martes, 30 de junio de 2020

Allegro ma non troppo.- Carlo M. Cipolla (1922-2000)

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II.-Las leyes fundamentales de la estupidez humana
1.-La Primera Ley Fundamental

  «La Primera Ley Fundamental de la estupidez humana afirma sin ambigüedad que: Siempre e inevitablemente cada uno de nosotros subestima el número de individuos estúpidos que circulan por el mundo*.
 A primera vista la afirmación puede parecer trivial, o más bien obvia, o poco generosa, o quizá las tres cosas a la vez. Sin embargo, un examen más atento revela de lleno la auténtica veracidad de esta afirmación. Considérese lo que sigue. Por muy alta que sea la estimación cuantitativa que uno haga de la estupidez humana, siempre quedan estúpidos, de un modo repetido y recurrente, debido a que:
 a) personas que uno ha considerado racionales e inteligentes en el pasado se revelan después, de repente, inequívoca e irremediablemente estúpidas;
 b) día tras día, con una monotonía incesante, vemos cómo entorpecen y obstaculizan nuestra actividad individuos obstinadamente estúpidos, que aparecen de improviso e inesperadamente en los lugares y en los momentos menos oportunos.
 La Primera Ley Fundamental impide la atribución de un valor numérico a la fracción de personas estúpidas respecto del total de la población: cualquier estimación numérica resultaría una subestimación. Por ello en las páginas que siguen se designará la cuota de personas estúpidas en el seno de una población con el símbolo ∈.

2.-La Segunda Ley Fundamental

 Las tendencias culturales que prevalecen hoy en día en los países occidentales favorecen una visión igualitaria de la humanidad. Se prefiere pensar en el hombre como el producto de masa de una cadena de montaje perfectamente organizada. La genética y la sociología, sobre todo, se esfuerzan por probar, con una cantidad impresionante de datos científicos y formulaciones, que todos los hombres son iguales por naturaleza y, que si algunos son más iguales que otros, esto ha de ser atribuido a la educación y al ambiente social, y no a la Madre Naturaleza.
 Se trata de una opinión extendida que, personalmente, no comparto. Tengo la firme convicción, avalada por años de observación y experimentación, de que los hombres no son iguales, de que algunos son estúpidos y otros no lo son, y de que la diferencia no la determinan fuerzas o factores culturales sino los manejos biogenéticos de una inescrutable Madre Naturaleza. Uno es estúpido del mismo modo que otro tiene el cabello rubio; uno pertenece al grupo de los estúpidos como otro pertenece a un grupo sanguíneo. En definitiva, uno nace estúpido por designio inescrutable e irreprochable de la Divina Providencia. 
 Aunque estoy convencido de que una fracción ∈ de seres humanos es estúpida, y de que lo es por designio de la Providencia, no soy un reaccionario que pretende introducir de nuevo furtivamente discriminaciones de clase o de raza. Creo firmemente que la estupidez es una prerrogativa indiscriminada de todos y de cualquier grupo humano y que tal prerrogativa está uniformemente distribuida según una proporción constante. Este hecho está expresado científicamente en la Segunda Ley Fundamental, que dice que: La probabilidad de que una persona determinada sea estúpida es independiente de cualquier otra característica de la misma persona.
Allegro ma non troppo. Traducción castellana de Maria Pons de ... A este propósito, la Naturaleza parece realmente haberse superado a sí misma. Es archisabido que la Naturaleza, de un modo más bien misterioso, actúa de tal manera que mantiene constante la frecuencia relativa de ciertos fenómenos naturales. Por ejemplo, tanto si los hombres se reproducen en el polo norte como en el ecuador; si las parejas que se unen son desarrolladas o subdesarrolladas; si son negras, rubias, blancas o amarillas, la proporción varón-mujer entre los recién nacidos es constante, con un ligero predominio de los varones. No sabemos de qué manera la Naturaleza obtiene este extraordinario resultado, pero sabemos que para obtenerlo debe operar con grandes números. El hecho extraordinario acerca de la frecuencia de la estupidez es que la Naturaleza consigue actuar de tal modo que esta frecuencia sea siempre y dondequiera igual a la probabilidad ∈, independientemente de la dimensión del grupo, y que se dé el mismo porcentaje de personas estúpidas, tanto si se someten a examen a grupos muy amplios como grupos reducidos. Ningún otro tipo de fenómenos objeto de observación ofrece una prueba tan singular del poder de la Naturaleza.
 La prueba de que la educación y el ambiente social no tienen nada que ver con la probabilidad ∈ nos la han proporcionado una serie de experimentos llevados a cabo en muchas universidades del mundo. Podemos clasificar la población en cuatro grandes grupos: bedeles, empleados, estudiantes y cuerpo docente.
 Cada vez que se analizó el grupo de bedeles se halló que una fracción ∈ eran estúpidos. Teniendo en cuenta que el valor de ∈ era más elevado de lo que se esperaba (Primera Ley), se juzgó, de entrada, pagando el tributo a las modas en curso, que era debido a la pobreza de las familias de las que generalmente proceden los bedeles y también a su escasa instrucción. Pero al analizar los grupos más elevados se encontró que el mismo porcentaje dominaba también entre los empleados y los estudiantes. Más impresionantes todavía fueron los resultados obtenidos entre el cuerpo docente. Tanto si se analizaba una universidad grande como una pequeña, un instituto famoso o uno desconocido, se encontró que la misma fracción ∈ de profesores estaba formada por estúpidos. Fue tal la sorpresa ante los resultados obtenidos que se resolvió extender las investigaciones a un grupo especialmente seleccionado, a una auténtica "élite", a los galardonados con el Premio Nobel. El resultado confirmó los poderes supremos de la Naturaleza: una fracción ∈ de los premios Nobel estaba constituida por estúpidos. 
    
 *Los autores del Antiguo Testamento eran conscientes de la existencia de la Primera Ley Fundamental, y la parafrasearon al afirmar que "stultorum infinitus est numerus", pero cometieron una exageración poética. El número de personas estúpidas no puede ser infinito porque el número de personas vivas es finito. [N. del A.]»

   [El texto pertenece a la edición en español de Editorial Crítica, 2012, en traducción de Maria Pons. ISBN: 978-84-8432-907-7.]

lunes, 29 de junio de 2020

Carpe Diem (Coge la flor del día).- Saul Bellow (1915-2005)

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IV

 «-Nosotros, los científicos hablamos de culpabilidad irracional, Wilhem -dijo el doctor Tamkin, como si Wilhem fuera un alumno de su clase-. Pero en una situación así, por el dinero, le deseaba algo malo. Me doy cuenta. No es ahora momento de describir los detalles, pero ese capital me hizo sentirme culpable. Capital y Crimen empiezan con C. Conspiración. Canallada.
 Wilhem, con su mente pensando por él al azar, dijo:
 -¿Y qué le parece Compasión? ¿Corazón Cariñoso?
 -Hay una cosa que usted debería ver con claridad. Concentrar capital es una agresión. Eso es todo. La explicación funcional no es más que una. La gente va al mercado a matar. Dicen: "Me voy a cargar a todos". No es casual. Sólo que no tienen valor auténtico para matar y erigen un símbolo de eso. El dinero. Matan en su fantasía. Ahora, contar y numerar es siempre una actividad sádica. Como golpear. En la Biblia, los judíos no dejaban que les contaran. Sabían que eso era sádico.
 -No entiendo lo que quiere decir -dijo Wilhem. Una extraña incomodidad le invadía. Empezaba a hacer demasiado calor y se notaba la cabeza aturdida.
 -¿Qué les hace querer matar?
 -Poco a poco verá dónde va a parar todo -le aseguró el doctor Tamkin. Sus sorprendentes ojos tenían algo de la sustanciosa sequedad de una piel parda. Innumerables pelos cristalinos o espiguillas de luz resplandecían en sus atrevidas superficies-. No lo puede comprender sin pasar primero años enteros estudiando lo más profundo de la conducta humana y animal, los profundos secretos químicos, orgánicos y espirituales de la vida. Yo soy un poeta psicológico.
 -Si es usted ese tipo de poeta -dijo Wilhem, cuyos dedos palpaban en el bolsillo los sobrecitos con cápsulas de Phenaphen-, ¿qué hace en el mercado?
 -Ésa es una buena pregunta. Quizá soy mejor en la especulación porque no me importa. Básicamente, no deseo el dinero con suficiente intensidad y por eso lo veo con la cabeza bien fría.
 Wilhem pensó: ¡Ah, claro! Eso sí que es una respuesta, ¿no? Apuesto a que si yo tomara una actitud fuerte se echaría atrás en todo. Se arrastraría delante de mí. ¡Cómo me mira a hurtadillas, a ver si me lo creo! Se tragó la pastilla de Phenaphen con un largo sorbo de agua. Los cercos de los ojos se le enrojecieron al deglutir. Y luego se sintió más tranquilo.
 -Vamos a ver si le puedo dar una respuesta que le satisfaga -dijo el doctor Tamkin.
 Le pusieron delante las tostadas. Las untó de mantequilla, extendió sobre ellas  oscuro jarabe de arce, las partió en cuatro y empezó a comer con duras mandíbulas, activas y musculosas, que a veces crujían en los goznes. Apretó contra el pecho el mango del cuchillo y dijo:
 -Aquí dentro, en el pecho humano -el mío, el suyo, el de cualquiera- no hay una sola alma. Hay un montón de almas. Pero hay dos principales, el alma de verdad y el al alma que finge. ¡Bueno! Todos se dan cuenta de que tienen que amar algo o a alguien. Nota que debe salir fuera. "Si no puedes amar, ¿qué eres?" ¿Está usted conmigo?
 -Sí, doctor, creo que sí -dijo Wilhem, atento: un poco escéptico pero duro, sin embargo.
 -¿Qué eres tú? Nada. Ésa es la respuesta. En el fondo de los fondos... ¡nada! Y, claro, uno no lo puede aguantar y quiere ser Algo y lo intenta. Pero en vez de ser ese Algo, el hombre se lo echa encima a todos. No se puede ser muy estricto con uno mismo. Uno ama un poco. Por ejemplo, usted tiene un perro -(¡Tijeras!)- o da dinero a una organización de caridad. Bueno, eso no es amor, ¿verdad? ¿Qué es? Egoísmo, pura y simplemente. Es un modo de amar del alma que finge. Vanidad. Sólo vanidad, eso es. Y dominio social. El interés del alma que finge es el mismo que el interés del alma social, el mecanismo de la sociedad. Ésa es la principal tragedia de la vida humana. ¡Ah, es terrible! ¡Terrible! Uno no es libre. Lleva dentro a su propio traidor, que le va a vender. Hay que obedecerle como un esclavo. Le hace trabajar a uno como un caballo. Y ¿para qué? ¿Para quién?
 -Sí, ¿para qué? -Esas palabras del doctor le llegaron al corazón a Wilhem-. Estoy absolutamente de acuerdo -dijo-. ¿Cuándo quedaremos libres?
Saul Bellow. Carpe Diem (Coge la flor del día). de segunda mano ... -El propósito es conservar en marcha todo el asunto. La verdadera alma es la que paga el precio. Sufre y se pone enferma y se da cuenta de que el alma que finge no puede ser amada. Porque el alma que finge es una mentira. Al alma verdadera le gusta la verdad. Y cuando el alma verdadera lo siente así, quiere matar a la que finge. El amor se ha convertido en odio. Entonces uno se vuelve peligroso. Un matador. Hay que matar al engañador.
 -¿Eso le pasa a todo el mundo?
 El doctor respondió con sencillez:
 -Sí, a todo el mundo. Claro, para simplificar, he hablado del alma: no es un término científico, pero ayuda a entender. Cuando mata el matador, quiere matar a esa alma, dentro de él, que le ha engañado y estafado. ¿Quién es su enemigo? Él. ¿Y su amante? También. Por tanto, todo suicidio es crimen y todo crimen es suicidio. Es el mismo fenómeno idéntico. Biológicamente, el alma que finge le quita la energía al alma verdadera y la debilita, igual que un parásito. Ocurre inconscientemente, sin darse cuenta, en lo hondo del organismo. ¿Ha estudiado alguna vez parasitología?
 -No, mi papá es el médico.
 -Debería leer algún libro sobre eso.
 Wilhem dijo:
 -Pero eso significa que el mundo está lleno de asesinos. Y eso no es mundo. Es una especie de infierno.
 -Claro -dijo el doctor-. Por lo menos, una especie de purgatorio. Uno anda sobre los cadáveres. Están por todas partes. Les oigo clamar de profundis y retorcerse las manos. Les oigo, pobres bestias humanas. No puedo menos de oírles. Y mis ojos están abiertos para verlo. Tengo que llorar también. Esa es la tragicomedia humana.
 Wilhem trató de captar su visión. Y otra vez el doctor le pareció indigno de confianza y dudó de él.
 -Bueno -dijo-, también hay gente buena, corriente, que ayuda. Están... por ahí, por el campo. Por todas partes. De todos modos, ¿qué cosas morbosas está leyendo? -El cuarto del doctor estaba lleno de libros.
 -Leo la mejor literatura, ciencia y filosofía -dijo el doctor Tamkin. Wilhem había observado que en su cuarto hasta la antena de la TV estaba sobre un montón de libros-. Korzybski, Aristóteles, Freud, W.H. Sheldon y todos los grandes poetas. Usted me responde como un lego. No ha aplicado en serio su mente a esto.
 -Muy interesante -dijo Wilhem. Se daba cuenta de que no había aplicado su mente estrictamente a nada-. Pero no tiene que creer que soy un maniquí. También tengo mis ideas.»

   [El texto pertenece a la edición en español de Editorial Seix Barral, 1985, en traducción de José María Valverde. ISBN: 84-322-2259-3.]

domingo, 28 de junio de 2020

Venían a buscarlo a él.- Berta Vias Mahou (1961)

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Los guardianes del honor

  «Más allá, un bereber ofrecía un montón de objetos de metal sobre una manta, tirado en el suelo con las babuchas junto a él. Otro vendía pasteles árabes, llenos de miel y de pistachos, en forma de cestillos, de pañuelos cuidadosamente doblados o de minúsculos nidos de ruiseñor. Mira, exclamó Khaled sin hacer ni un solo ademán para señalar en dirección alguna. ¿Otra mujer guapa? Hamid siguió su mirada y vio una rata negra que atravesaba los raíles del tranvía corriendo hacia el borde del muelle para ir a tirarse al agua. ¿Sabes que una rata de ésas puede perforar con sus dientes hasta una tubería de plomo? Y son tan habilidosas que pueden llevarse un huevo hasta su nido sin cascarlo. Comilonas y malabaristas, bromeó Hamid. Khaled, sin siquiera esbozar una sonrisa, siguió a lo suyo: Pongamos las cartas sobre la mesa. ¿Por qué no lo había hecho cuando estaban sentados en la terraza, en lugar de pasarse todo el tiempo contemplando el panorama? Sin duda prefería hablar mientras caminaba. Tal vez creyera que así no les escucharía nadie. De todos modos, en aquellas unidades los compañeros no hablaban mucho entre sí. Había que tener cuidado con lo que se decía. Incluso estando los dos solos, a pesar de que tanto el uno como el otro podían decir que el otro era de los suyos, un hermano. No formaban más que una célula minúscula. Una partícula insignificante en un engranaje enorme, dentro de una red complejísima.
 Como dos moscas atrapadas en la tela de una araña. Y más valía no hacer ni un solo movimiento en falso. Pero la verdad es que en la calle daba igual hablar en voz alta o en un susurro. El mayor peligro siempre estaba en el propio compañero. La denuncia dentro del grupo fomenta la limpieza. Khaled echó una ojeada a su "hermano" y sintió una oleada de desprecio al pensar que aún tendría que aguantar a otro, pues por lo general actuaban en unidades de tres miembros. A veces le parecía que se encontraba en una especie de orden religiosa. Al menos, vivían la mayor parte del tiempo como si fueran monjes. No tenían nada. Vivían con lo puesto. El revolucionario es un hombre perdido, recordó. No tiene intereses propios, ni causas propias, ni sentimientos, ni hábitos, ni propiedades. Y ni siquiera un nombre. Todo en él ha sido absorbido por un único y exclusivo interés, por un solo pensamiento. La revolución. Eran las primeras palabras del primer párrafo del Catecismo del revolucionario. Aunque escrito para los anarquistas rusos hacía casi un siglo, describía a la perfección el estado en el que se encontraba cualquier miembro de una banda terrorista.
 Parece ser que nuestro hombre está escribiendo un documento que podría resultar comprometedor para la organización, prosiguió Khaled. Sin embargo, la última orden recibida es que debemos esperar. Le han dado un premio muy importante y la atención del mundo entero está puesta en él. Ahora no nos conviene actuar. De todos modos, según nuestros informadores, parece que Golan tiene intención de retirarse a vivir al campo. Al sur de Francia, no lejos de aquí. Si es así, dentro de unos meses, como mucho un año, resultará todo más fácil. Aunque también podemos actuar en la capital si es necesario. Qué excitante resultaba decidir sobre el destino de otras personas. Era como jugar a ser Dios. Y aquella diversión emocionante, a veces incluso peligrosa, era sin duda alguna lo que más podía acercarles a la inmortalidad. ¿De quién se trata? ¿Quién se oculta bajo el nombre de Golan? Nada más decirlo, Hamid se dio cuenta de que no debía haber formulado la pregunta. En cuanto él abría la boca, Khaled dejaba de hablar durante un buen rato. No le contestaba. O se ponía a hablar de otra cosa completamente distinta.
 Y, en efecto, durante unos minutos se quedó callado, sumido en sus pensamientos, caminando más despacio. No se puede escapar a la muerte, dijo por fin sin levantar la vista del suelo. ¿Conoces la historia del criado del rico mercader? Hamid le miró sorprendido. No podía creer que se dignara hablar en aquel tono con él, que le dedicara tanta atención. Conocía la historia, claro que la conocía, pero le dejó contarla. El criado ve en el mercado de Bagdad a la muerte, que le hace un gesto que él interpreta como de amenaza, así que corre a pedirle a su amo un buen caballo para escapar a toda velocidad a Isfahán. Más tarde, también el mercader se tropieza con la muerte en el mercado y le pregunta por qué le ha hecho un gesto de amenaza a su criado. La muerte responde: Era de asombro. me ha sorprendido verlo aquí, pues hoy mismo debo llevármelo en Isfahán. Hamid le miró sin comprender. ¿Qué quería decir? ¿Que eran infalibles? ¿Que nadie podía escapar una vez que la organización había decidido eliminarlo? En cualquier caso, dijo Khaled, como quien piensa en voz alta, yo prefiero encontrar a la muerte a caballo que en la cama.
Venían a buscarlo a él | Editorial Acantilado Mientras, habrá que dedicarse a la recaudación. Aquí, en Marsella, se dan muchos casos de morosos, falta entusiasmo. Como la muerte, nos entretendremos algún tiempo en el mercado. Habrá que hacerles entender que no se pueden retrasar en el pago. Si quieren que su suerte cambie, que el mundo entero cambie, también ellos tienen que contribuir. Sobre todo, ellos. Charriot magique. Toute en musique. Bienvenue chez papa Omri. Specialiste du thé à la menthe avec pignons, leyó Khaled en voz alta. El carro mágico estaba cubierto de flores. Papá Omri, con la barba canosa y un termo en la mano, llevaba un cornetín colgado del pecho. Con él anunciaba su llegada. Del carrito además salía música. Tenía un transistor embutido entre los termos y un montón de vasos de papel atiborraba la superficie superior del carricoche, que en su parte inferior y por todas y cada una de las caras estaba cubierto con banderas de distintos países. Se podía ver la de Francia, la de Argelia, pero también la de Suiza, la de Canadá, la de Alemania, la de España. En aquel momento sonaba una melodía árabe que hizo que el sol y el aire fresco de la bocana del puerto les resultaran aún más agradables.
 Hamid se dirigió hacia el carro con  la intención de tomar un té capaz de transportarle a la patria. Papá Omri estaba sirviendo a dos chicas muy jóvenes vestidas con trajes de verano de color blanco y sandalias de cuero. El viento jugaba con la tela, que temblaba sobre sus muslos. […]
 ¿Has visto? Ése es el ejemplo del buen árabe colonizado. Papá Omri escuchó el comentario, presintió la amenaza y echó a andar, empujando su carrito. Y mientras se alejaba con pasos cortos y rápidos, Khaled sonrió. El preferido del colonizador, de buena voluntad. No parece un mal tipo, le replicó Hamid. […] En aquel momento, pasó por allí una mujer junto a un chico alto con un loro gris sobre el hombro izquierdo. Khaled, que había empezado a seguir al hombre del carrito, que avanzaba tras las dos jóvenes con sus vasos de té, se detuvo de golpe y se quedó mirándolos. Otra mujer que le ha robado el sentido, pensó Hamid, sin darle mayor importancia, aliviado ante la idea de que abandonara tan pronto la persecución de Papa Omri. No puede ser, murmuró Khaled. Esa mujer y ese chico me están siguiendo. Tal vez estén a sueldo de los messalistas. Los dos. O por lo menos ella. Quizá sean confidentes de la policía. Deben de trabajar para el Servicio de Inteligencia francés. Hamid no podía creer lo que estaba oyendo y por primera vez se atrevió a protestar. ¿Estás chiflado? ¿Has perdido la cabeza? ¿Una mujer y un chico con un loro?
 ¿Acaso su compañero se había vuelto loco? ¿Y su inteligencia? ¿Se había esfumado para dar paso a un delirio infantil? Ellos son los culpables de que tenga esta marca, prosiguió Khaled al tiempo que se llevaba la mano a la mejilla. Mejor dicho, el loro. Me la hizo el pájaro. En un café. En Argel. Y ahora aparecen aquí, en Marsella. Me están siguiendo. No hay duda. Hamid se echó a reír a carcajadas. De modo que la cicatriz no es de una herida de bala. Ni de un cuchillo... Dejó la burla de inmediato porque Khaled le lanzó una mirada de hielo.»

    [El texto pertenece a la edición en español de Editorial Acantilado, 2010. ISBN: 978-84-92649-75-4.]

sábado, 27 de junio de 2020

Foto movida.- Miguel Mena (1959)

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  «Hoy gran parte de la prensa incluye un anuncio que ocupa media página bajo una pregunta: ¿Quién quiere matar a Nacho? Es publicidad en contra de la Ley de Despenalización Parcial del Aborto que se debate en el Congreso de los Diputados. El tal Nacho es un niño. En realidad, el dibujo de un bebé con el que quiere aludirse a un feto. A través de diferentes viñetas, se explica cómo acabar con él. Con el feto, con Nacho, cuyo retrato aparenta esa edad primeriza en que los críos parecen ángeles risueños.
 Según los dibujos, a Nacho se le puede matar por aspiración, por dilatación y legrado, por envenenamiento salino y por cesárea. No incluyen métodos fuera del ámbito de la medicina. No incluyen métodos más contundentes. Por ejemplo, la patada en la barriga. Por ejemplo, el ametrallamiento.
 Dos mujeres embarazadas han muerto este año en otros tantos atentados de ETA. Una en febrero, cuando iban a empezar los carnavales; la otra en mayo, en vísperas de las elecciones municipales.
 Patricia es una mujer de treinta y dos años que espera su tercer hijo. Es un día de invierno y se halla en Tolosa. Acompaña a su marido, un detective privado especializado en temas laborales y empresariales a quien los terroristas confunden con un miembro de las fuerzas de seguridad. Patricia y su esposo son ametrallados cuando están en el interior de su coche. El detective se salva, pero ella muere en el acto. Inmediatamente, el ayuntamiento acuerda suspender los actos del carnaval, pero las sociedades populares que participan en la tamborrada y otras tradiciones del lugar insisten para que se mantengan. Finalmente, hay fiestas. Mientras la mujer es enterrada en san Sebastián, la alegría se desborda nuevamente por las calles de esa otra localidad guipuzcoana famosa por sus txapelas.
 La otra embarazada cae en Bilbao, en el esplendor de la primavera. Se llama María Dolores, tiene veinticinco años y espera su primer hijo. En esta ocasión los activistas tienen mejor puntería: además de la joven embarazada, en el mismo atentado, matan a su marido, que es cabo de la policía, y a un vecino, también policía nacional. Cuatro días después, con esas tres bajas en el censo, aún fresca en la memoria la imagen de sus cuerpos ensangrentados sobre el pavimento de un garaje, Herri Batasuna, el brazo político de ETA, obtiene unos magníficos resultados electorales en los ayuntamientos del País Vasco y Navarra. Entre ellos, Bilbao. […]

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 Mainar comienza a prestar atención a las emisoras de FM, a estar menos pendiente de las noticias y más de las canciones, a poner la tele en las horas de los programas musicales, a fijarse más en las páginas de cultura y espectáculos de la prensa. Empieza a leer las crónicas de los conciertos, las críticas de discos, los comentarios sobre fiestas y presentaciones. También compra alguna revista musical y observa con detenimiento las diferentes maneras de vestir, las modas que siguen unos y otros grupos. Incluso en comisaría busca conversación con los agentes más jóvenes para que le ilustren sobre las distintas pandillas que se forman en torno a diferentes estilos musicales.
 Un policía de Vallecas le cuenta que en su barrio sólo hay heavys, que suelen ser de aspecto fiero, pero a la hora de la verdad son mucho más inofensivos de lo que aparentan. Un policía que ha patrullado por zonas de bares le habla de los rockers y los mods, de que son pocos y presumen de llevarse mal entre ellos, de lo mucho que cuidan su estética y sus motos. Otro le informa sobre los punks y los tilda de violentos, aunque aclara que más con los objetos que con otra gente, una especie de agresividad infantil que se plasma en patadas a las cosas y escupitajos a las personas. En cuanto a drogas, parece ser que eso, como el alcohol, los une a todos. Ninguno las desprecia. Hay canciones de todos los estilos que las reverencian. No hay una droga en particular que se identifique con estos o con aquellos. Cada cual toma lo que se puede pagar. Por supuesto, hay yonquis entre los heavys, entre los rockers, entre los mods, entre los punks e incluso entre los aficionados al flamenco.
Cuéntate la vida: Foto movida, de Miguel Mena Mainar enseña la foto de Almudena y sus amigos para ver en qué categoría los puede ubicar. Algunos le hablan de modernos, nuevaoleros, neorrománticos, pero nadie parece tenerlo muy claro. Un policía le dice que lo que parecen, sobre todo, es un poco pijos. Eso ya lo ha pensado el inspector, pero no es un concepto que relacione con una música concreta, con algún tipo de movimiento cultural. Es algo más difuso relacionado con el poder adquisitivo y la clase social. Eso le interesa menos. Eso no es ninguna novedad.
 Ha habido un secuestro en Bilbao. La frase fue corriendo de despacho en despacho por toda la comisaría, repitiéndose con diferentes tonos, desde quien aún pronunciaba este tipo de cosas con alarma a quien lo hacía con una mezcla de hartazgo y rutina.
 Ya tardaban, pensó Mainar cuando supo la noticia. ETA llevaba algún tiempo sin secuestrar a nadie, pero había seguido con su ritmo habitual de asesinatos, teñido además por una gran variedad en cuanto a la ocupación de las víctimas. Los dos últimos habían sido policías, pero en las semanas anteriores también habían matado a un vendedor de coches, a un representante de una marca de licores y al propietario de un bar. Gente muy fácil de ejecutar. El secuestro requería más preparación, más trabajo y asumir más riesgos que los necesarios para poner una bomba o disparar por la espalda y alejarse.
 -¿Quién es el secuestrado? -se interesó el inspector.
 -Un militar.
 -¿Un militar? -se extrañó Mainar-. No puede ser. ETA no secuestra militares. Los mata directamente, como a nosotros.
 -Pues han dicho que es un capitán. Es todo lo que sé por el momento.
 Mainar pensó que era un secuestro raro y que aquello pintaba mal. ETA contaba con más de sesenta secuestros en su historial y casi siempre se había tratado de empresarios. Algunos habían sido muy cortos, de dos o tres días, los justos para que los aterrorizados familiares juntaran el dinero para pagar y con ello evitar que su padre, esposo o hermano corriera la misma suerte que quienes no lo habían hecho a tiempo: ejecutados sin contemplaciones con un tiro en la nuca. Pero si habían secuestrado a un militar, no habría sido por dinero. Le resultó inevitable recordar al ingeniero de una central nuclear secuestrado dos años antes y asesinado sin contemplaciones pocos días después. Entonces pedían la demolición de la central. Se preguntó qué cosa imposible pedirían ahora, sólo para tener en vilo al país durante unos días antes de cumplir su sentencia de muerte. Porque un militar español en manos de ETA no podía tener ningún otro destino. No podía pagar un rescate y mucho menos mover a la compasión de sus captores. La única esperanza era liberarlo antes de ese momento fatídico, y Mainar sabía que esa responsabilidad caería en parte sobre sus espaldas.»

    [El texto pertenece a la edición en español de Santillana Ediciones Generales, 2014. ISBN: 978-84-8365-629-7.]