martes, 13 de noviembre de 2018

La estación del caos.- Wole Soyinka (1934)


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3.-Zarcillos
VIII

«El tono del funcionario fue ahora de paternal reproche.
 -Ahora te das cuenta de lo que has hecho al poner tus asuntos en manos de esos desconocidos del sur. Aquí está tu padre. Tú sabías que ante cualquier problema, lo único que tenías que hacer era venir a él. Si considerabas que los blancos te habían estafado, la persona a la que tenías que acudir era aquella que les había dado su autorización originalmente. ¿No te parece?
 -Su alteza tiene razón. He sido un estúpido.
 -Tú y los demás: vuestra tierra pertenece ahora a los forasteros que se fingieron hermanos vuestros. Al menos, el blanco sólo os la arrendaba. Pagaba y os la devolvía. Y una parte de sus ganancias las vuelca en el Tesoro Público. Así es como construimos caminos, hospitales y escuelas para vosotros. Pero vosotros permitisteis que una excesiva codicia os llevase a intrigar contra el Zaki, vuestro padre, que tanto ha hecho por vosotros, el único que sabe cómo tratar con esos hombres blancos de los que tanto os quejáis. Firmáis un papel que no sabéis leer y de pronto os encontráis sin tierras.
 El desposeído sujeto se arrojó súbitamente de cara al suelo con los brazos abiertos en cruz.
 -Perdone su alteza a este miserable perro ignorante. No soy más que una criatura extraviada. Perdónenos su alteza y ayúdenos a recuperar nuestras tierras de manos de esos malditos infieles.
 El funcionario lo miró sin sorpresa. Se alejó dándole la espalda y dejándolo prosternado con el rostro simbólicamente hundido en el polvo, mientras informaba al Zaki de otros acontecimientos ocurridos en relación con el asunto. La Mining Trust había despedido a todos los empleados sospechosos de tener que ver con aquélla y otras agitaciones. Eso significaba todos los no nacidos en Cross-river. Abdul se encontraba a buen resguardo en uno de los asfixiantes calabozos de la administración local. No sería puesto en libertad hasta que, mediante la tortura, confesara que había engañado y estafado a gente de su tierra. Y tal vez, ni aún entonces. Estaba demasiado contaminado para que se pudiera confiar en él. Una vez libre podía denunciar el tratamiento y continuar agitando. El gordinflón asintió. Por vez primera habló con cierto grado de sonoridad.
 -Quiero una buena limpieza en Cross-river.
 -Se han extendido mucho, excelencia. Ya ha habido disturbios en la industria algodonera, en Darama. El hombre que enviamos a investigar cree que son los mismos individuos. Todos los baluartes del Cartel, excelencia, incluida la fábrica de cemento en Suro...
 El gran hombre hizo un gesto de impaciencia.
 -Hay que barrerlos hasta el último hombre.
 El funcionario se lamentó:
 -Ya no es posible distinguir cuáles son los hombres de Aiyéró. No son recién llegados. Muchos están en Cross-river desde hace años. Ahora han empezado a mostrarse como son verdaderamente.
 -Los oriundos de Cross-river se conocen entre sí. Los que no reconozcan como tales... -hastiado, el Zaki cerró los ojos, y el tema.
 El funcionario se alejó haciendo reverencias y retornó al hombre desparramado boca abajo en el centro del recinto de audiencias.
 -Levántate -dijo con brusquedad.
 El hombre abandonó trabajosamente su postura y volvió a la anterior, en cuclillas.
 -La ley no puede ayudarte, lo sabes. Un convenio es un convenio. En este mundo no hay nada más sólido que un papel en el cual un hombre ha estampado sus huellas digitales ante testigos. No hay nada que pueda borrar esas huellas. Habéis firmado la pérdida de la tierra de vuestros mayores a manos de unos ladrones del otro lado del río.
 El hombre murmuró:
 -Que nuestro padre nos ayude si puede, su alteza. Ya no puedo decir nada más.
 -¿Cuántos hombres físicamente aptos hay en tu aldea? -después de haberlo pensado durante un momento con el ceño fruncido, el hombre dijo que podían ser más de un centenar. El funcionario hizo un gesto afirmativo-. Bien. Reúnelos a todos. Cuéntales lo que ha ocurrido. Haz que cada uno haga un recorrido y tome nota del lugar donde viven todos los extranjeros. Toma nota de dónde trabajan, dónde van a comer y a beber. ¿Lo has comprendido?
 -Haremos lo que usted mande, su alteza.
 -Haced eso, pero nada más. No hagáis nada más que lo que se os mande.
 -Comprendo, su alteza.
 -Hay muchas formas de obtener justicia. El Zaki ha decidido olvidar tu pasada estupidez. Pero que no haya más estupideces. Mantened la boca cerrada y los ojos abiertos. Estad preparados. Esperad hasta que el Zaki os dé la orden. Hasta entonces, no hagáis nada por vuestra cuenta.
 El hombre tocó el suelo con la frente.
 -Ahora veo que el Zaki ha perdonado a su hijo descarriado. Ranka dede.
 El gran hombre se puso de pie. Inmediatamente, todo el séquito reclinado a sus pies dio un brinco y saludó con el puño alzado con excepción del muchacho de las largas pestañas, que se levantó perezosamente, recogió el cuenco de golosinas y se dirigió dando pasitos hacia el estrado. Colocando una mano en la cabeza del muchacho, el Zaki Amuri abandonó el recinto con paso majestuoso.»
 
   [El texto pertenece a la edición en español de Ediciones Alfaguara, 1987, en traducción de Héctor Silva. ISBN: 84-204-2524-9.]

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