La grulla
«Aunque he tardado en hacerlo desde que me lo pidieron, ahora quisiera componer un fabliau de una historia que oí contar en Vercelay, durante una partida de dados. Es muy breve y el que me la contó no suele mentir: escuche ahora quien quiera oír.
Esto cuenta Garin que sabe contar: hubo una vez un noble que no era loco ni villano sino cortés y bien enseñado. Tenía una hija extraordinaria, de gran belleza, pero el noble señor no quería que la viesen demasiado ni que con ella hablase ningún hombre. Tanto la quería y apreciaba que la había encerrado en una torre; con ella sólo estaba su nodriza que no era tonta ni loca sino mujer prudente y de gran sabiduría. Había cuidado siempre de la doncella y la había educado.
Un día por la mañana, quiso la nodriza preparar la comida de la doncella. Necesitaba una escudilla y se fue corriendo hasta la casa, que no estaba lejos, a buscar lo que necesitaba dejando abierta la puerta de la torre. Mientras tanto pasó por delante de la torre un joven que llevaba una grulla que había cogido: la llevaba en la mano derecha. La doncella, que estaba en la ventana, se entretenía mirándolo. Llamó al joven que llevaba la grulla y le dijo: "Querido amigo, dime, ¿qué pájaro es ése que llevas?" -"Señora, por todos los santos de Orleáns, es una buena y hermosa grulla". -"Por Dios, que es muy grande y gorda, nunca había visto una igual. Si quisieras te la compraría". -"Señora, si ello os place os la venderé." -"Sí, ¿qué te daré por ella?" -"Señora, es vuestra por un polvo." -"Por la fe que debo a San Pedro el apóstol, no tengo ningún polvo para darte a cambio; no te quiero engañar, si lo tuviese, así Dios me ayude, la grulla sería mía." -"Señora, bromeáis; estoy seguro de que si buscase, encontraría a montones; daos prisa y pagadme." Ella jura por Dios que nunca vio un polvo.
"Joven, le dice, sube. Busca por arriba y por abajo, debajo de los bancos, de la cama, por donde quieras, a ver si encuentras un polvo." El joven era bastante cortés y subió rápidamente; simuló buscar por todos lados: "Señora, sospecho que está debajo de vuestra pelliza." Ella, que era ingenua y tonta, le dijo: "¡Ven y mira!" El joven no se lo hizo repetir: abrazó a la doncella que ya se alegraba con la grulla. La puso sobre la cama, le levantó la camisa y también las piernas. No tardó en encontrar lo que buscaba. La doncella le dijo suspirando: "Joven, buscas con demasiada brusquedad." Él, que estaba muy atareado, se echó a reír y contestó: "Es justo que os dé mi grulla, ya es vuestra." -"Has hablado bien, ahora vete."
La dejó triste y pensativa. Salió de la torre y no tardó en llegar la nodriza. Vio la grulla y se le estremeció la sangre. Preguntó rápidamente: "¿Quién ha traído aquí este pájaro? Señorita, decídmelo." -"Lo he comprado yo. Se lo compré a un joven que me lo trajo aquí." -"¿Qué le diste?" -"Un polvo, señora, eso fue lo único que le di, por mi alma." -"¡Un polvo! ¡Desgraciada, infeliz! ¡Qué loca fui cuando os dejé sola! ¡Cien veces me siente mal cuanto he comido en mi vida! ¡Ahora sí que tengo un buen plato! Y me temo que por mucho tiempo." Por poco no perdió el juicio la nodriza, cayó al suelo desmayada. Cuando volvió en sí desplumó la grulla y la preparó. No la quería con ajos, le apetecía con pimienta. A menudo había oído decir en muchos sitios: la desgracia que acaba en el fogón vale más que la que no aprovecha. Aunque le pese, prepara la grulla y se va a buscar un cuchillo para vaciarla. La doncella volvió a mirar por la ventana; vio pasar de nuevo al joven muy contento de su aventura. La joven lo interpeló de inmediato: "Joven, venid aquí, mi nodriza se enfadó porque os habíais llevado mi polvo y me habíais dejado la grulla. Por favor, venid a devolvérmelo. No debéis enfadaros conmigo; venid y me dejaréis en paz." -"Con gusto, señorita, ahora subo." Volvió a tumbar a la joven y a meterse entre sus piernas. Cuando hubo acabado se fue, pero no dejó la grulla sino que se la llevó con él. Volvió la nodriza que quería ensartar el ave. "Señora, dijo la infeliz, no necesitáis ensartarla. Se la ha llevado el que sale por la puerta y os aseguro que me ha devuelto el polvo." Cuando la oye la nodriza se desespera y maldice: "¡Maldita sea la hora en que os guardé! Mala guardia hice cuando así estáis empolvada y yo sin grulla; yo misma di lugar a ello: el mal guardián da de comer al lobo."»
[El texto pertenece a la edición en español de Ediciones Cátedra, 2005, en traducción de Felicia de Casas. ISBN: 84-376-1265-9.]
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