la bocina. Vi que el auto venía lentamente y me quedé parado.
 ¡Eh! ¿Qué pasa?, gritó.
 Era de noche y no había nadie por allí. Él iba vestido de blanco. Saqué el 38 y disparé contra el parabrisas, más para cascarle el vidrio que para darle a él. Arrancó a toda prisa, como para atropellarme o huir, o las dos cosas. Me eché a un lado, pasó el coche, los neumáticos chirriando sobre el asfalto. Se paró un poco más allá. Me acerqué. El tipo estaba tumbado con la cabeza hacia atrás, la cara y el cuerpo cubiertos de millares de astillitas de cristal. Sangraba mucho, con una herida en el cuello, y llevaba ya el traje blanco todo manchado de rojo.
 Volvió la cabeza, que estaba apoyada en el asiento, los ojos muy abiertos, negros, y el blanco parecía de un azul lechoso, como una nuez de jabuticaba por dentro. Y como le vi los ojos así, azulados, le dije -oye, que vas a morir, ¿quieres que te pegue el tiro de gracia?
 No, no, me dijo con esfuerzo, por favor.
 En una ventana vi un tío mirándome. Se escondió cuando miré hacia allá. Debía de haber llamado a la policía.
 Salí andando tranquilamente, volví a la Cruzada. Había sido una buena idea, aquella de partirle el parabrisas del Mercedes. Tendría que haberle pegado un tiro en el capot y otro en cada puerta, el planchista lo iba a agradecer.
 
 El tío de la Magnum ya había vuelto. A ver, los treinta perejiles. Ponlos aquí, en esta mano que no ha agarrado en su vida el tacho. Tenía la mano blanca, lisita, pero la mía estaba llena de cicatrices, tengo todo el cuerpo lleno de cicatrices, hasta el pito lo tengo lleno de cicatrices.
 También quiero comprar una radio, le dije.
 Mientras iba a buscar la radio, yo examiné a fondo mi Magnum. Bien engrasadita, cargada. Con el silenciador puesto, parecía un cañón.
 El perista volvió con una radio de pilas. Es japonesa, me dijo.
 Dale, para que lo oiga.
 Lo puso.
 Más alto, le pedí.
 Aumentó el volumen.
 Puf. Creo que murió del primer tiro. Pero le aticé dos más sólo para oír puf, puf.
 
 Me deben escuela, novia, tocadiscos, respeto, bocadillo de mortadela en la tasca de la calle Vieira Fazenda, helado, balón de fútbol.
 Me quedo ante la televisión para aumentar mi odio. Cuando mi cólera va disminuyendo y pierdo las ganas de cobrar lo que me deben, me siento frente a la televisión y al poco tiempo me vuelve el odio. Me gustaría pegarle una torta al tipo ese que hace el anuncio del güisqui".  

sábado, 24 de octubre de 2015

"Cómo acabar de una vez por todas con la cultura".- Woody Allen (1935)


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Para acabar con la filosofía
 
Mi filosofía
 
 "La evolución de mi filosofía se dio de la siguiente manera: mi mujer, al invitarme a probar el primer soufflé que había hecho, dejó caer por accidente una cucharadita del mismo sobre mi pie, fracturándome varios huesos pequeños. Acudieron los médicos, tomaron y examinaron radiografías y me ordenaron un mes en cama. Durante la convalecencia, me concentré en las obras de algunos de los pensadores más formidables de Occidente -una pila de libros que yo había seleccionado para eventualidades como ésta. No presté atención al orden cronológico y empecé con Kierkegaard y Sartre, luego pasé rápidamente a Spinoza, Hume, Kafka y Camus. No me aburrí como me había temido; en cambio, me fascinó la energía con la que esas grandes mentes atacaban resueltamente la moral, el arte, la ética, la vida y la muerte. Recuerdo mi reacción a una observación típicamente luminosa de Kierkegaard: "Semejante relación, que se relaciona con su propio ser (es decir, un ser), debe haberse constituido a sí misma, o ha sido constituida por otra". El concepto me arrancó lágrimas de los ojos. ¡Dios santo, pensé, ser tan inteligente! (Soy un hombre con dificultades para escribir dos frases coherentes sobre "Un día en el zoo".) La verdad es que el pasaje me resultó totalmente incomprensible, pero ¿qué más da si Kierkegaard se lo había pasado bien? Súbitamente me convencí de que la metafísica era lo que siempre había querido hacer, tomé mi bolígrafo y empecé al acto a garabatear la primera de mis propias fantasías. La obra procedió aprisa y en sólo dos tardes (con tiempo para echarme una siesta), completé la obra filosófica que espero no será descubierta hasta después de mi muerte o hasta el año 3000 (lo que pase primero) y que modestamente creo que me asegurará un lugar privilegiado entre los pensadores de más peso en la historia. Aquí presento un breve ejemplo del cuerpo principal de tesoros intelectuales que lego a la posterioridad, o hasta que llegue la mujer de la limpieza.
 
I.-Crítica de la sinrazón pura
 
 Al formular cualquier filosofía, la primera consideración siempre debe ser: ¿qué podemos saber? Es decir, de qué podemos estar seguros de saber, o seguros de que sabemos que sabíamos, si realmente es de algún modo "cognoscible". ¿O lo habremos olvidado todo y tenemos demasiada vergüenza de decir algo? Descartes insinuó el problema cuando escribió: "Mi mente jamás puede conocer mi cuerpo, aunque se ha hecho bastante amiga de mis piernas". Por "cognoscible", dicho sea de paso, no quiero decir aquello que puede ser conocido por medio de la percepción de los sentidos o que puede ser comprendido por la mente, sino más bien que puede decirse que es Conocido o que posee un Conocimiento o una Conocibilidad, o por lo menos algo que puedas mencionar a un amigo.
 ¿Podemos en realidad "conocer" el universo? Dios santo, no perderse en Chinatown es ya bastante difícil. Sin embargo, el asunto es el siguiente: ¿Habrá algo allá fuera? ¿Y por qué? ¿Por qué tendrán que hacer tanto ruido? Por último, no cabe duda de que la característica de la "realidad" es que carece de esencia. Esto no quiere decir que no tenga esencia, sino simplemente que carece de ella. (La realidad a la que me refiero es la misma que describió Hobbes, pero un poco más pequeña). Por lo tanto, el dictum cartesiano, "Pienso, luego soy", podría expresarse mejor por "¡Eh, allí va Edna con el saxofón!". Así pues, para conocer una substancia o una idea, debemos dudar de ella y así, al dudar, llegamos a percibir las cualidades que posee en su estado finito, que están, o son realmente, "en la misma cosa", o "de la cosa misma", o de algo, o de nada. Si esto está claro, podemos dejar por el momento la epistemología.
 
II.-La dialéctica escatológica como medio de lucha contra el zona
 
 Podemos decir que el universo consiste en una sustancia y que a esta sustancia la llamamos "átomo", o también "mónada". Demócrito la denominó átomo. Leibniz la llamó mónada. Por fortuna, los dos hombres jamás se conocieron, de lo contrario se hubiera armado una discusión muy aburrida. Estas "partículas" fueron puestas en movimiento por alguna causa o principio fundamental, o quizás algo se cayó en algún lugar. El asunto es que ahora ya es demasiado tarde para remediarlo, salvo quizá comer mucho pescado crudo. Por supuesto, esto no explica por qué el alma es inmortal. Tampoco dice nada sobre una vida ultraterrena ni aclara la sensación que siente mi tío Sender de que lo persiguen los albanos. La relación causal entre el primer principio (es decir, Dios o viento fuerte) y cualquier concepción teológica del ser (Ser), según Pascal, es "tan ridícula que ni siquiera es graciosa (Graciosa)". Schopenhauer llamó a esto "voluntad", pero su médico la diagnosticó como fiebre del heno. En sus últimos años, se amargó por eso o, más aún, por la creciente sospecha de que él no era Mozart".