jueves, 23 de mayo de 2019

Prosistas griegas. Testimonios y fragmentos.- Johann Christian Wolf (1679-1754)


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11.-Leoncio

«Esta filósofa epicúrea alcanzó su floruit o apogeo en torno al año 330 a.C. Escribió un libro en el que defendía las doctrinas de Epicuro frente a Teofrasto, cuyo ingenio y estilo fue alabado por Cicerón.
 
11.1.-La tortuosa relación con Epicuro
Leoncio a Lamia
 Nada hay más triste, al parecer, que un viejo que se ha vuelto adolescente. Tal es como me trata ese Epicuro que lo critica todo, que sospecha de todo, que me escribe cartas irresolubles y me echa del Jardín. ¡Por Afrodita!, si Adonís tuviera ya cerca de ochenta años, no lo soportaría, piojoso como es, enfermizo y todo cubierto de vellones en vez de ropas. ¿Hasta cuándo soportará una a este filósofo? ¡Que se quede con sus máximas capitales sobre la naturaleza y con sus retorcidas normas! A mí que me deje mi máxima principal de mí misma cómodamente, que no se encoleriza ni ultraja. Realmente, tengo a un asaltante como éste, no como tú, Lamia, a Demetrio.
 ¿No va a ser posible vivir con moderación por culpa de este hombre? Quiere socratizar, charlatanear, ironizar y considera a uno Alcibíades o Pitocles y piensa que me va a convertir en Jantipa. En última instancia, me levantaré y huiré a cualquier parte de la tierra antes que soportar sus cartas descosidas. Y ya se ha atrevido a lo más terrible e insoportable de todo por lo que te he escrito, deseosa de recibir tu opinión sobre qué he de hacer.
 Sin duda conoces al hermoso Timarco de Cefisia. No niego que tengo trato familiar con este joven desde hace mucho y conviene que tú me digas la verdad, Lamia. Hace poco que he conocido con él a mi primera Afrodita, pues él me ha desflorado, siendo como soy su convecina. Desde aquel momento, no ha dejado de enviarme todo tipo de obsequios: vestidos, joyas de oro, esclavas, esclavos, indios, indias... Lo demás me lo callo. Incluso se anticipa a los más mínimos detalles para que nadie pruebe antes que yo los frutos de la estación. Y me dice: "Aparta de ti ahora a tal amante y que no se te acerque". Y, ¿con qué nombres crees que lo llama? Ni ático ni filósofo, sino el primer llegado de Capadocia a Grecia. Pero yo, aunque en toda la ciudad de Atenas no hubiera más que Epicuros, ¡por Artemis! que no los sopesaría a todos en el brazo de Timarco, o más bien, ni siquiera en su dedo. ¿Qué dices tú, Lamia? ¿No es verdad esto? ¿No tengo razón? No, por Afrodita, te pido que no te acuda eso a la mente, sino un filósofo, uno ilustre y que tiene trato con muchos amigos. Que coja lo que tengo, que enseñe a otros, porque a mí no me sirve de nada la gloria.
 Pero, ¡oh, Démeter!, concédeme al que quiero, a Timarco. Es que, por mi culpa, este joven se ha visto obligado a todo tipo de cosas: a abandonar el Liceo, su propia juventud, a sus camaradas y su compañía, y a vivir con él, a adularlo y a celebrar sus inconsistentes opiniones. Y le dice: "Tú, Atreo, sal de mi finca solitaria y no te acerques a Leoncio". Igual que él no te va a replicar con más razón que ésta, ¡no te acerques tú a la mía! Pero él, joven como es, soporta a otro rival amoroso viejo, mientras que el otro no soporta a quien lo es con más derecho. ¿Qué puedo hacer, ¡por los dioses!, te lo suplico, Lamia? Por los misterios, por el alejamiento de estas desgracias que, considerando la ausencia de Timarco, hace poco que expiro, sudo y mis extremidades y mi corazón me dan vueltas. Te pido que me acojas contigo unos pocos días y haré que este se dé cuenta de qué clase de bienes ha disfrutado teniéndome en su casa.
 Ya no soporta al muchacho, lo sé de sobra, e inmediatamente nos enviará como embajadores a Metrodoro, a Hermarco y a Polieno. ¿Cuántas veces crees que yo, Lamia, me he presentado en privado ante él y le he dicho: "¿Qué haces, Epicuro? ¿No te das cuenta de que Timócrates, el hijo de Metrodoro, se burla de ti por esto en las asambleas, en los teatros ante los demás sabios?". Pero ¿qué se puede hacer con él? Es un desvergonzado en el amor. Así que también yo seré igual de desvergonzada que él y no dejaré a mi Timarco. Salud.
Alciphr. 2, 2.
 
 11.2.-Amores de Leoncio y Epicuro
"Cuentan que Epicuro" cohabitaba con la hetera Leoncio.
"Cuentan que Epicuro" la ensalzaba y la halagaba en las Cartas dirigidas a Leoncio: ¡Soberano Peán, querida Leoncito! ¡Con que aplauso nos hemos llenado al leer tu cartita! 
 Y "cuentan que Epicuro" escribía a otras muchas heteras, pero en particular a Leoncio, de la que también Metrodoro se había enamorado.
 "Cuentan que Epicuro" gastaba una mina diaria en comer, según él escribe en la carta dirigida a Leoncio.
 Siendo tal y como era, entregó a su hermana Bátide como esposa a Idomeneo y cogió a Leoncio, la hetera ática, a la que tuvo por concubina.
 D.L. 10, 4, 5, 6, 7, 23.
 
 11.3.-Los placeres epicúreos
 Las veces que se reunieron con Hedea y Leoncio, sin duda bebían vino de Tasos y ¡cuántos vigésimos días cenaron con todo lujo!
 Delicadezas, vino de Tasos, perfumes, guisos, pasteles regados en abundancia con el líquido de la abeja de amarillas alas los buscan los apetitos de los lujuriosos. Y, además de eso, mujeres bellas y jóvenes, como Leoncio, Boidio, Hedea y Nicedio que campaban por el Jardín.
 Plu. Non posse suaviter vivi secundum Epicurum 1089 C, 1097 D.
 
11.4.-Leoncio y Hedea
 Claro que sí, voy a vivir con la hetera Hedea y a convivir con Leoncio y a "escupir en la belleza" y a situar el bien "en la carne y los cosquilleos"; estos ritos requieren la oscuridad, requieren la noche y los acompañan el olvido y la ignorancia.
 Plu. De latentr vivendo 1129 B.»
 
 
    [El texto pertenece a la edición en español de KRK Ediciones, 2011, en traducción de Manuel González Suárez. ISBN: 978-84-8367-338-6.]

 
 

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