sábado, 18 de mayo de 2019

Ballet para una infanta.- José Vidal Cadellans (1928-1960)


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Cuarta parte: La fiesta

«Al cabo de un rato, el padre de Giza carraspeó y dijo:
 -Muy bien. Tenemos que hablar y arreglar las cosas de una vez.
 Yo repuse:
 -No creo que haya nada que necesite arreglo. Todo marcha como es debido y no hay nada que necesite ser enmendado.
 El padre de Giza me miró con evidente sorpresa, y tuve la impresión de que los ojos se le encendían.
 -Vaya, vaya. Así que todo marcha bien, ¿eh? Que nada necesita enmendarse ni arreglarse, ¿no? O sea que tienes dinero suficiente para comprar los muebles de tu casa y para casarte con Giza, y tienes una profesión estable y respetada, que te permite obtener ingresos regulares y mantener a Giza, una vez te cases con ella, y piensas casarte pronto, ¿no es así?
 Yo levanté la mano, como indicándole que parara su interesante disertación, y repliqué:
 -Me parece que ya hemos hablado algunas veces acerca de estas cuestiones. Confieso que de momento no tengo dinero para casarme con Giza y, en realidad, usted parece haberse mostrado dispuesto, en anteriores ocasiones, a darnos el dinero necesario, pero no admito de ningún modo que la mía no sea una profesión. ¿Qué profesión puede ser más respetable que la de intelectual? ¿Acaso no es necesario que los hombres dotados de aptitudes para la investigación de las ideas, para el estudio de las más profundas causas de los actos humanos, se dediquen a tareas relacionadas con todo esto? ¿Acaso existe alguna profesión más importante que la de pensar? ¿Usted lo cree así?
 El padre de Giza se llevó las manos a la cabeza y dijo:
 -No comiences con tus malditas ideas. Todo esto suena muy bien, pero ¿cuánto dinero se paga por todo esto? ¿Cuánto dinero ganarás al cabo del año?
 Yo hice un indeterminado movimiento con los labios y repuse:
 -Es imposible decirlo con certeza, ya que depende de muchas causas, pero en algunos casos los intelectuales viven con gran esplendidez, aunque es preciso que antes obtengan prestigio en todo el país y aun en todo el mundo, como escritores, ensayistas, profesores, artistas o alguna otra especialidad.
 El padre de Giza insistió:
 -Muy bien, muy bien. Y, dime, ¿a partir de cuándo crees que podrás comenzar a ganar dinero y vivir espléndidamente? ¿En qué escuela o universidad hay que matricularse, o en qué oficina hay que trabajar para seguir adelante en esta carrera?
 Yo traté de hacerle comprender que no era una profesión reglamentada o una especie de escalafón, dentro del cual se ascendiera cada año, sino una lucha libre y abierta, en la cual los contendientes debían prescindir de toda otra consideración que el fin que se proponían, que no era otro que el conocimiento de la verdad, y en la cual nadie podía ayudarles en lo esencial, si bien era lógico que los comerciantes y demás ciudadanos, que sacaban un beneficio indirecto pero evidente de las investigaciones de los intelectuales, les prestaran su ayuda monetaria, con el propósito de que éstos pudiesen dedicar todo su tiempo al estudio.
 El padre de Giza trató de interrumpir varias veces, y al fin dijo, con evidente indignación:
 -Entonces, ¿sugieres que he de darte dinero y mantenerte toda la vida y que, mientras tanto, pasarás el tiempo estúpidamente con tus libros y tus vagabundeos por el río y por las dunas y con tus amigos de las cervecerías y lugares parecidos?
 Yo repliqué:
 -Trato de decir que si bien en estos momentos carezco de dinero, y que por lo tanto me parece bastante lógico que usted nos dé lo que necesitamos para casarnos y algún dinero adicional, entra dentro de lo posible y de lo seguro, que dentro de algún tiempo pueda comenzar a ganar dinero en abundancia, sobre todo si no soy molestado y puedo continuar con mis investigaciones.
 Pareció interesarse ligeramente y me preguntó:
 -¿Qué investigaciones?
 Yo le expliqué:
 -Creo que estoy a punto de conseguir descubrimientos interesantes.
 El padre de Giza me preguntó con creciente y manifiesto interés:
 -¿De veras? ¿Has descubierto algo importante?
 Yo repuse escuetamente:
 -Sí, eso creo.
 Él me preguntó, cogiéndome por las solapas:
 -¿Sobre qué?
 Yo dije:
 -Acerca de la verdad y el conocimiento.
 El padre de Giza soltó despectivamente mis solapas y comentó:
 -Esto no sirve de nada. A la gente no le importa en absoluto.
 Yo dije obstinadamente:
 -A mucha gente le importa.
 Él movió la cabeza enérgicamente y me dijo:
 -Un cuerno. ¿A quién le importa? A una docena de ociosos en toda la ciudad. ¿Mejora el comercio o la industria o las comunicaciones o la navegación? No, es evidente. Luego, no importa a nadie ni sirve de nada.
 Yo insistí:
 -Sí que sirve. La verdad es lo más importante. Estoy a punto de realizar importantes descubrimientos en este sentido.
 El padre de Giza preguntó irónicamente:
 -¿Y qué harás cuando hayas realizado todos esos descubrimientos?
 Yo repuse:
 -Los publicaré en un libro.
 Él comentó amargamente:
 -Y seguramente tendré que costearlo yo, y si no lo hago dirás que soy un maldito burgués sin alma.»
 
    [El texto pertenece a la edición en español de Plaza Janés, 1963. Depósito legal: B. 14267-1963.]

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