martes, 15 de enero de 2019

Iron John.- Robert Bly (1926)


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Capítulo I.- La almohada y la llave

«Se habla mucho acerca del "hombre americano", como si hubiese alguna cualidad constante que permaneciese inalterable a lo largo de las décadas, o inclusive a lo largo de una sola década.
 Los varones de hoy guardan poca o ninguna relación con el granjero saturnal de mentalidad arcaica y orgullosamente introvertido que llegó a Nueva Inglaterra en 1630 dispuesto a asistir a tres servicios seguidos en una iglesia sin calefacción. En el Sur se desarrolló un caballero expansivo y criado en un entorno matriarcal. Estos dos "hombres americanos" se parecían muy poco al codicioso empresario ferroviario que más tarde se desarrolló en el Noroeste y a los temerarios colonos sin cultura del Oeste.
 Aun en nuestra era, el modelo paradigmático ha cambiado enormemente. Durante la década de los cincuenta, por ejemplo, apareció un personaje americano con cierta consistencia que se convirtió en modelo de masculinidad adoptado por muchos varones: el hombre de los cincuenta.
 Trabajaba desde temprano, era responsable, mantenía a su mujer y a sus hijos y admiraba la disciplina. Reagan es una especie de versión momificada de este tipo tenaz. Esta clase de varón no tenía en demasiada consideración el alma de las mujeres, pero apreciaba su cuerpo; y su visión de la cultura y del papel que desempeñaban los Estados Unidos en ésta era infantil y optimista. Tenía muchas cualidades fuertes y positivas, pero bajo el encanto y la fanfarronería había, y sigue habiendo, mucho aislamiento, privación y pasividad. Necesita un enemigo para saberse vivo.
 Al varón de los cincuenta supuestamente le gustaba el fútbol, era agresivo, fiel a los Estados Unidos, incapaz de llorar y generoso. Pero en la imagen de este varón faltaban el espacio receptivo o el espacio íntimo. Su personalidad carecía de fluidez. Su psique carecía de compasión, lo que se vio claro en la loca persistencia en la Guerra de Vietnam, igual que, más tarde, la carencia de lo que podríamos llamar "zona ajardinada" en la cabeza de Reagan se tradujo en la insensibilidad y la brutalidad hacia los desposeídos en El Salvador, o hacia los ancianos, los parados, los colegiales y los pobres en general de los Estados Unidos.
 El varón de los cincuenta tenía una idea clara de lo que era un hombre, pero el confinamiento y la parcialidad de su visión revestían peligro.
 Durante la década de los sesenta, apareció otro tipo de hombre. La futilidad y la violencia de la Guerra de Vietnam hicieron que el hombre se preguntase si sabía realmente lo que significaba ser un varón adulto. Si la masculinidad significaba Vietnam, ¿querían ser varones? Mientras tanto, el movimiento feminista animó a los hombres a tener en cuenta a las mujeres, forzándolos a tomar conciencia de los problemas y los sufrimientos que el varón de los cincuenta se había esforzado por ignorar. A medida que los hombres empezaron a considerar la historia y la sensibilidad de las mujeres, algunos hombres empezaron a descubrir y prestar atención a lo que se denominaba su lado femenino. Este proceso ha seguido hasta nuestros días, y me atrevería a afirmar que la mayoría de los varones contemporáneos están involucrados en él de una manera u otra.
 Hay algo maravilloso en este desarrollo -me refiero a la práctica masculina de asumir y educar la propia conciencia "femenina"-, y esto es importante. En los últimos veinte años, el varón se ha vuelto más reflexivo, más tierno. Pero mediante este proceso, no se ha vuelto más libre. Es un buen chico que contenta no sólo a su madre sino también a la joven mujer con la que vive.
 En los setenta, empecé a detectar por todo el país un fenómeno que podríamos denominar "el varón suave". Incluso hoy en día, cuando hablo en público, más o menos la mitad de los varones jóvenes son del tipo suave. Se trata de gente encantadora y valiosa -me gustan-, y no quieren destruir la Tierra o dar comienzo a una guerra. Su forma de ser y su estilo de vida denotan una actitud amable hacia la vida.
 Pero muchos de estos varones no son felices. Uno nota rápidamente que les falta energía. Preservan la vida, pero no la generan. Y lo irónico es que a menudo se les ve acompañados de mujeres fuertes que definitivamente irradian energía.
 Nos encontramos ante un joven de fina sensibilidad, ecológicamente superior a su padre, partidario de la total armonía del universo y sin embargo con poca vitalidad que ofrecer.
 La mujer fuerte o generadora de vida que se graduó en los sesenta, por decirlo así, o que heredó un espíritu más viejo, desempeñó un papel importante en la creación de este hombre preservador, que no generador, de vida.
 Recuerdo una pegatina de los años sesenta en la que se leía: "LAS MUJERES DICEN SÍ A LOS HOMBRES QUE DICEN NO." Sabemos que hacía falta tanto valor para resistirse al reclutamiento, ir a la cárcel o exiliarse al Canadá, como para aceptar el reclutamiento e ir a Vietnam. Pero las mujeres de hace veinte años decían claramente que preferían al varón más suave y receptivo.
 De modo que el desarrollo del hombre se vio ligeramente afectado por esta preferencia. La virilidad no receptiva era equiparada a la violencia, mientras que la receptiva era premiada.
 Algunas mujeres enérgicas, tanto entonces como ahora en los noventa, elegían y siguen eligiendo a hombres suaves como amantes y, tal vez, como hijos. La nueva distribución de energía "yang" entre las parejas no se dio accidentalmente. Los jóvenes, por diversas razones, querían mujeres más duras y las mujeres empezaron a desear hombres más suaves. Durante un tiempo parecía un buen arreglo, pero ya lo hemos experimentado lo bastante como para saber que no funciona.»
     [El texto pertenece a la edición en español de Círculo de Lectores, 1993, en traducción de Daniel Loks Adler. ISBN: 84-226-4538-6.]

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