jueves, 30 de abril de 2015

"Un hombre acabado".- Giovanni Papini (1881-1956)


Resultado de imagen de papini 

XXIV.- El ingenio

 "Me dicen los hombres que me rodean que tengo ingenio, y estos buenos amigos creen que así me hacen un gran honor y me colman de placer. Alguno hasta llega a decir que tengo mucho ingenio, un gran ingenio; y precisamente son aquéllos que creen quererme más y gozar de mayor intimidad.
 Queridos amigos: ¡os doy las más expresivas gracias, y me inclino ante vosotros, y pido a Dios que os recompense por ello! Haced y decid cuanto podáis hacer y decir, y procurad vencer vuestro natural amor propio y mi descortés grosería.
 ¿No hay nadie entre vosotros que advierta lo mucho que me ofende y me amarga con este ingenio?
 ¡Al diablo vuestro ingenio! ¿Qué tontería es ésta? ¿Creéis acaso en conciencia que yo puedo estar satisfecho con ser un hombre de ingenio, un muchacho de bellas esperanzas hasta el ataúd, un buen compañero ingenioso que sabe interesar a la gente? ¿Por quién me habéis tomado entonces? ¿Acaso tengo el rostro anodino y sonriente del hombre que se contenta con lo que todos poseen, y se siente feliz cuando acuden diez ideas a la punta de su lengua, y conserva unos cuantos billetes en la cartera? ¿No habéis advertido, garzas de mal augurio, que el ingenio es la mercancía más corriente que se encuentra en las ferias de los hombres? ¡Especialmente en Italia! vamos a ver: contestadme si os place. ¿Quién carece de ingenio en este dichoso país, bendecido de los dioses? Si lográis traer a mi presencia uno solo, os lo pagaré a peso de oro. El ingenio, idiotas míos, corre por las calles, llena las casas, inunda los libros, fluye de todas las bocas, rebosa en todas las tabernas.
 -¡Vaya muchacho de ingenio! Lástima que no tenga ganas de hacer nada.
 -Aquel tipo es de cuidado, pero ¡qué ingenio!
 -Ese individuo no dice más que barbaridades, de acuerdo. Pero no se puede negar que posee mucho ingenio.
 Estas son las conversaciones que se oyen diariamente en Italia en todas las aceras, en todas las casas y en todos los cafés donde se reúnen los llamados intelectuales.
 Quien logra poner de moda un baile o una canción, con melodía simpática y versos pasables, tiene ingenio. Tiene ingenio quien sabe pintar a la acuarela unas florecillas que parecen de verdad. Tiene ingenio quien toca con garbo el piano ante un Beethoven de yeso. Tiene ingenio quien sabe describir con elegancia sentimental los estragos de un terremoto. Tienen ingenio hasta quienes podan los castaños de Indias; y tienen  ingenio quienes disfrutan de la inteligencia ajena, convirtiendo en humo a un mismo tiempo las ideas y los habanos. 
 Os lo pregunto otra vez: ¿quién carece de ingenio entre nosotros? Hasta quienes nada tienen, tienen ingenio. Hasta los políticos... Hasta los periodistas...
 Quede bien sentado de una vez para siempre: quien me dice que tengo ingenio me ofende. Y quien me dice que soy un hombre de ingenio me aflige.
 Yo maldigo vuestro ingenio y lo arrojo con los diarios en las letrinas. Os hablo sinceramente: para mí el ingenio no es más que el grado sublime de la mediocridad. El ingenio es la forma superior de inteligencia que todos pueden comprender, apreciar y querer. El ingenio es aquella mezcla sabrosa de facilidad, búsqueda, espíritu, lugares comunes rejuvenecidos, frases agudas que tanto gustan a las señoras, a los catedráticos, a los abogados, a los hombres de mundo, a las personas cultas, en suma, a cuantos son mitad y mitad, a quienes están entre cielo y tierra, entre el paraíso y el infierno, alejados  por un igual de la bestialidad profunda y del genio sublime".

miércoles, 29 de abril de 2015

"El árbol de la ciencia".- Pío Baroja (1872-1956)

 
Resultado de imagen de baroja 

4ª parte: Inquisiciones

 1.-Plan filosófico
 "En mi tiempo pasaba lo mismo -dijo Iturrioz-. Los profesores no sirven más que para el embrutecimiento metódico de la juventud estudiosa. Es natural. El español todavía no sabe enseñar; es demasiado fanático, demasiado vago y casi siempre demasiado farsante. Los profesores no tienen más finalidad que cobrar su sueldo, y luego pescar pensiones para pasar el verano.
 -Además, falta disciplina.
 -Y otras muchas cosas. Pero,  bueno, tú, ¿qué vas a hacer? ¿No te entusiasma visitar?
 -No.
 -Y entonces, ¿qué plan tienes?
 -¿Plan personal? Ninguno.
 -¡Demonio! ¿Tan pobre estás de proyectos?
 -Sí, tengo uno: vivir con el máximo de independencia. En España, en general, no se paga el trabajo sino la sumisión. Yo quisiera vivir del trabajo, no del favor.
 -Es difícil. ¿Y cómo plan filosófico? ¿Sigues en tus buceamientos?
 -Sí. Yo busco una filosofía que sea primeramente una cosmogonía, una hipótesis racional de la formación del mundo; después, una explicación biológica del origen de la vida y del hombre.
 -Dudo mucho que la encuentres. Tú quieres una síntesis que complete la Cosmología y la Biología; una explicación del Universo físico y moral. ¿No es eso?
 -Sí.
 -¿Y en dónde has ido a buscar esta síntesis?
 -Pues en Kant, y en Schopenhauer, sobre todo.
 -Mal camino -repuso Iturrioz-; lee a los ingleses; la ciencia en ellos va envuelta en sentido práctico. No leas esos metafísicos alemanes; su filosofía es como un alcohol que emborracha y no alimenta. ¿Conoces el Leviatán de Hobbes? Yo te lo prestaré, si quieres.
 -No; ¿para qué? Después de leer a Kant y a Schopenhauer, esos filósofos franceses e ingleses dan la impresión de carros pesados que marcan chirriando y levantando polvo.
 -Sí, quizá sean menos ágiles de pensamiento que los alemanes; pero, en cambio, no te alejan de la vida.
 -¿Y qué? -replicó Andrés-. Uno tiene la angustia, la desesperación de no saber qué hacer con la vida, de no tener un plan, de encontrarse perdido, sin brújula, sin luz adonde dirigirse. ¿Qué se hace con la vida? ¿Qué dirección se le da? Si la vida fuera tan fuerte que le arrastrara a uno, el pensar sería una maravilla, algo como para el caminante detenerse y sentarse a la sombra de un árbol, algo como penetrar en un oasis de paz; pero la vida es estúpida, y creo que en todas partes, y el pensamiento se llena de terrores como compensación a la esterilidad emocional de la existencia.
 -Estás perdido -murmuró Iturrioz-. Ese intelectualismo no te puede llevar a nada bueno.
 -Me llevará a saber, a conocer. ¿Hay placer más grande que éste? La antigua filosofía nos daba la magnífica fachada de un palacio; detrás de aquella magnificencia no había salas espléndidas, ni lugares de delicias, sino mazmorras oscuras. Ese es el mérito sobresaliente de Kant; él vio que todas las maravillas descritas por los filósofos eran fantasías, espejismos; vio que las galerías magníficas no llevaban a ninguna parte.
 -¡Vaya un mérito! -murmuró Iturrioz.
 -Enorme. Kant prueba que son indemostrables los dos postulados más trascendentales de las religiones y de los sistemas filosóficos: Dios y la libertad. Y lo terrible es que prueba que son indemostrables a pesar suyo.
 -¿Y qué?
 -¡Y qué! Las consecuencias son terribles; ya el Universo no tiene comienzo en el tiempo ni límite en el espacio; todo está sometido al encadenamiento de causas y efectos; ya no hay causa primera; la idea de causa primera, como ha dicho Schopenhauer, es la idea de un trozo de madera hecho de hierro.
 -A mí esto no me asombra.
 -A mí, sí. Me parece lo mismo que si viéramos un gigante que marchara, al parecer, con un fin y alguien descubriera que no tenía ojos. Después de Kant, el mundo es ciego; ya no puede haber ni libertad ni justicia, sino fuerzas que obran por un  principio de causalidad en los dominios del espacio y del tiempo. Y esto, tan grave, no es todo; hay, además, otra cosa que se desprende por primera vez claramente de la filosofía de Kant, y es que el mundo no tiene realidad; es que ese espacio y ese tiempo y ese principio de causalidad no existen fuera de nosotros tal como nosotros los vemos, que pueden ser distintos, que pueden no existir.
 -¡Bah! Eso es absurdo -murmuró Iturrioz-. Ingenioso si se quiere, pero nada más.
 -No; no sólo es absurdo sino que es práctico. Antes para mí era una gran pena considerar el infinito del espacio; creer el  mundo inacabable me producía una gran impresión; pensar que al día siguiente de mi muerte el espacio y el tiempo seguirían existiendo, me entristecía, y eso que consideraba que mi vida no es una cosa envidiable; pero cuando llegué a comprender que la idea del espacio y del tiempo son necesidades de nuestro espíritu, pero que no tienen realidad; cuando me convencí por Kant que el espacio y el tiempo no significan nada; por lo menos que la idea que tenemos de ellos puede no existir fuera de nosotros, me tranquilicé. Para mí es un consuelo pensar que, así como nuestra retina produce los colores, nuestro cerebro produce las ideas de tiempo, de espacio y de causalidad. Acabado nuestro cerebro, se acabó el mundo. Ya no sigue el tiempo, ya no sigue el espacio, ya no hay encadenamiento de causas. Se acabó la comedia, pero definitivamente. Podemos suponer que un tiempo y un espacio sigan para los demás. Pero, ¡eso qué importa si no es nuestro, que es el único real?
 -¡Bah! ¡Fantasías! ¡Fantasías! -dijo Iturrioz".  

martes, 28 de abril de 2015

"Cambio de piel".- Carlos Fuentes (1928-2012)


Resultado de imagen de carlos fuentes 

"Esta mañana, en la carretera, yo también venía hojeando el periódico y marqué la fecha con lápiz rojo. Entérate. Hoy, el mismo día, murieron Linda Darnell y la Bella Otero. Carolina Otero se murió de puro vieja. Noventa y siete años con su clítoris gordote dando la guerra. Aquí lo dice el periódico. Murió en un cuartito cerca de la vía del tren. Debía varios años de alquiler. No tenía más riqueza que un paquete de acciones zaristas, con un valor nominal por más de un millón de rublos. Se las había regalado un noble ruso, pero luego vino la revolución. Siempre llega la revolución y adiós acciones. Y eso que antes las revoluciones eran bastante previsibles. En fin. Hoy nadie regala acciones por millones de rublos, de cualquier manera. Mira nada más. Se murió cuando estamos entrando a nuestra propia Belle Époque; como que dejó la estafeta cuando, muy oronda, se dio cuenta de que vamos volando de regreso al art noveau, a Gaudí, a Oscar Wilde y Beardsley y Firbank y Radiguet y el Barón Corvo. Dice que nació en Cádiz y que era hija de una gitana seducida por un oficial griego de paso por Andalucía. Conociendo a las gitanas y a los griegos, apuesto que fue al revés. A los trece años se fugó del colegio con su amante y fue a dar a Portugal, donde empezó a bailar en un cabaret. Resuelto el misterio de la profesión del amante. D'Annunzio -dice el periódico- conoció los favores de su amistad. Los favores. Mira la foto de la vieja. Cuáles favores. Le hizo creer que el sexo era una condición para escribir bien, que hacía falta experiencia para poder escribir. Y D'Annunzio entró a matar, entró a la cueva rancia de la Bella Otero engañado, confundiendo la literatura con el sexo, el ascetismo observador con la participación suficiente. Bueno, sexoterapia. No. Lo bueno es lo que sigue. Aquí dice que una noche, en el Café de París citó -e hizo comparecer, ejem- a Eduardo VII de Inglaterra, Nicolás II de Rusia, Alfonso XIII de España, Guillermo II de Alemania y Leopoldo II de Bélgica. Oh, the royal cocks. Ahora sí lo entiendo. Imagínate el desprendimiento, el cálculo, la fría inteligencia con que, al hacerlos suyos, Carolina Otero luchaba, y vencía, por conservar su virginidad, esa virginidad definitiva de la indiferencia y el talento sexuales. Hay que ser muy optimista para amar así, sin desesperación, sin prisa. Eso creía la Bella Otero. Que ese mundo no se acabaría nunca. Igual que nosotros, por más que lo escondamos con zalemas al pesimismo que debe curarnos psicológicamente, advertimos que el mundo muere no con un estallido sino con un sollozo, que hay doctores Strangelove sueltos y que el Hermano Mayor nos vigila. Lo aceptamos, lo disfrutamos, lo asumimos vicariamente. Terapia mental, nada más. Nuestro pesimismo es el acto higiénico de nuestro optimismo invencible. Usen el preservativo de Thomas Stearn Orwell. En cambio, la bella Otero y la Belle Époque sí sabían que esto se acaba: su optimismo era la válvula de un pesimismo enraizado, tan siniestro como los palacios de jengibre de Barcelona y los senos flácidos de la Salomé de Beardsley. Then she went on the dole. Murió ayer en la mañana. Descubrieron su cuerpo. Quizás pateó la cubeta a tiempo, para que no la confundieran y tú apagaste el radio del auto pero la voz de los Beatles flotó por un instante y le dijiste a Franz:
 -Ten cuidado con la curva".

lunes, 27 de abril de 2015

"El enano".- Pär Lagerkvist (1891-1974)


Resultado de imagen de par lagerkvist 

"Los que piensan que la peste y los otros males son un castigo divino y consideran que no debe uno tratar de sustraerse, sino, por el contrario, agradecer al Todopoderoso, recorren las calles proclamando su fe y flagelándose para ayudar a Dios en la salvación de sus almas. Circulan en grupos, tan enflaquecidos por el hambre, que no podrían mantenerse en pie si no fuera por el éxtasis que los sostiene. La gente los sigue por todas partes  y piensa que su actitud debe abrir la vía de un nuevo renacimiento religioso. Muchos abandonan, para reunírseles, sus ocupaciones, su hogar, su familia y hasta sus mismos parientes moribundos. De tiempo en tiempo hay quien lanza un impresionante grito de júbilo, se incorpora al grupo y comienza a flagelarse entre exclamaciones estridentes. Todos empiezan entonces a alabar al Señor, mientras la gente cae de rodillas en la calle. Esta vida terrenal, de la que no ven más que su fealdad, carece para ellos de valor y de interés, no piensan más que en sus almas.
 Los sacerdotes miran con desconfianza a esos fanáticos, que alejan a los fieles de las iglesias y les impiden unirse a las procesiones solemnes en las que se llevan estatuas de santos mientras los coros infantiles balancean sus incensarios en las calles nauseabundas. Dicen que tales flagelantes no tienen bastante fe y que pos sus excesos se privan de los consuelos de la religión. Eso no puede satisfacer a Dios. Pero yo creo que si hay gente verdaderamente religiosa, es precisamente ésa que toma su fe con tanta seriedad. Es como para pensar que a los sacerdotes no les agrada que se tomen muy en serio sus enseñanzas.
 A mucha gente, sin embargo, una atmósfera de miedo no le produce otro efecto que el hacerle amar la vida más que nada, y el temor de la muerte la lleva a aferrarse a la existencia a cualquier precio. E algunos palacios de la ciudad se realizan fiestas noche y día, y en ellas, según se dice, los invitados se entregan a las más salvajes orgías. También entre los más desgraciados se encuentran algunos que se conducen de la misma manera, entregándose al único vicio a disposición de los pobres. Se agarran desesperadamente a su vida miserable y no quieren perderla a ningún precio; y cuando aún se distribuye un poco de pan aquí, en las puertas del castillo, puede verse cómo esos pobres diablos se disputan las porciones como si fueran a despedazarse entre ellos.
 Por otra parte, también hay quienes se sacrifican por sus semejantes cuidando a los enfermos, aunque eso no sirva para nada, como no sea para que se contagien a su vez de la peste. Indiferentes a la muerte y a todo lo demás parecen no darse cuenta de los peligros que corren. Tienen una cierta semejanza con los histéricos de tipo religioso, aunque con manifestaciones diferentes.
 En suma, si he de creer los relatos que llegan a mis oídos, la gente de la ciudad vive como antes, cada cual según su clase y su naturaleza, aunque de modo más exagerado, más histérico, y el resultado de todo esto me parece sin valor alguno a los ojos de su Dios. Por eso me pregunto si realmente es Él quien les ha enviado la peste y las otras pruebas.
[...]
 Fue contra toda mi voluntad que me dirigí a la ciudad, donde no había estado desde que empezaron los estragos de la peste. No porque tuviese temor alguno de la enfermedad, sino porque ciertos espectáculos me son tan desagradables que casi me asusta verlos. Mi repugnancia está justificada porque lo que yo estuve obligado a ver es verdaderamente horrible, pero a la vez me llena de una exaltación sombría y del sentimiento de su vanidad de todas las cosas, y de su caída. Enfermos y moribundos bordeaban mi camino, y los muertos eran recogidos por los Hermanos enterradores, cuyos capuchones negros tienen unos agujeros impresionantes en el lugar de los ojos. Sus siluetas surgían por todas partes y daban a todo un aspecto fantasmal. Tenía la impresión de estar recorriendo el reino de la muerte.
 Hasta los sanos estaban marcados por la muerte. Se deslizaban por las calles, descarnados, los ojos hundidos, como fantasmas de un tiempo en el que la vida aún existía sobre la tierra"
.   

domingo, 26 de abril de 2015

"La gata".- Colette (1873-1954)


Resultado de imagen de colette 

"Volvió la cabeza con precaución, entreabrió los ojos y vio, ora blanca, ora azul, según se bañara en el estrecho riachuelo de sol o volviera a la penumbra, a una mujer desnuda con un peine en la mano, entre los labios un cigarrillo, que canturriaba. "¡Es una frescura! -pensó-. ¡Completamente desnuda! ¿Dónde se cree que está?"
 Reconoció las hermosas piernas, desde tiempo ha familiares, pero el vientre, acortado por el ombligo situado algo bajo, le sorprendió. Una impersonal juventud salvaba las caderas musculadas, y los senos asomaban ligeros, encima de las costillas visibles. "¿Ha adelgazado?". Lo tosco de la espalda, tan amplia como el pecho, sorprendió a Alain. "Es cargada de espaldas".
 Y en aquel preciso momento, Camille se acodó en una de las ventanas y encogió la espalda, alzando los hombros. "Tiene espaldas de mujer que friega suelos..." Pero la muchacha se irguió súbitamente, hizo una pirueta y, con un gesto encantador, esbozó un abrazo en el aire. "No, no, no es verdad. Es hermosa. Pero, ¡qué desfachatez! ¿Se cree que estoy muerto? ¿O es que encuentra muy natural pavonearse completamente desnuda? ¡Oh!, todo esto ha de cambiar".
 Como ella volvía a la cama, cerró nuevamente los ojos y, cuando los abrió otra vez, Camille estaba sentada frente al tocador, que llamaban el tocador invisible, plancha translúcida de hermoso cristal grueso montada en una armazón de acero negro. Se empolvaba el rostro, tocó con las puntas de los dedos la mejilla, la barbilla, y de pronto sonrió, apartando la mirada con una gravedad y una fatiga que desarmaron a Alain. "¿Así... es feliz? ¿Dichosa de qué? No me la merezco mucho... De todas maneras, ¿por qué está desnuda?"
 -¡Camille! -exclamó.
 Creyó que echaría a correr al cuarto de baño, que cruzaría las manos sobre su sexo, que velaría sus senos con una arrugada prenda interior; sin embargo, se aproximó, se inclinó sobre el muchacho tendido y le llevó, agazapado en sus brazos, refugiado en el alga de un azul oscuro que florecía en su vientrecillo insignificante, su penetrante perfume de mujer morena.
 -¡Cariño! ¿Has dormido bien?
 -¡Completamente desnuda! -le reprochó su marido.
 La joven abrió cómicamente sus grandes ojos.
 -Bueno, ¿y tú...?
 Descubierto hasta la cintura, no supo qué contestar. Camille se pavoneaba ante él, tan orgullosa y tan lejos del pudor, que un poco rudamente le echó el pijama arrugado que yacía sobre la cama.
 -¡Anda, de prisa, ponte esto! ¡Tengo hambre!
 -La mère Buque está en su sitio. Todo marcha, todo va sobre ruedas.
 Desapareció y Alain quiso levantarse, vestirse, alisar sus revueltos cabellos, pero Camille regresó, ataviada con un grueso albornoz de baño, nuevo y demasiado largo, llevando alegremente una bandeja llena.
 -¡Qué ensalada, hijo de mi alma! Hay un tazón en la cocina, una tacita de pirex, el azúcar en la tapa de una caja... Todo amontonado... Mi jamón está reseco; estas peras cloróticas son los restos del almuerzo... La mère Buque se siente perdida en la cocina eléctrica. Le enseñaré a cambiar los plomos. y he echado agua en los compartimentos del hielo de la nevera. ¡Ah, si yo no estuviese aquí! El señor tiene su café muy caliente, hirviente la leche y dura la mantequilla. No; es mi té, ¡no lo toques! ¿Qué buscas?
 -Nada... nada.
 Debido al olor del café, buscaba a Sasha.
-¿Qué hora es?
 -¡Al fin una palabra cariñosa! -exclamó Camille-. Tempranísimo, marido mío. He visto en el despertador de la cocina que eran sólo las ocho y cuarto.
 Comieron, riendo con frecuencia y hablando poco. Por el olor creciente de las cortinas de hule verde, Alain adivinaba la fuerza del sol que les calentaba y no podía apartar su pensamiento del sol exterior, del horizonte extraño, de los vertiginosos nueve pisos, de la extravagante arquitectura de Quart-de-Brie que les cobijaría durante cierto tiempo.
 Escuchaba a Camille lo mejor que podía, conmovido porque fingiese olvido de lo que había pasado entre ellos durante la noche, porque afectase experiencia en este alojamiento ocasional, y la desenvoltura de una casada de por lo menos ochos días. Desde que compareció vestida, buscaba la manera de testimoniarle su gratitud. "No me guarda rencor por lo que hice ni por lo que no hice, ¡pobre criatura! En fin, ha pasado lo más fastidioso... ¿Es que, a menudo, una primera noche es este magullamiento, este semiéxito, este semidesastre?"
 Le pasó cordialmente el brazo por el cuello y la besó".

sábado, 25 de abril de 2015

"Investigación sobre el conocimiento humano".- David Hume (1711-1776)


Resultado de imagen de david hume 

Sección 5.- Solución escéptica de estas dudas

 "Parte I
 La pasión por la filosofía, como la pasión por la religión, está expuesta al peligro de caer en la siguiente contradicción: aunque busca la corrección de nuestro comportamiento y la extirpación de nuestros vicios, puede que sólo sirva por dirección imprudente, para fomentar una inclinación predominante y empujar la mente con resolución más firme a una posición a la que, ya de por sí, tiende demasiado por predisposición y propensión del temperamento natural. Mientras aspiramos a la firmeza del sabio filósofo y mientras nos esforzamos por limitar nuestros placeres exclusivamente a nuestras mentes, podemos llegar a fin de cuentas a hacer nuestra filosofía semejante a la de Epicteto y otros estoicos, tan solo un sistema más refinado de egoísmo, y, mediante razones, colocarnos más allá de toda virtud y disfrute social. Mientras estudiamos con atención la vanidad de la vida humana y encaminamos todos nuestros pensamientos al carácter vacío y transitorio de las riquezas y de los honores, quizá estemos tan sólo adulando nuestra indolencia natural que, odiando el ajetreo de mundo y la monotonía de los negocios, busca una apariencia de razón para permitirse una licencia total e incontrolada. Hay, sin embargo, una clase de filosofía que parece poco expuesta a este peligro, puesto que no es compatible con ninguna pasión desordenada de la mente humana, ni puede mezclarse con emoción o propensión natural alguna. Y ésta es la filosofía de la Academia o filosofía escéptica. Los Académicos hablan constantemente de duda y suspensión del juicio, del peligro de determinaciones precipitadas, de limitar las investigaciones del entendimiento a unos confines muy estrechos y de renunciar a todas las especulaciones que no caen dentro de los límites de la vida y del comportamiento comunes; nada, pues, puede ser más contrario a la supina indolencia, a la temeraria arrogancia, a las pretensiones elevadas y a la credulidad de la mente que esa filosofía. Mortifica toda pasión salvo el amor a la verdad, y ésta última jamás puede exagerarse. Por tanto, es sorprendente que esta filosofía, que en casi todos los casos tiene que ser inocua e inocente, sea objeto de tantos reproches y censuras tan infundadas. Pero quizá el mismo riesgo que la hace tan inocente es lo que principalmente la expone al odio y resentimiento públicos: al no adular ninguna pasión irregular, consigue pocos partidarios; al oponerse a tantos vicios y locuras, levanta contra sí multitud de enemigos que la tachan de libertina, profana e irreligiosa.
 Tampoco hemos de temer que esta filosofía, al intentar limitar nuestras investigaciones a la vida común, pueda jamás socavar los razonamientos de la vida común y llevar sus dudas tan lejos como para destruir toda acción, además de toda especulación. La naturaleza mantendrá siempre sus derechos y, finalmente, prevalecerá sobre cualquier razonamiento abstracto. Aunque concluyésemos, por ejemplo, como en la sección anterior, que en todos los razonamientos que parten de la experiencia la mente da un paso que no se justifica por ningún argumento o por proceso de comprensión alguno, no hay peligro de que aquellos razonamientos de los que depende casi todo el saber sean afectados por tal descubrimiento. Aunque la mente no fuera llevada por una razonamiento a dar este paso, ha de ser inducida a ello por algún otro principio del mismo peso y autoridad. Y este principio conservará su influjo mientras la naturaleza humana siga siendo la misma. Lo que este principio sea, bien puede merecer el esfuerzo de una investigación.
 Supongamos que una persona, dotada incluso con las más potentes facultades de razón y reflexión, repentinamente es introducida en este mundo. Inmediatamente observaría una sucesión continua de objetos y un acontecimiento tras otro, pero no podría descubrir nada más allá de esto. Al principio, ningún movimiento  le permitiría alcanzar la idea de causa y efecto, puesto que los poderes particulares, en virtud de los cuales se realizan todas las operaciones naturales, nunca aparecen a los sentidos, ni es razonable concluir meramente porque un acontecimiento en un caso precede a otro, que, por ello, uno es la causa y el otro el efecto. Su conjunción puede ser arbitraria y casual. Puede no haber motivo alguno para inferir la existencia del uno de la aparición del otro". 

viernes, 24 de abril de 2015

"El hombre duplicado".- José Saramago (1922-2010)


Resultado de imagen de jose saramago 

 "Tres minutos después Tertuliano Máximo Afonso llamaba a la puerta del despacho, entró cuando la luz verde se encendió, dio los buenos días y recibió otros, se sentó a la señal del director y esperó. No sentía ninguna presencia intrusa, astral o de otro tipo. El director apartó los papeles que tenía sobre la mesa y dijo, sonriente, He pensado mucho en nuestra última conversación, aquella sobre la enseñanza de la Historia, y he llegado a una conclusión, Cuál, director, Pedirle que nos haga un trabajo en las vacaciones, Qué trabajo, Evidentemente podrá responderme que las vacaciones son para descansar y que es todo menos razonable pedirle a un profesor, acabadas las clases, que siga ocupándose de los asuntos del instituto, Sabe perfectamente, director, que no lo diría con esas palabras, me lo diría con otras que significarían lo mismo, Sí, aunque, hasta este momento, no he pronunciado ninguna, ni unas ni otras, de modo que debo rogarle que acabe de exponer su idea, pienso que podríamos intentar convencer al ministerio, no dar la vuelta de campana al programa, que eso sería demasiado, el ministro no es persona de revoluciones, pero estudiar, organizar y poner en práctica una pequeña experiencia, una experiencia piloto, limitada, para comenzar, a una escuela y a un número reducido de estudiantes, preferentemente voluntarios, donde las materias históricas fuesen estudiadas desde el presente hacia el pasado en vez de ser del pasado al presente, en fin, la tesis que viene defendiendo desde hace tanto tiempo y de cuya bondad tuve el gusto de ser convencido por usted, Y ese trabajo que me quiere encargar, en qué consistiría, preguntó Tertuliano Máximo Afonso, En que elabore una propuesta fundamentada para enviar al ministerio, Yo, director, No es por lisonjearlo pero, la verdad, no encuentro en nuestro instituto persona más habilitada para hacerlo, ha demostrado que viene reflexionando mucho sobre el asunto, que tiene ideas claras, realmente me daría una gran satisfacción si aceptase la tarea, se lo digo con total sinceridad, y excuso decirle que será un trabajo remunerado, sin duda encontraremos en nuestro presupuesto un capítulo para dotar esta partida, Dudo de que mis ideas, ya sea en calidad, ya sea en cantidad, la cantidad también cuenta, como sabe, puedan convencer al ministerio, usted los conoce mejor que yo, Ay de mí, demasiado, Entonces, Entonces, permítame que insista, creo que ésta es la mejor ocasión para adoptar una posición ante ellos como centro capaz de producir ideas innovadoras, Aunque nos manden a paseo, Quizá lo hagan, quizá archiven la propuesta sin más consideraciones, pero ahí quedará, alguien, algún día, la retomará, Y nosotros esperaremos a que ese día llegue, En un segundo tiempo, podremos invitar a otros institutos a que participen del proyecto, organizar debates, conferencias, involucrar a los medios de comunicación, Hasta que el director general le escriba una carta mandándonos callar, Lamento observar que mi petición no le entusiasma, Confieso que hay pocas cosas en este mundo que me entusiasmen, pero el problema no es tanto ése como no saber lo que las próximas vacaciones me reservan, No le entiendo, Voy a tener que afrontar algunas cuestiones importantes que han surgido recientemente en mi vida y temo que no me sobre el tiempo ni me ayude la disposición de espíritu para entregarme a un trabajo que reclamaría de mi parte una entrega toral, Si así es, daremos este asunto por cerrado, Déjeme pensar un poco más, concédame unos días, me comprometo a darle una respuesta antes del fin de semana, Puedo esperar que sea positiva, Tal vez, director, pero no se lo aseguro, Lo veo realmente preocupado, ojalá consiga resolver de la mejor manera sus problemas, Ojalá, Qué tal la clase, Sobre ruedas, los alumnos trabajan, Estupendo, El jueves tienen examen, Y el viernes me da la respuesta, Sí, Piénselo bien, Voy a pensarlo, Supongo que no es necesario que le diga en quién pienso para conducir la experiencia piloto, Gracias, director. Tertuliano Máximo Afonso bajó a la sala de profesores, pretendía leer los periódicos mientras hacía tiempo para el almuerzo". 

jueves, 23 de abril de 2015

"La interpretación de los sueños".- Sigmund Freud (1856-1939)

Resultado de imagen de freud 

Lo inconsciente y la conciencia. La realidad

"El problema de lo inconsciente en la psicología es, según las rotundas palabras de Lipps, menos un problema psicológico que el problema de la psicología. Mientras que la psicología se limitaba a resolver este problema con la explicación de que lo psíquico era precisamente lo consciente, y que la expresión "procesos psíquicos inconscientes" constituía un contrasentido palpable, quedaba excluido todo aprovechamiento psicológico de las observaciones que el médico podía efectuar en los estados anímicos anormales. El médico y el filósofo sólo se encuentran cuando reconocen ambos que los procesos psíquicos inconscientes constituyen la expresión adecuada y perfectamente justificada de un hecho incontrovertible. El médico no puede sino rechazar con un encogimiento de hombros la afirmación de que la conciencia es el carácter imprescindible de lo psíquico, o si su respeto a las manifestaciones de los filósofos es aún lo bastante fuerte, suponer que no tratan el mismo objeto ni ejercen la misma ciencia. Pero también una sola observación, comprensiva de la vida anímica de un neurótico, o un solo análisis onírico, tienen que imponerle la convicción indestructible de que los procesos intelectuales más complicados y correctos, a los que no es posible negar el nombre de procesos psíquicos, pueden desarrollarse sin intervención de la conciencia del individuo.
 El médico no advierte, ciertamente, estos procesos inconscientes hasta que los mismos han ejercido un efecto susceptible de comunicaciones o de observación sobre la conciencia; pero este efecto de conciencia puede mostrar un carácter psíquico completamente distinto del proceso preconsciente, de manera que la percepción interior no pueda reconocer en él una sustitución del mismo. El médico tiene que reservarse el derecho de penetrar inductivamente desde el efecto de la conciencia  hasta el proceso psíquico inconsciente. Obrando así descubrirá que el efecto de conciencia no es más que un lejano efecto psíquico del proceso inconsciente y que este último no ha devenido consciente como tal, habiendo existido y actuado sin delatarse en modo alguno a la conciencia. Para llegar a un exacto conocimiento del proceso psíquico es condición imprescindible dar a la conciencia su verdadero valor, tan distinto del que ha venido atribuyéndosele con exageración manifiesta. En lo inconsciente tenemos que ver, como afirma Lipps, la base general de la vida psíquica. Lo inconsciente es el círculo más amplio en el que se halla inscrito el de lo consciente. Todo lo consciente tiene un grado preliminar inconsciente, mientras que lo inconsciente puede permanecer en este grado y aspirar, sin embargo, al valor completo de una función psíquica. Lo inconsciente es lo psíquico verdaderamente real: su naturaleza interna nos es tan desconocida como la realidad del mundo exterior y nos es dado por el testimonio de nuestra conciencia tan incompletamente como el mundo exterior por el de nuestros órganos sensoriales.
 Una vez que la antigua antítesis de vida consciente y vida onírica ha quedado despojada de toda significación por el reconocimiento del verdadero valor de lo psíquico inconsciente, desaparece toda una serie de problemas oníricos que preocuparon intensamente a los investigadores anteriores. Así, muchas funciones cuyo desarrollo en el sueño resultaba desconcertante, no deben ser ya atribuidas a este fenómeno, sino a la actividad diurna del pensamiento inconsciente".  

miércoles, 22 de abril de 2015

"El Napoleón de Notting Hill".- Gilbert Keith Chesterton (1874-1936)


Resultado de imagen de g.k. chesterton 

3.- La colina del humor

"-Y ahí va otra -continuó el insaciable Quinn-. En una hondonada de las colinas verdegrises de la lluviosa Irlanda vivía una mujer muy vieja cuyo tío remaba siempre por Cambridge en las regatas. Pero en su hondonada verdegris, ella no sabía nada de esto: ignoraba que hubiera una regata. También ignoraba que tuviera un tío. No conocía a nadie, excepto a Jorge I, de quien había oído hablar (no sé por qué) y en cuyo recuerdo histórico había depositado su sencilla confianza. Y al cabo de un tiempo, cuando Dios quiso, se descubrió que este tío suyo no era realmente su tío, y fueron a decírselo. Ella sonrió a través de las lágrimas y dijo únicamente: "En la virtud está su propia recompensa".
 Hubo otro silencio, tras el cual Lambert observó:
 -Parece un poco misterioso.
 -¡Misterioso! -exclamó el otro-. El verdadero humor es misterioso. ¿No has comprendido el principal incidente de los siglos XIX y XX?
 -¿Qué es? -se limitó a preguntar Lambert.
 -Muy sencillo -contestó el otro-. Hasta ahora el fracaso de un chiste era que la gente no lo captara. Ahora la sublime victoria de un chiste es que la gente no lo capte. El humor, amigos míos, es la única santidad que la humanidad tiene a su alcance. Es lo único que os da verdadero miedo. Mirad ese árbol.
 Sus interlocutores miraron vagamente hacia un haya que se inclinaba en su dirección desde la ladera de una colina.
 -Si yo dijera que no veis las grandes verdades científicas exhibidas por ese árbol, pese a que estén mirando a la cara a cualquier hombre inteligente, ¿qué pensaríais o diríais? -preguntó el señor Quinn-. Me miraríais como a un pedante que presentara una insignificante teoría sobre las células vegetales. Si yo dijera que no veis en ese árbol la pésima administración de la política local, me calificaríais de chiflado socialista, aficionado a los parques públicos. Si yo dijera que sois culpables de la suprema blasfemia que significa mirar ese árbol y no ver en él una nueva religión, una especial revelación de Dios, diríais que soy un místico y no volveríais a pensar en mí. Pero -y alzó una mano pontificia- si digo que no sabéis ver el humor de ese árbol, y que yo sí lo veo... ¡Dios mío!, os arrastraréis a mis pies.
 Hizo una pausa y continuó:
 -Sí, ¡el sentido del humor, un misterioso y delicado sentido del humor es la nueva religión de la humanidad! Hacia él concurrirán los hombres con el ascetismo de los santos. Se establecerán ejercicios espirituales para comprenderlo. Se preguntará: "¿Ves el humor de esta barandilla de hierro?", o bien, "¿eres capaz de ver el humor de este campo de trigo? ¿Eres capaz de ver el humor de las estrellas? ¿Comprendes el humor de las estrellas? ¿Comprendes el humor de la puesta de sol?" A menudo he reído hasta dormirme pensando en un crepúsculo violeta.
 -Cierto, cierto -dijo el señor Barker con inteligente confusión.
 -Dejad que os cuente otra historia. ¿Con qué frecuencia ocurre que los miembros del Parlamento por Essex son menos puntuales de lo supuesto? El miembro menos puntual es tal vez James Wilson, que en el mismo acto de arrancar una amapola, dijo...
 Lambert se volvió súbitamente y clavó su bastón en el suelo con una actitud desafiante.
 -Auberon -interrumpió-, ya basta. Estoy harto. No dices más que tonterías".