Confesión de Natura
Proceso a la humanidad
«En todas las cosas que aquí he referido, / y Nuestro Señor lo sabe muy bien,
siempre me he esforzado para el bien del hombre / y en su beneficio siempre he trabajado.
Y aunque él es el fin de toda mi obra, / también él es el único que va contra mí,
pues nunca se tiene como bien pagado / el muy desleal, el muy renegado.
No hay nada en el mundo que pueda bastarle. / Así pues, ¿qué puedo seguir de él diciendo?
Son tantos los bienes con que lo colmé, / que el enumerarlos sería imposible;
a cambio, me trata con tantas afrentas, / que citar no puedo de tan abundantes.
Por ello, buen Genio, mi buen capellán, / ¿es acaso justo que lo siga amando
y siga mimando con tanto cariño, / cuando se comporta de tan mala forma?
¡Que Dios me perdone desde el crucifijo! / ¡Mucho me arrepiento de haberlo formado!
¡Pero por la muerte que sufrió Jesús, / aquél a quien Judas se atrevió a besar
y a quien con su lanza golpeó Longino, / lo he de denunciar de todos sus crímenes
delante de Dios, que me lo entregó / y lo conformó a su semejanza,
ya que nunca cesa de estar contra mí! / Soy una mujer y no he de callar,
y desde ahora mismo habré de acusarlo, / ya que las mujeres sueltan lo que saben.
Nunca como ahora será más culpado; / no conseguirá que yo lo perdone:
todos sus defectos serán revelados,/ puesto que diré toda la verdad.
Él es orgulloso, infame, ladrón, / traidor, codicioso, avaro, tramposo,
glotón, maldiciente y de poca fe, / de todo envidioso y despreciativo;
también mentiroso y de todo incrédulo, / perjuro, falsario y muy vanidoso,
y en grado extremado inconsciente y loco, / así como idólatra y ser sin piedad;
es también traidor, redomado hipócrita / y un gran perezoso. ¿Qué más? Sodomita.
Él es, en resumen, tan vil y tan tonto, / que a todos los vicios quiere encadenarse
y les da cabida dentro de sí mismo. / ¡Mirad en qué hierros se quiere encerrar!
¿Acaso no busca con afán su muerte / cuando a tantos males quiere condenarse?
Mas ya que las cosas están obligadas / a volver al sitio donde se produjo
el primer momento de sus existencias, / cuando se presente ante su Señor,
al que en todo instante con todas sus fuerzas / hubiera debido servir y alabar
guardándose bien de toda maldad, / ¿acaso podrá mirarlo de frente?
Y cuando el Señor tenga que juzgarlo / ¿le podrá tener consideración
después que con Él tan mal se ha portado / (como en tal momento quedará probado)
este miserable, cuyo corazón / nunca se ha movido para hacer el bien?
El único bien por el que se esfuerzan / grandes y pequeños es por el honor,
sobre el que parece que se han aliado / y puesto de acuerdo unánimemente,
por más que ese honor no todas las veces / permanece a salvo aun con dicho trato,
ya que muchos sufren grandes menoscabos / y acaban muriendo o bien deshonrados.
Pero el miserable, ¿qué podrá esperar, / si bien examina lo mucho que peca,
cuando ya se encuentre delante del juez / que juzga y que ve todas las acciones
y da a cada una lo que se merece, / sin que se le olvide la mínima cosa?
¿Y qué recompensa podría esperar / excepto una cuerda, con la que lo cuelguen
en la dolorosa horca del infierno? / Allí quedará bien encadenado
con fuertes argollas que no han de romperse / ante los diablos y su vil señor.
O será cocido en grandes calderos, / o quizás asado por todas las partes
en unas parrillas con ardiente fuego; / o quizás lo aten con grandes cadenas,
tal como a Yxión, a ruedas cortantes / que hacen los diablos girar con sus pies;
o conocerá el mismo suplicio / de sed y de hambre que sufriera Tántalo,
el cual, aunque inmerso en medio de un baño, / por más que de sed se estaba muriendo,
nunca conseguía tocar con la boca / el agua que estaba junto a su barbilla:
cuanto más hacía para conseguirla, / más se le alejaba y su sed crecía,
tanto, que jamás consiguió saciarla, / por lo que moría de sed abrasado:
tampoco podía coger la manzana / que delante de él tenía colgada,
y al menor intento hecho con su boca, / más se le apartaba con el movimiento.
O bien bajará por coger del fondo / la muela que debe subir a una roca,
que caerá de nuevo, debiendo subirla / una y otra vez, sin interrupción
tal como tú hacías, desgraciado Sísifo, / que a este gran tormento fuiste condenado.
O bien una cuba sin fondo y enorme / tendrá que llenar, sin nunca lograrlo,
tal como tuvieron que hacer las Danaides / para así purgar antiguos pecados.
Y vos conocéis, mi querido Genio, / cómo se esforzaban por comer el hígado
de Ticio dos buitres, y con cuánto ahínco, / a los que espantar resultaba inútil.
Pero en el infierno aún hay más penas, / suplicios terribles y grandes torturas
que conocerá ciertamente el hombre, / el cual pagará con ellos la culpa
dolorosamente y desesperado / hasta que yo quede, por fin, satisfecha.
Puesto que ese Juez al cual aludí, / que juzga igualmente lo dicho y lo hecho,
si aquí se mostrara con él indulgente, / es como si hiciera buena y agradable
la forma de obrar de los usureros: / pero dicho Juez siempre es justiciero,
por cuya razón siempre fue temido: ¡es muy mal negocio darse a los pecados!
Evidentemente, todos los pecados / a los que se suele entregar el hombre,
por ser cosa suya, se los dejo a Dios, / que lo juzgará cuanto tenga a bien.
Pero en los que a Amor hacen referencia, / del cual he escuchado sus múltiples quejas,
deberé exigir su reparación, / puesto que los hombres reniegan del trato
que por nacimiento firmaron conmigo / y han de respetar del modo debido
mientras que mis medios sigan empleando.»
[El texto pertenece a la edición en español de Ediciones Cátedra, 1987, en traducción de Juan Victorio. ISBN: 84-376-0691-8.]
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