sábado, 12 de enero de 2019

El legislador.- Miquel de Palol (1953)


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XII

«-Si me permiten -dice Plumb-, no tenía previsto hacerles ningún comentario sobre este particular; pero ya que se ha puesto el tema sobre el tapete, lo considero inevitable, porque reduce las dos cuestiones a una sola, centrada en la posibilidad de establecer con independencia de intereses y de criterios un Código Civil para la nave y para la civilización que a corto y medio plazo surja de allí. -Muffat desvía la mirada con un gesto que a Florestan le parece de contrariedad y el resto de los reunidos escucha con atención-. Yo opté, cuando menos en los primeros borradores, por basarme en la Declaración Universal de los Derechos Humanos y ya de entrada tropecé con obstáculos de detalle que me llevaban a contradicciones profundas. -Abre una carpeta y consulta unos papeles-. Por ejemplo, el artículo quince dice que toda persona tiene derecho a una nacionalidad; ¿se infiere de ello que se mantendrán las nacionalidades de origen de los tripulantes? ¿Qué pasará con las servidumbres de soberanía? ¿Qué sentido tendrá ser súbdito británico, es un suponer, si Gran Bretaña ha desaparecido? ¿Acaso habrá que considerar que el territorio, la soberanía, los derechos y obligaciones inherentes a ella, la representación y el producto nacional de Gran Bretaña se han de centrar en las personas físicas y anímicas de los individuos que procedan de allí? Naturalmente, eso tendría como resultado final la selección del papel que nos ha traído el doctor Florestan. -Hace una pausa y vuelve la página-. Todavía es más preocupante lo que se desprende del artículo diecisiete, que dice textualmente que toda persona tiene derecho a la propiedad, individual y colectivamente. ¿Quién será el propietario de las tierras y los bienes que perduren después del cometa, cuando la nave regrese a la Tierra?
 -Si es que queda algo -dice la Sanssouci, y Plumb prosigue.
 -No, desde luego, la mayoría no podrán ser propietarios, si todo ocurre tal como señalan los indicios. ¿Cómo se repartirán derechos y deberes a partir de ese momento? -Muffat hace ademán de interrumpirle, pero la atención de Florestán, Monnard y la Bronsky sobre todo lo disuaden de hacerlo-. Llegados a este punto se ve todavía más claro que sin territorio físico no hay cuerpo jurídico para la propiedad, como ya se ha dicho aquí. Afortunadamente, pese a que como experiencia es demasiado reciente, poseemos un antecedente con cierta solvencia como para que nos arroje un poco de luz sobre la cuestión: la propiedad de los bancos de datos informatizados, Internet, la información digitalizada. Para resolver las incógnitas se podrá establecer a partir de ahí una virtualidad basada en un derecho común con la antigua estructura, y a la vez el principal problema: el Estado... en fin, si hay que ser riguroso, habremos de llamarlo Empresa-Estado. Para fijar qué rango de soberanía tiene el Águila de Troya, y cuál se aplicará más tarde a las personas y los bienes posteriores al desastre, ya sean virtuales o territorios. He hecho las consultas oportunas y el resultado... juzguen ustedes mismos. Venimos oyendo desde hace años, y ya es un tópico, que el poder no está en los Estados según la configuración heredada de la Europa posfeudal, sino en la dirección de las multinacionales, de las empresas de información y de comunicaciones de alcance supranacional. El movimiento de privatizaciones impulsado por el liberalismo de las naciones más avanzadas ha llegado a muchas infraestructuras tradicionalmente de responsabilidad estatal; y si hablamos de ejércitos privatizados, los más efectivos funcionan con una división técnica, una estructura de servicios... ¿Hasta dónde se ha llegado? ¡Hasta privatizar al mismo Estado! Mis problemas tecnoéticos están resueltos, porque detrás del Águila de Troya no hay un proyecto dirigido por la NASA o por Estados Unidos a través de sus instituciones públicas, por la CIA o el Pentágono, sino un diseño de empresa. El suministro técnico y de material permite controlar absolutamente la operación. Es lógico centralizarlo todo, con lo que la utopía del Estado-Empresa entra de lleno en la realidad. Que haya armas o no -se vuelve hacia la Bronsky-, es un pequeño detalle sin importancia. El Águila de Troya es un negocio de altísimo coste y terrible riesgo -hay sonrisas-, no hace falta repetir lo que todos sabemos, pero tiene como compensación, en caso de éxito, uno de los sueños humanos de todos los tiempos: convertirse en el amo del mundo.
 Hace una pausa para consultar papeles, la Bronsky la aprovecha.
 -¿Y cuál es esa empresa?
 -Es un trust domiciliado entre Hong Kong y Suiza -dice Plumb-, fiscalmente ambiguo, cuyo nombre es DCQ, y por lo que he podido averiguar, cosa nada fácil, pantalla de dos compañías petroleras, de la principal cadena norteamericana de difusión -coge los papeles de Florestan-, con muchos hombres de paja, pocos nombres identificables... pero aquí hay uno: Erwin McCallan. ¡Como pueden ver, tiene una razón poderosa para promover El Estigma del Orden! -Hay pocas sonrisas-. En resumen, la situación es la siguiente; El Código Civil del Águila de Troya ya me llega secuestrado, y será deudor, en cualquier caso, de una  amplia operación privada que incluye la disolución transitoria y controlada de diversos conceptos sociales y legales, como pueden ser soberanía, nacionalidad, propiedad, etcétera, culminando a largo plazo en una restauración virtual bajo su dominio absoluto, siempre relativa, claro, porque nada volverá a ser lo mismo.
 Florestan sonríe.
 -La Administración siempre ha sido una empresa privada, para llegar a eso no hacían falta tantas operaciones. Siempre hemos vivido en un contrasentido colectivo. El equilibrio de los desequilibrios.
 -El anarquista del futuro será ideológicamente más débil, sí -dice Plumb con una sonrisa desganada-; mientras tanto, esto es lo que hay. Y, por descontado, cualquier individuo de la lista del doctor Florestan es un candidato más seguro a embarcarse que ninguno de los héroes inocentes que nosotros podemos escoger.
 La Comisión se alborota. Hablan siete u ocho al mismo tiempo.»
 
     [El texto pertenece a la edición en español de Ediciones Destino, 1998, en traducción de Celina Alegre. ISBN: 84-233-2939-9.]

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