Martes, 2 de marzo de 2004
Como un gusano
«Finalmente, Marino se ha salido con la suya y está preparando una infusión de tila. Es para él mismo. Continuamos la conversación en la cocina.
-Las tuneladoras se hacen a medida -me explica-. Como se hacían los trajes antiguamente. Cada una es diferente, en función de la obra que tiene que acometer.
-¡Ajá! ¿Y qué?
-Le digo esto para que comprenda que una determinada tuneladora no se suele utilizar para varias obras diferentes, sino que, una vez cumplida la misión para la que se diseñó, se considera amortizada.
-Eso ya lo sabía. Me lo explicó ayer tu capataz, el señor Cuerdo. Pero ¿adónde quieres llegar?
Marino duda y se pasa las manos por la cara repetidamente.
-Oiga, Escartín. Me estoy jugando mi empleo al decirle esto. Lo comprende, ¿verdad?
-Hasta que no me lo cuentes todo, no sé si lo puedo comprender, Marino.
-De acuerdo, de acuerdo... Se habrá dado cuenta de que, en circunstancias normales, desmontar la tuneladora y llevarla al desguace una vez terminada su misión no supone para la empresa propietaria más que una obligación de enorme costo económico y, además, una gran pérdida de tiempo.
-Sí, claro, lo entiendo -le digo tras una pausa-, pero no hay más remedio. No se puede entregar la perforación con la máquina dentro del túnel.
Marino me mira de hito en hito. Por fin, se decide a hablar.
-Hay otra posibilidad: imagine que, una vez concluido el túnel, llenamos a tope los depósitos de combustible de la máquina y la ponemos en marcha, forzándola, además, a trabajar con su máximo grado de inclinación. ¿Qué ocurrirá entonces?
-¿Qué es esto, Marino? ¿Un problema de lógica?
-Claro que no. Piense en ello, por favor.
-Pues supongo que... la máquina se irá hundiendo en el terreno más y más... y seguirá así hasta que se agote su combustible.
-Exacto. La tuneladora avanzará como una oruga gigantesca, perforando la tierra, abriendo su propia tumba, enterrándose a sí misma cada vez más profundamente. Lo llaman el método Minsk. Esa solución no sólo resulta muchísimo más barata que desmantelar la máquina, sino que permite utilizar el tiempo que llevaría la operación de desguace en recuperar algún posible retraso en el desarrollo de la obra. En definitiva, un negocio redondo, se mire como se mire.
-¿Y esto es lo que ha ocurrido con la tuneladora del metro?
-Y con varias otras, desde hace tiempo. Es una práctica frecuente en mi empresa.
-Bueno... me parece un método ingenioso. ¿Qué problema hay en que tu empresa lo utilice habitualmente?
Marino habla cada vez más bajito, conforme la información parece más comprometida.
-El problema radica en que esa práctica es ilegal sin obtener permiso de la Administración y, para ello, es preciso desarrollar previamente un exhaustivo estudio geológico y un informe de todas las posibles consecuencias que podría acarrear la operación, con sus correspondientes medidas correctoras, además de contratar un seguro que cubra posibles responsabilidades y algunas cosas más. Total, si se hace todo legalmente, lo que ganas por un lado lo pierdes por el otro. Como tantas otras cosas, sólo resulta realmente interesante... si se hace al margen de la ley.
Veo con toda claridad lo que Marino pretende contarme.
-Entiendo. Fomento de Perforaciones siempre cumple los plazos y se adjudica contratas a precios muy baratos... porque no desmonta y desguaza las tuneladoras sino que las entierra sin decir nada a nadie. Sin autorización administrativa, sin cálculo de riesgos y sin estudio geológico alguno.
Marino asiente con un gesto.
-Las ventajas, como le digo, son importantes. Sin ir más lejos, en la obra del metro llevábamos trece días de retraso, lo que le hubiese supuesto a la empresa una fuerte multa y la consiguiente pérdida de prestigio por el incumplimiento en la fecha de entrega, pero contábamos con un colchón de quince días laborables. Los quince días previstos para desmontar la máquina, que no íbamos a utilizar si la enterrábamos. El trabajo de perforación, realmente, no se terminó hasta el viernes a media mañana. A partir de ese momento, fue cuando se asignó a todo el personal nuevos destinos en diversas obras y se le dio el resto del día libre. Acto seguido, ya sin testigos, se puso en marcha la tuneladora en modo automático para que comenzase a cavar su propia tumba.
-¿Quiénes estabais al tanto de la operación?
-Muy poca gente, como siempre: los tres ingenieros responsables de la máquina, Sebastián Cuerdo como jefe de obra... y cuatro o cinco personas más. Y supongo que los jefazos de la empresa estarán todos al corriente.
Y vuelve a callar. Marino se interrumpe continuamente y, aunque me gustaría que siguiese hablando sin necesidad de que yo le preguntase, no parece dispuesto a hacerlo, de modo que tengo que ir empujándolo continuamente a través de su propia hipótesis.
-¿Y lo que intentas decirme como colofón de todo esto es que... que en esa operación, Olmedo podría haberse quedado atrapado dentro de la tuneladora... y seguir allí todavía? ¿No es eso?
Pese a que no hace calor, Marino Espuertas ha comenzado a sudar copiosamente. Ahora, se seca la frente con un pañuelo.
-Ésa es mi mejor explicación.»
[El texto pertenece a la edición en español de Editorial Bambú, 2013. ISBN: 978-84-8343-006-4.]
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