domingo, 4 de noviembre de 2018

El verano sin hombres.- Siri Hustvedt (1955)


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«No hace ni un par de años, en un grupo de discusión sobre la sexualidad y el cerebro, me quedé de una pieza cuando un colega de Boris me aseguró que en el reino animal (o, mejor dicho, en el virreinato femenino dentro del mundo animal) sólo las mujeres tienen orgasmos. Cuando manifesté mi sorpresa, Boris y otros cinco investigadores masculinos que formaban parte de la mesa refrendaron lo dicho por el doctor Brooder. Así que las de dos piernas lo tienen y las de cuatro patas, no. Por supuesto, en los machos, las proezas sexuales recorrían toda la escala de los mamíferos. La excitación masculina tiene raíces biológicas profundas; en las mujeres tan sólo es una casualidad, un accidente. Desde un punto de vista exclusivamente fisiológico, todo aquello me parecía absurdo. Mis hermanas primates, con quienes comparto tantas piezas de mi equipo corporal por arriba y por abajo, ¡no disfrutan del sexo! ¿Qué significa eso? ¿Qué sólo nuestros primos de cuatro patas y del sexo masculino se lo pasan bien? Mientras argumentaba mi punto de vista, Boris me miraba ruborizado desde el otro extremo de la mesa (yo estaba allí como una invitada especial). Después de leer un par de libros y diversos trabajos, descubrí que aquellos seis tipos estaban totalmente equivocados, lo que, por supuesto, significaba que yo estaba totalmente en lo cierto. En 1971 Frances Burton verificó que cuatro de las cinco hembras de macaco Rhesus que tenía en el laboratorio llegaban al orgasmo. Las hembras del macaco rabón experimentan orgasmos con regularidad, pero la mayoría de las veces con otras hembras, y cuando llegan al clímax, las damas simias gritan igual que lo hacemos las mujeres. Alan F. Dixson, autor del libro La sexualidad en los primates: estudios comparativos en prosimios, monos, simios y seres humanos, dice que las hembras expresan su arrebato con sonidos que nos recordarían a la mujer de Santa Claus: "¡Jo, jo, jo!" Usé esas mismas interjecciones cuando le mostré a mi hombre las pruebas de mi investigación, arrojando ante él dos tomos y seis artículos, todos con las páginas marcadas con notas amarillas autoadhesivas. "¡Jo, jo, jo!"
 Y os preguntaréis: ¿por qué razón la teoría de que las chicas monas no tienen orgasmos ha sido aceptada sin rechistar por gente como aquellos seis tipos de la mesa, a pesar de que esas primates, como TODAS las hembras mamíferas, tienen clítoris? Como recordaréis, Onán, a quien me refería en páginas anteriores, sufrió un castigo por desperdiciar su simiente. No debería haberla arrojado al suelo, sino introducirla en su sitio, esto es, dentro de una mujer. Pero, a diferencia de Onán, que no puede inseminar a nadie sin tener un orgasmo, la hipotética mujer de éste (la mujer a quien debería haber penetrado) puede concebir sin disfrutar del gran O (así, con mayúscula), hecho reconocido ya por Aristóteles pero olvidado durante siglos. En 1559, Colón descubrió el clítoris (dulcedo amoris), me refiero a Renaldo Colón, que navegó hasta toparse con él en uno de sus periplos anatómicos, aunque Gabriel Falopio le disputó el descubrimiento, insistiendo en que había sido él quien divisó la colina con anterioridad. Permitidme que haga una analogía entre los dos Colón, los dos descubridores, Cristóbal y Renaldo. Sus hallazgos, separados por menos de cien años, el primero referido a una parte del mundo y el segundo referido a una parte del cuerpo, comparten una arrogancia desmedida que nos resulta familiar, la de ver las cosas desde la perspectiva jerárquica del varón. En el caso del Nuevo Mundo, el observador es un europeo. En el del clítoris es un hombre. Tanto las gentes que vivían en el "Nuevo Mundo" desde hacía milenios como, me atrevo a decir, la mayoría de las mujeres se habrían quedado estupefactas ante tales "descubrimientos". Dicho esto, el clítoris sigue siendo un rompecabezas darwiniano. Si no es necesario para la concepción, ¿POR QUÉ está ahí? ¿Es producto de la adaptación o no lo es? La teoría del pene atrofiado (la no adaptación) tiene muchos años de historia. Gould y Lewontin argumentan que la pervivencia del clítoris es similar al de las tetillas que tienen los hombres, un desecho anatómico. Otros lo niegan: el guisante del placer tiene su propósito dentro de la evolución. Los enfrentamientos entre ambas posturas siguen siendo sangrientos pero yo os pregunto: ¿qué importa la adaptación o el tamaño si el bendito y diminuto miembro cumple con su función? Antes de volver a nuestra historia, voy a dejaros con las inmortales palabras de Jane Sharp, una inglesa del siglo XVII que ejercía de matrona, quien dijo del clítoris: "Se erguirá y caerá igual que lo hace la yarda y hará que las mujeres sean lujuriosas y disfruten más de la cópula." (Yo añado: las mujeres, sus hermanas primates y, a la espera de ulteriores investigaciones, probablemente otras mamíferas. Un comentario adicional: ¿no resulta un poco exagerado que en el siglo XVII llamaran al pene "yarda" a no ser que la yarda de entonces midiera mucho menos que la actual?).
 
 Cuando Colón oteó aquel Monte bendito,
 se detuvo e inquirió, ¿qué es esto que brota?
 ¿Un guisante, un botoncito?
 ¿Será que no veo ni gota?
 ¡No, es sólo el clítoris, idiota!»

 
   [El texto pertenece a la edición en español de Editorial Anagrama, 2011, en traducción de Cecilia Ceriani. ISBN: 978-84-339-7576-8.]

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