sábado, 28 de febrero de 2015

"La edad de la inocencia".- Edith Wharton (1862-1937)

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"-Voyez, vous, monsieur, conservar la propia libertad intelectual, no someter la propia capacidad de apreciación, la independencia crítica, vale más que nada, ¿no es así? Por esa razón abandoné el periodismo y me dediqué a un trabajo mucho más gris: hacer de preceptor y secretario particular. Hay también bastante trabajo malo, desde luego; pero uno conserva la propia libertad moral, lo que llamaríamos en francés el propio quant à soi. Y cuando se oye una conversación interesante uno puede unirse a ella sin comprometer más opinión que la propia; o ponerse a escuchar y responder interiormente. ¡Ah, no hay nada como la buena conversación! ¿No es así? El aire de las ideas es el único aire que merece ser respirado. Así que nunca me he arrepentido de haber dejado la diplomacia o el periodismo, dos formas diferentes de la misma renuncia a uno mismo. Voyez, vous, monsieur -fijó sus ojos vivaces en Archer mientras encendía otro cigarrillo-, poder mirar a la vida a la cara: eso merece vivir en una buhardilla, ¿no lo cree? Pero resulta que hace falta ganar lo suficiente para pagar la buhardilla; y confieso que hacerse viejo siendo preceptor privado -o cualquier cosa "privada"- es casi tan escalofriante para la imaginación como una secretaría de segunda en Bucarest. Algunas veces siento que debería tirarme de cabeza: una zambullida intensa. ¿Cree usted, por ejemplo, que puede haber alguna oportunidad para mí en América, en Nueva York?
 Archer le miró con ojos sorprendidos. ¡Nueva York para un hombre que había frecuentado a los Goncourt y a Flaubert, y que pensaba que la vida de las ideas era la única que merecía vivirse! Continuó mirando perplejo a monsieur Rivière, preguntándose cómo decirle que sus mismas ventajas y excelencias habrían de ser el inconveniente más seguro para su éxito.
 -Nueva York..., Nueva York..., pero, ¿tiene que ser especialmente Nueva York?- tartamudeó, incapaz por completo de imaginar qué salida lucrativa podría ofrecer su ciudad natal a un hombre joven para el que una buena conversación resultaba ser lo único necesario.
 Un rubor repentino cubrió la piel cetrina de Rivière.
 -Ah..., pensé que en su metrópolis... ¿No es más activa allí la vida intelectual? -repuso; después, como si temiera haber dejado en su oyente la impresión de haberle pedido un favor, continuó apresuradamente-. Uno lanza sugerencias al azar, más para uno mismo que para los demás. En realidad, no veo ninguna perspectiva inmediata... -Se levantó de su asiento y añadió sin rastro alguno de embarazo-: Pero la señora Carfry estará pensando que ya debía haberle llevado a usted arriba".

viernes, 27 de febrero de 2015

"El lobo estepario".- Herman Hesse (1877-1962)


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"No ha de asombrarnos que un hombre tan instruido y tan inteligente como Harry se tenga por un lobo estepario, crea poder encerrar la rica y complicada trama de su vida en una fórmula tan llana, tan primitiva y brutal. El hombre no posee muy desarrollada la capacidad de pensar, y hasta el más espiritual y cultivado mira al mundo y a sí propio siempre a través del lente de fórmulas muy ingenuas, simplificadoras y engañosas -¡especialmente a sí propio!-. Pues, a lo que parece, es una necesidad innata y enteramente fatal en todos los hombres representarse cada uno su yo como una unidad. Y aunque esta quimera sufra con frecuencia algún grave contratiempo y alguna sacudida, vuelve siempre a curar y surgir lozana. El juez, sentado frente al asesino y mirándolo a los ojos, que oye hablar todo un rato al criminal con su propia voz (la del juez) y encuentra además en su interior todos los matices y capacidades y posibilidades del otro, vuelve ya al momento siguiente a su propia identidad, a ser juez, se cobija de nuevo rápidamente en la funda de su yo imaginario, cumple con su deber y condena a muerte al asesino. Y si alguna vez en las almas humanas organizadas delicadamente y de especiales condiciones de talento surge el presentimiento de su diversidad, si ellas, como todos los genios, rompen el mito de la unidad de la persona y se consideran como polipartitas, como un haz de muchos yos, entonces, con sólo que lleguen a expresar esto, las encierra inmediatamente la mayoría, llama en auxilio a la ciencia, comprueba esquizofrenia y protege al mundo de que de la boca de estos desgraciados tenga que oír un eco de la verdad. Pero, ¿a qué perder aquí palabras, a qué expresar cosas cuyo conocimiento se sobreentiende para todo el que piense, pero que no es costumbre expresarlas? Cuando, por consiguiente, un hombre se adelanta a extender a una duplicidad la unidad imaginada del yo, resulta ya casi un genio, al menos en todo caso una excepción rara e interesante. Pero en realidad ningún yo, ni siquiera el más ingenuo, es una unidad, sino un mundo altamente multiforme, un pequeño cielo de estrellas, un caos de formas, de gradaciones y de estados, de herencias y de posibilidades. Que cada uno individualmente se afane por tomar a este caos por una unidad y hable de su yo como si fuera un fenómeno simple, sólidamente conformado y delimitado claramente: esta ilusión natural a todo hombre (aun al más elevado) parece ser una necesidad, una exigencia de la vida, lo mismo que el respirar y el comer.
 La ilusión descansa en una sencilla traslación. Como cuerpo, cada hombre es uno; como alma, jamás. También en poesía, hasta en la más refinada, se viene operando siempre desde tiempo inmemorial con personajes aparentemente completos, aparentemente de unidad. En la poesía que hasta ahora se conoce, los especialistas, los competentes, prefieren el drama, y con razón, pues ofrece (u ofrecería) la posibilidad máxima de representar al yo como una multiplicidad -si a esto no lo contradijera la grosera apariencia de que cada personaje aislado del drama ha de antojársenos una unidad, ya que está metido dentro de un cuerpo solo, unitario y cerrado-. Y es el caso también que la estética ingenua considera lo más elevado al llamado drama de caracterización, en el cual cada figura aparece como unidad perfectamente destacada y distinta. Sólo poco a poco, y visto desde lejos, va surgiendo en algunos la sospecha de que quizá todo esto es una barata estética superficial, de que nos engañamos al aplicar a nuestros grandes dramáticos los conceptos, magníficos, pero no innatos a nosotros, sino sencillamente imbuidos, de belleza de la Antigüedad, la cual, partiendo siempre del cuerpo visible, inventó muy propiamente la ficción del yo, de la persona. En los poemas de la vieja India, este concepto es totalmente desconocido; los héroes de las epopeyas indias no son personas, sino nudos de personas, series de encarnaciones. Y en nuestro mundo moderno hay obras poéticas en las cuales, tras el velo del personaje o del carácter, del que el autor apenas si tiene plena conciencia, se intenta representar una multiplicidad anímica". 

jueves, 26 de febrero de 2015

"El retrato de Dorian Gray".- Oscar Wilde (1854-1900)


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"-¡Qué atrozmente injusto es usted! - exclamó lord Harry, echando hacia atrás su sombrero y mirando las nubecillas que, como vellones de seda blanca, iban a la deriva por el azul turquesa del cielo de verano-. Sí, horriblemente injusto. Establezco una gran diferencia entre las personas. Elijo a mis amigos por su buen aspecto, a mis simples conocidos por su buen carácter y a mis enemigos por su buena inteligencia. Un hombre no daría nunca bastante importancia a la elección de sus enemigos. Yo no tengo ni uno solo que sea un tonto. Son todos hombres de cierta potencia intelectual, y por consiguiente, todos me aprecian. ¿Es esto muy vanidoso por mi parte? Creo que es más bien vano.
 -Así lo pienso yo, Harry. Pero, según su clasificación, debo ser un simple conocido.
 -Mi bueno y querido Basilio, es usted para mí mucho más que un conocido.
 -Y mucho menos que un amigo. Una especie de hermano, ¿verdad?
 -¡Oh, los hermanos! No me importan los hermanos. Mi hermano mayor no quiere morirse, y los más pequeños parecen desear imitarle.
 -¡Harry! -exclamó Hallward, frunciendo las cejas.
 -Amigo mío, no hablo completamente en serio. Pero no puedo evitar el detestar a mis parientes. Supongo que esto se debe a que ninguno de nosotros puede soportar la vista de otros que tengan sus mismos defectos. Simpatizo por completo con la democracia inglesa en su rabia contra lo que ella denomina los vicios del gran mundo. Las masas sienten que la embriaguez, la estupidez y la inmoralidad deben ser propiedad suya, y si alguno de nosotros asume esos defectos es como si cazase en sus vedados. Cuando el pobre Southward compareció ante el Tribunal de Divorcio, la indignación de esas masas fue magnífica. Y, sin embargo, no creo que la décima parte del proletariado viva correctamente.
 -No apruebo ni una sola de las palabras que acaba usted de decir, y tengo la convicción, Harry, de que usted tampoco las aprueba.
 Lord Henry acarició su barba, cortada en punta, y, golpeando la puntera de su zapato de charol con su bastón de ébano adornado con bolas, prosiguió:
 -¡Qué inglés es usted, Basilio! Esta es la segunda vez que me hace usted esa observación. Si se expone una idea a un verdadero inglés (lo cual es siempre cosa temeraria), no intenta nunca saber si la idea es buena o mala. Lo único que considera de importancia es saber si uno cree en ella. Ahora bien: el valor de una idea no tiene que ver con la sinceridad del hombre que la expresa. Realmente, hay muchas probabilidades de que la idea sea interesante en proporción directa con el carácter insincero de la persona, pues en este caso no estará coloreada por ninguna de las necesidades, de los deseos o de los prejuicios de aquélla. Sin embargo, no me propongo discutir cuestiones políticas, sociológicas o metafísicas con usted. Prefiero las personas a sus principios, y prefiero antes que nada en el mundo a las personas sin principios. Hábleme más de míster Dorian Gray. ¿Con cuánta frecuencia lo ve usted?
 -A diario. No podría ser feliz si no le viese a diario. Me es absolutamente necesario.
 -¡Es extraordinario! Yo creía que no se preocupaba usted más que de su arte.
 -Él es ahora todo mi arte -dijo el pintor gravemente-. Algunas veces pienso, Harry, que no hay más que dos cosas de alguna importancia en la historia del mundo. La primera es la aparición de un nuevo medio para el arte y la segunda, el advenimiento de una nueva personalidad, también para el arte".   

miércoles, 25 de febrero de 2015

"El almuerzo desnudo".- William Burroughs (1914-1997)


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"El doctor Benway ha sido llamado como consejero de la República de Libertonia, un lugar dedicado al amor libre y los baños continuos. Sus ciudadanos son equilibrados, conscientes, honrados, tolerantes y, por encima de todo, limpios. Pero el hecho de acudir a Benway indica que no todo anda bien tras esa higiénica fachada. Benway es manipulador y coordinador de sistemas simbólicos, un experto en todos los grados de interrogatorios, lavados de cerebro y control. No había vuelto a ver a Benway desde su precipitada marcha de Anexia, donde estaba a cargo de la D.T.: Desmoralización Total. Su primera medida fue suprimir los campos de concentración, las detenciones en masa y, excepto en algunas circunstancias especiales y limitadas, la tortura.
 -Aborrezco la brutalidad -dijo. No es eficaz. Y además, los malos tratos prolongados, sin llegar a la violencia física, causan, si se aplican adecuadamente, angustia y un especial sentimiento de culpa. Han de tenerse bien presentes unas cuantas normas, o mejor, ideas directrices. El sujeto no debe darse cuenta de que los malos tratos son un ataque deliberado contra su identidad por parte de un enemigo anti-humano. Debe hacérsele sentir que cualquier trato que reciba lo tiene bien merecido porque hay algo (nunca preciso) horrible en él, que le hace culpable. Los adictos al control tienen que cubrir su necesidad desnuda con la decencia de una burocracia arbitraria e intrincada, de manera tal que el sujeto no pueda establecer contacto directo con su enemigo.
 Todos los ciudadanos de Anexia fueron obligados a solicitar y llevar siempre encima una carpeta entera de documentos. Los ciudadanos podían ser interpelados por la calle en cualquier momento; y el Examinador, que podía ir vestido de calle o con diversos uniformes, con frecuencia en traje de baño o en pijama, otras veces desnudo completamente a no ser por una insignia colgada del pezón izquierdo, después de comprobar todos los papeles, los sellaba. En la siguiente inspección, el ciudadano tenía que enseñar los sellos correspondientes a la última inspección. Si el Examinador detenía a un grupo numeroso se limitaba a comprobar y sellar los documentos de unos pocos. A partir de entonces los otros podían ser detenidos por no tener los papeles con los sellos correctos. La detención tenía carácter provisional, es decir, que el prisionero sería puesto en libertad cuando el Árbitro Adjunto de Explicaciones aprobase su Atestado de Explicaciones, debidamente firmado y sellado, si lo aprobaba. Dado que este funcionario rara vez aparecía por su despacho y el Atestado de Explicaciones tenía que presentarse personalmente, los explicadores se pasaban semanas y meses enteros esperando en oficinas heladas, sin sillas ni servicios higiénicos.
 Los documentos, que se rellenaban con tinta volátil, se volvían papeletas de empeño caducadas. Constantemente se necesitaban nuevos documentos. Los ciudadanos corrían de una oficina a otra en un frenético intento de cumplir unos plazos imposibles.
 Se hicieron desaparecer todos los bancos de plazas y parques, fueron desecadas las fuentes, destruidos flores y árboles. En el tejado de las casas de apartamentos (todos vivían en apartamentos), sonaban cada cuarto de hora unas sirenas tremendas. A menudo las vibraciones arrojaban a la gente de la cama. Grandes reflectores barrían la ciudad toda la noche (estaba rigurosamente prohibido usar persianas, cortinas, contraventanas o postigos).
 Nadie miraba a nadie por miedo a las estrictas leyes que castigaban todo intento de molestar a otro, con o sin palabras, con cualquier propósito, sexual o no sexual. Cafés y bares estaban cerrados. Se necesitaba un permiso especial para comprar bebidas alcohólicas, y el licor así obtenido no podía ser vendido, regalado ni transferido a ninguna otra persona, y la presencia de cualquier otro en la habitación se consideraba prueba concluyente de tentativa de transferir alcohol.
 Nadie estaba autorizado a cerrar la puerta con cerrojo, y la policía tenía llaves maestras de todas las habitaciones de la ciudad".

martes, 24 de febrero de 2015

"La vida del Buscón".- Francisco de Quevedo (1580-1645)

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"Yo, señor, soy de Segovia. Mi padre se llamó Clemente Pablo, natural del mismo pueblo; Dios le tenga en el cielo. Fue, tal como todos dicen, de oficio barbero; aunque eran tan altos sus pensamientos, que se corría de que le llamasen así, diciendo que él era tundidor de mejillas y sastre de barbas. Dicen que era de muy buena cepa y, según él bebía, es cosa para creer.
 Estuvo casado con Aldonza de San Pedro, hija de Diego de San Juan y nieta de Andrés de San Cristóbal. Sospechábase en el pueblo que no era cristiana vieja, aunque ella, por los nombres y sobrenombres de sus pasados, quiso esforzar que era descendiente de la letanía. Tuvo muy buen parecer, y fue tan celebrada que, en el tiempo que ella vivió, casi todos los copleros de España hacían cosas sobre ella.
 Padeció grandes trabajos recién casada, y aun después, porque malas lenguas daban en decir que mi padre metía el dos de bastos para sacar el as de oros. Probósele que, a todos los que hacía la barba a navaja, mientras les daba con agua, levantándoles la cara para el lavatorio, un mi hermanico de siete años les sacaba muy a su salvo los tuétanos de las faldriqueras. Murió el angélico de unos azotes que le dieron en la cárcel. Sintiólo mucho mi padre, por ser tal que robaba a todos las voluntades.
 Por estas y otras niñerías, estuvo preso; aunque, según a mí me han dicho después, salió de la cárcel con tanta honra, que le acompañaron doscientos cardenales, sino que a ninguno llamaban "señoría". Las damas diz que salían por verle a las ventanas, que siempre pareció bien mi padre a pie y a caballo. No lo digo por vanagloria, que bien saben todos cuán ajeno soy della.
 Mi madre, pues, no tuvo calamidades. Un día, alabándomela una vieja que me crió, decía que era tal su agrado, que hechizaba a cuantos la trataban. Sólo diz que se dijo no sé qué de un cabrón y volar, lo cual la puso cerca de que la diesen plumas con que lo hiciese en público. Hubo fama que reedificaba doncellas, resucitaba cabellos encubriendo canas. Unos la llamaban zurzidora de gustos; otros, algebrista de voluntades desconcertadas, y por mal nombre alcagüeta. Para unos era tercera, primera para otros, y flux para los dineros de todos. Ver, pues, con la cara de risa que ella oía esto de todos, era para dar mil gracias a Dios.
 No me detendré en decir la penitencia que hacía. Tenía su aposento -donde sola ella entraba y algunas veces yo, que, como era chico, podía-, todo rodeado de calaveras que ella decía eran para memorias de la muerte, y otros, por vituperarla, que para voluntades de la vida. Si cama estaba armada sobre sogas de ahorcado, y decíame a mí: -"¿Qué piensas? Estas tengo por reliquias, porque los más destos se salvan".
 Hubo grandes diferencias entre mis padres sobre a quién había de imitar en el oficio, mas yo, que siempre tuve pensamientos de caballero desde chiquito, nunca me apliqué a uno ni a otro. Decíame mi padre: -"Hijo, esto de ser ladrón no es arte mecánica sino liberal". Y de allí a un rato, habiendo suspirado, decía de manos: -"Quien no hurta en el mundo, no vive. ¿Por qué piensas que los alguaciles y los jueces nos aborrecen tanto? Unas veces nos destierran, otras nos azotan y otras nos cuelgan, aunque nunca haya llegado el día de nuestro santo. No lo puedo decir sin lágrimas" -lloraba como un niño el buen viejo, acordándose de las veces que le habían bataneado las costillas-; "porque no querrían que, adonde están, hubiese otros ladrones sino ellos y sus ministros. Mas de todo nos libró la buena astucia. En mi mocedad, siempre andaba por las iglesias, y no de puro buen cristiano. Muchas veces me hubieran llorado en el asno, si hubiera cantado en el potro. Nunca confesé sino cuando lo mandaba la Santa Madre Iglesia. Y así, con esto y mi oficio, he sustentado a tu madre lo más honradamente que he podido". 

lunes, 23 de febrero de 2015

"Nadja".- André Breton (1896-1966)

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"No es necesario haber estado alguna vez en un manicomio para saber que allí hacen a los locos, de la misma manera que en los correccionales hacen a los bandidos. ¿Hay nada más odioso que estos organismos dichos de protección social que, por un pecadillo, una primera falta exterior contra el decoro o el sentido común, precipitan a una persona cualquiera entre gente cuyo trato sólo puede serle nefasto y sobre todo la privan sistemáticamente de relacionarse con todos aquellos cuyo sentido moral o práctico está más asentado que el suyo? Los periódicos nos informan de que en el último congreso internacional de psiquiatría, desde la primera sesión todos los delegados presentes se han puesto de acuerdo para combatir la persistente idea popular de que aun hoy en día resulta tan difícil salir de un manicomio como en otros tiempos salir de los conventos; que están retenidas allí toda la vida personas que nada tuvieron, o no tienen ya, que hacer en tal lugar; que la seguridad pública no está generalmente tan en juego como se da a entender. Y cada alienista clama tener en su activo uno o dos casos de excarcelación, grita que puede proporcionar ejemplos de grandes catástrofes ocasionadas por el regreso prematuro o mal entendido a la libertad de ciertos enfermos graves. Como su responsabilidad está más o menos implicada en semejante aventura, dejan entender que en la duda prefieren abstenerse. Bajo este aspecto, sin embargo, creo que el problema está mal planteado. La atmósfera de los manicomios es de tal suerte que no puede menos de ejercer la más debilitante y perniciosa influencia en aquellas personas que se alojan en ellos, y esto en el sentido mismo en que su debilidad inicial las ha conducido allí. Y todo ello, complicado aún por el hecho de que toda reclamación, toda protesta, todo movimiento de intolerancia sólo tiende a haceros acusar de insociabilidad (ya que, por paradójico que sea, incluso en ese dominio se os pide que seáis social), únicamente sirve para la formación de un nuevo síntoma contra vosotros, síntoma susceptible no solamente de impedir vuestra curación si, por otra parte, ésta tuviera que alcanzarse, sino aun de no permitir que vuestro estado siga estacionario y no se agrave con rapidez. De ahí estas evoluciones tan trágicamente aceleradas  que pueden verse en los manicomios y que, muy a menudo, no deben corresponder únicamente  a una sola enfermedad. Hay motivos para denunciar, en materia de enfermedades mentales, el proceso de este paso casi fatal de la crisis aguda al cronicismo. Considerando la infancia extraordinaria y tardía de la psiquiatría, no se puede hablar de ninguna manera de curaciones realizadas en tales condiciones. Por otra parte, creo que los más concienzudos alienistas ni siquiera se preocupan de esto. Sí, ya no hay, en el sentido corriente, internamiento arbitrario puesto que un acto anormal que se presta a comprobación objetiva y toma un carácter delictuoso desde que es cometido en la vía pública, radica en el origen de estas detenciones mil veces más espantosas que las otras. Pero yo creo que todos los intercambios son arbitrarios. Sigo sin comprender por qué se ha de privar de la libertad a un ser humano. Encerraron a Sade, encerraron a Nietzsche, encerraron a Baudelaire. El procedimiento que consiste en venir a sorprenderos de noche y poneros la camisa de fuerza  o dominaros de cualquier otra forma, vale tanto como el de la policía que consiste en deslizaros un revólver en el bolsillo. Sé que si estuviera loco y llevara internado algunos días, aprovecharía la primera remisión de mi delirio para asesinar fríamente al primero que se pusiera a mi alcance, con preferencia el médico. Por lo menos ganaría, como los locos furiosos, que me pusieran en una celda individual. Tal vez me dejarían en paz".     

domingo, 22 de febrero de 2015

"Manhattan Transfer".- John Dos Passos (1896-1970)


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"El whisky, fuerte y aromático, le abrasó la garganta. Esto le vuelve a uno la vida, vaya que sí. Se acercó al mostrador y se comió un bocadillo de jamón y una aceituna.
 -Otro whisky, Charley. Esto le vuelve a uno la vida. Lo que me pasa a mí es que he estado mucho tiempo sin beber. Tú no lo creerás al verme así ahora, ¿verdad, amigo?, pero antes me llamaban el Brujo de Wall Street, lo cual no es más que otro ejemplo del singular predominio de la suerte en los negocios humanos... Sí, señor, con mucho gusto. ¡Viva la salud y al diablo lo demás! ¡Ajajá, esto le da a uno la vida!... Pues bien, señores, apuesto que no hay uno entre ustedes que un día u otro no se haya metido en alguna especulación, ¿y cuántos de ustedes no han salido desilusionados? Otro ejemplo del singular predominio de la suerte en los negocios. Pero no yo, señores, que durante diez años he jugado a bolsa, durante diez años día y noche, sin perder de vista un negocio, y en diez años no me he puesto las botas más que tres veces sin contar la última. Señores, voy a decirles un secreto. Un secreto importantísimo... Charley, otra ronda para estos buenos amigos míos. Yo pago. Y echa un trago tú también... ¡Diablo, cómo hace cosquillas!... Señores, otro ejemplo del singular predominio de la suerte en los negocios humanos. Señores, el secreto de mi suerte... Es auténtico, se lo garantizo: pueden ustedes mismos comprobarlo en los periódicos, revistas, discursos, conferencias que publicaron entonces. Un hombre, y entre paréntesis un pillastre, escribió una novela policíaca acerca de mí, titulada El secreto del éxito, que pueden ustedes leer en la biblioteca pública de Nueva York, si les interesa el asunto... El secreto de mi éxito era... Y en cuanto ustedes lo sepan van de seguro a reírse para sus adentros, diciendo que Joe Harland está borracho, que Joe Harland es un pobre idiota... Sí que se reirán... Durante diez años, como les iba diciendo, operé con reservas. Compraba sin ton ni son, amontonaba acciones cuyo nombre no había oído nunca, y siempre me salía bien. Amasaba dinero. Tenía cuatro Bancos en la palma de la mano. Empecé a interesarme en azúcar y gutapercha, adelantándome a mi siglo... Pero ya están ustedes muertos por saber mi secreto, que creen podrá servirles... De ningún modo... Era una corbata de seda azul que mi madre me hizo cuando chico... No se rían, vamos... No, no estoy tratando de armarla. Es simplemente otro ejemplo del singular predominio de la suerte en los negocios humanos. El día que me aventuré con otro tipo a meter mil dólares en títulos de Louisville y Nashville, llevaba aquella corbata. Subieron veinticinco enteros en veinticinco minutos. Aquello fue el principio. Luego, poco a poco noté que cada vez que no llevaba la corbata perdía. Estaba ya tan vieja y tan rota que traté de llevarla en el bolsillo. No servía. Tenía que llevarla puesta, ¿comprenden?... Lo demás es la eterna historia, señores... Había una mujer, ¡que el diablo se la lleve!, y yo la quería. Quise probarle que no había nada en el mundo que no hiciese por ella, y se la di. Traté de echarlo a broma y me reí, ja, ja, ja. Ella dijo: "Si no sirve para nada, está toda rota", y la tiró al fuego... Un ejemplo más... Amigo, usted no querría invitarme a otro vasito, ¿verdad? Me encuentro inesperadamente sin fondos esta tarde... Muchas gracias, señor... ¡Ah, cómo pica el condenado!"

sábado, 21 de febrero de 2015

"Tres tristes tigres".- Guillermo Cabrera Infante (1929-2005)


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 "Lo único eterno es la eternidad
 &La muerte es regresar al punto de partida, completar el círculo, ir de vuelta al futuro total. Es decir, también al pasado. Es decir, a la eternidad. Si quieres añade algo de T.S.Eliot (casi dijo Teselio), como Time present and time past o esa cita de Gertrude Stein, que es tu favorita.
 &La vida es la continuación de la muerte por otros medios. (O viceversa, dije yo.)
 &Una vida no es más que un medio paréntesis que espera ansioso la otra mitad. Sólo podemos dilatar la Gran Llegada (o la Gran Venida, para ti, Silves-Yeats) abriendo otros paréntesis en medio: la creación, el juego, el estudio -o ese Gran Paréntesis, el sexo. (Aquí cabe mejor tu Gran Venida, le dije. Se rió.) Esa es la ortografía de la vida.
 &La muerte es la gran niveladora: la buldozer de Dios.
 &El tigre invisible, dicen los birmanos. Para mí es la máquina invisible no el tigre. Mi convertible invisible. Un día chocaré o me arrollará Ella o me tiraré de Ella a la calle eterna, a cien por hora.
 ¿Sabes el Cuento del Peludo y la Pelona, que es la versión criolla de Cita en Samaria? Un Peludo iba por la calle y vio a la Muerte sin que Ella lo viera a él, y la oyó que decía, Me tengo que llevar hoy un peludo. Entró corriendo en una barbería y le dijo al barbero, Al rape. Salió a la calle muy contento, sin un pelo. La Pelona que andaba búscate que busca al Peludo, ya muerta de cansancio, dijo al ver el rapado, Bueno, como no encuentro un peludo voy a llevarme este calvo.
 Moraleja: Todos los hombres son mortales, pero algunos hombres son más mortales que otros.
 &Freud olvidó una sabiduría de otro judío, Salomón: el sexo no es el único motor del hombre entre la vida y la muerte. Hay otro, la vanidad. La vida (y esa otra vida, la historia) se ha movido más por la rueda de la vanidad que por el pistón del sexo.
 &Ortega (José Ortega y Gasset, no Domingo Ortega) dijo, Yo soy yo y mi circunstancia. (Un hebreo diría, le dije, yo soy yo y mi circuncisión.)
 &Los malos siempre ganan: fue Abel quien perdió primero.
 &No es cierto que Dios proteja a los malos cuando son más que los buenos. Es que los malos son los muchos buenos.
 &Es mejor ser la víctima que el verdugo.
 &Dice Rine, siempre llevando todo a las tablas, que el mal no compone, que los malos saben hacer un magnífico primer acto, un segundo acto bueno, pero que siempre fracasan en el tercer acto. Esta es una versión boy meets girl/boy loses girl/boy finds girl de la vida. Los malos quedarán hechos polvo en una obra shakesperiana -por los cuatro y los cinco actos-. Pero ¿qué pasa con las vidas en un acto?
 &Los vicios son más ciertos que las virtudes: creemos más veraz a Ahab que a Billy Budd.
 &El bien le teme al mal, mientras que el mal se ríe del bien.
 &El infierno puede estar empedrado de buenas intenciones, pero el resto (la topografía, la arquitectura y la decoración) lo hicieron las malas intenciones. Y no es cualquier cosa como construcción. (Leer L'Inferno como manual de ingeniería, S.)
 &El mal es el último refugio del bien. (Y viceversa, se oyó que dijo una voz muy baja, borracha.)
 &El mal es la continuación del bien por otros medios. (Y vicehip!)
 (¿No estaremos todavía en el principio?)
 (No lo sé ni lo sabremos nunca, porque aquí me cansé de ser un Platón para este Sócrates.)" 

viernes, 20 de febrero de 2015

"La casa de las bellas durmientes".- Yasunari Kawabata (1899-1972)


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"¿Qué era, para un hombre de sesenta y siete años junto a una muchacha de una sola noche, la inteligencia, la cultura, la barbarie? Solamente la tocaba. Y, narcotizada, ella desconocía por completo el hecho de que la estaba tocando un anciano decrépito. Tampoco lo conocería al día siguiente. ¿Era un juguete, un sacrificio? El viejo Eguchi sólo había venido cuatro veces a esta casa y, no obstante, la sensación de que con cada nueva visita había un nuevo entumecimiento en su interior era esta noche especialmente intensa.
 ¿Estaría esta muchacha igualmente bien entrenada? Quizá debido a que había llegado a no pensar en los tristes ancianos que eran sus huéspedes, no respondió al contacto de Eguchi. Cualquier clase de inhumanidad se convierte, con el tiempo, en humana. En la oscuridad del mundo están enterradas todas las variedades de transgresión. [...]
 Permaneció un rato con los ojos cerrados, porque la fragancia de la muchacha era inusitadamente fuerte. Dicen que el sentido del olfato es el más rápido en evocar recuerdos; pero, ¿no era este olor demasiado dulce e intenso? Eguchi pensó en el olor a leche de un niño de pecho. Aunque ambos fueran totalmente distintos, ¿no eran en cierto modo básicos en la humanidad? Desde la antigüedad, los ancianos habían intentado usar la fragancia de las doncellas como un elixir de juventud. El olor de la muchacha de esta noche no podía llamarse fragante. Si se decidía a violar la regla de la casa, habría un olor desagradablemente intenso y carnal. Pero el hecho de que lo calificara de desagradable, ¿no sería un signo de que Eguchi ya era senil? ¿Acaso esta especie de olor fuerte y penetrante no constituía la base de la vida humana? Daba la impresión de ser una muchacha con facilidad para quedarse embarazada. Aunque la hubiesen dormido, sus procesos fisiológicos seguían funcionando, y se despertaría en el curso del día siguiente. Si quedaba embarazada, sería sin que tuviera la menor conciencia de ello. ¿Y si Eguchi, a sus sesenta y siete años, dejase tras él a un niño semejante? Era el cuerpo de mujer que invitaba al hombre a los círculos inferiores del infierno.
 Ella había sido privada de todas sus defensas, en beneficio de un anciano huésped, de un triste viejo. Estaba desnuda, y no se despertaría. Eguchi sintió una oleada de compasión por ella. Se le ocurrió una idea: los viejos tienen la muerte, y los jóvenes el amor, y la muerte viene una sola vez y el amor muchas. Era una idea para la cual no estaba preparado, pero le calmó, aunque no se había notado especialmente nervioso. De fuera llegaba el débil susurro del aguanieve. El sonido del mar había enmudecido. El viejo Eguchi podía ver el mar inmenso y oscuro sobre el que la nieve caía y se fundía. Un ave salvaje, parecida a una gran águila, voló rozando las olas, con algo en el pico que chorreaba sangre. ¿Era una cría humana? No podía serlo. Tal vez fuera el espectro de la iniquidad humana. Meneó ligeramente la cabeza sobre la almohada y el espectro desapareció".