miércoles, 15 de mayo de 2019

Cuentos extraños para niños peculiares.- Ramson Riggs (1979)


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Los caníbales generosos

«Y eso fue exactamente lo que hizo Hayworth: se compró una casa de madera, la primera que se había construido jamás en Swampmuck. Era pequeña pero sólida, mantenía el viento a raya e incluso poseía una puerta que se abría y se cerraba sobre sus goznes. El granjero Hayworth estaba muy orgulloso y su casa era la envidia de todo el pueblo.
 Pocos días después, llegó otro grupo de visitantes. Eran cuatro, tres hombres y una mujer y como vestían con exquisitez y montaban caballos árabes, los vecinos del pueblo adivinaron al instante quiénes eran: caníbales de bien procedentes de la costa de Serena*. Estos, sin embargo, no parecían famélicos.
 De nuevo, los aldeanos se apiñaron a su alrededor para admirarlos. La mujer caníbal, que lucía una camisa tejida con hilo de oro, pantalones abotonados con perlas y botas adornadas con piel de zorro, dijo:
 -Unos amigos nuestros pasaron por su aldea hace unas semanas y fueron tratados con gran amabilidad. Como no estamos acostumbrados a los gestos bondadosos, hemos venido a darles las gracias en persona.
 Los caníbales descendieron de sus monturas y se inclinaron ante los aldeanos antes de estrecharles la mano uno a uno. A los vecinos de Swampmuck les sorprendió la suavidad de su piel.
 -Una cosa más antes de marcharnos -añadió la mujer caníbal-. Nos hemos enterado de que poseen ustedes una habilidad sumamente singular. ¿Es verdad que les crecen las extremidades que pierden?
 Los aldeanos asintieron.
 -En ese caso -prosiguió la mujer- tenemos una humilde proposición para ustedes. Las extremidades que comemos en la costa de Serena rara vez son frescas y estamos hartos de carne podrida. ¿Nos venderían ustedes parte de la suya? A cambio de generosas sumas, por supuesto.
 Abrió la alforja, que contenía montones de monedas y joyas.
 Los aldeanos miraron el dinero con unos ojos como platos, pero no estaban del todo convencidos y se apartaron para intercambiar susurros.
 -No podemos venderles nuestras extremidades -razonó el granjero Pullman-. Necesito las piernas para andar.
 -Pues véndeles los brazos -propuso el granjero Bachelard.
 -¡Necesitamos los brazos para sembrar el lodo! -objetó el granjero Hayworth.
 -Si nos pagan por los brazos, ya no tendremos que plantar hierbajos en el pantano -alegó el granjero Anderson-. De todos modos, la cosecha apenas sí nos alcanza para vivir.
 -No me parece bien vender mi cuerpo a trozos -insistió el granjero Hayworth.
 -¡Para ti es fácil decirlo! -lo acusó el granjero Bettelheim-. ¡Tú ya tienes una casa de madera!
 Al final, los aldeanos hicieron un trato con los caníbales: los diestros venderían el brazo izquierdo y los zurdos, el derecho. Y volverían a venderlos cuando les hubieran crecido de nuevo. De ese modo contarían con una fuente fija de ingresos y no tendrían que pasarse el día pringándose de barro ni pasar apuros cuando la cosecha fuera escasa. Todo el mundo se mostró satisfecho con el acuerdo excepto el granjero Hayworth, que disfrutaba pringándose de barro y no quería que la aldea renunciara a su negocio tradicional por poco rentable que fuera comparado con la venta de extremidades.
 Sin embargo, poco podía hacer el granjero Hayworth al respecto. Observó con impotencia cómo todos sus vecinos abandonaban la agricultura, dejaban sus ciénagas en barbecho y se cortaban los brazos. (Eran tan peculiares que no les dolía demasiado y las extremidades les crecían con relativa facilidad, como la cola de las lagartijas). Empleaban el dinero obtenido en comprar comida en el mercado del Chipping Whippet -la paletilla de cabra se convirtió en un plato diario en lugar de anual- y en construir casas de madera como la del granjero Hayworth. Todo el mundo quería una puerta que girara sobre sus goznes, claro que sí. Pero entonces el granjero Pullman se construyó un chalet de dos pisos y muy pronto todos se morían por tener chalets de dos pisos. Y cuando la granjera Sally erigió una casa de dos pisos con el tejado a dos aguas, todos quisieron casas de dos pisos con tejados a dos aguas también. Cada vez que les crecían los brazos se los volvían a amputar, los vendían y empleaban el dinero en mejoras para sus viviendas. Al final, las casas eran tan grandes que apenas quedaba espacio entre un edificio y el otro, y la plaza del pueblo, antes ancha y despejada, quedó reducida a un estrecho callejón.
 El granjero Bachelard fue el primero en discurrir una solución. Se compraría una gran parcela de tierra en las afueras de la aldea y mandaría construir una casa nueva en el terreno, aun más grande que la actual (que poseía, por cierto, tres puertas que giraban sobre sus goznes, dos pisos, tejado a dos aguas y porche). Sucedió más o menos en la misma época en que las gentes del pueblo dejaron de responder a "granjero tal" y "granjera cual" y empezaron a referirse a sí mismos como "señor tal" y "señora cual", porque ya no eran granjeros; salvo el granjero Hayworth, que siguió pringándose en su ciénaga y se negó a vender más extremidades a los caníbales. Le gustaba su sencilla morada tal como era, insistía, y ni siquiera la usaba a menudo porque todavía disfrutaba durmiendo en el pantano tras una jornada de duro trabajo. Sus vecinos lo consideraban bobo y anticuado y le hicieron el vacío.
 La aldea de Swampmuck, antaño humilde, se expandió rápidamente según los vecinos compraban terrenos cada vez más grandes en los que construían casas mayores y más sofisticadas. Para financiar tanto gasto, empezaron a vender a los caníbales una pierna además del brazo (la pierna del lado opuesto, para no perder el equilibrio) y aprendieron a andar con muletas. Los caníbales, cuyo apetito parecía ser tan insaciable como inagotable su riqueza, estaban encantados. Pero entonces el señor Pullman derribó su casita de madera y la reemplazó por una de ladrillos, lo que provocó una competición entre los aldeanos, empeñados en construir el caserón de ladrillos más grande de todos. El señor Bettelheim se llevó la palma: erigió una hermosa mansión de piedra caliza color miel, el tipo de hogar que únicamente los más ricos mercaderes de Chipping Whipper poseían. Se la había costeado vendiendo el brazo y las dos piernas.
 
 *¿Qué de dónde procedía la riqueza de los caníbales? De fabricar golosinas y juguetes.»
 
  [El texto pertenece a la edición en español de Penguin Random House, 2017, en traducción de Victoria Simó. ISBN: 978-84-204-8574-4.]
 

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