domingo, 19 de mayo de 2019

Una buena chica.- Mary Kubica (¿...?)


Resultado de imagen de mary kubica biografia         
Eve
Antes

«El detective Hoffman es mi único vínculo con Mia.
 -Tenía que llamarlo -digo-. Necesitaba darle una explicación.
 -¿Por lo de anoche? -pregunta y digo que sí-. No es necesario.
 Pero se la doy de todos modos.
Mia tuvo una adolescencia como poco difícil. Deseaba ansiosamente encajar. Quería ser independiente. Era impulsiva, se dejaba llevar por el deseo y le faltaba sentido común. Con sus amigos se sentía aceptada. Con su familia, en cambio no. Entre sus iguales era muy querida, estaba muy solicitada, y eso, como es lógico, era embriagador para una chica como ella. Sus amigos la hacían sentir que estaba en la cima del mundo. Habría hecho cualquier cosa por ellos.
 -Puede que Mia se equivocara al elegir a sus amigos -digo-. Quizá yo debería haber estado más atenta, haberme preocupado más por las compañías que frecuentaba. Me di cuenta de que sus notas pasaban del notable alto al aprobado raspado y de que ya no estudiaba en la mesa de la cocina después de clase, sino que se metía en su cuarto y cerraba la puerta con llave.
 Mia estaba atravesando una crisis de identidad. Ansiaba, en parte desesperadamente, alcanzar la edad adulta, pero en buena medida seguía siendo una cría, incapaz de pensar y razonar como lo haría más tarde. A menudo se sentía frustrada y tenía muy mala opinión de sí misma. La insensibilidad de James sólo empeoraba las cosas. La comparaba continuamente con Grace, que por entonces tenía más de veinte años y estaba estudiando fuera -en la misma universidad que él, por supuesto-. Le decía que su hermana iba a licenciarse magna cum laude, que estaba yendo a clases de latín y de oratoria para prepararse para la facultad de Derecho, en la que ya la habían admitido. 
 Al principio, su mala conducta se limitó a las típicas travesuras adolescentes: hablaba en clase, no hacía los deberes. Rara vez invitaba a sus amigos a venir a casa. Cuando algún amigo o amiga iba a recogerla, ella salía a su encuentro en el camino de entrada y, cuando yo hacía amago de asomarme a la ventana para echar un vistazo, me paraba en seco. ¿Qué?, me preguntaba con una aspereza que antes sólo había sido propia de Grace.
 Tenía quince años cuando la pillamos saliendo a escondidas de casa en plena noche. Fue la primera de muchas escapadas. Olvidó apagar la alarma y, cuando estaba a punto de escabullirse, la casa comenzó a chillar.
 -Es una delincuente juvenil -dijo James.
 -Es un adolescente -puntualicé yo viéndola subir a un coche aparcado al final del camino de entrada a nuestra casa, sin molestarse en mirar atrás mientras la alarma berreaba y James maldecía el maldito chisme intentando recordar la contraseña para apagarla.
 Para James, la imagen lo era todo. Siempre ha sido así. Siempre le ha preocupado su reputación, lo que la gente dijera o pensara de él. Su esposa tenía que ser como un trofeo que exhibir. Me lo dijo antes de que nos casáramos y de un modo perverso yo me sentí  feliz de asumir ese papel. No le pregunté cómo debía interpretar que dejara de invitarme a las cenas de trabajo, que sus hijas ya no tuvieran que asistir a las fiestas de Navidad de la empresa. Cuando se hizo juez, fue como si hubiéramos dejado de existir.
 Así que es fácil imaginar cómo se sintió cuando la policía local trajo a rastras a casa a una chica de dieciséis años, borracha y sucia, después de una fiesta. De pie en la puerta de casa, con la bata puesta, prácticamente suplicó a los agentes que echaran tierra sobre el asunto.
 A Mia le gritó a pesar de que estaba tan mareada que a duras penas conseguía mantener la cabeza erguida por encima del váter mientras vomitaba. Se puso a despotricar sobre cómo iba a encantarles aquello a los insaciables periodistas: la hija adolescente del juez Dennett, citada a comparecer por beber siendo menor de edad.
 Naturalmente, la noticia no apareció en la prensa. James se encargó de ello. Le costó un ojo de la cara asegurarse de que el nombre de Mia no aparecía en las páginas del periódico local, ni esa vez ni las siguientes. Ni cuando ella y sus díscolos amigos intentaron robar una botella de tequila en la licorería del barrio, ni cuando la sorprendieron en compañía de esos mismos amigos fumando marihuana en un coche aparcado detrás de una zona comercial de Green Bay Road.
 -Es una adolescente -le dije a James-. Siempre hacen estas cosas.
 Pero ni siquiera yo estaba segura de que fuera cierto. Grace, a pesar de lo difícil que se pusiera, nunca tuvo roces con la ley. A mí nunca me habían puesto ni una multa por exceso de velocidad, y sin embargo allí estaba Mia, encerrada en una celda de la comisaría local mientras James rogaba y sobornaba a la policía para que no la denunciara o para que borrara sus antecedentes. Pagaba a los otros padres para que no mencionaran los desmanes que cometía Mia con sus hijos, igual de desobedientes que ella.
 Nunca le preocuparon Mia ni su insatisfacción vital, ni, por tanto, su mal comportamiento. Sólo le preocupaba cómo podía afectarlo a él su conducta.
 No se le ocurrió pensar que, si dejaba que pagara los platos rotos, que asumiera las consecuencias de sus actos como cualquier niño normal, Mia dejaría de portarse así. Al final, resultó que podía hacer todo lo que se le antojara sin sufrir las consecuencias. Sus fechorías irritaban a su padre más que nada en el  mundo. Por primera vez en su vida, James le prestaba atención.
 -Oía a escondidas conversaciones telefónicas de Mia con sus amigas, hablando de los pendientes que habían robado en el centro comercial, como si no pudiéramos pagarlos. Mi coche olía a tabaco después de que se lo prestara para esto o aquello, pero, naturalmente, mi Mia no fumaba. No fumaba ni bebía, ni...  
 -Señora Dennett -me interrumpe el detective Hoffman-, los adolescentes, por definición, pertenecen a una categoría propia. Ceden a la presión de sus iguales. Desafían a sus padres. Contestan mal y experimentan con todo lo que cae en sus manos. El objetivo, tratándose de adolescentes, es simplemente que sobrevivan a esa fase sin daños permanentes. Su descripción del comportamiento de Mia no se aparta mucho de lo normal -reconoce.
 Siento, sin embargo, que diría cualquier cosa con tal de animarme.
 -No se imagina usted cuántas tonterías hice yo cuando tenia dieciséis o diecisiete años -añade. Y luego las enumera rápidamente: beber, abollar el coche, hacer trampa en los exámenes, fumar marihuana, susurra al teléfono-. Hasta las buenas chicas sienten la tentación de robar unos pendientes en el centro comercial. Los adolescentes se creen invencibles: nada malo puede sucederles. Sólo después se dan cuenta de que de verdad suceden cosas terribles. Los chavales que no tienen ningún defecto -añade-, esos son los que me preocupan.
 Le aseguro que Mia ha cambiado desde que tenía diecisiete años, ansiosa para que no vea a mi hija como una delincuente juvenil.
 -Ha madurado.»
 
   [El texto pertenece a la edición en español de HarperCollins Ibérica, 2016, en traducción de Victoria Horrillo Ledesma. ISBN: 978-84-16502-42-4.]
  

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Realiza tu comentario: