lunes, 7 de enero de 2019

Palabras armadas. Entender y combatir la propaganda terrorista.- Philippe-Joseph Salazar (1955)


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10.-¿Terrorista inexplicable?
Explicaciones pensadas para tranquilizar a la población

«En efecto, la retórica pública ha pasado por tres fases para explicar el terrorismo:
 -Una retórica medicalizante: La medicalización de la vida pública es un fenómeno social: se medicaliza la criminalidad, se medicaliza el fracaso escolar, se medicaliza "el fin de la vida", se medicaliza la cotidianeidad. La creencia general en la farmacopea para resolverlo todo es uno de los grandes avances de la democracia posmoderna. Reduce al ciudadano a enfermo potencial, al que por consiguiente hay que vigilar y someter a tratamiento. Antes de la medicalización, se recluía: la prisión por crímenes incluso veniales (robo de pan en Los miserables), el correccional como complemento de la escuela (la famosa colonia penitenciaria de Mettray), el internamiento de los débiles mentales y de las mujeres volubles (asilos y camisas de fuerza). [...]
 -Una retórica psicosociológica: La matanza de Charlie Hebdo tuvo el efecto de recordar que el terrorismo islámico es "incurable": si el primer objetivo del contrato social es que vivamos (en vez de matarnos los unos a los otros), su objetivo ulterior es que vivamos mejor, o que la ley de la jungla, la ley de la naturaleza, sea reemplazada por una vida pacífica y, como bonus, una vida mejor.
 El terrorismo, incurable, nos devuelve a la casilla de salida: la de que el hombre es un lobo para el hombre. El terror destruye la socialización. La medicina, salvo que lobotomice, no dispone de cura ni de tratamiento.
 En consecuencia, en una segunda fase ha aparecido una explicación psicosociológica. Se hace terrorista el que padece una marginalización social, económica y educativa. [...]
 -La "narrativa" entra en juego: Como toda retórica pública necesita proporcionar explicaciones sobre lo que se sale de la norma social, se superpone a lo médico-psicosociológico un tercer discurso explicativo, la narrativa, a saber, que para toda acción social existe una "historia" que uno se cuenta y que cuenta, y que esa "historia" es por sí misma poderosa. 
 Existiría entonces la presencia activa y tóxica de una narrativa sobre la subyugación del Islam por Occidente, que los terroristas amplifican mediante una narrativa más fuerte, la de la yihad, y que a su vez debe ser combatida mediante una contranarrativa generada por nuestros servicios de lucha antiterrorista. [...]
 El yihadismo es religioso. No es un comercio.
 Entonces, a la explicación médica, a la explicación psicosociológica, al intento de contraataque mediante la narrativa, se le ha sumado una (no) explicación religiosa.
 -Lo no-dicho religioso: Hemos reflexionado poco en lo que se llama la conversión, en ese fenómeno de regreso a la divinidad y a la comunidad que la toma como centro y sitúa ese centro en el centro del mundo.
 En Gran Bretaña hay una reflexión profunda sobre un tema cercano, el de la "espiritualidad" como atributo del liderazgo -en un contexto de defensa nacional y de obtención de información-. Su mérito está en señalar lo que es evidente: que los combatientes del Califato, los miles que han abandonado Europa para ir a su tierra prometida, al hacerlo se han convertido, en la literatura califal, en "líderes", "conductores", los que muestran el camino de la hégira y del arrepentimiento, para retomar la arenga marcial del califa de mayo de 2015.
 Frente a esa realidad religiosa, que para un Estado laico es turbadora y que a una nación descristianizada le parece absurda, recurrimos a una manipulación del discurso público.
 Hemos hecho un esfuerzo de explicación para exonerar a la religión de su poder decisivo. En un primer momento admitimos el componente religioso, pero no como detonante. Esta estrategia sólo tenía el objetivo miope, parcial y efímero, de evitar "estigmatizar" a la población de confesión o de sensibilidad musulmanas. [...]
 
 La cadena de razones terrorista
 
Esas explicaciones a partir de la pobreza, la marginalización y la solidaridad de los desfavorecidos, la narrativa, la desvinculación de lo religioso, no se sostienen frente a los hechos: de repente se descubre, o por fin se revela, que los yihadistas no han de ser necesariamente imbéciles, subnormales, marginales, fracasados e inútiles, sino que en muchos casos son diplomados, hijos de buena familia, chicas tranquilas y estudiosas, que a menudo explican elocuentemente su decisión y que saben escribir; y si uno de ellos dice haber tenido un sueño que le indicaba el camino al Califato, en vez de ver ahí una señal de alienación mental o de profundo malestar social, habría que empezar por leer un poco de filosofía teológica árabe para comprender hasta qué punto soñar es un acto racional de interpretación.
 Desde hace mucho tiempo los terroristas son reclutados en una categoría que con frecuencia ha alimentado la revuelta: la clase media, los pequeños burgueses ilustrados, sean musulmanes o no, que son capaces de una rebelión argumentada. Hay que decir "conversión" y no "radicalización". [...]
 Porque, en el lado contrario, la explicación del terrorismo (cómo un soldado califal se explica a sí mismo su elección, cómo un joven diserta sobre su conversión) sigue una lógica agregadora de equivalencias: convertirse en yihadista no es el resultado de una serie de diferencias que pueden sustituirse unas a otras (hago esto y no aquello, elijo ir a la universidad en vez de la yihad, etc.): la decisión es el resultado de una serie de equivalencias que el que recluta construye entre él y sus compañeros reales y soñados, lo que Sartre había analizado como una "Fraternidad-Terror".
 Salvo que se aplique una censura total y se bloquee toda comunicación, salvo que se instaure un espacio totalmente cerrado, salvo que se meta en prisión a todos los jóvenes de instituto, esa cadena de equivalencias se formará. Y se forma con docenas de miles de eslabones.
 Hacia esas dos lógicas es hacia donde deberíamos dirigir toda nuestra atención, pero esa atención depende de una retórica social propia de la comunidad de discurso que formamos y de los controles que la estructuran. Ése es el tema del capítulo siguiente.»
 
    [El texto pertenece a la edición en español de Editorial Anagrama, 2016, en traducción de Ignacio Vidal-Folch. ISBN: 978-84-339-6402-1.]
  

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