miércoles, 28 de noviembre de 2018

El reino animal.- Sergio Ramírez (1942)


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POLLO
Treblinka

«Deseo explicar, en primer lugar, a quienes han tenido la bondad de asistir a esta conferencia en número que de todas maneras ya esperaba limitado, el porqué de mi presente dedicación y entrega a estudiar la situación social de esos seres que con no poco desprecio llamamos animales y particularmente la situación de los pollos. Quizás alguno de ustedes recuerde que, como empresario avícola que fui hace años, se me llegó a conocer como "el Midas del pollo crudo", perverso reinado durante el cual las desgraciadas aves sufrieron por mi causa las inicuas maldades de que siguen siendo víctimas en el orbe terrestre.
 Otros de entre ustedes podrán pensar que mi preocupación acerca de los constantes abusos a que son sometidos los pollos, tema de esta y otras futuras conferencias que pretendo dictar como parte de la cruzada que ahora emprendo, nace del estado de ociosidad que una edad como la mía impone; o acaso de la amargura provocada por el ruidoso fin de mi antiguo negocio, del que se ocuparon suficientemente los periódicos. Pues bien. Si el ocio sirve para consagrarse a una causa noble, bienvenido sea; y en cuanto a lo otro, aquel dramático final de mi conglomerado de empresas de crianza, destace y expendio de pollos, nunca me evoca amargura, sino paz de conciencia. Final que fue provocado deliberadamente por mí, tal como al final de mi exposición tendré el gusto de confesar.
 Sepan por el momento que tuve de pronto la revelación de que era yo responsable de la comisión diaria de hechos de crueldad que terminaban en el crimen en masa. Si Saulo tuvo  en el camino de Damasco una iluminación tan violenta que lo hizo caer del caballo, mi propia iluminación me hizo caer a mí del caballo llamado éxito. Y así me fue permitido ver que era yo ni más ni menos que el jefe de un campo de concentración donde a diario eran exterminados miles de seres.
 Extrañarán acaso que dé el nombre de seres a los animales. Pero los animales, señoras, señores, saben de los sufrimientos que se les infligen y son capaces de sentir dolor y de afligirse ante ese dolor, no sólo ante la tortura física sino también ante la tortura mental, así el sentimiento de la proximidad de la muerte, que tanto a ellos como a nosotros nos llena de espanto. Llamarlos brutos no es más que una manera de acallar nuestra conciencia. Mas no he venido, respetable auditorio, a filosofar esta noche, sino a exponer hechos.
 No será una novedad para ustedes que considerable parte de los animales termina cada año como regalo de nuestras mesas después de haber recibido la muerte, las más de las veces de manera infame. El venir al mundo en forma de aves, reses o cerdos crea para ellos la desgracia de que su carne sea codiciada y por eso se les niega la vida libre y natural a que tienen derecho. Su sino es el cautiverio, condenados primero a cadena perpetua y luego a la ejecución, aunque el mundo, con todas sus galas, fue hecho para su disfrute, igual que para nosotros.
 Estos hermanos, sí, déjenme llamarles de una vez hermanos, padecen la extirpación de sus picos y el cercenamiento de sus patas en el caso de las aves; la castración a sangre fría en el caso de los cerdos y toros y otra vez de las aves; el herraje con fierros candentes y la mutilación de cuernos en el caso de las reses, sólo porque sin ellos ocupan menos espacio en los establos, o en camiones y vagones al transportarlas.
 La vida de los cautivos, reses y aves, transcurre dentro de minúsculos espacios de concreto, contenedores y jaulas metálicas, aterrados y en constante zozobra, sin saber qué va a ser de ellos el día de mañana. Y su temor y padecimiento culminan únicamente cuando se les traslada a los mataderos, y desde que entran en capilla ardiente no reciben ninguna clase de consuelo, ni agua ni alimento alguno, y más bien se les expone a condiciones extremas durante el proceso de ejecución. ¿Saben ustedes que muchos se hallan aún en pleno uso de sus facultades cuando los cuelgan  de los ganchos para abrirlos en canal o para decapitarlos, y aun siguen vivos cuando les arrancan la piel o las plumas?  [...]
 Ahora, distinguida audiencia que me escucha, quiero pasar directamente al delicado tema de los pollos. Debo decir, de entrada, que estas aves son tan inquisitivas e inteligentes como los perros y los gatos. Cuando se hallan en su medio natural, forman hermandades y sociedades jerárquicas, se reconocen unos a otros, aman y protegen a sus polluelos y disfrutan una vida plena, construyendo nidos y durmiendo en los árboles.
 Pero los pollos de crianza industrial están privados de una vida pacífica semejante. Permanecen apretujados por cientos de miles en galeras malolientes; no pueden moverse, pues cada uno vive en el espacio equivalente a una hoja de papel. Estos seres son llevados a las cámaras de ejecución cuando apenas tienen dos meses de edad, siendo que su rango natural de vida es de diez a quince años, si se les dejara vivir.
 Víctimas inermes, padecen degradación y angustia durante sus cortas vidas. Sus instintos naturales y necesidades son ignorados. Desde los comederos al destace, se hallan sometidos a una interminable cadena de iniquidades. Sufren mutilaciones, hacinamiento, enfermedades, quemaduras con amoníaco, abuso de antibióticos, gordura forzada y extremo estrés. Las plumas, intestinos y aguas servidas, que se deberían descartar durante el proceso, son reciclados rutinariamente como alimento para estas criaturas; los expertos consideran que este canibalismo forzado está llevando a la galopante epidemia de salmonela en las granjas de pollos y no sería raro que pronto apareciera la enfermedad de los "pollos locos", pues es el canibalismo el causante de esa enfermedad, como ocurre con las "vacas locas".
 En las granjas de procesamiento, señoras y señores, se cometen asesinatos en masa en una escala difícil de comprender. La vida de los pollos es un eterno Treblinka. Las víctimas son primero colgadas de cabeza en los ganchos de metal de una banda transportadora. Después pasan por un aparato que las decapita con una zumbante navaja afilada o se las sumerge en un tanque electrizado. Es horroroso que puedan ser testigos de su propia suerte y de la de sus congéneres a medida que se acercan al cadalso. Y cuando alguno de ellos, ya colocado en la banda transportadora, no llega a ser alcanzado por el filo del cuchillo, o por la descarga del tanque electrizado, gracias a algún defecto del proceso de producción, su muerte ocurre entonces de manera peor, en el tanque de agua hirviente donde las plumas se suavizan antes de ser arrancadas.»
 
    [El texto pertenece a la edición en español de Alfaguara, 2006. ISBN: 84-204-7032-5.]

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