lunes, 19 de noviembre de 2018

Resistencia y sumisión. Cartas y apuntes desde el cautiverio.- Dietrich Bonhoeffer (1906-1945)


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Cristianos y paganos

«[Tegel] 16 de julio [de 1944]
 [...] Ayer me enteré por los padres de que te han trasladado una vez más. Espero tener pronto noticias de cómo te has instalado. En todo caso, el ambiente histórico es evocador. Hace tan sólo diez años apenas habríamos podido comprender que los símbolos del báculo y del anillo episcopal, reclamados tanto por el Emperador como por el Papa, pudieran conducir a enfrentamientos políticos a escala mundial. ¿No eran en realidad adiaphora? Hemos tenido que aprender, por propia experiencia, que no lo fueron. Tanto si el gesto de Enrique IV fue realmente un gesto sincero o meramente diplomático, ante la mirada espiritual de los pueblos europeos la imagen de Enrique IV, en enero de 1077, resulta inolvidable e imborrable. Fue un gesto más eficaz que el concordato de Worms de 1122, que puso formalmente fin a esta cuestión. En la escuela aprendimos a considerar todos estos grandes conflictos como una desgracia europea. En realidad, ellos dieron origen a la libertad espiritual a la que se debe la grandeza de Europa.
 No tengo mucho que contar sobre mí. Hace poco escuché por la radio, como en otras ocasiones, algunas escenas de ópera de Carl Orff (Carmina burana, entre otras), que me gustaron extraordinariamente por su frescor, claridad, amenidad. Orff hizo también adaptaciones de Monteverdi para orquesta. ¿Lo sabías? Después escuché un concerto grosso de Händel y de nuevo me quedé sorprendido de su capacidad de consolar amplia y directamente en el tiempo lento (parecido al largo), de una forma a la que nosotros ya no nos atreveríamos. Creo que Händel se preocupa mucho más que Bach por el auditorio y por el efecto que su música va a causarle. Quizá por eso me parece enfático en ocasiones. Händel quiere obtener algo con su música; Bach no. ¿No te parece? [...]
 Si en un futuro próximo te vieras precisado a predicar, yo escogería en tu lugar textos como los salmos 62,2; 119, 94a; 42, 6; Jeremías 31, 3; Isaías 41, 10; 43, 1; Mateo 28, 20b y me limitaría a algunos pensamientos esenciales y sencillos. Es preciso vivir largo tiempo en una parroquia para poder comprender cómo "Cristo va adquiriendo forma en ella" (Gálatas, 4 19). Y esto se aplica mucho más todavía a una parroquia como la que tú tendrías [...]
 Pero volvamos a nuestro tema. Voy centrando mi trabajo progresivamente en la interpretación no religiosa de los conceptos bíblicos. Pero, por ahora, veo mejor el problema que mi capacidad para darle solución.
 En el aspecto histórico se da una gran evolución que lleva al mundo hacia su autonomía. En teología, Herbert de Cherburgo es el primero que afirma la suficiencia de la razón para el conocimiento religioso. En el campo de la moral, Montaigne y Bodin establecen, en lugar de los mandamientos, unas reglas de vida. En política, Maquiavelo independiza la política de la moral general y funda la doctrina de la razón de Estado. Más tarde, Grotius, muy distinto de Maquiavelo por el contenido de sus ideas, pero coincidiendo con él por lo que se refiere a la autonomía de la razón humana, erige su derecho natural en un derecho de gentes etsi deus non daretur, "aunque no existiera Dios". Por último, la filosofía aporta la conclusión: por un lado, el deísmo de Descartes: el mundo es un mecanismo que funciona por sí solo, sin la intervención de Dios; por otro, el panteísmo de Spinoza: Dios es la naturaleza. Kant, en el fondo, es deísta mientras que Fichte y Hegel son panteístas. En todos ellos, la autonomía del hombre y del mundo constituye la meta del pensamiento.
 (En el campo de las ciencias naturales, este movimiento se inicia claramente con Nicolás de Cusa y Giordano Bruno y su doctrina -"herética"- del carácter infinito del universo. El cosmos de la Antigüedad es tan  limitado como el mundo creado de la Edad Media. Un universo infinito -sea cual fuere la forma en que nos lo imaginemos- descansa en sí mismo etsi deus non daretur. Cierto es que la física moderna pone nuevamente en duda el carácter infinito del mundo, pero sin reincidir en las ideas antiguas acerca de su finitud).
 Dios, como hipótesis de trabajo, ha sido eliminado y superado en moral, en política y en ciencias naturales; pero también en filosofía y en religión (¡Feuerbach!). Es pura honradez intelectual el abandonar esta hipótesis de trabajo, es decir, descartarla hasta donde sea posible. Un médico o un científico edificante es un producto híbrido.
 ¿Dónde queda, pues, un sitio para Dios?, se preguntan ciertas almas acongojadas y, como no dan con ninguna respuesta, condenan toda la evolución que les ha llevado a semejante situación crítica. Ya te escribí sobre las distintas salidas de emergencia que conducen fuera de este espacio que tanto se ha estrechado. Cabría añadir aún el salto mortale para volver al Medioevo. Pero el principio de la Edad Media es la heteronomía en la forma del clericalismo. El retorno a este sistema sólo puede ser un acto de desesperación, que únicamente puede lograrse a costa de sacrificar la honradez intelectual. Se trata de un sueño según la melodía: "¡Ojalá conociera el camino de regreso, el largo camino que conduce a la niñez!". Mas dicho camino ya no existe; en todo caso, si existe, no es por una arbitraria renuncia a la honradez interior, sino únicamente en el sentido de Mateo 18,3: por la penitencia, es decir, ¡por una honradez suprema!
 Y nosotros no podemos ser honrados sin reconocer que hemos de vivir en el mundo -etsi deus non daretur-. Y esto es precisamente lo que reconocemos -¡ante Dios!-. Es el mismo Dios quien nos obliga a dicho reconocimiento. Nuestro ser, que se ha hecho adulto, nos lleva a reconocer realmente nuestra situación ante Dios. Él nos hace saber que hemos de vivir como seres que logran vivir sin Dios. ¡El Dios que está con nosotros es el mismo Dios que nos abandona! (Marcos, 15, 34). El Dios que nos hace vivir en el mundo sin la hipótesis de trabajo Dios, es el mismo Dios ante el cual nos hallamos permanentemente. Ante Dios y con Dios vivimos sin Dios. Dios, clavado en la cruz, permite que lo expulsen del mundo. Dios es impotente y débil en el mundo y precisamente así y sólo así está con nosotros y nos ayuda. ¡Mateo 8, 17 indica claramente que Cristo no nos ayuda por su omnipotencia, sino por su debilidad y sus sufrimientos!
 Esta es la diferencia decisiva con respecto a todas las demás religiones. La religiosidad humana remite al ser humano, en su necesidad, al poder de Dios en el mundo, de modo que Dios es así el deus ex machina. Pero la Biblia lo remite a la debilidad y al sufrimiento de Dios; sólo el dios sufriente puede ayudarnos.»
 
   [El texto pertenece a la edición en español de Ediciones Sígueme, 2008, en traducción de Constantino Ruiz-Garrido. ISBN: 978-84-301-1598-3.]

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