Acto primero
«Edgardo:
(Contento, a Fermín.) Oye, me parece que este chico nos va a servir, Fermín.
Fermín:
Ya le dije al señor que le gustaría.
Edgardo:
Me alegro mucho, aunque también lo lamento, pues cuando él entre a mis órdenes,
te perderé de vista a ti…
Fermín:
Yo bien quisiera seguir en mi puesto, señor… pero el servicio de esta casa le
desgasta a uno tanto…
Edgardo:
Sí. Aquí se quema mucha servidumbre; es una pena. Bueno, pues sigue adiestrándole.
Ya sabes: durante ocho o diez días, que no se separe de ti, que te siga a todas
partes, que se fije bien en todo lo que hagas tú y que tome buena cuenta de
todo cuanto vea y de cuanto oiga. Y así que le des de alta, me lo dices, para
liquidarte a ti y despedirte.
Fermín:
Sí, señor.
Edgardo:
¡Ah! Oye… No olvides prepararlo todo, que dentro de cinco minutos salimos para
San Sebastián.
(En ese
momento, por el foro izquierdo, aparece Micaela hablando a grandes voces.)
Micaela:
¡Edgardo! ¡Edgardo! ¿Estoy yo loca o has dicho que te vas a San Sebastián?
Edgardo: Las dos cosas, Micaela.
(Esta Micaela merece párrafo aparte también.
Se trata de una dama igualmente distinguida e igualmente singular que el resto
de la familia que vamos conociendo. Es un poco mayor que Edgardo. Micaela viste
totalmente de negro, es rígida y altiva; se expresa siempre de un modo
dominante, como si se hallase colocada a 1200 metros sobre el
nivel del mar y en el momento en que la conocemos lleva dos grandes perros sujetos
con una cadena. Avanza de prisa, tirando de los perros, y con destreza de
persona ya habituada a ello, por entre los muebles, hacia la cama de Edgardo.)
Micaela:
(De un modo patético.) ¡Insiste por
ese camino Edgardo! Insiste por ese camino, que algún día acabarás por decir
algo ingenioso. Pero, dejando aparte tus sarcasmos, que ya no me hieren ni me
ofenden, yo me pregunto si no puedes irte a San Sebastián mañana por la noche u
otra noche cualquiera, que no sea la noche de hoy, precisamente…
Edgardo:
¿Y por qué en la noche de hoy no debo irme a San Sebastián?
Micaela:
Porque esta noche van a venir ladrones, Edgardo. Te lo estoy anunciando desde
el lunes. ¡Y no me lo discutas! No me lo
discutas porque ya sabes que a mí eso no se me puede discutir…
Edgardo:
Ya, ya lo sé. Y no pienso discutírtelo. (Volviendo
a Fermín.) Aíslame, Fermín.
Fermín:
Sí, señor.
(Toca el
resorte de la pared y la especie de persiana de madera que aísla una habitación
de otra comienza a bajar.)
Micaela: (Patéticamente.) ¡Aislándote no evitarás
que los ladrones vengan, Edgardo!
Edgardo:
Pero dejaré de verte y oírte, Micaela.
(La
persiana baja del todo, tapando la cama y el trozo de habitación
correspondiente.)
Micaela:
(Digna y pesarosa.) Bien está. Cuando
yo digo que ésta es una casa de locos… Irse a San Sebastián esta noche,
justamente esta noche, que toca ladrones… (Dando
un enorme suspiro.) ¡En fin! Por fortuna, vigilo yo y vigilan “Caín” y
“Abel”. (Por los perros.) Que si no
estuviésemos aquí nosotros tres, no sé lo que sería de todos… (Se va por el primero a la derecha.)
Leoncio:
(Estupefacto.) ¿Quién es ésta?
Fermín:
La hermana mayor del señor.
Leoncio:
¿Y que es eso de que esta noche toca ladrones?
Fermín:
Pues que se empeña en que vienen ladrones todos los sábados. Está más
perturbada aún que el señor: es un decir. De día no sale nunca de su cuarto, y
ésta es la que colecciona búhos. Tal como usted la ve, con los perros a la
rastra, se pasará toda la noche en claro, del jardín a la casa y de la casa al
jardín.
Leoncio:
Pues habría que oírles a los perros si supieran hablar.
Fermín:
Creo que están aprendiendo, para desahogarse.
Leoncio:
(Riendo.) ¡Hombre! Eso me ha hecho
gracia.
Fermín:
¡Chist! No se ría usted, que aquí las risas están muy mal vistas.
(Por la
escalera del fondo surge entonces como un obús Práxedes. Es una muchacha
pequeña y menuda que personifica la velocidad. Trae una bandeja grande con una
cena completa, dos botellas, vasos, mantelería, etc. y avanza con todos sus
bártulos, como un gato por un vasar, vertiginosamente, y sin rozar ni un
objeto, hasta una mesa donde deposita la bandeja y, con rapidez nunca vista,
arregla y sirve un cubierto sin dejar un instante de hablar, no se sabe si con
Fermín o consigo misma.)
Práxedes:
¿Se puede? Sí, porque no hay nadie. ¿Qué no hay nadie? Bueno; hay alguien, pero
como si no hubiera nadie. ¡Hola! ¿Qué hay? ¿Qué haces aquí? Perdiendo el
tiempo, ¿no? Tú dirás que no, pero yo digo que sí. ¿Qué? ¡Ah! Bueno, por eso…
¿Qué por qué vengo? Porque me lo han mandado. ¿Quién? La señora mayor. ¿Qué
traigo? La cena de la señora, porque es sábado y esta noche hay que vigilar.
¿Qué por qué cena vigilando? Porque no va a vigilar sin cenar. ¿Te parece mal
que vigile? Y a mí, también. Pero, ¿podemos nosotros remediarlo? ¡Ah! Bueno,
por eso… Y ahora a dejárselo todo dispuesto y a su gusto. ¿Que lo hago
demasiado deprisa? Es mi genio. Pero ¿lo hago mal? ¿No? ¡Ah! Bueno, por eso… Y
no hablemos más. Ya está: es un voleo. ¿Bebidas? ¡Claro! No iba a comer sin
beber. Aunque tú bebes, aunque no comas. ¿Lo niegas? Bien. Allá tú. Pero ¿es
cierto, sí o no? ¡Ah! Bueno, por eso… (Yendo
hacia Fermín y Leoncio.) ¿Y la señora? ¿Se fue? Lo supongo. Por aquí,
¿verdad? (El primero derecha.) Como
si lo viera. ¿Qué si voy a llamarla? Sí. (Señalando
a Leoncio, y mirándole.) Este va a ser el criado nuevo, ¿no? Pues, por la
pinta, no parece gran cosa… ¿Qué sí lo es? ¡Ah! Bueno, por eso… Aquí lo que nos
hace falta es gente lista. Ahí os quedáis. (Inicia
el mutis.) ¿Decíais algo? ¿Sí? ¿El qué? ¿Qué no decíais nada? ¡Ah! Bueno,
por eso… (Se va por el primero derecha.)
Leoncio:
Y ésta es otra loca de la familia, claro.
Fermín:
No. Esta es la señorita de compañía de doña Micaela, y está en su juicio.
Leoncio:
¿Que está en su juicio?
Fermín: Sí. ¿Es que ha notado
usted algo raro en ella?
Leoncio:
¿Cómo que si he notado algo raro en ella? ¿Y usted no nota nada oyéndola
hablar?
Fermín:
Yo es que ya no discierno, acostumbrado como estoy a… ¡Claro! Si no podré
aguantar ni ocho días más… Si también el criado que estuvo antes que yo perdió
la chaveta…
Leoncio:
¡Pero, hombre!
Fermín:
Si de aquí salgo para una celda de corcho…
Leoncio:
No sea usted pesimista, caramba.
Fermín:
(Mirando el reloj y alarmándose.)
¡Ahí va! Dos minutos para el tren de San Sebastián. Hay que arreglarlo todo en
un vuelo. (Pone junto a la cama unas
maletas y manipula en el cine.)
Leoncio:
(Siguiéndole.) Oiga usted, ¿pero eso
de San Sebastián era fetén?
Fermín:
¿El qué?
Leoncio:
El viaje del señor.
Fermín:
Hombre, claro. Rara es la noche que no va a algún sitio… No ve que tiene toda
clase de cosas para distraerse, y a ratos hasta tira al blanco desde ahí: que
por eso exige que a su criado no le importen los tiros; pero llega un momento
en que la cama le aburre, y necesita viajar.
Leoncio:
Pero, ¿sin moverse de la cama?
Fermín:
Sí, claro. De la cama no se mueve más que lo justo para que yo se la arregle,
por las mañanas. Y para estirar las piernas por aquí un ratillo, porque, si no,
a estas horas ya estaría paralítico. ¿No ve que lleva así veintiún años?
Leoncio:
¡Hay que ver!
Fermín: Pues para viajar
acostado es para lo que tiene usted que aprenderse los horarios y los trayectos
ferroviarios. Porque el señor, a veces, se duerme viajando; pero uno tiene que
estar ojo avizor toda la noche para tocar la campana al salir el tren de cada
ciudad, que hay que hacerlo a la hora exacta; cantar los nombres de las
estaciones y vocear las especialidades de la localidad.
Leoncio:
Oiga usted, ¿y paran ustedes en muchos sitios?
Fermín:
La noche que el señor va en el correo, sí; pero otras noches que tiene prisa
coge el rápido y entonces la cosa es llevadera.
Leoncio:
¿Y con ese aparato qué hay que hacer?
Fermín:
Esto es para proyectar vistas de los sitios principales por donde se pasa. (Se acercan ambos a la linterna.) ¿Ve?
(Enseñándole una caja.) Aquí están
las del itinerario de San Sebastián, numeradas y por orden de proyección. (Mirando el reloj.) ¡La hora! Vamos
allá. Siéntese usted ahí y fíjese en todo, para que aprenda pronto… (Toca el resorte de la pared y la especie de
persiana de madera se levanta, descubriendo la cama donde Edgardo está leyendo
un libro.)
Edgardo:
¿Qué? ¿Ya es la hora?
Fermín:
Sí, señor. Van a dar la salida.
Edgardo:
¿Tienes los billetes? ¿Has facturado los equipajes?
Fermín:
Sí, señor. Y aquí los bultos de mano. Todo está en regla, señor.
Edgardo:
¿No ha venido nadie a despedirnos?
Fermín:
Nadie, señor.
Edgardo:
Mejor. Las despedidas son siempre tristes.
Leoncio.
(Que contempla la escena asombrado,
sentado en un sillón aparte.) ¡Chavó, qué imaginación!
Fermín:
(Toca un pito, la campana y luego la
sirena.) Ya salimos, señor.
Edgardo: ¡Andando! Llevamos
muchísimo retraso, pero lo ganaremos mañana en Alsasua. Voy a echarme una
cabezadita hasta Villalba.
Fermín:
Hay parada en La Navata, señor.
Edgardo:
Bueno; pero si voy dormido, no me despiertes. (Se reclina en la almohada y cierra los ojos.)
Leoncio:
(Aparte.) Y viajando así no habrán
descarrilado nunca, claro… (Fermín se
acerca, sentándose en otro sillón.)
Fermín:
¿Qué? ¿Se queda usted en la casa?
Leoncio:
Pues, la verdad, lo estoy dudando.
Fermín:
Me lo temía. Tres aspirantes se han rajado al ver esto de los viajes.
Leoncio:
Hombre, viendo esto se raja Emilio Salgari. No por el viajar en sí, que ya ve
usted; yo nací yendo mis padres a una becerrada en Busdongo, sino por el miedo
ese de acabar en un manicomio que a usted ha empezado a entrarle al cabo de
cinco años, y que a mí ha principiado a rondarme ahora, al salir el tren.
Fermín:
Pero usted comprenderá que sueldos como estos no se ganan sin trabajo.
Leoncio:
Hombre, claro.
Fermín:
Y viajar con el señor tiene sus ventajas, porque está uno autorizado a sentarse
aquí toda la noche y a comer y a beber a discreción los productos de cada sitio
por donde se pasa. Yo, en el último viaje que hicimos por Galicia, me harté de
langosta y de vino del Ribeiro.
Leoncio:
¡Arrea! Y hoy, ¿qué menú líquido tenemos en el itinerario?
Fermín:
Pues empezando por leche fresca al cruzar Las Navas y acabando por chacolí,
toda la tira.
Leoncio:
Me está usted animando a quedarme.»
[El texto pertenece a la edición en español de Salvat Editores, 1969, pp. 74-81. Depósito
legal: M. 14.386-1969.]
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