sábado, 26 de enero de 2019

Cartas a Miranda.- Quatremère de Quincy (1755-1849)


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Inventario de los robos hechos por los franceses en los países que han invadido sus ejércitos

«En este inventario no he hecho mención del robo de todas las pinturas, estatuas, bustos, manuscritos y monumentos de las artes, que estos canallas han sacado de las provincias conquistadas.
 Como todas las expediciones de la Francia se han emprendido con la mira del botín, han seguido a sus ejércitos constantemente numerosos cuerpos de gentes, con el proyecto de comprar los géneros hurtados que fuesen demasiado pesados para conducirlos con el bagaje. Jamás se ha movido Bonaparte sin una legión de estos avarientos y pudientes traficantes en su comitiva, los que estaban siempre prontos a comprar a un precio bajo cualquiera cosa que él y sus harpías podían agarrar en las casas que despojaban, desde la del habitante de la choza hasta la del príncipe. Este jefe de chamarileros o corredores ha vendido por sí mismo más muebles y efectos de casa, como vajillas, vinos, pinturas, bustos, adornos, etc. que la mitad de los prenderos de Europa. Los varios mueblecillos que pudo robar al paso en las casas particulares donde le alojaron, le habilitaron para dar la suma de veinte y tres mil libras esterlinas de dote a su hermana cuando se casó con el general Le Clerc, uno de los mayores canallas que ha deshonrado la noble profesión militar.
 Mr. Duppa, hombre de integridad, y buen observador, a quien he citado en mi primera carta, dice que fue testigo ocular cuando el Papa salió de Roma, que inmediatamente que abrieron el palacio del Vaticano y Quirinal, se hizo un inventario de todos los artículos; se permitió entonces comprar con ciertas condiciones cuanto escogió la compañía de corredores que seguía al ejército y después llamaron a los judíos de Gatta para que tomasen el resto. Estos corredores abastecían el ejército de Italia y cuando Bonaparte atravesó los Alpes la primera vez, les concedió la condición que ellos habían de elegir los primeros en el botín que hiciesen; pero le habían de pagar un tanto por ciento. Esta condición prueba una disposición previa en Bonaparte a no conquistar por amor a la consolidación y reposo de la Francia, sino por el saqueo. La rapiña pública y los robos particulares han sido característicos de este monstruo y de sus compañeros viles bandidos, sedientos siempre de derramar sangre y recoger el oro. Así el desgraciado pueblo de los países en que la sangrienta y mortal bandera de este agente infernal ha tremolado triunfante, puede exclamar justamente con el lúgubre lenguaje del escritor sagrado: "Aquello que ha dejado el gusano de la palma, ha comido la langosta, y aquello que ha dejado ésta, ha comido el gusano de la gangrena; y aquello que ha dejado este insecto, ha comido la oruga". En el África el fiero tigre salta únicamente sobre una víctima, la devora y despedaza; pero entre los franceses desde el jefe principal al inmediato en mando, desde éste al general, y aun hasta el pífano y el tambor hay arreglada una escala de despojo y de rapiña, que nadie se escapa de sus garras; y para coronarlo todo, una cuadrilla de comisarios, proveedores, etc. completan la obra de la desolación y la miseria, quienes arrebatan los restos que el voraz apetito de los militares no pudo consumir. Todo esto forma una numerosa oligarquía que se extiende sobre millones de gentes. Estas aves de rapiña devoradoras hacen que por los poros de los desgraciados habitantes por donde han invadido estos ejércitos de bandidos, haya habido una corriente de sangre y oro que los ha extenuado y aniquilado, quedando revueltos en sus ruinas y en una desolación lamentable...
 Es imposible pensar sin indignación la frialdad con que miran estos agentes monstruosos los actos más atroces, habiéndose familiarizado con la sangre, el robo y toda especie de inmoralidad. Han asolado y destruido la parte más hermosa de Europa y han triunfado, con impunidad de sus crímenes. Pero no falta una vista oculta que los observa: han estado abandonados a su presunción y así se han arrojado desenfrenadamente a la destrucción; pero nuestra energía frustrará el abominable designio que han tenido de destruir la libertad de Europa, y se debe esperar también que la Providencia con aquella mano oculta que dirige la justicia, que tan a menudo deshace los proyectos de la iniquidad, decretará, y hará que el artífice del mal sea destruido; y aunque este malvado se burla escandalosamente del poder del cielo y de todas las virtudes de la tierra; que comete todas las iniquidades escandalosamente; que cree y se jacta de tener encadenada la fortuna; estas legiones, cuyos excesos han llenado el mundo de terror, y han confundido los más poderosos gobiernos de Europa, pagarán en nuestras costas sus impunidades y crímenes, y en su humillante catástrofe confesarán que obra la justicia retributiva. La mano del Señor está levantada, y la de aquel que sólo obra grandes maravillas: el león británico, una vez despierto, puede hacer que nos dirijamos pronto a las naciones de la tierra, con aquel sublime y despertador lenguaje que Moisés usó una vez con los Israelitas, diciéndoles: No temáis: estad quietos y mirad la salvación del Señor: lo que habéis visto hoy en el enemigo, no lo volveréis a ver jamás.
 Nota
 El autor de esta carta no hace mención de los robos y saqueos que han hecho los ejércitos franceses en los países de Alemania, Austria, Prusia y demás por donde han transitado en las últimas campañas, y menos los que han hecho en los desgraciados pueblos de nuestra península. Pero por un juicio comparativo pueden calcular nuestros lectores lo que han robado en los citados países, y a lo que hemos estado expuestos si la energía española no se hubiese desplegado con valor, para destruir los pérfidos proyectos del corso usurpador.
 Aunque no constan de oficio todas las noticias que hemos dado, la carta que hemos traducido de Alfredo se ha tenido por verídica e imparcial cuando se publicó en Londres, y los datos de este inventario la mayor parte son públicos y conocidos de toda Europa.»
    
    [El texto pertenece a la edición en español de Nausícaä Edición Electrónica, 2007, en traducción de Ilduara Pintor Mazaeda. ISBN: 978-84-96633-36-0.]

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