Parte II: La quinta división de la Poética
[Consejos a los poetas]
«Ya que hemos dicho primeramente las seis partes esenciales de la calidad de la Tragedia y después hemos expuesto las de la cantidad, estará bien decir también qué cosas deben buscar los que componen las fábulas, y de cuáles deben guardarse, y de qué cosa la Tragedia extraerá su verdadero efecto. Digo pues que, debiendo ser la más bella Tragedia, no la simple, sino la mezclada o complicada, y debiendo imitar acciones temibles y misericordiosas, porque ésta es su propia intención, es manifiesto que no se debe hacer que los buenos y mansos pasen de la felicidad a la infelicidad; porque esto no es misericordioso, sino malvado. Ni tampoco hay que hacer que los malvados pasen de la infelicidad a la felicidad, porque tal cosa es la menos trágica de todas ya que no tiene nada de lo que debería tener; es decir, no tiene ni lo humano, ni lo misericordioso, ni lo temible. Ni tampoco debe hacerse que el muy malvado caiga de felicidad en infelicidad, porque aunque tal construcción está llena de humanidad, no mueve ni a misericordia ni a temor; puesto que la misericordia nos viene cuando uno que no debe padecer, padece, y el temor nos viene cuando el que padece es semejante a nosotros, porque la misericordia se crea por lo no digno y el temor por lo semejante. Así pues, ni la misericordia ni el temor nacerán de las dos mencionadas clases de personas; sino que nacerán de las que están entre éstas, es decir: que no sobresalen por la virtud y justicia y que no caen en infelicidad por vicios ni por maldad; sino que, hallándose en gran estado y prosperidad, por algún grave pecado suyo e inadvertencia les sucede esto; como a Edipo, Tiestes y otros similares hombres grandes e ilustres.
Es necesario además que la fábula, que debe ser bella, sea más bien simple que (como dicen algunos) doble. Simple se dice aquélla que solamente cambia de felicidad a infelicidad, o bien al contrario. Y doble, aquélla en la cual los buenos cambian desde la infelicidad hasta la felicidad y los malvados desde la felicidad hasta la infelicidad. Y de las dichas fábulas simples, será más bella la que cambie de felicidad a infelicidad, como sucede en la mayoría de las Tragedias de Eurípides, que la que haga lo contrario, es decir, que cambie de infelicidad a felicidad. Debe también ser la fábula (como se ha dicho) de personas ilustres y de virtud media o más bien de los mejores que de los peores. Éstos no han sido muchos. Las bellísimas Tragedias fueron reducidas por los antiguos a poquísimas familias, como las de Edipo, de Tiestes, de Alcmeón, de Orestes, de Télefo, de Meleagro, de Medea y de otras similares personas ilustres, a las cuales les ocurrió hacer, o padecer, cosas graves. Diremos así que la más bella Tragedia, según el arte, tendrá la construcción simple que hemos dicho; como fueron muchas de las Tragedias de Sófocles y de Eurípides entre los Griegos. Y entre los Latinos, se puede creer que fuesen similares el Tiestes de Varo y la Medea de Ovidio, que se han perdido; porque las de Séneca que han permanecido son en su mayoría fragmentos de cosas griegas, puestas juntas con poquísimo arte.
Después de la mencionada construcción simple de la fábula, se pondrá en el segundo lugar la construcción doble, la cual, como se ha dicho, consiste en que para los buenos termina en bien y para los malvados en mal. Como hace la Odisea de Homero y la Electra de Sófocles y la Eneida de Virgilio, la cual para Eneas, que era bueno, termina bien, y para Latino y Turno, que por romper los acuerdos eran malvados, terminó mal. Pero Aristóteles asigna a esta construcción doble el segundo lugar, aunque por muchos (como dice) sea reputada la primera. Esto sucede, dice, por la debilidad de los espectadores, a los que deleita el ver terminar las fábulas con bien; pero este deleite, como él dice, no es propio de la Tragedia sino de la Comedia, donde aquéllos que en la fábula son profundamente enemigos, al final salen de la escena pacificados. En cambio, el deleite propio de la Tragedia viene de las cosas temibles y misericordiosas. Y aunque estas dos perturbaciones a veces son producidas por la representación, es cosa mucho más laudable, y de mejor poeta, que vengan de la construcción de la fábula. Ésta debe estar construida de tal manera que, solamente leyéndola, sin verla de otro modo representar, mueva a horror y a misericordia por las cosas que han sucedido en ella. Esto suele ocurrir a todos los que leen la fábula de Edipo, y la de Ayax, y quizá nuestra Sophonisba. Pero si tal misericordia y temor proceden de la representación, será cosa de poco artificio del Poeta.
Los que buscan deleitar con lo monstruoso, y no con lo temible, hacen algo que pertenece poco a la Tragedia, en la que no se debe buscar cualquier tipo de deleite, sino solamente el propio de ella, que es, como se ha dicho, la misericordia y el temor; y este deleite debe ser preparado por el Poeta en las cosas mismas. Cuáles cosas son atroces y cuáles miserables, considerémoslas de este modo: estos casos necesariamente atroces, o son entre enemigo y enemigo, o entre amigo y amigo, o entre personas que no son ni amigos ni enemigos. Y lo que hace el enemigo al enemigo no produce conmiseración, ni al hacerlo, ni al deberlo hacer. E igualmente no produce conmiseración lo que se hace entre quienes no son ni amigos ni enemigos, más que por el hecho mismo. Pero está muy lleno de conmiseración cuando el mal interviene donde hay amistad y conjunción de sangre, como sucede cuando un hermano mata o está a punto de matar al otro hermano, o el hijo al padre, o la madre al hijo, o el hijo a la madre, o si alguien se mata a sí mismo, o bien hace o está a punto de hacer alguna crueldad similar. Se deben buscar estas acciones entre personas ilustres, y cuando se han encontrado no se deben soltar.»
[El texto pertenece a la edición en español de Arco Libros, 2014, en traducción de Isabel Paraíso. ISBN: 978-84-7635874-0.]
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