domingo, 5 de mayo de 2019

Crónica de un lamento (Memorias de una reina).- Hyegyeong-Gung Hong (1735-1816)


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II

«Además, eran muy diferentes los caracteres de padre e hijo. El Rey Yeongjo era inteligente, generoso y fiel, y se interesaba por la situación de la gente en general del país; mientras que el príncipe heredero era reticente en su habla y vacilante en su acción. Pese a su mente noble y virtuosa, el príncipe era de carácter muy diferente al de su padre. Si el Rey le preguntaba algo, no sabía responderle enseguida y tardaba en contestar. Ante cualquier pregunta que le formulara, el príncipe, aunque tuviera una opinión al respecto, se mostraba indeciso, no sabiendo cómo responder, por lo que el rey cada vez se sentía más frustrado. Esta fue también una de las causas del Incidente Imo.
 Pese a que fuera hijo de un rey, la formación del niño debería haber quedado en manos de sus padres para que hubiera habido una familiaridad entre los padres y el niño. En cambio, el príncipe dejó a sus padres cuando aún era un bebé y las cortesanas se hicieron cargo de él. Ellas atendían cada necesidad que tuviera el niño, desde hacer nudos con los cordones de la chaqueta hasta atar los lazos de los pantalones: todo había sido demasiado fácil para él. Cuando asistía a clase en la Academia Real, se portaba con solemnidad. Su lectura sonaba alta y clara y no fallaba al explicar el significado de la frase leída. Los que estaban presentes solían expresar su admiración y su reputación se extendió entre la gente fuera de la corte. Desgraciadamente, sin embargo, por miedo y por deferencia, frente a su padre, el príncipe no sabía responder con rapidez a las preguntas. El Rey Yeongjo se impacientaba y a veces se ponía furioso y al mismo tiempo se preocupaba por su hijo. Precisamente por esto, el Rey tenía que haber intentado tenerlo cerca y formar personalmente a su hijo para que el afecto pudiera eliminar la distancia entre los dos. En cambio, el Rey mantenía a su hijo a distancia, en espera de que creciera por su cuenta de acuerdo con el deseo del Rey. Consecuentemente el problema se fue agrandando.
 Las relaciones entre padre e hijo se hacían cada vez más incómodas. Cuando se encontraban los dos, el Rey regañaba a su hijo en lugar de demostrar su afecto, y el príncipe tenía siempre miedo de ver al Rey y se portaba con mucho cuidado, como si el encuentro fuese una tremenda prueba por la que tenía que pasar. Todo ello contribuyó a que aumentara la barrera entre ellos. Ay, ¡qué mal acabaría todo!
 Kyeongmogung fue nombrado príncipe heredero en el tercer mes de 1736; a los siete años, en 1741, estudiaba obras clásicas chinas; y en el cuarto mes de 1742, rindió homenaje al Templo Real de los Antepasados y más tarde ingresó en la Academia Real del príncipe heredero. Todo el mundo admiraba su disposición natural. En el tercer mes de 1743, se celebró la ceremonia de la mayoría de edad* y en el primer mes del año siguiente contrajo matrimonio conmigo.
 Cuando vine a palacio, me daba cuenta de que no podría relajarme ni un  minuto y debería portarme siempre con miedo y cuidado. Había tres consortes reales: la reina viuda, la reina y la Señora Seonhui, y tanto las reglas de la corte como la etiqueta eran tan estrictas que no cabía un mínimo espacio para un trato humano. El príncipe heredero guardaba un respeto excepcional por las reglas de la corte, pero se sentía inseguro ante la presencia de su padre. De modo que, a los diez años, nunca se atrevía a sentarse cara a cara ante su propio padre y se prosternaba de rodillas ante el Rey como cualquier funcionario del Gobierno. Yo no podía entender ese comportamiento suyo, El príncipe nunca se lavaba la cara y se peinaba el pelo a tiempo para el saludo matinal y lo hacía deprisa y corriendo cuando llegaba la hora de sus estudios. Siempre que íbamos a presentar el saludo matinal, me lavaba la cara temprano, me arreglaba el pesado tocado de la gala, me ponía el vestido de la corte y esperaba ansiosamente para salir, pero el príncipe heredero nunca estaba listo y tenía yo que esperar siempre por él, ya que a una princesa no le estaba permitido salir sin que la acompañase el príncipe. Hasta a mí, que era una niña, me parecía extraño que el príncipe necesitara tanto tiempo para lavarse la cara, y pensaba que algo malo le debería haber pasado. Efectivamente, en 1745, cuando el príncipe tenía 11 años, no se le veía como era antes en sus juegos y en sus saltos bruscos. Se notaba que algo le pasaba y parecía haber caído enfermo. Las doncellas se juntaban para cuchichear acerca del príncipe y parecían estar preocupadas. Hacia fines del año cayó seriamente enfermo y empezaba a portarse de una manera rara. Como se agravó tanto la enfermedad, consultaron a los chamanes.
 Todos opinaron que la estancia del príncipe en el palacio Cheoseungjeon podía ser la causa de su desgracia. Por ello, rezamos en el Santuario de los Antepasados y recitamos varios conjuros y gastamos una fortuna en exorcismos. Pero el príncipe heredero no se recuperó y dejó la mansión Cheoseungjeon trasladándose al palacete Yunggyeong-heon, que se encuentra al lado de Daejojeon, a fin de evitar las desgracias. Me mudé al palacete cercano Jipbok-heon para atenderlo. En el primer mes de 1746 nos mudamos a Kyeongchunjeon. El príncipe heredero entonces tenía doce años y como Kyeongchunjeon estaba cerca de ambos palacetes Yeongyeong-dang y Jipbok-heon, la señora Seonhui lo visitaba con más frecuencia. La princesa Hwapyeong era una mujer amable, generosa, sumisa y frugal, y guardaba un especial aprecio a su hermano príncipe heredero, con el que se llevaba muy bien y le sugería:
 -Pase cuando quiera por Yeongyeong-dang.
 Como el Rey Yeongjo tenía mucho cariño por esta princesa, también era especialmente generoso con el príncipe, motivo por el cual el príncipe sentía menos miedo a su padre. Si la princesa Hwapyeong hubiese tenido una larga vida, podría haber ayudado a mejorar mucho las relaciones entre el Rey y su hijo.
 En 1747 el príncipe heredero se dedicaba a estudiar como es debido, y por un tiempo su vida estuvo libre de problemas.»
 
*Un rito en el que el hombre se pone su sombrero y la mujer su moño para manifestar su mayoría de edad. (N. del T.)
 
   [El texto pertenece a la edición en español de Ediciones del Oriente y del Mediterráneo, 2007, en traducción de Cho Kab Dong y Bernardino M. Hernando. ISBN: 978-84-96327-37-5.]

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