sábado, 24 de noviembre de 2018

La vida cotidiana en el mundo moderno.- Henri Lefebvre (1901-1991)


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Capítulo 2: La sociedad burocrática de consumo dirigido
2.-Los fundamentos del malestar

«Esta sociedad lleva en sí sus límites, los del capitalismo, que no son los límites de la producción capitalista como tal. No podemos en modo alguno, en ningún nivel, aceptar y sancionar el economicismo. Es falso porque prescinde de lo que constituye una sociedad. Lo que no es una razón para completarlo con un filosofismo o un sociologismo igualmente limitados.
 ¿Dónde va esta sociedad con sus modificaciones (cuyo carácter poco profundo contrasta con la pretensión al cambio perpetuo considerado esencial en "el espíritu moderno")? No lo sabe. Será la huida hacia adelante con los ojos cerrados, a ciegas, en el túnel, en la noche, esperando encontrar la salida del laberinto o acaso el atascamiento. ¡Pero no! No es sólo el atascamiento: es la autodestrucción inmediata.
 No nos detengamos en la destrucción devoradora de las obras, de los estilos, del arte, de la cultura pasada por el consumo masivo. Examinemos más de cerca el dispositivo inherente a este consumo. La obsolescencia ha sido estudiada y transformada en técnica. Los especialistas de la obsolescencia conocen la esperanza de vida de las cosas: un cuarto de baño, tres años; una sala de estar, cinco años; un elemento de dormitorio, ocho años; tres años, la instalación de un centro de venta local, un automóvil, etc. Estas medias estadísticas figuran en la demografía de los objetos, en correlación con los costes de producción y los beneficios. Las oficinas que organizan la producción tienen en cuenta estas estadísticas para reducir la esperanza de vida, acelerar la rotación de los productos y la del capital. En lo que concierne al automóvil, el escándalo ha alcanzado proporciones mundiales.
 A esta teoría bien conocida ahora añadiremos dos observaciones. Primero, debería también tenerse en cuenta la obsolescencia de la necesidad. Quienes manipulan los objetos para hacerlos efímeros, manipulan también las motivaciones, y es tal vez a ellas, expresión social del deseo, a las que atacan disolviéndolas. Para que el desgaste "moral" y la obsolescencia de las cosas actúen pronto, es preciso también que las necesidades envejezcan, que nuevas necesidades las reemplacen. ¡Es la estrategia del deseo! Segundo, la capacidad productiva haría posible desde ahora una extrema movilidad de la vida, de los objetos, las casas, las ciudades, del "habitar". La "vida real" podría dejar de petrificarse en la cotidianidad. La obsolescencia, ideología y práctica, contempla lo efímero solamente como método para hacer rentable lo cotidiano. Desde esta perspectiva, se manifiesta un contraste, o más bien una contradicción, entre lo duradero instituido, "estructurado" objetivamente (según una lógica de las formas, entre otras todo lo que toca al Estado y a la administración, incluida la de la ciudad, la del habitar y el hábitat concebidos como estables), y lo efímero maniobrado, consistente en una deterioración rápida de los objetos. Lo efímero, no sufrido, deseado, querido, cualitativo, con sus encantos, no es sino el monopolio de una clase social: la que hace la moda y el gusto, la que tiene por espacio el mundo. En cuanto a la deterioración de las cosas (cuantitativa, evaluable en tiempos cuantificados, sufrida, no querida, no deseada) forma parte de una estrategia de clase que tiende a la explotación racionalizada, aunque irracional como procedimiento, de lo cotidiano. El culto de lo efímero revela lo esencial de la Modernidad, pero lo revela como estrategia de clase. En plena contradicción con el culto (y la exigencia) de la estabilidad, del equilibrio, del rigor duradero...
 Esta sociedad se pretende y se dice racional. Pone en primer plano los "valores" de finalidad. Se organiza a pleno esfuerzo, a jornada completa. Se estructura, se planifica, se programa. La cientificidad alimenta las máquinas (¿de qué, cómo? Este detalle carece de importancia, siempre que haya un computador, cerebro electrónico, calculadoras I.B.M. número tal, programación). Manejos de baja estofa son considerados como la última palabra de la ciencia y el primer imbécil que llega titulándose "especialista" goza de un prestigio ilimitado. Pues bien, el irracionalismo no deja de agravarse. La menor encuesta sobre la vida real de la gente revela el papel de la cartomancia, de los brujos y curanderos, de los horóscopos. Basta por lo demás con leer la prensa. Todo ocurre como si la gente no tuviera con qué dar un sentido a su vida cotidiana, ni siquiera para orientarla y dirigirla, a no ser la publicidad. Por eso recurren a las antiguas magias, a las brujerías. Sin duda intentan así, por un camino indirecto, la apropiación (revelación y orientación) del deseo. La racionalidad del economicismo y del tecnicismo descubre así sus limitaciones, suscitando su contrario, que las completa "estructuralmente". El racionalismo limitado, el irracionalismo, invaden lo cotidiano, mirándose, de hito en hito, alargándose mutuamente el espejo.
 En la cotidianidad y en lo que la informa (prensa, cine) se ve proliferar el psicologismo y los test de tipo: "¿Quién eres tú? Aprende a conocerte."  Psicología y psicoanálisis se transforman de conocimiento clínico y terapéutico en ideología. El cambio se observa claramente en Estados Unidos. Y una tal ideología exige una compensación, el ocultismo. Es posible estudiar metódicamente los textos de los horóscopos, formar repertorios de sus temas, considerando estos textos como un corpus (un conjunto coherente y bien definido). Se puede, pues, extraer del conjunto de los horóscopos un sistema (y, por consiguiente, un subsistema en nuestra sociedad). No vamos a intentar esta formalización. Nos contentamos con señalar su posibilidad. Es marginal a nuestro problema: el funcionamiento del sistema. ¿Qué espera la gente del horóscopo? ¿Cómo y por qué se dirige a estos textos? ¿Qué atractivo encuentra? [...] Todo conduce a creer que hoy surge de la cotidianidad oprimida una nueva religión del Cosmos. Se sitúa afectivamente (irracionalmente) entre dos polos: los horóscopos, en un extremo; en el otro, los cosmonautas, con sus mitos y su mitología, la explotación propagandística de sus victorias, la exploración del espacio y los sacrificios que la misma exige. Frente a esta religiosidad renaciente del mundo (o más bien del Cosmos), nos parece ver una religión más "humana" (entre irónicas comillas), complementaria y compensatoria, del Eros. El erotismo se hace obsesivo.»
 
   [El texto pertenece a la edición en español de Alianza Editorial, 1972, en traducción de Alberto Escudero. Depósito legal: M. 29406-1972.]

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