Junio
12.-Abbott acapara el Mal Humor
«Como tantos otros que él, Abbott descubre, después de casado, que el matrimonio es una lucha (clínicamente, una negociación) por ver cómo se reparte el Mal Humor. Un matrimonio, sobre todo un matrimonio con hijos, no puede funcionar bien si ambas partes andan de mal genio; por lo tanto, el Mal Humor es un privilegio del que no pueden gozar los dos cónyuges a la vez. ¿A quién se le permite estar de Mal Humor? Esto se convierte en una lucha cotidiana. En una Unión Perfecta, el Mal Humor se distribuye de forma ecuánime, como el cuidado de los niños o las tareas domésticas. Hay una custodia compartida del Mal Humor. Si un cónyuge se pasa todo un fin de semana rezongando, el otro puede hacerse cargo del Mal Humor entre semana. Si uno de los dos se encuentra abatido durante el desagradable período que va del día de Navidad al de Año Nuevo, el otro puede reclamar para sí el de Acción de Gracias, Pascua y el Cuatro de Julio. Sin embargo, en un matrimonio normal, uno de los miembros de la pareja tiende a adueñarse de ese estado de ánimo de forma desproporcionada. A este fenómeno se le denomina Acaparar el Mal Humor. Un jueves del pasado mes de febrero, de forma pacífica, Abbot le cogió el Mal Humor a su mujer mientras hacían una larga cola en el supermercado Big Y, y lleva cuatro meses sin cedérselo. Eso se llama acaparar el Mal Humor. Es un síntoma del buen carácter de su mujer que esta no intentara, inicialmente, recuperar el Mal Humor, cosa a la que tenía todo el derecho. Al fin y al cabo, está embarazada y duerme fatal. Durante las primeras semanas, el primer mes incluso, dejó que Abbott se lo quedara, sin hacer preguntas. Como una bibliotecaria simpática, siempre se ha mostrado muy comprensiva con los retrasos; además, Abbott sospecha que han llegado al acuerdo tácito de que él necesita el Mal Humor un poquito más que ella. Aunque nunca han llevado un registro (al menos, él no), está bastante seguro de que él ha sido el dueño mayoritario del Mal Humor desde que están casados. Además, supone que ella imagina que obtendrá un interesante paquete de compensación anímica a cambio de la paciencia y de la buena disposición. No obstante, a medida que van transcurriendo las semanas y los meses, Abbott nota que su mujer empieza a impacientarse, que quiere recuperar el Mal Humor, que lo intenta recurriendo a las relaciones sexuales y negándose a mantener relaciones sexuales. Lo intenta recurriendo al humor jovial y después a las amenazas joviales. Podemos hacerlo, le dice, de la forma fácil o de la difícil. Le dice que puede partirle las rodillas. Al final acaba recurriendo a estrategias de guerrilla, a los ataques por sorpresa, a unos rápidos y profundos empeoramientos del estado de ánimo pensados para mejorar el humor de Abbott y lograr un equilibrio marital. Pero él no cede. Quiere tener el Mal Humor (siente que lo necesita), y renunciar a él tras mantenerlo tanto tiempo empieza a parecerle algo arbitrario. Si ha sido suyo tanto tiempo, ¿por qué tiene que traspasarlo ahora? Muchas veces tiene la sensación de hallarse en un estado rayano en el goce o la satisfacción, pero en esos momentos, al darse cuenta del peligro, vuelve a refugiarse en el centro del Mal Humor. Y esta tarde Abbott vuelve de la ferretería y ve que su hija pequeña sale corriendo por el camino de entrada para recibirlo. Dice "papá" una y otra vez, se aferra a su pierna como un niño en un anuncio de un seguro de vida o de una hipoteca. Le sonríe desde abajo, salta, canturrea la palabra "papá" como si él fuera un buen padre. Abbott se agacha para cogerla en brazos. Le pasa los brazos por detrás del cuello y le susurra unos mimos al oído. El pelo rizado de su hija le hace cosquillas en la cara. Al levantar la vista, Abbott ve que su mujer los observa desde la ventana de la cocina, y es entonces cuando lo pierde.
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Julio
27.-En el que Abbott se queda bastante rato en un coche aparcado
Si se casara, anotó a lápiz un Charles Darwin de veintiocho años en el dorso de unos sobres, nunca llegaría a ver América, no aprendería francés; no subiría a un globo aerostático; nunca haría un viaje solo a Gales; se vería obligado a dar un paseo diario con su mujer; no le quedaría más remedio que ir a visitar y recibir a familiares; se vería obligado a ceder en todas las menudencias; no podría leer por las noches; se convertiría en un hombre gordo, ocioso, angustiado y responsable; nunca tendría dinero para comprar libros; Londres le estaría vedado; quedaría atrapado en Londres; se vería expuesto a los gastos y las preocupaciones que acarrean los hijos; se sentiría en la obligación de trabajar para ganar dinero, sobre todo si tuviera muchos niños; no le quedaría más remedio que recibir visitas y formar parte de la Sociedad; oiría la cháchara de las mujeres; no tendría tiempo para salir al campo ni hacer expediciones; no formaría una gran colección zoológica; no tendría suficientes libros; le faltaría la libertad necesaria para ir donde quisiera; no disfrutaría de la conversación de hombres inteligentes en los clubes; incurriría, sobre todo, en una terrible pérdida de tiempo. Darwin se casó antes de que transcurriera un año. Él y su mujer, Emma Wedgwood Darwin, engendraron diez hijos, tres de los cuales murieron siendo niños. Después de muchos años, escribió a propósito de Emma: "Ha sido mi mayor bendición y puedo afirmar que en toda mi vida no le oído pronunciar ni una sola palabra que habría preferido no escuchar [...]. Me asombra ser tan afortunado de que ella, infinitamente superior a mí en todos y cada uno de los atributos morales, accediera a ser mi esposa. Me ha aconsejado sabiamente y me ha consolado con alegría durante toda mi vida". A sus hijos les escribió: "Mi familia me ha procurado una alegría insuperable, y debo deciros, hijos míos, que ninguno de vosotros me ha causado ni un minuto de angustia, salvo por razones de salud [...]. Cuando erais muy pequeños me procuraba un gran deleite jugar con vosotros, y me inspira cierta pena que esa época haya desaparecido para siempre".»
[El texto pertenece a la edición en español de Libros del Asteroide, 2012, en traducción de Ismael Attrache. ISBN: 978-84-15625-06-3.]
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