El primer día. Viernes, 3 de diciembre
El Octubre Rojo
«-Bueno, mi comandante, ¡otra vez salimos al mar para servir y proteger la Rodina! -El capitán de fragata Iván Yurievich Putin asomó la cabeza a través de la escotilla, sin permiso, como era su costumbre y trepó la escalerilla con la torpeza propia de un hombre de tierra. La diminuta estación de control estaba ya llena de gente con el comandante, el navegante y un silencioso hombre de guardia. Putin era el zampolit* del buque. Todo lo que él hacía era para servir a la Rodina **, palabra que tenía míticas connotaciones para un ruso y que, junto con V. I. Lenin, era, en el partido comunista, el sustituto de una verdadera divinidad.
-Así es, Iván -respondió Ramius con mejor ánimo del que realmente sentía-. Dos semanas en el mar. Es bueno salir del puerto. El marino pertenece al mar y no es bueno estar allí atado, rebasado por burócratas y obreros de botas sucias. Y tendremos un poco más de calor.
-¿Esto le parece frío? -preguntó Putin, incrédulo.
Por centésima vez Ramius se dijo que Putin era el perfecto oficial político. Su voz sonaba siempre demasiado fuerte, su humor era demasiado afectado. Jamás permitía a nadie olvidar quién era él. El perfecto oficial político, Putin, era un hombre temible.
-He estado demasiado tiempo en submarinos, amigo mío. Me he acostumbrado a las temporaturas moderadas y a un piso estable debajo de mis pies. -Putin no captó el velado insulto. Lo habían destinado a submarinos después de una interrupción rápida de su primera incursión en destructores debido a los crónicos mareos; y tal vez porque no le molestaba el estrecho confinamiento a bordo de los submarinos, algo que muchos hombres no pueden soportar.
-¡Ah, Marko Aleksandrovich, en Gorki, en un día como éste, las flores se abren!
-¿Y qué clase de flores pueden ser ésas, camarada oficial político?
Ramius exploraba el fiordo a través de sus binoculares. Era el mediodía y el sol apenas se levantaba sobre el horizonte en el sudeste, arrojando luces anaranjadas y sombras púrpuras sobre las paredes rocosas.
-¡Pero... flores de nieve, por supuesto! -dijo Putin riendo ruidosamente-. En un día como éste, las caras de los niños y de las mujeres tienen un brillo rosado, el aliento se estira detrás de uno como una nube, y la vodka tiene un sabor especialmente agradable. ¡Ah, estar en Gorki en un día como éste!
"Este bastardo debería trabajar para Intourist", se dijo Ramius, lástima que Gorki es una ciudad cerrada a los extranjeros. Él había estado allí dos veces. Lo había impresionado como una típica ciudad rusa, llena de edificios destartalados, calles sucias y ciudadanos mal vestidos. Como en la mayoría de las ciudades soviéticas, el invierno era la mejor estación para Gorki. La nieve ocultaba toda la suciedad. Ramius, medio lituano, tenía recuerdos de su infancia de un lugar mejor, una población costera cuyo origen hanseático había dejado muchas filas de edificios presentables.
No era común que quien no fuera ruso puro se encontrara a bordo de -y mucho menos mandara- un navío soviético de guerra. El padre de Marko, Aleksandr Ramius, había sido un héroe del partido; un comunista convencido y dedicado, que había servido bien y fielmente a Stalin. Cuando los soviéticos ocuparon por primera vez Lituania en 1940, el padre de Marko había tenido una destacada actuación detectando disidentes políticos: dueños de tiendas, sacerdotes y todo aquel que pudiera crear problemas para el nuevo régimen. Todos ellos fueron embarcados hacia destinos que luego ni siquiera Moscú pudo definir. Cuando los alemanes invadieron, un año más tarde, Aleksandr luchó heroicamente como comisario político, y poco después habría de distinguirse personalmente en la batalla de Leningrado. En 1944 regresó a su tierra natal con la punta de lanza del Undécimo Ejército de Guardias para tomarse una sangrienta venganza sobre quienes habían colaborado con los alemanes o eran sospechosos de haberlo hecho. El padre de Marko había sido un verdadero héroe soviético... y Marko estaba profundamente avergonzado de ser su hijo. La salud de su madre se había resentido durante el interminable sitio de Leningrado. Ella murió al darlo a luz a él y debió criarlo su abuela paterna en Lituania, mientras su padre se pavoneaba en el comité central del partido, en Vilna, esperando su promoción a Moscú. Logró eso también y era candidato a miembro del Politburó cuando su vida quedó interrumpida por un ataque al corazón.
La vergüenza de Marko no era total. La prominencia de su padre había hecho posible su meta de entonces, y Marko planeó tomarse su propia venganza sobre la Unión Soviética; una venganza suficiente tal vez como para satisfacer a los miles de compatriotas suyos que habían muerto aun antes de que él naciera.
-Adonde vamos, Iván Yurievich, hará todavía más frío.
Putin palmeó el hombro de su comandante. ¿Era su afecto fingido o real?, se preguntaba Marko. Probablemente real. Ramius era un hombre honesto y reconocía que ese sujeto, pequeño y gritón, tenía realmente algunos sentimientos humanos.
-¿A qué se debe, camarada comandante, que usted parece siempre contento de dejar a la Rodina y hacerse a la mar?
Ramius sonrió detrás de sus binoculares.
-Los marinos tienen sólo un país, Iván Yurievich, pero dos esposas. Usted jamás podría comprender eso. Ahora yo estoy en camino hacia mi otra esposa, la que es fría y cruel, pero también es dueña de mi alma. -Ramius hizo una pausa. Su sonrisa se desvaneció-. Mi única esposa ahora.»
* Oficial político.
** Madre Patria.
[El texto pertenece a la edición en español de RBA Editores, 1993, en traducción de Benigno H. Andrada. ISBN: 84-473-0143-5.]
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