Capítulo III: Las bendiciones de la locura
«"Nuestras mayores bendiciones", dice Sócrates en el Fedro, "nos vienen por medio de la locura": [...] Esto es, desde luego, una paradoja deliberada. Sin duda, sorprendió al lector ateniense del siglo IV apenas menos de lo que nos sorprende a nosotros; porque un poco más adelante se da a entender que en tiempos de Platón la locura solía considerarse como algo deshonroso, como un ὂνειδος. Pero en este texto no se representa al padre del racionalismo de Occidente sosteniendo la proposición general de que es mejor estar loco que cuerdo, enfermo que sano. Restringe su paradoja con las palabras [...] "a condición de que nos sea dada por don divino". Y prosigue distinguiendo cuatro tipos de esta "locura divina", que se producen, dice él, "por un cambio en nuestras normas sociales acostumbradas operado por intervención divina" [...] Estos cuatro tipos son los siguientes:
1) La locura profética, cuyo dios patrono es Apolo.
2) La locura teléstica, o ritual, cuyo patrono es Dioniso.
3) La locura poética, inspirada por las Musas.
4) La locura erótica, inspirada por Afrodita y Eros.
Sobre el último diré algo en otro capítulo; no es mi intención discutirlo ahora; pero quizá valga la pena considerar de nuevo los tres primeros, sin intentar un examen exhaustivo de los documentos, sino concentrándonos en lo que pueda ayudarnos a responder a dos cuestiones específicas. Una es la cuestión histórica: cómo llegaron los griegos a las creencias que subyacen a esta clasificación de Platón y hasta qué punto las modificaron bajo la influencia creciente del racionalismo. La otra es psicológica: en qué medida pueden los estados mentales denotados por la locura "profética" y "ritual" de Platón reconocerse como idénticos a otros estados conocidos de la psicología y antropología modernas. Ambas cuestiones son difíciles y en muchos puntos quizás tengamos que contentarnos con un veredicto de non liquet. Pero creo que merece la pena que nos las planteemos. Para intentar resolverlas me apoyaré, como nos apoyamos todos, en Rohde, que exploró muy a fondo la mayor parte de este terreno en su gran libro Psyche. Como el libro es fácilmente asequible, tanto en alemán como en inglés, no recapitularé sus argumentos; indicaré, en cambio, uno o dos puntos en que difiero de él.
Antes de entrar en los cuatro tipos "divinos" de Platón, debo decir algo sobre su distinción general entre una locura "divina" y la locura ordinaria, que es consecuencia de la enfermedad. Esta distinción es, desde luego, más antigua que Platón. Por Heródoto sabemos que la locura de Cleomenes, en la cual vieron los más el castigo que los dioses le enviaron por su sacrilegio, fue atribuida por sus propios compatriotas a sus excesos en la bebida. Y aun cuando Heródoto se niega a aceptar esta prosaica explicación en el caso de Cleomenes, se inclina en cambio a explicar la locura de Cambises como debida a una epilepsia congénita y añade la sensata observación de que cuando el cuerpo se perturba gravemente, no es extraño que también sea afectada la mente. De suerte que reconoce por lo menos dos tipos de locura: uno de origen sobrenatural (aunque no benéfico) y otro debido a causas naturales. De Empédocles y su escuela se dice también que distinguieron la locura producida ex purgamento animae de la locura debida a afecciones corporales.
Esto, no obstante, es un modo de pensar relativamente avanzado. Podemos poner en duda que tales distinciones se trazaran en tiempos más antiguos. Es creencia común de los pueblos primitivos que todos los tipos de perturbación mental se deben a una intervención sobrenatural y la universalidad de esta creencia no es de extrañar. Yo la creo originada y mantenida por las declaraciones de los propios pacientes. Entre los síntomas más corrientes de demencia ilusoria se cuenta hoy día la creencia del paciente de que está en contacto, o incluso identificado, con seres o fuerzas sobrenaturales y podemos presumir que no fue de otro modo en la antigüedad; efectivamente, ha llegado hasta nosotros, documentado con algún detalle, un caso de esta naturaleza, el del médico Menécrates, del siglo IV, que creía que era Zeus, tema de un brillante estudio de Otto Weinreich. Los epilépticos tienen además la impresión de ser azotados con un garrote por un ser invisible; y los extraños fenómenos del ataque epiléptico, la caída repentina, las contorsiones musculares, el crujir de los dientes y la lengua fuera de la boca, han contribuido, sin duda alguna, a formar la idea popular de la posesión. No es sorprendente que para los griegos la epilepsia fuera la "enfermedad sagrada" por excelencia, ni que la llamaran ἑπίληψις que -como nuestro término "ataque"- sugiere la intervención de un demonio. Yo aventuraría, sin embargo, la hipótesis de que la idea de la verdadera posesión, como distinta de la mera interferencia psíquica, deriva en última instancia de los casos de personalidad secundaria o alternante, como el de la famosa Miss Beauchamp, estudiado por Morton Prince. Porque en ellos una personalidad nueva, generalmente muy distinta de la antigua en carácter, en conocimientos y hasta en la voz y la expresión facial, parece tomar posesión de repente del organismo hablando de sí misma en primera persona y de la personalidad anterior en tercera. Tales casos, relativamente raros en la Europa y la América modernas, parecen darse con más frecuencia entre los pueblos menos avanzados, y pueden bien haber sido más comunes en la antigüedad que hoy día; más adelante volveré sobre ellos. La noción de posesión pudo extenderse fácilmente de estos casos a los de los epilépticos y paranoicos y, finalmente, todos los tipos de perturbación mental, incluso cosas como el sonambulismo o el delirio febril, se atribuyeron a agentes demoníacos. Una vez aceptada, la creencia creó naturalmente nuevas pruebas en su propio apoyo por el poder de la autosugestión.
Hace tiempo ya que se ha hecho notar que la idea de la posesión está ausente en Homero y a veces se ha inferido de ello que es ajena a la cultura griega más antigua. Podemos, sin embargo, encontrar en la Odisea huellas de la creencia, más vaga, en el origen sobrenatural de la enfermedad mental.»
[El texto pertenece a la edición en español de Alianza Editorial, 1983, en traducción de María Araujo. ISBN: 84-206-2268-0.]
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